Orlando furioso, Canto 14

Orlando Furioso de Ludovico Ariosto
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Canto XIV


1 En los muchos asaltos despiadados
que en Francia hicieron África y España,
fue el número sinfín de los soldados
que pasto fue del cuervo y la alimaña;
y, aun siendo más los francos castigados,
pues perdida llevaban la campaña,
más se lamentaba el sarraceno
de haber perdido tanto barón bueno.

2 Tal fueron sus victorias sanguinosas
que apenas le quedó de que alegrarse;
y, si a las viejas las modernas cosas,
invicto Alfonso, pueden compararse,
la gran victoria, que a las virtuosas
acciones vuestras debe de otorgarse
y por la cual en llanto inconsolable
Rávena queda, a ésta es comparable:

3 cuando ya roto el picardo y el morino
y el bando del normando y aquitano,
vos en medio irrumpisteis con gran tino
del casi vencedor contrario hispano,
siguiendo cien detrás vuestro camino
que merecieron ser de vuestra mano
honrados por aquella gran jornada
con áurea espuela y con dorada espada.

4 Con estos animosos que la espalda
dieron al miedo y riesgo de la rota,
tan bien rasgasteis vos la rojigualda,
vareasteis tan bien la áurea bellota,
que a vos se debe el lauro y la guirnalda
por que aún el lirio verde y firme brota.
Hojas de otro laurel tu gloria toma,
que fue el restituir Fabricio a Roma.

5 La gran Columna del solar romano
que mantuvisteis, tras tomarla, entera,
os honra más que si por vuestra mano
vencida la feroz milicia fuera
que abona el ravenés sangriento llano
o bien que de él huyó sin la bandera
de Aragón, de Castilla y de Navarra,
visto que todo escudo y carro marra.

6 Más fue aquella victoria de provecho
que de alegría; porque mucho pesa
ver muerto en el glorioso y marcial hecho
al capitán de Francia y de la empresa;
y aquel ciclón haber con él desecho
tanto señor de la nación francesa,
que en defensa del reino y aliados
del lado transalpino eran pasados.

7 La sanidad en ella se recoge
de nuestra libertad y buen gobierno,
pues nos evita que feroz arroje
contra nosotros Júpiter su invierno;
mas justo es que el pesar nos acongoje
de oír el hipo triste y llanto tierno
que, enlutadas con penas tan agudas,
por toda Francia entonan hoy sus viudas.

8 Preciso es que el rey Luis ante el desdoro
nuevos caudillos en su bando encuadre
que en aumento y honor del Lirio de Oro
castiguen al que en daño de Dios Padre
ha roto los conventos sin decoro
y violentado esposa, e hija y madre;
y arrojado aun también la Ostia Sagrada
por dar robo a custodia plateada.

9 ¡Oh Rávena infeliz, torpe consejo
fue hacerle al vencedor tal resistencia!
Mejor te hubiera sido Brescia espejo
que no tú serlo a Rímini y Faencia.
Ordena, Luis, al buen Trivulcio viejo
que muestre a tus soldados continencia,
y diga cuántos ya por casos tales
mostraron en Italia ser mortales.

10 Del modo en que el francés en el moderno
caso elegir precisa a sus tenientes;
así, para dotarlas de gobierno,
Marsilio y Agramante de sus gentes
requieren que de donde hacen invierno
vengan, y a la inspección estén presentes;
para que a hueste en que faltar se vea,
de guía y de gobierno se provea.

11 Marsilio y, tras hacerlo él, Agramante.
revisan a su gente hilera a hilera.
Los fieros catalanes van delante,
siguiendo a Dorifebo y su bandera.
Vienen detrás sin su rey Folvirante,
que a manos de Reinaldo muerto fuera,
la gente de Navarra, a cuyo frente
puso a Isolier el español prudente.

12 De León es Balugante soberano,
Grandonio los Algarves acaudilla;
Falsirón, de Marsilio fiel hermano,
armada rige la menor Castilla.
De Mandaraso están bajo la mano
los que han dejado Málaga y Sevilla,
de Córdoba hasta Cádiz su ley llega
y a todo cuanto el fértil Betis riega.

13 Estordilán, Tesira y Baricundo
muestran sus tropas sucesivamente:
Granada a aquel, Lisboa a aquel segundo
y al último Mallorca es obediente.
Al rey Larbín, cuando dejó este mundo,
Tesira sucedió por ser pariente.
Sigue Galicia a cuyo cargo vino,
supliendo a Maricoldo, Serpentino.

14 A aquellos de Toledo y Calatrava,
a los que un tiempo Sinagón rigiera,
con cuantos de la orilla son que lava
Guadiana y beben agua en su ribera,
el audaz Matalista gobernaba;
Bianzardín los de Astorga trae en hilera
con los de Salamanca, de Plasencia,
de Zamora, de Ávila y Palencia.

15 Tiene de Zaragoza y de la corte
del rey Marsilio Ferragús gobierno:
todos armados y de altivo porte.
Asisten Malgarino, Balinverno,
Malzarise y Morgante en la cohorte;
que, desterrados del país materno,
en la española corte el rey Marsilio
asilo dio a los cuatro tras su exilio.

16 Folicón de Almería, su bastardo,
también va y Doriconte a él vecino,
Bavarte y Largalifas y Analardo
junto a Arquidante, el conde saguntino,
y el Almirante y Languirán gallardo,
y el sagaz Malagur, siempre ladino,
y muchos otros de los cuales creo
que tiempo habrá de ver su insigne empleo.

