Ovidio Metamorfosis I

Ovidio, Metamorfosis, Libro I


Comentario de Las metamorfosis de Ovidio. Libro I
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Por Ana Pérez Vega

Profesora del Departamento de Filología Griega y Latina

Universidad de Sevilla

Para una introducción general a la obra consulte la página de Wikipedia sobre Ovidio

Las Metamorfosis de Ovidio comparten el mismo destino que Marilyn Monroe. Demasiado hermosas para que se las tome en serio. A Marilyn Monroe su hermosura le costó la vida. A Ovidio le costó no ser apenas entendido por sus conciudadanos ni por la posteridad. En cambio hubo un lector, un censor que sí entendió la rebeldía de toda la obra de Ovidio, no solo la del Arte de amar, y eso le costó primero la relegación y luego la vida. Nunca sabremos si su muerte fue natural o murió a manos de un sicario de Tiberio. Las Metamorfosis son un libro tan hermoso (dulcis) como bello y sabio (utilis). A su vez, veladamente, como es propio de los tiempos dictatoriales, se atreve a hacer una profunda y para mí evidente denuncia contra la dictadura de Augusto, como iremos viendo en las páginas que siguen.

Las Metamorfosis tuvieron posiblemente su origen en la admiración de Ovidio por la Eneida. Ovidio sabía que su talento no era menor que el de Virgilio, como percibimos muchos lectores habituales de ambos. ¿Cómo escribir una obra rayana en altura con Eneida? La respuesta a esa pregunta es este tesoro que legó Ovidio a la literatura universal. No en vano ha sido considerada la Biblia de la antigüedad.

En mi opinión Ovidio fue como el Homero latino que unificó el Antiguo Testamento, por así decir, de los sabios grecolatinos. Pero creo que este Homero no tuvo otra alternativa que ser pagano. ¿Cómo seguir creyendo en los dioses, si la familia imperial estaba divinizada? De ello hace mención explícita en la obra, como también veremos. Por tanto, la obra hace solo un espejo de los dioses buenos, de los dioses tal como "deberían ser". A ello corresponde, por ejemplo el Júpiter Bueno que a veces se invoca o se anhela en la obra.

Pero hay un Júpiter malo e indigno, que, ¿se corresponde con Augusto, como tantos lectores hemos pensado? Y hay una Juno, incluso una Medea, muy malas, que, ¿se corresponde con su esposa Livia, la que no dudó en matar a los Julios que no morían per se, para conseguir, como consiguió, que reinara su hijo, Tiberio, pasando así la familia imperial a llamarse Julio-Claudia?

Quizá escandalizado lector: Se tarda muchos años en llegar a pensar que una lectura profunda y antiagustea de las Metamorfosis pueda tener algún crédito.


1-4 Invocación Es posible que no exista una introducción más breve en toda la literatura épica previa a Metamorfosis.

Con la máxima brevedad habla del contenido del libro, de los innumerables, de los perpetuos cambios que llevaron al mundo desde sus orígenes hasta los propios y degenerados tiempos de Ovidio, que fue un "niño de la guerra": nació un año después de la muerte de Julio César y vivió todas las guerras que siguieron a ese suceso.

Es difícil no relacionar las primeras palabras con la necesidad de su ánimo de contar la situación nueva (en el peor sentido latino de la palabra) con la que culminaron las guerras: el principado, la dictadura de Augusto, y la familia imperial divinizada: "dioses (familia Julia), vosotros las mutasteis".

El breve prefacio habla también de la propia innovación poética de Ovidio (In-nova), la forma innovadora de carmen perpetuum en la que tejió (deducere) su obra.

5-88 El origen del mundo El origen del mundo ejemplifica lo dicho: la belleza del texto (latino) es deslumbrante. Empieza aquí el Génesis de Ovidio, su creación, su cosmogonía, su versión de lo acontecido desde el caos al orden, al lógos, dando forma poética y personal a los grandes descubrimientos científicos de los sabios presocráticos y posteriores. Ya desde los primeros versos incluye y cuestiona al dios, al demiurgo, y da varias explicaciones de la creación, una divina, otra sublime y otra natural, darwiniana.

Invocatio (Latín)
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      In nova fert animus mutatas dicere formas
corpora; di, coeptis (nam vos mutastis et illas)
adspirate meis primaque ab origine mundi
ad mea perpetuum deducite tempora carmen!

Invocación
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      Me lleva el ánimo a decir las mutadas formas
en nuevos cuerpos: dioses, estas empresas mías, pues vosotros
los mutasteis, inspirad, y, desde el primer origen del mundo
hasta mis tiempos, perpetuo desarrollad mi poema.

