Orlando furioso, Canto 16
1 Penas de amor se prueban a patadas,
de que he sufrido yo la mayor parte,
que tanto en mi mal fueron conjuradas
que puedo con razón de ellas hablarte.
Y así, si he dicho en mil veces pasadas,
de viva voz o con mi pluma y arte,
que hay mal leve y hay mal amargo y fiero,
piensa que lo que digo es verdadero.
2 Dije, digo y diré mientras que viva,
que quien con digno lazo se halla atado,
si bien ve a su señora de él esquiva
y adversa por completo a su cuidado,
si bien Amor de su favor le priva,
después que empleo y tiempo ha derrochado,
pues tan alto el amor que ansiaba era,
llorar no debe, aunque se abata y muera.
3 Debe llorar aquel que se ha hecho siervo
de ojos hermosos y de hermosa mecha,
en que se esconde un corazón protervo
de vicio ancho y caridad estrecha.
Querría huir, y como herido ciervo
dondequiera que va, lleva la flecha:
de sí vergüenza y de su amor padece,
y calla, aunque es sanar cuanto apetece.
4 Grifón tal pena a sí mismo se impuso,
pues ve el error, pero enmendar no puede;
ve cuán vilmente su cuidado puso
en dama que su mal procura adrede;
y así a la razón vence el mal uso
y así el arbitrio al apetito cede:
por más que sea fementida e impía,
él en buscarla donde esté porfía.
5 Digo, y la bella historia así reemprendo,
que en secreto partió del lugar mudo,
sin osarle a su hermano hablar, temiendo
que él lo afease como hacía a menudo.
A Ramla enderezó, hacia el mar torciendo,
por el paso más llano y menos crudo.
Llegó a Damasco al fin del sexto día,
de allí siguió camino hacia Antioquía.
6 Topó entrando en Damasco al caballero
de quien quiso Orrigila hacerse sierva
y aviénense en costumbres por entero
como se aviene con la flor la hierba;
pues ambos son de corazón ligero
el uno gran traidor, la otra proterva;
y el uno al otro encubre su defecto
de ser crüel bajo cortés aspecto.
7 Marchaba el caballero --os refería---
sobre un corcel bizarramente armado,
de la vil Orrigila en compañía,
vestida en traje azul de oro bordado.
Dos lacayos también, a los que hacía
portar yelmo y escudo, había al lado.
Marchaba, pues, al fin como el que gusta
con gran pompa a Damasco ir a una justa.
8 Y es que el rey de Damasco había hecho
aquellos días pregonar gran fiesta,
a causa de la cual con gran pertrecho
llegaban caballeros en respuesta.
En cuanto vio Orrigila en aquel trecho
llegar Grifón, temió ofensa funesta;
pues sabe que su amante no es tan fuerte
que pueda contra él batirse a muerte.
9 Pero, pues es audaz y harto ladina,
pese a casi temblar hasta el sollozo,
compone el gesto allí y la voz afina,
de suerte que consigue hábil embozo.
Después que con su amante ardid maquina,
corre y, fingiendo extremo su alborozo,
sobre Grifón prestísima se echa,
abre los brazos, y su cuello estrecha.
10 Después, acreditando con el gesto
la miel de aquella voz con que lo alela,
dijo llorando al fin: «Señor, ¿es esto
el premio que merece el que ama y cela?
¿Que, tras un año ya que sin ti resto,
empiece ahora el segundo, y no te duela?
¡Ay que, si espero en casa tu venida
no sé si alguna vez te viera en vida!
11 »Cuando de Nicosia me esperaba,
donde quisiste en la gran corte verte,
que a mí volvieses que con fiebre estaba
de ti olvidada a pique de la muerte,
supe que a Siria tu corcel andaba,
lo cual golpe me fue tan duro y fuerte,
que, no sabiendo rastrear tu paso,
casi el pecho yo misma me traspaso.
12 »Mas duplicada la Fortuna encuentro;
pues cuanto tú no atiendes, me procura:
mandó mi hermano, con el cual me encuentro,
y hace que marche de mi honor segura;
y ahora me trae a tu feliz encuentro
que más estimo que cualquier ventura;
y lo hace a tiempo, que si tarda creo
que habría al poco muerto del deseo.»
13 Y así siguió (pues era cuando miente
más astuta que el zorro más avieso)
a dar su queja tan astutamente,
que echó en Grifón de toda culpa el peso.