17 Después de que el ejército de España
gallardo desfiló frente a Agramante,
cubrió con su mesnada la campaña
el rey de Orán, que casi era un gigante.
Va atrás la que por Martasín se daña,
al cual le dio la muerte Bradamante;
y llora que mujer pueda por cierto
a un rey de garamantas haber muerto.

18 Es la segunda hueste de Marmunda,
que muerto en la Gascuña dejó a Argosto:
requiere capitán cual la segunda
y cual también la cuarta a todo costo.
Los da Agramante, aunque ninguno abunda,
pues es para hallar uno el tiempo angosto;
y así a Buraldo, a Ormida, a Arganio elige,
y, donde hay que regir, pone a quien rige.

19 Dio a Arganio la legión de Libicana,
que al negro Dudrinaso muerto trajo.
Brunelo guía toda Tingitana
con gesto pesaroso y cabizbajo;
que el día en que en la selva comarcana
a aquel inexpugnable y alto tajo,
le arrebató el anillo Bradamante
cayó en desgracia a ojos de Agramante;

20 y, si el que al árbol lo encontró amarrado,
que fue Isolier, ante Agramante de ello
no hubiese puntual relación dado,
perdido habría en la horca su resuello.
Mudó el rey opinión, tras ser rogado,
ya habiéndole hecho echar la soga al cuello:
todo mandó quitar, mas reservarlo
para el primer error, en que guindarlo;

21 con que con justa causa iba el enano
cabeza gacha y lleno de mohína.
Detrás trae Farurante de su mano
los caballos e infantes de Maurina.
Cerca Libanio, el nuevo rey pagano,
camina con su grey de Constantina,
pues le cedió Agramante el cetro de oro,
que fuera tiempo atrás de Pinadoro.

22 Con la gente de Hesperia Soridano,
con la de Ceuta Dorilón pasea
y con los nasamones Pulïano.
Los de Amonia Agricalte señorea,
Malabuferso aquellos de Fizano.
Con Finadurro está aquella marea
que de Canarias y Marruecos viene;
Balastro la del rey Tardoco tiene.

23 Dos huestes van detrás: Murga y Arzila.
esta el puesto de rey tiene cubierto;
la otra, no; y el rey lo despabila
dándolo a Corineo, su amigo cierto.
Del mismo modo dio la de Almansila
a Caico, porque fue Tafirión muerto;
y aquella de Getulia a Rimedonte.
Acata la de Cosca a Balinfronte.

24 La de Bolga detrás de aquella asoma:
rige Clarindo y antes Mirabaldo.
Ve Balinverzo, el cual por cierto toma
que es entre ellos el mayor ribaldo.
De los rebeldes a la de Fe de Roma,
ve el escuadrón allí más firme y saldo:
sigue a Sobrino, el más prudente y bueno
rey que concurre al campo sarraceno.

25 Los que Gualcioto comandar solía
que de Bellamarina son llegados,
Rodomonte de Argel y Sarza guía,
que trae allá de nuevo a sus soldados;
pues, mientras tras los cuernos se escondía
el sol del gran Centauro despiadados,
mandó en África el rey estar su gente,
mas ha tres días ya que está presente.

26 No hay más audaz ni más hercúleo moro
en todo aquel ejército agareno,
ni a otro teme más el Lirio de Oro,
que hay más razón para temerlo en pleno
que a Agramamante, a Marsilio y al gran coro
que en Francia tras los dos no tiene freno;
y más que cualquier otro en esta muestra
era enemigo él de la fe nuestra.

27 Prusión, rey de Alvaraquia, ver se deja;
detrás va Dardiniel, rey de Zumara.
No sé si fue mochuelo o si corneja
u otra ave cuyo agüero el mal declara,
la que entre blanda hoja o dura teja
el mal futuro a aquellos dos graznara,
y la hora del siguiente día fija
que en batalla a los dos la muerte aflija.

28 No quedan por llegar a la campaña
que los de Tremecén y de Noricia,
mas no se ve en la tierra allí aledaña
ni su pendón, ni dar de sí noticia.
Cavilando Agramante por qué extraña
razón mostrasen estos tal pigricia,
uno de Tremecén fue a él conducido
que al fin le desveló lo sucedido;

29 contándole que Alcirdo y Manilardo
yacían con sus tropas en el campo.
«Señor --le dijo-- el paladín gallardo
que nos ha muerto, muerto habría tu campo,
si habiendo él sido a ir de allí más tardo,
conmigo da, y de allí vivo no escampo;
pues hace él con soldado y caballero
lo que el lobo con cabra y con carnero.»

30 Venido días atrás era al menguante
ejército africano un caballero;
no había ni en Poniente ni en Levante
otro más corajoso ni más fiero.
Mucho lo honraba en público Agramante
a causa de ser hijo y heredero
del gallardo Agricán, rey de Tartaria:
Mandricardo es llamado entre su eraria.

31 Su fama era en el mundo prodigiosa,
y el mundo sus hazañas aclamaba;
pero es la más insigne y más gloriosa
al Hada haber de Siria en su alcazaba
quitado la coraza luminosa
que Héctor mil años antes de él portaba,
en tan extraño y formidable enredo
que sólo el hablar de ello mete miedo.

32 Hallándose aquel tártaro presente
alzó la vista al escuchar el caso,
y guiar determinó inmediatamente
detrás del caballero aquel su paso.
Calló, no obstante, este deseo ardiente
o porque en nadie confiase acaso,
o ocaso por temer, que si algo expresa,
le venga alguno a levantar la empresa.

33 Y así qué sobreveste aquel vistiera
ordenó preguntar al escudero.
«De negro va --repuso-- y sin cimera,
y negro escudo porta el caballero.»
Muy cierta la respuesta, señor, era,
pues cambió Orlando su cuartel primero;
que, así como era dentro dolorido,
quiso hacer negro fuera su vestido.