El origen del mundo
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      Antes del mar y de las tierras y lo que cubre todo, el cielo, 5
uno era de la naturaleza el rostro en todo el orbe,
al que dijeron Caos, ruda e indigesta mole
y no otra cosa sino peso inerte, y, acumuladas en él,
unas discordes simientes de no bien juntadas cosas.
Ningún Titán todavía al mundo ofrecía luces, 10
ni nuevos, creciendo, reparaba sus cuernos Febe,
ni en su circunfuso aire pendía la tierra,
por los pesos equilibrada suyos, ni sus brazos por el largo
margen de las tierras había extendido Anfitrite,
y por donde había tierra, allí también ponto y aire. 15
Así, era inestable la tierra, innadable la onda,
de luz carente el aire: en ninguno su forma persistía,
y estorbaba a los otros cada uno, porque en un cuerpo solo
lo frío pugnaba con lo cálido, lo húmedo con lo seco,
lo muelle con lo duro, lo sin peso con lo que tenía peso. 20
     Esta lid un dios y una mejor naturaleza dirimió,
pues del cielo las tierras, y de las tierras escindió las ondas,
y el fluido cielo segregó del aire espeso.
Las cuales cosas, después de que las separó y eximió de su ciega acumulación,
disociadas por sus lugares, con una concorde paz las ligó: 25
la fuerza ígnea y sin peso del convexo cielo
rieló, y un lugar se hizo en el supremo recinto;
próximo está el aire a ella en levedad y en lugar;
más densa que ellos, la tierra, los elementos grandes atrajo
y presa fue de la gravedad suya; el circunfluente humor 30
lo último poseyó, y contuvo al sólido orbe.
     Así cuando dispuesta estuvo, quienquiera que fuera aquel de los dioses
esta acumulación sajó, y sajada en miembros la juntó:
en el principio, la tierra, para que no desigual por toda
parte fuera, en forma la aglomeró de gran orbe; 35
entonces a los estrechos difundirse, y que por arrebatadores vientos se entumecieran
ordenó, y que a la rodeada tierra circundaran los litorales;
añadió también fuentes y pantanos inmensos y lagos,
y las corrientes declinantes ciñó de oblicuas riberas,
las cuales, diversas por sus lugares, en parte son sorbidas por ella, 40
al mar arriban en parte, y en tal campo recibidas
de más libre agua, en vez de riberas, sus litorales baten;
ordenó también que se extendieran los llanos, que se sumieran los valles,
que de fronda se cubrieran las espesuras, que se elevaran lapídeos montes;
y, como dos por la derecha y otras tantas por su siniestra 45
parte, el cielo cortan unas fajas (la quinta es más ardiente que aquellas),
así distinguió la carga en él incluida con el número mismo
el cuidado del dios, y otras tantas llagas en la tierra se marcan;
de las cuales la que en medio está no es habitable por el calor;
nieve cubre, alta, a dos; otras tantas entre ambas colocó 50
y templanza les dio, al estar mezclada con el frío la llama.
     Domina sobre ellas el aire, el cual, en cuanto es el peso del agua
que el peso de la tierra más ligero, tanto es él más pesado que el fuego;
allí también las nieblas, allí aposentarse las nubes
ordenó, y los que habrían de conmover, los truenos, a las humanas mentes, 55
y con los rayos hacedores de relámpagos los vientos.
     A ellos también no permitió el artífice del mundo que por todas partes
tuvieran el aire; apenas ahora se les impide a ellos,
cuando cada uno regenta sus soplos por diverso trecho,
que destrocen el mundo: tan grande es la discordia de los hermanos. 60
El Euro a la Aurora y a los nabateos reinos se retiró,
y a Persia, y a las cimas sometidas a los rayos matutinos;
el Anochecer y las playas que con el caduco sol se templan
próximos están al Céfiro; Escitia y los Septentriones
el horrendo los invadió Bóreas; la contraria tierra, 65
con nubes asiduas y lluvia, se humedece por el Austro.
De ello encima impuso, fluido y de gravedad carente,
el éter, y que ninguna cosa de la terrena hez tiene.
     Apenas así con lindes había cercado todo ciertas,
cuando, las que presa mucho tiempo habían sido de una calina ciega, 70
las estrellas empezaron a bullir por todo el cielo,
y para que región no hubiera alguna de sus vivientes huérfana,
los astros poseen el celeste suelo y las formas de los dioses,
cedieron, para que las habitaran, a los nítidos peces las ondas,
la tierra a las fieras acogió, a los voladores el agitable aire. 75
     Más santo que ellos un viviente y de una mente alta más capaz
faltaba todavía, y que dominar en los demás pudiera:
nacido el hombre fue, ya si a él con divina simiente lo hizo
aquel artesano de las cosas, de un mundo mejor el origen,
ya si la reciente tierra, y apartada poco antes del alto 80
éter, retenía simientes de su pariente el cielo.
A la cual, el hijo de Jápeto, mezclada con pluviales ondas,
la modeló en la efigie de los que moderan todo, los dioses,
y aunque inclinados contemplen los demás vivientes la tierra,
un rostro sublime al hombre dio y el cielo ver 85
le ordenó y erguido hacia las estrellas levantar su semblante.
Así, la que ora había sido ruda y sin imagen, la tierra
se vistió de las desconocidas figuras, transformada, de los hombres.

Las edades del hombre
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     Áurea la primera edad engendrada fue, que sin defensor ninguno,
espontáneamente, sin ley, la fe y lo recto honraba. 90
Castigo y miedo no habían, ni palabras amenazantes en un clavado
bronce se leían, ni la suplicante multitud temía
del juez la boca suyo, sino que estaban sin defensor seguros.
Todavía, cortado de sus montes para visitar el extranjero 95
orbe, a las fluentes ondas el pino no había descendido,
y ningunas los mortales, excepto sus playas, conocían.
Todavía, vertiginosas, no ceñían a las fortalezas fosas.
No tuba de derecho bronce, no de bronce curvado cuernos,
no gáleas, no espada había: sin uso de soldado
sus blandos ocios seguras pasaban las gentes. 100
Ella misma también, inmune y de rastrillo intacta, y de ningunas
rejas herida, por sí daba todo la tierra,
y, contentos con unos alimentos sin que nadie los obligara creados,
las crías del madroño y las montanas fresas recogían,
y cornejos, y en los duros zarzales prendidas las moras 105
y, las que cayeran del ancho árbol de Júpiter, bellotas.
Una primavera era eterna, y plácidos, con sus tibias auras,
acariciaban los céfiros, nacidas sin semilla, a las flores.
Pronto, incluso, frutos la tierra no arada llevaba,
y no renovado el campo de grávidas canecía espigas. 110
Corrientes ya de leche, ya corrientes de néctar iban,
y, doradas, desde la verde encina goteaban las mieles.
     Después de que, tras ser Saturno a los tenebrosos Tártaros enviado,
bajo Júpiter el mundo estaba, llegó la plateada prole,
que el oro inferior, más preciosa que el dorado bronce. 115
Júpiter contrajo los tiempos de la antigua primavera
y a través de inviernos y veranos y desiguales otoños
y una breve primavera, por cuatro espacios condujo el año.
Entonces por primera vez con secos hervores el aire quemado
se encandeció, y, arrecido por los vientos, quedó suspendido el hielo; 120
entonces por primera vez conocieron las casas, casas las cavernas fueron,
y los densos arbustos, y atadas con corteza varas.
Simientes entonces por primera vez de Ceres en largos surcos
sepultadas fueron, y hundidos por el yugo gimieron los novillos.
     Tercera tras ella sucedió la broncínea prole, 125
más salvaje de ingenios y a las hórridas armas más pronta,
no malvada, aun así; de duro es la última hierro.
En seguida irrumpió, de vena peor, a ese tiempo
toda impiedad: huyeron el pudor y la verdad y la fe,
en cuyo lugar llegaron los fraudes y el engaño 130
y las insidias y la fuerza y el amor criminal de poseer.
Velas daban a los vientos, y todavía bien no los conocía
el navegante, y las que antes se alzaron en los montes altos,
en mareas desconocidos cabriolaron las quillas,
y común antes, cual las luces del sol y las auras, 135
cauto el suelo señaló con larga linde el medidor.
Y no solo sembrados y sus alimentos debidos se demandaba
al rico suelo, sino que se entró hasta las vísceras de la tierra,
y las que ella había escondido y apartado hacia las estigias sombras,
se excavan esas riquezas, aguijadas de desgracias. 140
Y ya el dañino hierro, y que el hierro más dañino el oro
había brotado: brota la guerra que lucha por ambos,
y con su sanguínea mano crepitantes golpea armas.
Se vive del rapto: no el huésped de su huésped está a salvo,
no el suegro de su yerno, de los hermanos también la gracia rara es; 145
acecha para la perdición el hombre de su esposa, ella del marido,
cetrinos acónitos mezclan terribles madrastras,
el hijo antes de su día inquiere en los paternos años:
vencida yace la piedad, y la virgen, de matanza mojadas,
la última de los celestes, la Astrea, las tierras abandona. 150