Creer le hizo, no ya el ser pariente,
mas que hereden de un padre carne y hueso;
que son sus mañas tan diestras y cucas
que más falsos parecen Juan y Lucas.
14 No es ya que la perfidia no reprende
Grifón de aquella inicua más que bella;
ni que venganza contra aquel no emprende
del que adulterio cometió con ella,
sino que grande la victoria entiende
de que ella no prosiga la querella;
y como su cuñado verdadero
celebra y agasaja al caballero.
15 Con él llega a Damasco a paso quedo,
y de él siente entretanto la pelea
que ha hecho disponer en magno ruedo
el rey de Siria en la ciudad caldea,
y que a cualquiera allí, de cualquier credo,
o sea cristiano, o de otro dogma sea,
en toda la ciudad se le asegura,
durante el tiempo que la fiesta dura.
16 Mas quiero un poco postergar a un lado
la historia de la pérfida Orrigila,
que había a sus amantes traicionado
no ya una sola vez, sino una pila;
e ir a ver el haz desmesurado
de los doscientos mil que ahora se apila
alrededor de la ciudad del Sena,
y causan a sus muros daño y pena.
17 Lo interrumpí cuando Agramante había
dado asalto a una puerta; y cómo yerra,
porque desprotegida la creía,
y era allí donde el paso más se cierra;
porque en persona Carlos la atendía
con los demás maestros de la guerra:
los Guidos, Belenguer, Avolio, Avino,
Oto, Angeler, y más de un Angelino.
18 A la vista de Carlos y Agramante
un campo y otro distinguirse quiere,
pues gran fama tendrá y premio abundante
quien haga cuanto allí se le requiere.
No puede empero el moro hacer bastante
que el mal que sufrió antes atempere;
pues tan sinfín de muertos hay expuesto,
que ejemplo le es de loca audacia al resto.
19 Llueve, como granizo, espeso manto
de flechas desde el alto del baluarte.
Meten los gritos en el cielo espanto,
que dan la nuestra y la contraria parte.
Mas dejo a Carlos y Agramante un tanto,
que he de cantar del africano Marte,
aquel terrible Rodomonte horrendo,
que va por medio de París corriendo.
20 No sé, Señor, si aún tenéis en mente
a este soberbio infiel presuntuoso,
que había dejado atrás muerta a su gente,
entre los muros y el segundo foso
para alimento de la llama ardiente
en caso, como nunca otro, espantoso.
De un salto dije que cayó en la tierra
pasando el foso que la ciñe y cierra.
21 Cuando fue el atroz alarbe conocido
por la escamosa piel de su coraza,
allá do el pueblo más desprotegido
atento estaba al ruido de la plaza,
se alzó una voz, un llanto, un alarido
un ruego que de Dios la ayuda emplaza,
y nadie, si correr podía, hubo
que en casa o templo oculto no se estuvo.
22 Mas poco vale tal contra la espada,
que al aire blande el musulmán robusto:
se ve aquí media pierna cercenada,
una cabeza allí lejos del busto;
cortar a uno por medio de la ijada,
partir a otro del casco al vientre justo;
mas de tantos que lleva al postrer trance,
no halla ninguno al que de frente alcance.
23 Lo que hace al hato el tigre del somonte
en el ircano campo o junto al Ganges,
o al manso y baifo el lobo en aquel monte
que a Tifeo enterró tronco y falanges,
allí hace el soberbio Rodomonte,
no diré que a milicias o a falanges,
sino al ruin vulgo y populacho indigno
del que es morir, antes que nazca, el signo.
24 Ninguno halla al que pueda ver de frente
entre tantos que ensarta o que cercena.
Por la calle que va derecha al puente
de San Miguel, tan populosa y llena,
corre el fiero pagano incontinente
agitando su espada sarracena:
no mira si es señor o si criado,
si es justo o si rendido ante el pecado.
25 No le aprovecha religión al cura,
ni la inocencia al niño le aprovecha;
ni a dueña ni a doncella le asegura
su gesto hermoso o su dorada mecha;
la vejez se maltrata y se captura,
y no sé al fin si el moro más cosecha
por tal fama de bravo o de salvaje,
pues no distingue edad, sexo o linaje.
26 Mas no la ira con sangre humana sacia
aquel feroz, entre las fieras, fiera;
porque templos y casas en la razia
quiere abrasar en pavorosa hoguera.