34 Había Marsilio a Mandricardo dado
un bayo del color de la castaña,
con crin y patas negras; y engendrado
de yegua frisia y de andaluz de España.
Sobre éste salta Mandricardo armado,
y galopa veloz por la campaña;
y jura no volver de aquel viaje,
si no halla al campeón del negro traje.

35 Mucha topó de la medrosa gente
que era de manos del de Brava huida,
llorando hijo u hermano que a su frente
ante sus ojos vio perder la vida.
Aún la acobardada y triste mente
en su pálida faz era esculpida;
aún del miedo y la impresión pasada
cruza errabunda, muda y demudada.

36 No había avanzado él muy largo trecho,
cuando asistió al cruel cuadro inhumano
y pruebas vio del admirable hecho
que oyó ante el rey contarse del cristiano.
Ve muerto a aquel, a estotro ve deshecho,
y aun mide las heridas con la mano,
movido de la envidia que profesa
a aquel que ha tantos muerto en tal empresa.

37 Como lobo o mastín que último ronda
al buey que muerto abandonó el villano
y, hallando sólo huesos en la ronda,
pues fue el resto vïanda del milano,
contempla en vano aquella forma monda;
así cruza el cruel bárbaro el llano.
De envidia por de dentro se derrite,
pues llega tarde a aquel rico convite.

38 Siguió aquel día y medio del siguiente
al negro paladín sin resultado;
al cabo de lo cual de una corriente
de modo tal vio un prado circundado,
que apenas había cauce suficiente
allí donde era el río más curvado.
En Otrícoli el Tíber de este modo
tiene lugar con similar recodo.

39 Guardando el paso a aquel lugar había
muchos caballeros bien armados;
y así inquirió el pagano quién traía
y a qué efecto tal grueso de soldados.
El capitán de aquella compañía,
vïendo sus arneses recamados
de gema y oro y su apostura enhiesta,
juzgándolo señor, le dio respuesta:

40 «Por orden del rey nuestro de Granada
llevamos en custodia aquí a su hija,
la cual al rey de Sarza tiene dada,
aunque esto con secreto se cobija.
En cuanto sea la calor menguada
y calle la cigarra que ahora aguija.
ante el padre y su hueste jamás mansa
conducida será: mientras descansa.»

41 Mandricardo, que a todo el mundo ofende,
se resuelve a probar si con la espada
aquella gente o bien o mal defiende
la dama que le ha sida encomendada.
«Por cuanto de su fama se desprende
hermosa es la mujer aquí guardada.
Llévame a ella --ordena-- o tráela presto;
que tengo prisa y me es parar molesto.»

42 «Debes por cierto ser solemne loco»
repuso el granadino, y más no pudo;
que lanza en ristre a herirlo como un loco
fue el tártaro y clavóle el hierro agudo;
y así muerto en la tierra cayó al poco
que al golpe no sirvió su arnés de escudo.
El arma el hijo de Agricán desclava,
pues nada más para ofender portaba.

43 No porta espada o maza, porque cuando
ganó las armas de Héctor el troyano,
buscando por la espada y no la hallando,
quiso jurar (y no por cierto en vano)
que hasta no que no consiga la de Orlando
otra jamás aferrará en la mano:
Durindana, de Almonte tanto amada,
Orlando porta y fue de Héctor la espada.

44 Importa poco al tártaro que venga
con tanta desventaja a hacer batalla,
y grita: «¿Quién habrá que me detenga?»,
y baja el asta y va por la morralla.
O enristre lanza o fuera espada tenga,
aquella gente en tromba lo avasalla.
Mas él matar copiosa legión sabe,
antes que aquella lanza rota acabe.

45 Viéndola entonces rota, el mayor trozo
que resta entero, a dos manos aferra,
y hace entre aquella gente tal destrozo
como otro igual jamás se vio en la guerra.
Como Sansón, aquel hebreo mozo,
con la quijada que tomó de tierra,
yelmos y escudos rompe, y con el bate
caballo y caballero a un tiempo abate.

46 Compiten por andar a la mortaja
que uno tras otro aquel mástil revienta;
y más que morir es la forma baja
de hallar la muerte causa de su afrenta;
porque es la causa al fin que los ultraja
que un asta rota dé de todos cuenta;
y todos a morir a puros lapos
vengan como víboras o sapos.

47 Y así una vez que en carne propia cierto
supieron que es morir mal a porfía,
habiendo ya dos tercios de ellos muerto,
a huir comenzó el resto que aún vivía.
Como si a él fuese al que le hicieran tuerto,
el cruel sarraceno mal sufría
que alguno de esta turba desmarrida
huir de allí pudiese con la vida.

48 Tan poco como seca en la laguna
dura la caña, o rastrojal resiste
contra el fuego y el bóreas que aúna
el cauto agricultor que el campo asiste,
cuando llama voraz corre oportuna
de surco en surco y arde cuanto existe;
así el tropel contra la furia inmensa
del tártaro hace mínima defensa.

49 Después de que quedó franca la entrada
que mal guardada fue de aquella gente,
por la senda en la hierba señalada,
siguiendo los lamentos que ahora siente,
se llega a ver si de ésta de Granada
la fama de ser bella es justa o miente.
Pasa entre toda aquella gente muerta,
donde da el río al retorcerse puerta.

50 Y a Doraliz ve en medio de aquel prado
(que así la granadina se llamaba)
sentada sobre el tronco derrocado
de un viejo fresno al punto que lloraba.
El llanto, como río desatado
de viva vena, el pecho le bañaba;
y en la faz demostraba, jeme a jeme,
que llora ajeno mal y el propio teme.