La Gigantomaquia
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      Y para que no fuera que las tierras más seguro el arduo éter,
que aspiraron dicen al reino celeste los Gigantes,
y que acumulados levantaron hacia las altas estrellas sus montes.
Entonces el padre omnipotente enviándoles un rayo resquebrajó
el Olimpo y sacudió el Pelión del sometido Osa. 155
Sepultados por la mole suya, al quedar sus cuerpos siniestros yacentes,
regada de la mucha sangre de sus hijos, dicen
que la Tierra se impregnó, y que ese caliente crúor aliento cobró,
y para que no ningún recuerdo de su estirpe quedara,
que a una faz los tornó de hombres; pero también aquella rama 160
despreciadora de los altísimos y salvaje y avidísima de matanza
y violenta fue: bien sabrías que de sangre habían nacido.

El concilio de los dioses (I)
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      Lo cual el padre Saturnio cuando vio, en su supremo recinto,
gime hondo y, todavía no divulgados por recién cometidos,
los impuros banquetes recordando de la mesa de Licaón, 165
ingentes en su ánimo y dignas de Júpiter concibe unas iras,
y el consejo convoca: contuvo demora niguna a los convocados.
     Hay una vía sublime, en el cielo manifiesta sereno:
Láctea de nombre tiene, por su candor notable mismo.
Por ella el camino es de los altísimos hacia los techos del gran Tonante 170
y su real casa: a derecha e izquierda los atrios
de los dioses nobles por sus puertas se concurren abiertas,
la plebe habita otros, por sus lugares opuestos: en esta parte los potentes
celestiales y preclaros pusieron sus penates.
Este lugar es, al que, si a las palabras audacia se diera, 175
no temería yo llamar los Palatinos del gran cielo.
     Así pues, cuando los altísimos se sentaron en su marmóreo receso,
más excelso él por su lugar, y apoyado en su cetro marfileño,
terrífica, de su cabeza sacudió tres y cuatro veces
la cabellera, con la que la tierra, el mar, las estrellas mueve; 180
de tales después modos su boca indignada suelta:
'No yo por el gobierno del mundo más ansioso en aquella
tempestad estuve, en la que cada uno se disponía a lanzar,
de los angüípedes, sus cien brazos contra el cautivo cielo,
pues aunque fiero el enemigo era, en cambio de un solo 185
cuerpo y de un solo origen pendía aquella guerra;
ahora yo, por donde Nereo circunsuena todo el orbe,
al género mortal de perder he: por las corrientes juro
infernales, que bajo las tierras hasta la estigia resbalan floresta,
todo antes se intentó, pero un inmedicable cuerpo 190
a espada se ha de sajar, por que la parte limpia no arrastre.
Tengo semidioses, tengo, rústicos númenes, ninfas
y faunos y sátiros y montañeses silvanos,
a los cuales, puesto que del cielo todavía no dignamos con el honor,
las que les dimos, por cierto, tierras, habitar permitamos. 195
¿O acaso bastante, oh altísimos, seguros que estarán ellos creéis,
cuando contra mí, que el rayo, que a vosotros tengo y gobierno,
ha levantado sus insidias, conocido por su fiereza, Licaón?'
     Murmuraron todos, y con afán ardiente al que osó
tal reclaman: así, cuando una mano impía se ensañó 200
con la sangre de César para extinguir de Roma el nombre,
atónito por el súbito terror de tan gran ruina
el humano género queda y todo se horrorizó el orbe,
y no para ti menos grata la piedad, Augusto, de los tuyos es
que fue aquella para Júpiter. El cual, después que con la voz y mano 205
los murmullos reprimió, guardaron silencios todos.
Cuando se acalló el clamor, hundido por el peso del soberano,
Júpiter de nuevo con este discurso los silencios rompió:

Licaón
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      'Él, ciertamente, sus castigos, el cuidado ese perded, ya cumplió.
Mas, qué lo cometido, cuál sea su satisfacción, mostraré. 210
Había alcanzado la infamia de ese tiempo nuestros oídos;
deseándola falsa desciendo del supremo Olimpo
y, dios bajo humana imagen, lustro las tierras.
Larga demora es cuánto se hallaba por todas partes
enumerar: menor fue la propia infamia que la verdad. 215
El Ménalo había atravesado, por sus guaridas horrendo de fieras,
y con Cilene los pinedos del helado Liceo:
del Árcade desde ahí en las sedes, y en los inhóspitos techos del tirano
ingreso, cuando traían los tardíos crepúsculos la noche.
Señales di de que había venido un dios y el pueblo a rezar 220
había empezado: se ríe primero de esos píos votos Licaón,
luego dice 'Comprobaré si dios este, o si sea mortal,
con una distinción abierta, y no será dudable la verdad.'
De noche, pesado por el sueño, con una inopinada muerte a perderme
se prepara: esa comprobación le place de la verdad. 225
Y no contento con ello, de un enviado rehén
de la nación molosa, su cuello a punta tajó
y, así, semimuertos, parte en hirvientes aguas
sus miembros ablanda, parte sometiéndoles fuego tuesta.
Lo cual una vez impuso a las mesas, yo con mi justiciera llama 230
sobre unos penates dignos de su dueño hice caer sus techos.
Aterrado él huye y alcanzando los silencios del campo
aúlla y en vano hablar intenta: de sí mismo
recaba su boca la rabia, y el deseo de su acostumbrada matanza
vierte contra los ganados, y ahora también de la sangre goza. 235
En vellos se vuelven sus ropas, en patas sus brazos:
se hace lobo y conserva las huellas de su vieja forma;
la canicie la misma es, la misma la violencia de su rostro,
los mismos ojos lucen, la misma de la fiereza la imagen es.
Cayó una sola casa, pero no una casa sola de perecer 240
digna fue: por dondequiera que la tierra se abre, fiera reina la Erinis.
Para el delito que se han conjurado creerías: cumplan rápido todos,
los que merecieron padecer, así consta mi sentencia, sus castigos.'