Según dicen, las casas por desgracia
eran entonces todas de madera;
y es de creer, pues en París hoy día
de diez casas lo son seis todavía.
27 No parece, aunque todo en fuego arda,
que tan gran odio aún saciarlo pueda;
y a hallar en la estructura punto aguarda
tal que al dar golpe el edificio ceda.
Creed, señor, que nunca una bombarda
visteis en Padua que de suerte agreda
que tal destrozo en un muro provoque,
como hace el rey de Argel con solo un toque.
28 Si, mientras devastó a fuego y a espada
Rodomonte París con tanta guerra,
hubiera hecho Agramante en ella entrada
habría suya el moro hecho la tierra;
mas no fue así, pues lo impidió la armada
que el paladín de Escocia y de Inglaterra
traía, muy nutrida de soldados,
por el Silencio y San Miguel guïados.
29 Dios quiso que a la vez que Rodomonte
entra en París y abrasa todo éste,
cerca de allí la flor de Claramonte
esté y junto a él la inglesa hueste.
A tres leguas de aquel crudo horizonte,
había tirado el puente e ido a oeste,
a fin de que, asaltando al africano,
el río aquel ardid no hiciese vano.
30 A París consignó seis mil arqueros
bajo la altiva enseña de Eduardo,
y dos mil o más veloces caballeros
que siguen como guía a Armán gallardo.
Les da la orden de ir por los senderos
que París unen con el mar picardo,
y que en pro hagan de la que es sitiada
por San Martín y San Dionisio entrada.
31 El porte de los carros y aparejos
por esta senda manda que hecho sea.
Él con el resto fue un poco más lejos,
pues piensa que es mejor si él más rodea.
Lleva barcazas, puentes y trebejos
para el Sena, que no bien se vadea.
Pasados todos ya y rotos los puentes,
mandó formar a las britanas gentes.
32 Mas antes convocó en aquellos llanos
frente a él capitanes y barones,
y, a fin de que oírlo puedan los britanos,
subió a un alto, y les dijo estas razones:
«Señores, levantad a Dios las manos
y dad gracias que os traiga a estas regiones
para que, luego de fatiga breve,
sobre toda nación, vuestro honor leve.
33 »Hoy por vosotros se verán salvados,
dos príncipes, si el cerco se levanta:
el uno vuestro rey, al que obligados
estáis a defender en pena tanta;
el otro emperador, cuyos estados
ronca tienen de honrarlo la garganta;
más otros reyes, duques, caballeros
condes y nobles propios y extranjeros.
34 »Salvando, así, París no solamente
merced os deberán los parisinos,
que, mucho más que por el mal presente,
gimen tristes, medrosos y mohínos
por hijos y mujeres juntamente
que un mismo mal padecerán mezquinos.
y por las monjas, cuyo sacro voto
no quieren que en el saco les sea roto.
35 »Liberar la ciudad de los paganos,
no es, pues, favor tan solo a parisinos
sino a pueblos que en fe les son hermanos,
y no sólo de aquellos más vecinos;
pues no hay tierra poblada de cristianos
que no haya a esta ciudad dado vecinos;
así que si vencéis, no sólo Francia
al cabo os ha de honrar en abundancia.
36 »Se usó entre los antiguos dar corona
a quien salvase a un hombre de la muerte,
¿qué se ha de dar no ya al que una persona,
sino a infinitas salva de esta suerte?
Mas si la envidia o la vileza encona
tan santa obra con su inquina fuerte,
creed que, cuando caiga el franco muro,
no habrá italiano ni alemán seguro;
37 »ni hombre de otro reino que venera
a Aquel que dio su vida en el madero.
Y no penséis que el mar os da frontera
infranqueable para el moro fiero;
pues si otras veces ya, saliendo fuera
de Abila y Calpe a mar que es extranjero,
rapiña han hecho por las islas vuestras,
¿qué harán ya dueños de las tierras nuestras?
38 »Mas cuando ni interés ni honor alguno
os mueva a acometer tan digna empresa,
deber común es socorrer a uno
que nuestra misma religión profesa.
Y os digo más: que no tema ninguno
que no sean esos perros fácil presa;
pues gente son de escaso y mal bagaje,
sin brío, sin pericia y sin coraje.»
39 Pudo con estas y con más razones,
dichas con firme voz de proa a popa,
Reinaldo enardecer a sus barones
y a toda aquella belicosa tropa;
y fue, como se dice a estas cuestiones,
dar espuela al corcel que ya galopa.