51 Creció el temor, cuando llegarse velo
bañado en sangre y con la faz horrenda,
y rompe con un grito el alto cielo,
pues teme por sí misma y por su hacienda;
que, junto con la hueste, con gran celo
la asisten mientras hace aquella senda
ancianos junto a dueñas y doncellas,
del reino de Granada las más bellas.

52 Cuando del gesto el moro toma aviso
que otro no tiene igual en toda España
y que en el llanto Amor (¿qué haría en el riso?)
teje su tela singular de araña;
duda si el mundo es o el paraíso,
y no pretende ya más de su saña
que al cabo por insólita manera
ser preso de su propia prisionera.

53 Pero no quiso concederle tanto
que renunciase de su esfuerzo al fruto;
por más que ella al llorar mostrase, cuanto
puede mujer mostrar, dolor y luto.
Él esperando convertir el llanto
en risa, determina resoluto
raptarla al fin, y sobre un potro blanco
la hizo montar y abandonar su estanco.

54 Dueñas, doncellas, viejos y otra gente
del séquito que trajo de Granada,
a todos licenció educadamente:
«Baste que por mí sea acompañada,
que yo seré su guía, su sirviente,
su ama en cuanto quiera: ¡Adiós, brigada!»
Y así, pues no hay quien detenerlo pueda,
tomaron suspirando la vereda,

55 diciendo en baja voz: «¡Cuán congojoso
quedará el padre, cuando el caso sepa!
¡Con cuánta ira lo sabrá su esposo!
¡Libro no habrá en que su venganza quepa!
¿Por qué, cuando es el caso más dañoso,
no está para que aquel vuelva a su cepa
la bella rama del árbol granado,
antes que más de aquí se haya alejado?»

56 Contento el cruel pagano por la presa
que Fortuna y valor le han puesto a mano,
no parece que tenga agora priesa
por darle caza a aquel negro cristiano.
Antes corría; en cambio ahora sopesa
con paso lento en qué lugar del llano
se hallen el regalo y el sosiego
propicios para dar curso a su fuego.

57 Entre tanto consuela a la doncella,
que en llanto baña ojos y semblante:
mil mentiras compone, y dice a ella
que gran tiempo de oídas fue su amante;
y que su reino y que su patria bella,
que está de muchas otras por delante,
dejó, no para ver Francia o España,
sino detrás de su beldad extraña.

58 «Si debe, por amar, ser hombre amado
merezco vuestro amor, pues mucho os amo;
si por linaje, ¿quién hay más elevado,
que aquel que es de Agricán ilustre ramo?
si por hacienda, tal es rico mi estado
que sólo cedo ante el Celeste Amo;
si por valor, juzgad si hoy con mi mano
el ser amado por valor no gano.»

59 Estas palabras y otras de este pelo,
que a Mandricardo Amor dicta al oído,
dulcemente a la dama dan consuelo
y alivio al corazón dan afligido.
Cesa el temor, y cesa luego el duelo
que el alma le había casi desvaído;
y así comienza con mayor paciencia
a dar al nuevo amante más audiencia;

60 y con respuestas blandas y galantes
a más gentil mostrarse y sin enojos,
y a no negarse, como hiciera antes,
a en él posar piadosa los dos ojos;
por lo que el moro, al que otras veces antes
ya herido había Amor, no creyó antojos,
sino certezas, que la dama bella
al fin se rendiría a su querella.

61 Con esta compañía tan dichoso
que todo le deleita y da alegría,
llegada la hora casi en que al reposo
invita a todo ser la noche fría,
viendo ya bajo el sol y el día umbroso,
comenzó a cabalgar con más porfía;
hasta que oyó sonar flautas y cañas;
y el humo vio de aldeas y cabañas.

62 Era la aldea pastoral poblado,
de habitación más cómoda que bella.
Allí el cortés pastor de aquel ganado
tanto honró a caballero y a doncella,
que más fue aquella choza de su agrado
que álcazar o lujosa ciudadella,
que en el pajar o en el chamizo rudo
se hallan gentiles hombres a menudo.

63 Cuanto hiciesen después hecho el oscuro
el hijo de Agricán y aquella hispana
a relatar aquí no me aventuro:
cada cual juzgue cual le venga en gana.
Que hiciesen paz parece ser seguro,
según se les vio alegres la mañana;
y mucho agradeció al pastor la dama
el ser tan liberal y darles cama.

64 De un lado a otro sin parar errando,
toparon río al fin cuya corriente
se va en el mar con tal quietud entrando
que apenas, si se mueve o no, se siente;
tan claro y limpio él, que en él mirando
se alcanza a ver el fondo claramente.
Allí, bajo una sombra fresca y bella,
dos caballeros hay y una doncella.

65 Mas la alta fantasía a que no reste
por un solo sendero ahora me guía;
y vuelvo allá donde la alarbe hueste
Francia asorda a atambor y chirimía,
allá donde aquel hijo del agreste
Troyano el santo Imperio desafía,
y Rodomonte el presupuesto toma
de arder París y hacer Cartago Roma.

66 Había Agramante oído que en auxilio
del franco había el inglés ya el mar cruzado;
de suerte que a Sobrino y a Marsilio
y a todo insigne rey llamó a su lado.
Resuelve poner fin aquel concilio
al sitio y que sea al fin París tomado,
pues juzgan que imposible es expugnarla,
si llegan los refuerzos a ayudarla.

67 Reunir había hecho, de este modo,
escalas a sus tropas a montones,
y todo cuanto a efecto es de acomodo:
mimbres trenzados, vigas y tablones,
puentes y botes; pero más que todo
disponer de su campo dos facciones
listas para el asalto; y de esta gente
ponerse en aquel trance él mismo al frente.