El concilio de los dioses (II)
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     Las palabras de Júpiter parte con su voz murmurante aprueban, e incitamentos
añaden. Otros sus partes con asentimientos cumplen. 245
Es, sin embargo, del humano género la perdición causa de dolor
para todos, y cuál habrá de ser de la tierra la forma,
de los mortales huérfana, preguntan, quién habrá de llevar a sus aras
inciensos, y si a las fieras, para que las pillen, se dispone a entregar las tierras.
A los que tal preguntaban, pues él se ocuparía de lo demás, 250
el rey de los altísimos turbarse prohíbe, y un brote al anterior
pueblo desigual promete, de origen maravilloso.

El diluvio
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     Y ya iba sobre todas las tierras a esparcir sus rayos;
pero temió que acaso el sagrado éter por causa de tantos fuegos
no concibiera llamas, y que el largo ardiera eje. 255
Que está también en los hados, recuerda, que llegaría un tiempo
en el que el mar, en el que la tierra y los arrebatados reales del cielo
ardan y del mundo la mole, afanosa, sufra.
Esas armas devuelve, por manos fabricadas de los Ciclopes.
Un castigo place inverso: el género mortal bajo las ondas 260
perder, y tormentas lanzar desde todo el cielo.
     En seguida al Aquilón encierra en los eolios antros,
y a cuantos soplos ahuyentan a las congregadas nubes,
y suelta al Noto: con sus mojadas alas el Noto vuela,
su terrible semblante cubierto de una bruma como la pez; 265
la barba pesada de borrascas, fluyen ondas de sus canos cabellos,
en su frente se asientan nieblas, roran sus alas y senos.
Y cuando con su mano, a lo ancho suspendidas, las nubes apretó,
se hace un fragor: entonces densas se derraman desde el éter las borrascas.
La mensajera de Juno, de variados vestida colores, 270
concibe, Iris, aguas, y alimentos a las nubes allega.
Póstranse los sembrados, y llorados por los colonos
sus votos yacen, y perece el trabajo frustrado de un largo año.
     Y no con el cielo suyo se contentó de Júpiter la ira, sino que a él
su azul hermano le ayuda con auxiliares ondas. 275
Convoca este a los caudales: los cuales, después de que en los techos
de su tirano entraron, 'Una arenga larga ahora de usar,
dice 'no he. Las fuerzas derramad vuestras:
así menester es. Abrid vuestras casas y, la mole apartada,
a las corrientes vuestras todas soltad las riendas.' 280
Había ordenado; ellos regresan, y de sus fontanas las bocas relajan,
y en desenfrenado ruedan a las superficies curso.
     Él mismo con el tridente suyo la tierra golpeó, mas ella
tembló, y con su movimiento vías franqueó de aguas.
Desorbitadas se lanzan por los abiertos campos las corrientes 285
y, junto con los sembrados, arbustos a la vez y ganados y hombres
y techos, y con sus sacramentos arrebatan sus penetrales.
Si alguna casa quedó y pudo resistir indemne
a tan gran mal, el culmen, sin embargo, más alto de ella,
la onda cubre, y hundidas se esconden bajo el abismo sus torres. 290
Y ya el mar y la tierra ninguna distinción tenían:
todo ponto era, faltaban incluso playas al ponto.
     Ocupa este un collado, en una barca se sienta otro combada
y lleva los remos allí donde hace poco araba;
aquel sobre los sembrados o las cúpulas de una sumergida villa 295
navega, este en lo alto un pez prende de un olmo;
se fija en un verde prado, si la fortuna lo lleva, el ancla,
o, a ellas sometidos, curvadas quillas trillan viñedos,
y por donde ora gráciles cabritas grama arrancaban,
ahora allí ponen sus cuerpos las deformes focas. 300
Admiran bajo el agua florestas y ciudades y casas
las Nereides, y las espesuras poseen los delfines, y por sus altas
ramas corren, y los zarandeados troncos baten.
Nada el lobo entre las ovejas, dorados lleva la onda leones,
la onda lleva tigres, y ni sus fuerzas de rayo al jabalí, 305
ni sus patas veloces sirven al arrebatado ciervo,
y buscadas largo tiempo tierras donde posarse pudiera,
al mar, fatigadas sus alas, el pájaro errante cayó.
     Había sepultado túmulos la inmensa licencia del ponto,
y pulsaban las montanas cumbres unos nuevos oleajes. 310
La mayor parte por la onda fue arrebatada; a los que la onda ahorró,
los largos ayunos doman por el indigente alimento.