Hizo, después de hablar de esta manera,
marchar a cada cual tras su bandera.
40 Sin estrépito alguno, sin un ruido
hace marchar la tripartita hueste:
Zerbín, que sigue el río de corrido,
será el primero que a luchar se apreste;
prescribe a la de Irlanda un recorrido
mayor para que más lejos se apueste;
y en medio a infantes y caballos cierra
que trae el de Alencastro de Inglaterra.
41 Después que deja a todos en camino,
cabalga el paladín ribera arriba
y pasa adelantando al buen Zerbino
y a todo el campo que a su mando iba.
También al rey Orán y al rey Sobrino
pasa después que hasta su hueste arriba,
que a media milla junto a los de España
guardan de aquella parte la campaña.
42 Y, al fin, después que la legión bravía
con tan segura escolta llegar pudo,
pues fue el Silencio y San Miguel su guía,
no resistiendo más estarse mudo,
alzó la voz ante la hueste impía,
de la trompa elevó el sonido agudo.
y aquel clamor llegó al cielo sereno
y heló la sangre al necio sarraceno.
43 Reinaldo, con la lanza en ristre puesta,
pica el corcel, y a la escocesa armada
deja detrás a un tiro de ballesta,
pues mucho demorarse más lo enfada.
Cual ráfaga de viento harto molesta
que trae detrás la tempestad pesada,
así se arranca el paladín gallardo
clavando espuela a su corcel Bayardo.
44 Temen los moros la fatal matanza,
cuando hacia ellos el de Aimón cabalga:
en mano se les ve temblar la lanza,
el pie en estribo, en el arzón la nalga,
Sólo a Puliano el miedo no le alcanza
que no sabe quién sea el que le salga;
y, no pensando hallar prueba así amarga,
contra Reinaldo galopando carga;
45 y aplica en el lanzón toda su fuerza
y toda en sí recoge su persona;
después al bruto con la espuela fuerza
y a rienda suelta al choque lo abandona.
No finge el otro ni apostura esfuerza
y muestra cuanta ya su fama abona:
que más parece ser por gracia y arte
no ya el hijo de Aimón, sino el de Marte.
46 Fueron en enristrar la lanza pares,
que ambos apuntan a la frente opuesta;
mas fueron luego en la virtud dispares,
porque uno pasa y otro muerto resta.
Más se precisa en estos avatares
que el bien llevar la lanza en ristre puesta:
suerte también precisa el arte armada,
pues vale al fin sin ella o poco o nada.
47 La buena lanza el paladín retoma
y contra el rey de Orán se arroja crudo,
que es hombre de alma miserable y roma,
pero grande de cuerpo y muy membrudo.
Con loable golpe a Marbalusto aploma,
aunque hinque abajo el asta en el escudo;
y quien lo acuse de destreza falto,
sepa que no llegaba a dar más alto.
48 No tanto hizo el escudo que no entre,
aun siendo fuera acero y dentro palma,
y que haga huir al punto por el vientre
de aquel gran cuerpo aquella ínfima alma.
El corcel, que se ve que ahora se encuentre
tan pronto libre de tan grave enjalma,
dio gracias a Reinaldo en sus adentros
de ahorrarle más sudor y más encuentros.
49 Rota el asta, Reinaldo el corcel vuelve
tan veloz que parece ser Pegaso,
e impetuoso y bravo se revuelve
allá donde hay más densa chusma al caso.
No hay arma que en cristal no se resuelve
de su Fusberta sanguinaria al paso;
pues no hay hierro templado que le priva
de penetrar hasta la carne viva.
50 Apenas halla su tajante acero
templado arnés que su ímpetu resista,
sino adargas de roble o blando cuero,
turbante y camisilla desprovista.
No es raro, pues, que el buen Reinaldo fiero
deshaga, abata y raje al que allí embista;
que nadie allí de espada más se abriga,
que de hoz cebada o de tormenta espiga.
51 Ya casi en rota está la infiel armada
cuando Zerbín con la vanguardia llega.
La lanza el paladín lleva enristrada
y trae atrás su escuadra a la refriega.
Su gente tras la enseña engalanada
con no menor fiereza se despliega,
como leones van o tigres fieros
al asalto de cabras y carneros.