68 La víspera del día señalado
misas y oficios celebrar el franco
hizo por todo aquel París sitiado
a cura y fraile negro y gris y blanco;
y cuantos ya se habían confesado
y no eran del demonio entonces blanco,
quisieron comulgar, por si su suerte
era al siguiente día hallar la muerte.

69 Y entre barones él y paladines,
y hombres de fe en el más egregio templo
con mucha devoción en los maitines
quiso intervenir y dar ejemplo;
y oró al cielo en que están los querubines
diciendo: «Si mi vicio, Dios, no tiemplo,
no quieras, aunque yo este mal merezca,
que mi castigo tu fiel grey padezca.

70 »Mas si es tu voluntad que ella lo tenga
por darle a nuestro error justo castigo,
aplaza al menos él, por que no venga
de manos de quien hoy es tu enemigo;
que, cuando con la muerte nos detenga
a aquellos que te oramos como amigo,
dirá de Ti el infiel que nada puedes,
pues a que muera el que Te adora accedes.

71 »Y así por uno que rebelde sea
ciento surgirán, de suerte y modo
que la ley de Babel falsaria y rea
la Tuya suplirá en el mundo todo.
Defiende, Dios, Tu fiel grey europea
que limpió Tu sepulcro de aquel lodo
de infames perros; y Tu Iglesia santa
defiende siempre y entre el mal levanta.

72 »Bien sé cuán miserable es cuanto hacemos
y no alcanza a saldar la deuda en nada;
ni que esperar de Ti perdón debemos,
según es nuestra vida disipada;
mas, si hoy algún favor de Ti obtenemos,
nuestra cuenta podrá al fin ser saldada.
No haré que mi esperanza en Ti se pierda,
si Tu misericordia se me acuerda.»

73 Oraba así el emperador devoto
con humildad y corazón contrito.
Otros ruegos sumó y otro algún voto
dignos de su grandeza y su prurito.
No fue el ferviente orar vano ni boto;
que al oír su custodio el flébil grito,
tomó los ruegos, extendió las alas,
y los condujo a las celestes salas.

74 Otros infinitos de otros tales
fueron llevados ante Dios a un punto,
y, oyéndolos los seres celestiales,
movidos a piedad por aquel punto,
terciaron ante Dios por los mortales
y le mostraron su deseo conjunto
de que escuchase la plegaria pía
que el pueblo de Su Santa Cruz le hacía.

75 La inefable Bondad, a la que en vano
jamás rogó el devoto ante Su ara,
alzó piadoso el gesto y con la mano
pidió al ángel Miguel que se llegara.
«Ve --le dijo-- al ejército cristiano,
que en Picardía sus navíos vara,
y al muro de París tráelo contigo
a hurto del ejército enemigo.

76 »Antes halla al Silencio, y de mi parte
ordena que contigo a París venga;
que él sabrá proveer con diestra arte
cuanto al efecto proveer convenga.
Ve luego, ya hecho esto, a aquella parte
en que su asiento la Discordia tenga;
y dile que eslabón y mecha prenda
para que el campo sarraceno encienda;

77 »y entre aquellos más únicos morunos
incite tan coléricos accesos
que, luchando entre sí, mueran algunos
otros heridos sean, otros presos,
otros dejen el campo inoportunos,
y así no goce el rey de sus sucesos.»
No replicó palabra el ángel bueno,
antes voló del cielo a nuestro cieno.

78 Allá donde su pluma el ángel mueve
huyen las nubes, se despeja el cielo;
y, como lampo que en la noche llueve,
lo alumbra un cerco de oro en aquel vuelo.
Cavila el mensajero en dónde debe
tocar primera vez su marcha suelo
para encontrar, como ordenado ha sido,
al enemigo de cualquier rüido.

79 Dónde se encuentre él pensar procura
y al fin resuelve que es mayor su imperio
allí donde los monjes de clausura
habitan en iglesia y monasterio,
pues tal el voto es que hablar clausura
que en el coro en que entonan el salterio,
las celdas o el callado reflectorio
prescrito es el Silencio y no accesorio.

80 Creyendo, pues, hallarlo hacia allí echa
con más ahínco sus doradas alas;
y Paz, Quietud y Caridad sospecha
que habiten en aquellas mismas salas.
Mas queda su esperanza al fin desecha,
cuando el claustro visita y ve sus galas:
no está el Silencio allí, y alguien le grita
que allí, si no es en rótulos, no habita.

81 Que no hay Piedad ni Amor allí averigua;
Quietud, Modestia o Paz no se respira.
Las hubo sí, mas en la edad antigua;
pues las echó Avaricia, Gula, Ira,
Pereza, Envidia, Orgullo, Flema exigua.
Por tanta novedad Miguel se admira,
y ve entre aquella tropa finalmente
que también la Discordia está presente.

82 Aquella que le dijo el Padre eterno
que después del Silencio hallar precisa,
pensó que yendo al reino del Averno
la hallara entre la gente sin sonrisa;
y en cambio la halla en este nuevo infierno
(¿quién lo pensara?) entre salterio y misa.
Pasmado queda él de que allí habite
y no al infierno irse necesite.

83 Que fuese ella en el traje abigarrado,
de listas descosidas lo dedujo;
y así estaba ora abierto, ora cerrado,
según su andar o el viento hiciese empujo.
El pelo era uno negro, otro dorado,
otro de plata o gris, y hecho rebujo;
parte trenzado, parte recogido,
mucho a la espada, al pecho otro esparcido.