Deucalión y Pirra
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     Separa la Fócide los aonios de los eteos campos,
tierra feraz, mientras tierra fue, pero en el tiempo aquel
parte del mar y ancha llanura de súbitas aguas. 315
Un monte allí, con vértices dos, busca arduo los astros,
por nombre el Parnaso, y superan sus cumbres las nubes.
Aquí cuando Deucalión (pues lo demás lo había cubierto la superficie)
con la consorte de su lecho, en una pequeña balsa llevado, se aferró,
a las corícides ninfas y a los númenes del monte adoran 320
y a la fatídica Temis, que entonces esos oráculos tenía:
no que él mejor ninguno ni más amante de lo justo
hombre hubo, o que ella más temerosa alguna de los dioses.
Júpiter, cuando de fluentes lagos que estaba estancado el orbe,
y que quedaba un hombre solo, de tantos miles hacía poco, 325
y que quedaba, ve, de tantas miles hacía poco, una sola,
inocuos ambos, cultivadores de su numen ambos,
las nubes desgarró y, habiéndose las borrascas con el aquilón alejado,
al cielo las tierras muestra, y el éter a las tierras.
Tampoco del mar la ira permanece, y depuesta su tricúspide arma, 330
calma las aguas el regidor del piélago, y al que sobre el profundo
emerge y sus hombros con su innato múrice cubre,
al azul Tritón llama, y en su concha sonante
soplar le ordena, y los oleajes y las corrientes ya
revocar, su señal dando: su hueca bocina toma él, 335
tórcil, que a lo ancho crece desde su remolino inferior,
bocina, la cual, en medio del ponto cuando concibió aire,
los litorales con su voz llena que bajo uno y otro yacen Febo.
Entonces también, cuando ella la boca del dios, por su húmeda barba rorante,
tocó, y cantó henchida las ordenadas retretas, 340
por todas las olas oída fue de la tierra y de la superficie,
y por las que olas fue oída, contuvo a todas.
Ya el mar litoral tiene, plenos acoge el álveo a sus caudales,
las corrientes se asientan y los collados salir se ven.
Surge la tierra, crecen los lugares al decrecer las ondas, 345
y, después de día largo, sus desnudadas copas las espesuras
muestran y el limo retienen que en su fronda ha quedado.
     Devuelto el orbe fue, el cual, después de que lo vio vacío
y que las desoladas tierras hacían hondos silencios,
Deucalión con lágrimas así a Pirra se dirige brotadas: 350
'Oh hermana, oh esposa, oh hembra sola restante,
a la que a mí una común estirpe y un origen de primos,
después un lecho unió, ahora los propios peligros unen,
de las tierras, cuantas ven el ocaso y el orto,
nosotros dos la multitud somos: posee lo demás el ponto. 355
Esta tampoco todavía de la vida nuestra es garantía
cierta bastante; aterran todavía ahora nublados la mente.
¿Cuál, si sin mí de los hados arrebatada hubieras sido,
ahora tu ánimo, triste de ti, sería? ¿De qué modo sola
el temor soportar podrías? ¿Con consuelo de quién te dolerías? 360
Porque yo, créeme, si a ti también el ponto te tuviera,
te seguiría, esposa, y a mí también el ponto me tendría.
Oh, ojalá pudiera yo los pueblos reparar con las paternas
artes, y alientos infundir a la formada tierra.
Ahora el género mortal resta en nosotros dos: 365
así pareció a los altísimos, y de los hombres como ejemplos quedamos.'
Había dicho, y lloraban; decidieron al celeste numen
rezar y auxilio por medio buscar de las sagradas venturas.
Ninguna demora hay: acuden a la par a las cefísides ondas,
como todavía no transparentes, así ya sus vados conocidos cortando. 370
De allí, cuando licores de él tomados rociaron
sobre sus vestidos y cabeza, doblan sus pasos hacia el santuario
de la santa diosa, cuyas cúspides de indecente
musgo palidecían, y se alzaban sin fuegos sus aras.
Cuando del templo tocaron los peldaños se postró cada uno 375
inclinado al suelo, y atemorizado dio besos la helada roca,
y así 'Si con sus plegarias justas' dijeron 'los númenes vencidos
se ablandan, si se doblega la ira de los dioses,
di, Temis, por qué arte el daño del género nuestro
reparable es, y presta ayuda, clementísima, a estas sumergidas cosas.' 380
     Conmovida la diosa fue y su ventura dio: 'Retiraos del templo
y velaos la cabeza, y soltad vuestros ceñidos vestidos,
y los huesos tras vuestra espalda arrojad de la gran madre.'
Quedaron pasmados largo tiempo, y rompe los silencios con su voz
Pirra primera y los mandatos de la diosa obedecer rehúsa, 385
y tanto que le dé su venia con aterrada boca ruega, como se aterra
de herir, arrojando sus huesos, las maternas sombras.
Entre tanto repiten, por sus ciegas latencias oscuras,
las palabras de la dada ventura para sí, y entre sí les dan vueltas.
Tras ello el Prometida con plácidas a la Epimetida palabras 390
calma, y 'O falaz' dice 'es mi ingenio para nosotros,
o, píos son y a ninguna abominación los oráculos persuaden,
la gran madre la Tierra es: piedras en el cuerpo de la tierra
a los huesos creo que se llama; lanzarlas tras la espalda se nos manda.'
     De su esposo por el augurio aunque la Titania se conmovió, 395
su esperanza, aun así, en duda está: hasta tal punto ambos desconfían
de las celestes admoniciones; pero, ¿qué intentarlo dañará?
Descienden, y velan su cabeza y sus túnicas desciñen,
y las ordenadas piedras tras sus plantas mandan.
Las rocas (¿quién lo creería, si no estuviera por testigo la antigüedad?) 400
a deponer su dureza comenzaron, y su rigor
a mullir y, con la demora, mullidas, a tomar forma.
Luego, cuando crecieron y una naturaleza más tierna
les alcanzó, como sí semejante, del mismo modo manifiesta parecer no puede
la forma de un humano, sino, como de mármol comenzada, 405
no terminada lo bastante, a las rudas estatuas muy semejante era;
la parte aun así de ellas que húmeda de algún jugo
y terrosa era, vuelta fue en uso de cuerpo;
lo que sólido es y doblarse no puede, se muta en huesos;
la que ahora poco vena fue, bajo el mismo nombre quedó; 410
y en breve espacio, por el numen de los altísimos, las rocas
enviadas por las manos del hombre la faz tomaron de hombres,
y del femíneo lanzamiento reparada fue la mujer.
De ahí que un género duro somos y avezado en sufrimientos
y pruebas damos del origen de que hemos nacido. 415
     A los demás seres la tierra con diversas formas
por sí misma los parió, después de que el viejo humor por el fuego
se caldeó del sol, y el cieno y los húmedos charcos
se hincharon por su hervor, y las fecundas simientes de las cosas,
por el vivaz suelo nutridas, como de una madre en el seno 420
crecieron y faz alguna cobraron con el tiempo.
Así, cuando abandonó los mojados campos el séptuple fluir
del Nilo y a su antiguo seno hizo volver sus corrientes,
y merced a la etérea estrella, reciente, ardió hasta secarse el limo,
muchos seres, sus cultivadores, al volver los terrones, 425
encuentran, y entre ellos a algunos apenas comenzados, en el propio
espacio de su nacimiento, algunos inacabados y truncos
ven de sus proporciones, y en el mismo cuerpo a menudo
una parte vive, ruda es la parte otra tierra.
Porque cuando una templanza han tomado el humor y el calor, 430
conciben, y de ellos dos se originan todas las cosas,
y, aunque sea el fuego para el agua pugnaz, el vapor húmedo todas
las cosas crea, y la discorde concordia para las crías apta es.
Así pues, cuando del diluvio reciente la tierra enlodada
con los soles etéreos se encandeció y con su alto hervor, 435
dio a luz innumerables especies; y en parte sus figuras
les devolvió antiguas, en parte nuevos mostruos creó.

La sierpe Pitón
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     Ella ciertamente no quisiera, pero a ti también, máximo Pitón,
entonces te engendró, y de los pueblos nuevos, desconocida sierpe,
el terror eras: tan grande espacio de un monte ocupabas. 440
A él el dios tenedor del arco, y que nunca letales armas
antes sino en los gamos y corzas fugaces había usado,
hundido por mil disparos, exhausta casi su aljaba,
perdió, derramándose por sus heridas negras su veneno.
Y para que de esa obra la fama no pudiera destruir la antigüedad, 445
instituyó, sagrados, de célebre certamen, unos juegos,
Pitios, con el nombre de la domada serpiente, llamados.
Aquel de los jóvenes quien con su mano, sus pies o a rueda
venciera, de fronda de encina cobraba un galardón.
Todavía laurel no había y, hermosas con su largo pelo, 450
sus sienes ceñía de cualquier árbol Febo.