52 Cada jinete, al ver ya cerca el caso,
pica de espuela a un tiempo; y, de repente,
el breve espacio, el intervalo escaso
desaparece entre una y otra gente.
Nunca en baile se vio tan raro paso;
pues hieren los de Escocia solamante,
y sólo son los moros abatidos,
cual si sólo a morir fueran traídos.
53 La sangre infiel parece frío hielo
y la sangre escocesa ardiente caldo.
Creen los moros que sea en el flagelo
cada brazo cristiano el de Reinaldo.
Sobrino al fin sus gentes con gran celo
mueve sin aguardar señal de heraldo:
mejor que aquella es esta compañía
en capitán, en armas y en valía.
54 La menos mala es la africana gente,
si bien tampoco dan mucho la talla.
La suya Dardiniel mueve impaciente,
mal armada y peor en la batalla,
aunque él se cale un yelmo reluciente
y vista arnés templado y rica malla.
La cuarta más valor pienso que tiene,
aquella con la cual Isolier viene.
55 En tanto el buen Trasón, duque de Marra,
que hallarse ansía en tan insigne cita,
permite a su escuadrón la acción bizarra
y al lauro de la empresa los invita,
después que contra aquellos de Navarra
ve que Isolier feroz se precipita.
Lanzó el reciente duque de Albanía,
Ariodante, tras él su compañía.
56 El gran rumor de la sonora trompa,
de cajas y otros bárbaros acentos,
aquel que no parece se interrompa
son de arcos, hondas, ruedas e instrumentos,
más los que hacen que el cielo cruja y rompa,
gemidos, ayes, gritos y lamentos,
forman un ruido igual al que desata
el Nilo al derramar su catarata.
57 Gran sombra en derredor el cielo envuelve
que de las flechas de los dos procede;
polvo, sudor y aliento se resuelve
en niebla oscura que en los aires hiede.
Ya un campo aquí, ya el otro allí se vuelve,
o avanza ahora, y luego retrocede;
y allí se ve, o no lejos de su abrigo,
quedar muerto al que ha muerto al enemigo.
58 De donde por fatiga uno se arroja,
otro escuadrón al punto lo remplaza.
Aquí y allí, empuñando aguda hoja,
caballeros e infantes hacen plaza.
La tierra que sostiene el cerco, es roja:
de sangre tiñe el verde una melaza;
y donde flores eran todo y tallos,
yacen muertos soldados y caballos.
59 Obra Zerbín la más pasmosa hazaña
que mozo de su edad jamás ha hecho:
el campo infiel, que el prado entero baña,
corta, destruye y trae roto y deshecho.
Ariodante a sus gentes con gran saña
muestra el valor de su esforzado pecho;
y llena de temor y maravilla
a aquellos de Navarra y de Castilla.
60 Celindo y Mosco atrás, los dos bastardos
del muerto Calabrún de Tarazona,
y el más que reputado entre gallardos
emir Calamidor de Barcelona,
dejan atrás a sus soldados tardos;
y, pensando alcanzar gloria y corona,
atacan a Zerbin por ambos lados,
y hieren al corcel los dos costados.
61 De tres lanzadas cae el corcel muerto;
mas súbito se pone en pie Zerbino,
que a aquellos tres que su corcel le han muerto,
se acerca por vengar harto mohíno:
primero a Mosco, que es mozo inexperto
y por atarlo encima de él se vino,
clava la lanza, le traspasa el flanco
y arroja de la silla frío y blanco.
62 Cuando ve que su hermano le es hurtado
Celindo se llegó, de furor lleno,
a Zerbino y pensó verse vengado;
mas él, asiendo al corredor del freno,
lo echó adonde jamás se ha levantado
ni más pudo comer cebada o heno;
pues tanta fuerza de su brazo extrajo,
que a jinete y corcel mató de un tajo.
63 Cuando Calamidor el golpe admira,
aguija, por huir de aquel cristiano;
mas Zerbino un fendiente atrás le tira
gritando: --¡Vuelve atrás, traidor villano!--
No le acertó donde apuntó la mira,
mas no erró tanto que lo hiciese vano:
no le da a él, mas al corcel no yerra,
le da en la grupa y lo derriba en tierra.
64 Este deja el corcel y a gatas huye
mas de poco le sirve cuanto intenta;
porque Trasón, que por azar confluye,
le pasa por encima y lo revienta.