84 Llenos de citaciones y legajos,
procesos, rogatorios y expedientes
tenía mano y seno, y grandes fajos
de glosas y compendios pertinentes;
que al fin son los malditos papelajos
que arruinan a las más humildes gentes.
Rodeada iba también por todos lados
de fiscales, notarios y abogados.

85 La llama a sí el arcángel, y la expide
para que entre los árabes descienda;
y, así como comúnmente divide,
entre ellos pleitos y disputa encienda.
Mas antes del Silencio nuevas pide,
que no es mucho que sepa de él la senda,
pues, porque aquí y allá quistión incita,
muchos son los lugares que visita.

86 «No sé --respuso la Discordia-- si este
alguna vez llegué por cierto a verlo;
sí a menudo nombrarlo entre esta peste,
y mucho por astuto encarecerlo.
Pero el Engaño, que es de nuestra hueste
y va a veces con él, ha de saberlo»;
y dijo, a uno apuntando con el dedo:
«Es aquel que allí ves estarse quedo».

87 Era de grato rostro, traje honesto,
mirada humilde, movimiento grave,
acento tan afable y tan modesto,
que era el mismo Gabriel diciendo: «¡Ave!»
Feo y deforme era en todo el resto;
mas lo ocultaba, porque hacerlo sabe,
con hábito talar, bajo el que oculto
puñal envenenado le hacía bulto.

88 Quiso saber el ángel del Engaño
cómo hallara al Silencio en esos días.
Respondió él: «Solía estar antaño
entre los de Benito y los de Elías,
cuando era la virtud no bien extraño,
recién fundadas estas abadías;
también vivió en escuelas eruditas
en tiempos de Pitágoras y Arquitas.

89 »Mas faltando los santos y estudiantes
con los que andaba por el buen camino,
pasó del uso honesto en que iba antes
a andar de desenfreno y desatino.
A acompañar de noche a los amantes
y a los ladrones luego en hurtos vino.
Mucho con la Traición gusta ahora estarse;
lo he visto al Homicidio arrejuntarse.

90 »Con los que falsifican la moneda
suele esconderse en cualque cava oscura.
Por tanta estancia y compañía rueda,
que toparlo sería gran ventura.
Mas fío aún de que ayudarte pueda;
que aquel que a media noche estar procura
en la casa del Sueño para verlo,
puede, pues allí duerme, sorprenderlo.»

91 Aunque suela el Engaño hablar mentira,
tanto a la verdad esto asemeja,
que crédito le da el ángel, y tira
fuera las alas y el convento deja.
Bate su pluma mesurado y mira,
mientras del claustro y confusión se aleja,
que en la casa del Sueño a tiempo entre
por que al Silencio que persigue encuentre.

92 Hay en Arabia una vaguada amena,
lejos de urbes y de aldeas lejos,
que es al pie de dos montes toda llena
de hayas robustas y de abetos viejos.
En vano el sol el día en él estrena
probándola a inundar con sus reflejos:
tanto intrincada es. Una caverna
debajo de la tierra allí se interna.

93 Bajo la negra selva una espaciosa
gruta en la roca forma un aposento,
cuya boca la yedra codiciosa
orla con laborioso intrincamiento.
En este albergue el Sueño se reposa:
se ve a un costado el Ocio corpulento,
y al otro la Pereza distenderse,
que andar no puede, y mal en pie tenerse.

94 Guarda el desmemoriado Olvido el paso:
no deja entrar, ni reconoce a alguno;
no atiende ni reporta encargo o caso;
y así mantiene a todos en ayuno.
Hace guardia el Silencio al Sueño laso;
calza de fieltro, y viste hábito bruno;
y a cuanto desde lejos verse deje,
le dice con la mano que se aleje.

95 Se le acerca al oído y suavemente
le dice el ángel: «Dios que guíes manda
a París a Reinaldo con la gente
con que en ayuda del rey Carlos anda;
mas que lo hagas tan calladamente
que ningún sarraceno oiga esta banda,
y. a pesar de la Fama, no la note
hasta sentir su aliento en el cogote.»

96 No dio el Silencio a él otra respuesta
que asentir con el gesto que lo haría;
y obediente siguió su pluma presta
hasta llegar sin pausa a Picardía.
Miguel allí la brava hueste apresta;
y tanto le abrevió la travesía
que a París en un día la transfiere,
sin que haya quien milagro lo creyere.

97 Mientras entorno a aquella escuadra inglesa
gira el Silencio y, sin que el paso rompa,
la envuelve de una niebla, cual si presa
se hallase dentro de invisible pompa.
No permite, además, la niebla espesa
que se oiga fuera el son de cuerno o trompa;
luego entre moros marcha y los envuelve
de no sé qué que a todos sordos vuelve.

98 Reinaldo en tanto tan veloz venía
como quien es del ángel conducido,
y con sigilo tal que no se oía
en el campo agareno apenas ruido.
Ya había Agramante enviado infantería
contra París, y a pie de ella reunido
lo tenía a asaltar sus muros presto,
pues pensaba aquel día echar el resto.

99 El que pueda contar cuánto soldado
movió contra el rey Carlos Agramante,
podrá contar sobre el feraz costado
del Apenino cuánto está delante,
cüántas olas del mar arrebatado
bañan los pies del mauritano Atlante,
o cuántos son los ojos con que el cielo
de noche al que ama espía su martelo.

100 Repicando con voz continua y fiera,
toda campana llamamiento expide;
y en cada templo a poco prolifera
quien alza el gesto y quien clemencia pide.
Si a Dios tan bello el oro pareciera
como *** nuestra opinión lo mide,
habría el día aquel del santo coro
tenido cada cual su estatua de oro.