Apolo y Dafne
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     El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, que no
se lo dio el azar ignorante, sino la salvaje ira de Cupido.
El Delio a él, hacía poco, por su vencida sierpe soberbio,
lo había visto, doblando los cuernos para tensar el nervio, 455
y '¿Qué tienes tú, lascivo niño, con las fuertes armas?'
había dicho: 'esas son cargas decentes para los hombros nuestros,
que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo,
que al que ora con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía,
hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón. 460
Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate
con irritar, y no las loas reclames nuestras.'
El hijo a él de Venus 'Atraviese el tuyo todo, Febo,
a ti mi arco' dice, 'y cuanto los seres ceden
todos al dios, tanto menor es tu gloria a la nuestra.' 465
Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas,
diligente, en el umbroso recinto del Parnaso se posó,
y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos
de diversas obras: ahuyenta este, causa aquel el amor.
El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda. 470
El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo.
Este el dios en la ninfa Peneide clavó, mas con aquel
hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las medulas.
En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante,
de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas 475
fieras gozando, y émula de la innupta Febe.
Con una cinta sujetaba, puestos sin ley, sus cabellos.
Muchos la pretendieron; ella, rechazando a los pretendientes,
sin soportar ni conocer varón, bosques no hollados lustra
y de qué sea el Himeneo, qué el Amor, qué el matrimonio, no cura. 480
A menudo su padre le dijo: 'Un yerno, hija, me debes,'
a menudo su padre le dijo: 'Me debes, niña, unos nietos.'
Ella, como un crimen las teas odiando conyugales,
su pulcro rostro teñía de un verecundo rubor
y de su padre en el cuello prendida con tiernos brazos: 485
'Dame, padre queridísimo' dijo 'de una perpetua
virginidad disfrutar: dio esto su padre antes a Diana.'
Él, ciertamente, obedece, pero a ti el decor este, lo que deseas
prohíbe que sea, y con tu voto tu hermosura pugna.
Febo ama, y al verla desea las bodas de Dafne, 490
y lo que desea espera, y sus propios oráculos le engañan;
y como las leves cañas sahúman, despojadas de sus espigas,
como con las hachas los cercados arden, que al acaso un caminante
o demasiado acercó o ya a la luz abandonó,
así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo 495
se abrasa, y estéril, esperando, nutre un amor.
Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos
y '¿Qué si se los peinara?,' dice. Ve de fuego brillantes,
a estrellas semejantes sus ojos, ve sus labios, que no
es haber visto bastante; alaba sus dedos y manos 500
y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros;
si algo está oculto, mejor lo cree. Huye más veloz que el aura
ella leve y no ante estas palabras del que la revoca se detiene:
'¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo,
¡ninfa, espera! Así la cordera al lobo, así la cierva al león, 505
así al águila con su ala huyen temblorosa las palomas,
a los enemigos cada uno suyos: el amor es para mí la causa de seguirte.
Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de herirse
tus piernas señalen las zarzas y sea yo para ti causa de dolor.
Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio, te ruego, 510
corre y tu fuga inhibe, que más despacio persiga yo.
A quién complaces pregunta, con todo: no un paisano del monte,
no yo soy un pastor, no aquí reses y greyes,
hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes
a quién huyes y por eso huyes: a mí la délfica tierra 515
y Claros y Ténedos y los reales de Pátara me sirven;
Júpiter es mi padre; por mí lo que será, y ha sido,
y es se revela; por mí concuerdan las canciones con los nervios.
Cierta, en verdad, la nuestra es: que la nuestra, con todo, una saeta
más cierta hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hizo. 520
Invento la medicina mío es, y auxiliador por el orbe
me llaman, y de las hierbas la potencia sometida está a nos.
¡Ay de mí, que por ningunas el amor es sanable hierbas,
y no sirven a su dueño, las que sirven a todos, artes!'
     Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia 525
huye, y con él mismo sus palabras inacabadas deja,
entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos,
y las brisas opuestas hacían vibrar sus ropas a su encuentro,
y leve el aura atrás daba, empujados, sus cabellos,
y acreciose su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más 530
perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba
el propio Amor, a tendido paso sigue sus plantas.
Como el perro, en un vacío campo, cuando una liebre, el galgo,
vio, y este su presa con los pies busca, aquella su salvación;
el uno, como quien está a punto de cogerla, ya, ya tenerla 535
espera, y con su extendido morro roza sus plantas;
la otra en la duda está de si ya ha sido apresada, y de los propios
mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja:
así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor.
Sin embargo el que persigue, por las alas ayudado del Amor, 540
más veloz es, y el descanso niega, y a la espalda de la fugitiva
acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.
Sus fuerzas ya consumidas, palideció ella, y vencida
por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas
'Presta, padre,' dice 'ayuda; si las corrientes numen tenéis, 545
por la que demasiado complací, mutándola, pierde mi figura.'
Apenas la plegaria acabó un torpor grave ocupa su cuerpo,
su muelle torso se ciñe de una tenue corteza,
en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen, 550
el pie, ora tan veloz, con morosas raíces se prende,
su cara copa tiene: permanece su nitor solo en ella.
     A esta también Febo ama, y, puesta en su madero su diestra,
siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho,
y estrechando en sus brazos esas ramas, como a miembros, 555
besos da al leño; rehúye en cambio sus besos el leño.
Al cual el dios: 'Mas, puesto que esposa mía no puedes ser,
el árbol serás, ciertamente' dijo 'mío. Siempre te tendrán
a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti nuestras, laurel, aljabas;
Tú a los generales Lacios asistirás cuando su alegre voz 560
el Triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas;
en los postes Augustos tú misma, fidelísisma guardiana,
ante sus puertas estarás, y la encina central guardarás,
y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos,
tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores.' 565
Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea
asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.