Con Lurcanio Ariodante luego irruye,
donde rodea a Zerbin gente sin cuenta;
trayendo a otros con él con que procura
que suba el escocés a su montura.
65 Mueve Ariodante el hierro en mortal giro,
bien lo saben Artálico y Margano;
más mucho más Etearco y Casimiro
se catan del poder de aquella mano:
los primeros se dan rotos el piro,
estotros muertos quedan en el llano.
Lurcanio muestras da de cuánto es fuerte;
pues hiere, arrolla, abate y da la muerte.
66 No presumáis, señor, que en la campaña
menor la lid que junto al río sea,
ni el de Alencantro en ocasión tamaña
no tome parte alguna en la pelea.
Asalta a los ejércitos de España
con fruto, según va, de igual ralea;
que no se ve soldado en ningún flanco
que sea en el blandir la espada manco.
67 Fieramonte y Oldrado van al frente,
duques de Eboraco y de Glocestra,
el conde de Varvecia, y juntamente
Enrique de Clarencia atrás se muestra.
Folicón, Matalista hallan enfrente,
y Baricundo, que su hueste adiestra.
Rige Almería aquel, este segundo
Granada unce, y Mallorca Baricundo.
68 Anduvo un rato a par la pugna fiera,
sin que ventaje hallase uno de entrada.
Se ven ir y venir por la pradera,
como en brisa de mayo la cebada,
o como el móvil mar en la ribera
o viene o va, sin nunca hacer parada.
Después que la Fortuna hubo jugado,
finalmente a los moros dio de lado.
69 Y así a la par el duque de Glocestra
a Matalista de la silla abate,
herida a Folicón la ijada diestra,
Fieramonte derriba en el combate.
A entrambos fuera del lugar se adiestra
y encuentra así en prisión su lid remate.
A la par, por su parte, a Baricundo
de un golpe Enrique despidió del mundo.
70 Aquí a aterrarse la morisma empieza,
los nuestros a doblar la acometida;
no tiene más aquella en la cabeza
que romper filas y emprender la huida.
Estos en cambio avanzan con presteza,
ganan terreno y vencen la partida;
y a menos que socorro al moro alcance,
perdido ya de pleno tiene el lance.
71 Entonces Ferragús, que no se había
del rey Marsilio apenas apartado,
viendo que su gente en rota huía,
consumida soldado tras soldado,
picó de espuela, y donde más ardía
la batalla al instante fue llegado
en que caía del corcel a tierra
descalabrado Olimpo de la Sierra;
72 un tierno mozo cuyo dulce canto,
unido al son de su acordada lira,
era capaz de hacer mover al llanto
al pecho al que domina más la ira.
¡Dichoso si contento de honor tanto
hubiera abºorrecido escudo y vira,
y aljaba y arco y cimitarra y lanza.
que tan niño le traen tal malandanza!
73 Cuando vio Ferragús la cruda muerte
de aquel que amaba más de sus infantes,
sintió por el mayor pena y más fuerte
que por mil otros que morir vio antes;
y hiere a aquel que lo mató de suerte
que parte en dos mitades semejantes
por casco, frente, ojos, boca y pecho:
y a tierra lo echa en dos muerto desecho.
74 No cesa aquí; y su acero cuanto pilla
deshace, sea yelmo o cota o malla;
a aquel le raja frente, a aquel mejilla;
a estotro rompe cráneo o brazo talla;
del cuerpo el alma a miles desengrilla
y mueve nueva vez a la batalla
a aquella gente vil y espantadiza
que huye sin orden de su propia riza.
75 A la batalla se sumó Agramante,
ansioso de lucir y hacer estrago;
con él van Baliverzo, Farurante,
Soridano, Prusión y Bambirago;
y tantos más sin relumbrón bastante
de cuya sangre ha de vertirse un lago,
que más facil contar fuera la hoja
de que un bosque en otoño se despoja.
76 Tomando, pues, del cerco una gran banda
Agramante de infante y de jinete,
bajo el mando del rey de Fez los manda
a que, volviendo atrás, en aquel brete
vayan a cerrar con los de Irlanda,
cuya tropa ya ve cómo arremete,
tras gran rodeo y largo apartamiento,
con traza de ocupar su campamento.
77 Fue el rey de Fez a ejecutarlo presto,
pues ninguna tardanza convenía.
Junta en tanto Agramante a todo el resto,
parte la hueste, y al combate envía.