101 Se oye el lamento de los viejos justos
por conservar en caso tal la vida,
que envidia tienen de los sacros bustos
de aquellos que ya hicieron la partida.
Mas los pujantes jóvenes robustos,
que no atienden del daño la venida,
sin prestar atención a los más viejos,
preparan municiones y aparejos.

102 Hay barones, marqueses, caballeros,
condes y reyes de sin par linaje,
soldados de París y forasteros,
que, prontos a morir en el pasaje,
por cerrar con los moros extranjeros,
ruegan a Carlos que el rastrillo baje.
Gusta él de ver que así el valor crepite,
mas que salga de allí nadie permite.

103 Y los dispone en puestos oportunos
para impedir el paso a la jauría:
allá le basta sólo con algunos,
acá ni aun con nutrida compañía;
ordena usar el botafuego a unos,
a otros manejar la artillería.
Carlos, de un lado a otro, nunca para:
socorre aquí, y allí mejor prepara.

104 Se halla París sobre una gran llanura,
de Francia el corazón, más que el ombligo;
el río la atraviesa y la fractura,
y sale atrás sin esperar postigo.
Dentro isla forma que es la más segura
parte por ser la de mayor abrigo;
las otras dos (que tres partes comprende)
corriente a un lado y foso a otro defiende.

105 Puede, pues en contorno es harto larga,
París por muchas partes asaltarse;
mas, porque quieren concentrar la carga,
procuran los de Agar no dispersarse;
y así a los suyos Agramante encarga
por poniente atacar y allá centrarse;
que no hay ya a sus espaldas hasta España
ciudad que le sea hostil o le sea extraña.

106 Carlos, en tanto, el gran muro de fuera
con renovada munición dilata,
y diques manda alzar en la ribera
con contraminas dentro y casamata,
y allí por do el río entra y sale fuera
cortar el paso con cadenas trata;
mas hace más y más reforzar piensa
allá donde es más débil la defensa.

107 Como Argos el hijo de Pepino
prevé dónde atacar quiere Agramante;
y no hay traza del árabe ladino
a la cual perspicaz no se adelante.
Con Ferragús, Grandonio, Serpentino,
Isolier, Falsirón y Balugante,
y cuantos trajo junto a él de España,
restó también Marsilio en la campaña.

108 Dardiniel con Sobrino, al que se suma
Puliano, al lado izquierdo está presente;
y el rey de Orán, gigante porque en suma
mide seis brazos desde el pie a la frente.
¿Por qué soy menos ágil con la pluma
que con las armas ágil esta gente?
Que el rey de Sarza, airado y descompuesto,
grita y maldice sin guardar su puesto.

109 Como a los restos van de opima cena
o al cuenco que el pastor dejó en el llano
las moscas importunas en barrena
los días calurosos del verano;
como a la parra de racimos llena
los estorninos van; así el pagano
tropel, ensordeciendo el cielo alto,
se llegan para dar su último asalto.

110 La defensa cristiana desde el fuerte
con hacha, piedra, fuego, espada, lanza,
no atendiendo al furor del moro fuerte,
protege la ciudad con gran pujanza;
y allá donde a un valiente hurta la Muerte,
no hay quien ponerse evite sin tardanza.
En tierra cae la infiel tropa desecha
por tanta lluvia de bodoque y flecha.

111 No armas de hierro usan solamente;
mas piedra y trozo de la externa falda,
teja y almena y muro consistente
el daño que aquel hace harto respalda.
Fuera también arrojan agua hirvierte
que insoportablemente al moro escalda,
pues mal se sufre lluvia que así llega,
y entra en los yelmos y la vista ciega.

112 Si más que el hierro es ésta dañina,
¿qué daño hará la cal pulverulenta,
o el cuenco que de hirviente trementina,
y aceite y pez y azufre se alimenta?
También uso le dan a la asesina
bola cuya crin fuego acrecienta,
que, arrojadas por mil con fuerza extrema,
sirven al moro de áspera diadema.

113 El rey de Sarza, en tanto, había llevado
hasta los muros la legión segunda,
de Ormida el garamanta acompañado,
y de Buraldo al cargo de Marmunda.
Clarindo y Soridano están al lado,
de cerca el rey de Ceuta los secunda;
el de Cosca y Marruecos atrás siguen,
todos porque mostrar valor persiguen.

114 En su pendón, que es todo colorado,
Rodomonte un león lleva en un brete,
pues su boca feroz tapa un bocado,
que su señora entre las fauces mete.
Él parece el león que es amansado,
y en la bella mujer que lo somete
parece Doraliz representada,
hija de Estordilán, rey de Granada;

115 aquella que raptó, cuando allá andaba,
Mandricardo, y a quién y en dónde os dije.
Era ella la que el rey de Sarza amaba
más que a aquel reino que gobierna y rige;
y que por ella su valor mostraba,
no sabiendo del rapto que la aflige;
que, habiéndolo sabido, ya hecho habría
lo que poco después hizo aquel día.

116 Con dos o más soldados por peldaño
mil escalas soporta la muralla.
Urge al primero aquel más aledaño,
porque a éste otro tercero lo avasalla.
Ya por miedo o virtud suben el paño:
forzoso es ser valiente en la batalla,
que a aquel que un poco pare o un poco espere,
Rodomonte cruel, lo mate o hiere.

117 Y así, pues, cada cual se determina
a subir entre el fuego por el muro.
El resto, en cambio, ven si se adivina
paso más indefenso y menos duro.
Rodomonte tan sólo se encamina
allá donde lo ve menos seguro;
que allá cuando es la suerte más extrema
y todos rezan más, sólo él blasfema.