Júpiter e Ío (I)
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     Hay un bosque en la Hemonia al que, acantilada, por todos lados cierra
una espesura: le llaman Tempe; por ellos el Peneo, desde el profundo
Pindo derramándose, con sus espumosas rueda ondas, 570
y, en su caer pesado, nubes que agitan tenues
humos congrega, y sobre sus supremas espesuras con su aspersión
llueve, y con su sonar más que a la vecindad fatiga.
Esta la casa, esta la sede, estos son los penetrales del gran
caudal; en ellos residente, en su antro hecho de escollos, 575
a sus ondas leyes daba, y a las ninfas que honran sus ondas.
Se reúnen allá las paisanas corrientes primero,
ignorando si congratulen o consuelen al padre:
rico en álamos el Esperquío y el irrequieto Enipeo
y el Apídano anciano y el lene Anfriso y el Eante, 580
y pronto los caudales otros que, por donde los llevó su ímpetu a ellos,
hacia el mar abajan, cansadas de su errar, sus ondas.
     El Ínaco solo falta y, en su profundo antro, recóndito,
con sus llantos aumenta sus aguas, y a su hija -tristísimo- Ío,
plañe como perdida: no sabe si de vida goza 585
o si está con los Manes, pero a la que no encuentra en ningún sitio
estar cree en ningún sitio y en su ánimo lo peor teme.
     La había visto, de la paterna corriente regresando, Júpiter
a ella y 'Oh virgen de Júpiter digna y que feliz con tu
lecho ignoro a quién has de hacer: busca' le había dicho 'las sombras 590
de esos altos bosques,' y de los bosques había mostrado las sombras,
'mientras hace calor y en medio el sol está, altísimo, del orbe,
que si sola temes en las guaridas entrar de las fieras,
segura, con la protección de un dios, de los bosques el secreto alcanzarás,
y no de la plebe un dios, sino el que los celestes cetros 595
en mi gran mano sostengo, pero el que los errantes rayos lanzo:
no me huyas,' pues huía. Ya los pastos lerneos,
y, sembrados de árboles, los lirceos había abandonado campos,
cuando el dios, produciendo una calina, las anchas tierras
ocultó, y detuvo su fuga, y le arrebató su pudor. 600
     Entre tanto Juno abajo miró, hacia Argos,
y de que la faz de la noche hubieran causado unas nieblas voladoras
en el esplendor del día admirada, no que de una corriente ellas
fueran, ni sintió que de la humedecida tierra fueran remitidas,
y su esposo dónde esté busca en derredor, como la que, 605
sorprendido tantas veces, ya conociera los hurtos del marido.
Al cual, después de que en el cielo no halló 'O yo me engaño
o se me ofende', dice y deslizándose del éter supremo
se posó en las tierras y a las nieblas retroceder ordenó.
De su esposa la llegada había presentido, y en una lustrosa 610
novilla el aspecto de la Ináquida había mutado él
(de res también hermosa es). La belleza la Saturnia de la vaca,
aunque contrariada, aprueba, y además de quién, y de dónde, o de qué
manada era, de la verdad como desconocedora, no renuncia a preguntar.
Júpiter de la tierra engendrada la miente, para que su autor 615
deje de inquirir: pide a esta la Saturnia de regalo.
¿Qué iba a hacer? Cruel cosa adjudicarle sus amores,
no dárselos sospechoso es: el pudor es quien persuade de lo uno,
de lo otro disuade el amor. Vencido el pudor habría sido por el amor,
pero si el leve regalo, a su compañera de linaje y lecho, 620
de una vaca le negara, pudiera no una vaca parecer.
Su rival ya regalada no en seguida se despojó de todo
la divina miedo, y temió a Júpiter, y estuvo ansiosa de su hurto,
hasta que al Arestórida, para ser custodiada, la entregó, a Argos.

     De cien luces ceñida su cabeza Argos tenía, 625
de donde por sus turnos tomaban de dos en dos descanso,
los demás vigilaban y en posta quedaban.
Comoquiera que se apostara miraba a Ío,
ante sus ojos a Ío, aun vuelto, tenía.
A la luz la deja apacentarse; cuando el sol bajo la tierra alta está, 630
la encierra e indigno circunda de cadenas su cuello.
De frondas de árbol y de amarga se apacienta hierba,
y, en vez de en un lecho, en una tierra que no siempre grama tiene
se acuesta, infeliz, y limosas corrientes bebe.
Ella, incluso, suplicante a Argos, cuando sus brazos quisiera 635
tender, no tuvo qué brazos tendiera a Argos,
e intentando quejarse su boca, mugidos dio,
y se llenó de temor de esos sonidos, y de su propia voz aterrose.
Llegó también a las riberas donde jugar a menudo solía,
del Ínaco a las riberas, y nuevos cuando contempló en su onda 640
sus cuernos, se llenó de temor y de sí misma consternada huyó.
Las náyades ignoran, ignora también Ínaco mismo
quién sea; mas ella a su padre sigue y sigue a sus hermanas
y sufre que la toquen y a sus admiraciones se ofrece.
Cortadas el anciano Ínaco le había acercado unas hierbas: 645
ella sus manos lame y de su padre besa las palmas
y no retiene las lágrimas y, si solo las palabras siguieran,
le orara auxilio y el nombre suyo y sus casos le dijera.
Letras, en vez de palabras, que su pie en el polvo trazó,
de su cuerpo mutado como indicio amargo actuaron. 650
'Triste de mí,' exclama el padre Ínaco y de la que gemía
en los cuernos, y de la nívea colgándose en la cerviz novilla
'Triste de mí,' reitera; '¿Tú eres, buscada por todas
las tierras, mi hija? Tú no encontrada que hallada
un luto eras más leve. A cambio callas y mutuas a las nuestras 655
palabras no respondes, de tu alto pecho solo suspiros
sacas y, lo que solo puedes, a mis palabras remuges.
Mas a ti yo, sin saberlo, tálamos y teas preparaba
y esperanza tuve de un yerno la primera, la segunda de nietos.
De la grey ahora tú un marido, y de la grey un hijo has de tener. 660
Y poner fin no puedo con mi muerte tantos dolores,
sino que mal me hace ser dios, y cerrada la puerta de la muerte
nuestros lutos extiende a una eterna edad.'
Mientras de tal se aflige, el constelado lo aparta Argos
y, arrancada de su padre, hacia lejanos pastos a su hija 665
arrnaca. Él mismo, lejos, de un monte la sublime cima
ocupa, desde donde sentado otea hacia todas partes.
     Tampoco de los altísimos el regidor los males tan grandes de la Forónide
más allá soportar puede y a su hijo llama, al que la lúcida Pléyade
de su vientre había parido, y que a la muerte dé, le impera, a Argos. 670
Pequeña la demora es la de las alas en sus pies, y la vara somnífera
en su potente tomar mano, y el cobertor para sus cabellos.
Ello cuando dispuso, de Júpiter el hijo desde el paterno recinto
salta a las tierras; allí su cobertor se quitó
y depuso sus alas, y solamente la vara retuvo: 675
con ella lleva, como pastor, por desviados campos unas cabritas
que mientras venía había abducido, y con unas ensambladas avenas canta.
Por esa voz nueva cautivado el guardián de Juno, 'Mas tú,
quienquiera que eres, en esta podrías conmigo sentarte roca,'
Argos dice, 'pues tampoco para el ganado más fecunda en ningún 680
lugar hierba hay, y apta ves para los pastores la sombra.'
Se sienta el Atlantíada, y al que se iba, de muchas cosas hablando
detuvo con su discurso, al día, y con sus juntadas cantando
cañas vencer sus vigilantes luces intenta.
Él en cambio pugna por vencer sobre los blandos sueños 685
y, aunque el sopor en parte de sus ojos se ha alojado,
en parte en cambio vigila. Pregunta también, pues descubierta
la fístula hacía poco había sido, con qué razón fue descubierta.