Marcha él al río; donde cree su arresto
más necesario en la marcial porfía,
que heraldo en busca de socorro vino,
de aquel lugar en nombre de Sobrino.
78 Medio ejército o más tras él conduce;
y sólo aquel estrépito que hace
tanto temor al escocés produce
que el orden, con mezquino honor, deshace.
Sólo a sus tres caudillos se reduce
la fuerza que no huye el desenlace;
y allí muere Zerbín, que aún a pie corre,
si el buen Reinaldo a tiempo no lo acorre.
79 En otra parte el paladín pelea
poniendo en fuga a la morisma mucha.
Mas, cuando del peligro en que se emplea
el príncipe Zerbín la nueva escucha,
que solo a pie entre gente cirenea,
desamparado de sus tropas, lucha;
vuelve el caballo, y a la arena acude
do, huyendo el escocés, la lucha elude.
80 Y allí por donde ve que vuelve huyendo,
se para y grita: «¿Adónde huís, soldados?
¿Qué vileza es ésta que estoy viendo
de huir ante estos moros apocados?
Los despojos mirad, de los que, entiendo,
debieran vuestros templos ser ornados.
¡Qué honor, qué gloria digna de loor sólo
dejar a vuestro príncipe a pie y solo!»
81 De un su escudero una gran lanza aferra,
y con Prusión, que ve no muy lejano,
rey de las Islas Fortunadas, cierra,
y lo echa del arzón muerto en el llano.
Muerto Agricalte, a Bambirago aterra;
después hiere agriamente a Soridano,
y, habría dado a éste también muerte,
si hubiese sido el asta a herir más fuerte.
82 Rota ya el asta, su Fusberta caza
y toca al punto a Serpentín de Estella,
al cual, pese a su mágica coraza,
turbado fuera de la silla empella.
Así en torno a Zerbín va haciendo plaza
ancha, espaciosa, despejada y bella;
de suerte que un corcel Zerbín sujete
de los muchos que van ya sin jinete.
83 Y bien hizo en montar corcel a tiempo,
que no lo hiciera ya, si más tardaba;
porque Agramante y Dardiniel a un tiempo,
Sobrino con Balastro a él se llegaba,
Ma él, que había montado de ha ya tiempo,
aquí y allí la espada manejaba
mandando a uno tras otro allá al infierno
a dar noticia del vivir moderno.
84 El buen Reinaldo, que abatir en tierra
siempre intenta al más fiero y menos tardo,
con el rey Agramante al punto cierra,
que juzga ser más fiero y más gallardo
(pues más que mil hacía el solo guerra),
y encima se le arroja con Bayardo:
lo topa a un tiempo y hiere de costado,
de suerte que del bruto lo echa al prado.
85 Mientras fuera con tan cruel batalla
el uno al otro con furor ofende.
Rodomonte París todo avasalla,
y en fuego templos y edificios prende.
Carlos, que en barrio opuesto a aquel se halla,
ignora el caso y el asedio atiende:
acoge a Eduardo y a Amirano,
que traen allí al ejército britano.
86 Un escudero a él pálido y yerto
se llega entonces casi desmayado:
«¡Ay, señor, ay! --exclama sin acierto,
antes de que a hablar nada haya empezado--
Hoy el Romano Imperio, hoy yace muerto,
hoy a su pueblo Cristo ha abandonado.
Del cielo hoy el demonio se descoge,
por que en esta ciudad más no se aloje.
87 »Satanás (porque nadie más ser puede)
destruye la ciudad desaforado.
Vuélvete y mira tu estragada sede,
pasto del fuego fiero y desatado;
escucha el llanto que hasta el cielo accede,
y da fe a lo que dice este criado.
Es uno a hierro y fuego el que destruye,
y todo el pueblo con espanto huye.»
88 Como el que vez primera oye el tumulto
y el repicar de la campana terca,
y ve el fuego a ninguno más oculto
sino es a él, que toca más de cerca;
así Carlos escucha el nuevo insulto,
y ve el estrago dentro de la cerca;
y tan mal sufre tal que con su gente;
acude al ruido y al clamor que siente.
89 De lo más claros caballeros lleva
una gran parte Carlos a su guía,
y hacia la plaza va donde comprueba
que el pagano sus pasos dirigía.
Oye el rumor, mira la horrible prueba
de aquella cruel y atroz carnicería.
Mas baste así: regrese a darme un tiento,
quien quiera escuchar más el bello cuento.