La ondina

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Vive bajo las ondas del arroyuelo

que sobre el blando césped corre y

murmura,

en sus ojos azules hay luz del cielo,

y es como el cielo su alma serena y pura.


Bajo los verdes frondas del soto umbrío

suele ocultar sus formas blancas y bellas

a los rayos candentes del seco estío

y a las dulces miradas de las estrellas.


Su corazón no esconde pena ni agravio,

ni el llanto a sus pupilas siquiera brota,

habla, y su voz sentida tiembla en el labio

como tiembla en el arpa la dulce nota.


Hay rumores sutiles en las riberas

donde las almas gimen y se quebrantan,

y entre el blando plumaje de las palmeras

nidos que se estremecen y aves que cantan.


Zumban los colibríes en los vergeles

y sus picos enclavan como saetas

en las bocas rosadas de los claveles

y en los ojos azules de las violetas.


Bajo los negros bordes de una alta roca

con las ondas azules se agita y juega,

y el cefirillo blando su frente toca

y entre sus rojos labios las alas pliega.


Sus desnudos contornos el astro mira,

y en luz amarillenta su cuerpo baña,

y la envuelva en sus rayos hasta que expira

tras de las negras cumbres de la montaña.


En las tardes azules de primavera,

cuando a cerrarse empiezan las amapolas,

voy a verla y... sonríe, más la hechicera

al mirar que me acerco se hunde en las olas!