Pan y Siringe
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     Entonces el dios 'De la Arcadia bajo los helados montes' dice,
'entre las hamadríades muy célebre Nonacrinas, 690
náyade una hubo; las ninfas Siringe la llamaban.
No una vez a los sátiros había burlado ella, que la perseguían,
y a cuantos dioses la sombreada espesura y el feraz
campo tiene. A la Ortigia diosa con sus afanes y con su propia
virginidad honraba. Según el rito también ceñida de Diana, 695
engañaría y podría creérsela la Latonia, si no
de cuerno el arco de esta, si no fuera áureo el de aquella;
así también engañaba. Volviendo ella del collado Liceo
Pan la ve, y de pino agudo ceñida su cabeza
tales palabras refiere...' Restaba sus palabras referir, 700
y que, sus preces despreciadas, había huido por lo no hollado la ninfa,
hasta que del arenoso Ladón al plácido caudal
llegó; que aquí ella, su carrera al impedirle sus ondas,
que la mutaran a sus líquidas hermanas les rogó,
y que Pan, cuando presa de él ya a Siringe creía, 705
en vez del cuerpo de la ninfa, cálamos sostuvo lacustres,
y que mientras allí suspira, movidos dentro de la caña los vientos
hicieron un sonido tenue y semejante a quien se lamenta;
que por esa nueva arte y por la dulzura de su voz el dios cautivado
'Este coloquio a mí contigo' había dicho 'me quedará,' 710
y que así, los dispares cálamos, con la trabazón de la cera
entre sí juntados, el nombre retuvieron de la muchacha.

Júpiter e Ío (II)
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     Tales cosas cuando iba a decir, ve el Cilenio que todos
se habían postrado los ojos, y cubiertas sus luces por el sueño:
reprime al instante su voz y reafirma su sopor, 715
sus lánguidas rozando luces con la ungüentada vara.
Y, sin demora, con su falcada espada al que cabeceaba hiere
por donde al cuello es confín la cabeza, y de su roca, cruento,
abajo lo lanza, y mancha la acantilada con su sangre peña.
Argos, yaces, y la que en tantas luces luz tenías 720
extinguido se ha, y cien ojos una noche ocupa sola.
     Los recoge, y del ave suya la Saturnia en sus plumas
los coloca, y de gemas consteladas su cola llena.
En seguida se inflamó y los tiempos de su ira no difirió
y, horrífera, ante los ojos y el ánimo de su rival argólica 725
lanzó a la Erinis, y aguijadas en su pecho ciegas
escondió, y prófuga por todo el orbe la hostigó.
Último restabas, Nilo, a su inmensa labor;
el cual en cuanto tocó y, puestas en la margen de su ribera
sus rodillas, se postró, y alzada, con el cuello levantado, 730
elevando a las estrellas, los que solo pudo, sus semblantes,
con su gemido, y con sus lágrimas, y con su luctuoso mugido
con Júpiter pareció quejarse y el fin rogar de sus males.
De su esposa él estrechando el cuello con sus brazos,
que ponga fin a sus castigos de una vez le ruega y 'Para el futuro 735
deja tus miedos,' dice: 'nunca para ti causa de dolor
ella será,' y a las estigias ordena que esto oigan lagunas.
Cuando aplacado la diosa se hubo, sus rasgos cobra ella anteriores
y se hace lo que antes fue: huyen del cuerpo las cerdas,
los cuernos decrecen, se hace de su luz más estrecho el orbe, 740
se contrae su comisura, vuelven sus hombros y manos,
y su pezuña, disipada, se subsume en cinco uñas:
de la res nada queda a su figura, salvo el blancor en ella,
y, con el servicio de dos pies la ninfa contenta
se yergue, y teme hablar, no sea que a la manera de la novilla 745
muja, y tímidamente las palabras interrumpidas retienta.
     Ahora como diosa la honra, celebradísima, la multitud vestida de lino.
Ahora que Épafo engendrado fue de la simiente del gran Júpiter por fin
se cree, y por las ciudades, juntos a los de su madre, templos tiene. 750

Faetón (I)
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      Tuvo este en ánimos y en años un igual,
del Sol engendrado, Faetón, al cual, un día, que grandes cosas decía
y que ante él no cedía, de que fuera Febo su padre soberbio,
no lo soportó el Ináquida y 'A tu madre' dice 'todo como demente
crees y estás henchido de la imagen de un padre falso.'
Enrojeció Faetón y su ira por pudor reprimió, 755
y llevó a Clímene los insultos de Épafo, su madre,
y 'Para que más te duelas, madre' dice 'yo, ese libre,
ese feroz, callé. Me avergüenza que estos oprobios a nos
decirse sí se han podido, pero no se han podido desmentir.
Mas tú, si ora he sido de celeste estirpe creado, 760
dame una señal de tan gran linaje y reclámame al cielo.'
Dijo y enlazó en el materno sus brazos cuello,
y por la suya y de Mérope la cabeza, y las teas de sus hermanas,
que le trasmitiera a él, le rogó, de su verdadero señales padre.
Ambiguo si Clímene por las súplicas de Faetón o por la ira 765
movida más del crimen dicho contra ella, ambos brazos al cielo
extendió y mirando hacia las luces del Sol:
'Por el resplandor este,' dice 'con sus rayos coruscos insigne,
hijo, a ti te juro, que nos oye y que nos ve,
que de este tú, a quien contemplas, de este tú, que tiempla el orbe, 770
del Sol, has sido engendrado; si fingidas cosas digo, niéguese él a ser visto
de mí y sea para los ojos nuestros la luz esta la postrera.
Y no larga labor es para ti conocer los patrios penates.
De donde él surge la casa es confín a la tierra nuestra:
si ora te lleva tu ánimo, camina y averígualo de él mismo.' 775
Salta al instante, alegre tras tales de la madre
suya palabras Faetón, y concibe éter en su mente,
y los etíopes suyos y, puestos bajo los fuegos sidéreos,
los indos atraviesa, y de su padre acude diligente a los ortos.