Candor editar




Azul... azul... ¡azul estaba el cielo!

El hálito quemante del estío

comenzaba a dorar el terciopelo

del prado, en donde remansa el río.


A lo lejos, el humo del bohío,

tal de una novia el intocado velo,

se alzaba hasta perderse en el vacío

con ondulante y silencioso vuelo.


De pronto me dijiste: el amor mío

es puro y blando, así como ese río

que rueda allá sobre el lejano suelo;


y me miraste al terminar, tranquila,

con el alma asomada en tu pupila,

y estaba azul tu alma como el cielo.