118 Cubríalo fortísima armadura,
que la escamosa piel de un dragón era,
y un día ciñó del cuello a la cintura
un su pariente que Babel irguiera,
pensando arrebatar a Dios Su altura
y tomar el gobierno de Su esfera.
Yelmo, escudo y espada hacer perfecto
mandó en la forja para el mismo efecto.

119 No menos que Nembrot soberbio era
Rodomonte, e indómito e iracundo,
tanto que al cielo iría sin espera,
si hallase cómo ir desde este mundo.
No mira, pues, si está rota o entera
la muralla, o si el foso es muy profundo;
y cruza a la carrera el foso todo,
cubierto hasta la nuez de agua y de lodo.

120 Va lleno de agua y fango hasta el castillo
y piedra y fuego y proyectil sortea,
como ir suele el silvestre jabatillo
por las palustres cañas de Malea;
el cual con pecho, hocico y con colmillo
abre surcos allá donde pasea.
Escudo en alto, el moro va seguro,
no respetando al cielo ni a aquel muro.

121 Poner en seco apenas el pie siente,
cuando subió prestísimo a la altura,
hasta el palenque con que su oponente
hacer defensa del fortín procura.
Se ve entonces partir más de una frente,
mayor que en la de un fraile abrir tonsura,
volar cabezas, brazos; y en el foso
caer del muro un río sanguinoso.

122 Tira el escudo, y a dos manos toma
la cruda espada, y en Arnolfo pega,
que era duque de allá donde se asoma
el Rin al mar y su caudal le entrega.
Es su defensa contra él tan roma
como en azufre que al calor se allega;
y cae rajado en tierra sin resuello
desde la cholla a un palmo bajo el cuello.

123 De un único revés mata de espada
a Anselmo, Oldrado, Espinelocho y Prando;
que el estarse la turba allí apretada
le hizo un golpe lograr tan memorando.
Fue a Flandes la mitad primera hurtada,
la otra hurtada fue al pueblo normando.
De la cabeza al vientre por completo
partió en dos luego al maguntino Orgueto.

124 Arroja al foso a Andrópono y Mosquino
desde el merlón; el uno es sacerdote;
no adora el otro dios que no sea el vino,
que de un sorbo a un tonel le da garrote.
Como sangre y veneno viperino
huía el agua cual si fuese azote;
muere al fin, y el dolor que más le hiere
es sentir que es en agua donde muere.

125 Dejó a Luis provenzal por medio muerto,
y pasó el pecho al tolosano Arnaldo.
De Tours Dionisio, Claudio, Hugo y Oberto
murieron con la sangre aún hecha caldo;
más cuatro de París, que son por cierto
Gualterio, Satalón, Odo y Ambaldo;
y muchos más, de los que no os asombre
que sea incapaz de dar su patria y nombre.

126 La turba infiel que asalto tal presencia
sube escalando entonces la muralla;
mas no hace allí la franca resistencia
visto lo mal que fue allí contrastalla:
bien saben que el rival en la pendencia
tendrá aún que ganar dentro la batalla
y que entre muro y terraplén segundo
hay foso pavoroso y muy profundo.

127 A la defensa, pues, que apenas puede
contener desde abajo al oponente,
gente de refresco la sucede
en el segundo terraplén pendiente,
que armada con saeta y lanza agrede
a aquel descomunal grupo de gente,
el cual no fuera tan copioso y lleno,
si no siguiese al sucesor de Ulieno;

128 que arenga unos aquí, a otros reprende
forzándoles a entrar la forzaleza,
y a aquel que, porque vuelve el rostro, entiende
que huye, le abre el pecho o la cabeza.
A muchos da empellones, a otros prende
por brazos, cuello o pelo; y de cabeza
abajo a tantos furibundo arroja
que apenas aquel foso los aloja.

129 Mientras la tropa infiel no ya resbala,
mas cae al foso al procurar su asalto
e intenta allí con una y otra escala
subir de nuevo al terraplén en alto,
el rey di Sarza (cual si fuese un ala
cada uno de sus miembros) dio tal salto
que, a pesar de sus armas y su peso,
pasó al lado de allá del foso ileso.

130 Los treinta pies o casi que hay de anchura
salta como un lebrel, y al otro lado
cayó con tal silencio y tal blandura
que más se antoja fieltro su calzado.
De suerte a todos rompe la armadura,
que parece que el resto se haya armado
de peltre o de corteza muy delgada:
¡Tanta su fuerza es, y tal su espada!

131 Los nuestros entre tanto habían dispuesto
las trampas dentro de la honda fosa:
haces de leña y ramas habían puesto
rodeados de mucha pez viscosa
(aunque de un margen hasta el otro opuesto
no cupiese en la cava ya más cosa,
ninguna se adivina en aquel nido)
y un sin fin de tinajas escondido;

132 unas llenas de azufre, otras de aceite
o de salitre o yesca de esta clase.
Y así, porque probando este deleite
la audacia de los árabes fracase,
que al salir de la cava en vez de afeite
pensaban que el final ya se encontrase,
oída la señal quisieron luego
prender los defensores cada fuego.

133 Reuniéronse las llamas luego en una,
de suerte que abrasóse el foso en pleno;
y tanto asciende al cielo que a la luna
podría enjugarle bien su húmedo seno.
Sobre ellos se cirnió una niebla bruna
que hurtó a la vista el sol claro y sereno;
y estalla con estrépito un estruendo
como un trueno espantoso y estupendo.

134 Áspero acento, horrísona armonía
del grito y alarido con que brama
aquella pobre gente que moría
a causa de seguir tan loca flama,
extrañamente concordar se oía
con el rugir de la homicida llama.
No más, señor, no más ya de este canto;
que ronco estoy, y es bien que calle un tanto.