Orillas del Pusa
de Ventura de la Vega

¡Qué calor!... Sudando llego,
por la empinada montaña
resbalando,
a este valle que en sosiego
tu corriente, ¡oh Pusa!, baña
susurrando.

Déjame un rato olvidar
en tus orillas mis penas,
y el sediento
labio en tus ondas mojar,
y en tus húmedas arenas
dame asiento.

Tu raudal, de ese elevado
monte al Tajo, en raudo giro
se derrumba,
tan humilde que, sentado,
desde aquí su cuna miro
y su tumba.

No importa que al Tajo ufano
tu breve curso no iguale;
corre ledo;
y que nunca el cortesano
en la carta te señale
con el dedo.

¡Feliz quien encuentra un llano
donde los cerros evite
de la vida,
y allí, del mundo lejano,
tu breve carrera imite
y escondida!

Ese Tajo caudaloso
en cuyo profundo seno
vas a morir,
ya con puente ponderoso
su terso raudal sereno
siente oprimir.

Ya la artificiosa presa
su rápido curso estorba;
ya desciende
ruin batel que se empavesa,
y su cristal con la corva
quilla hiende.

Su destino es envidiar,
o de tu curso suave
la paz suma,
o el alto poder del mar
que puede tragar la nave
que lo abruma.

¡Pobre Pusa!... Si insolente
por esos tendidos llanos
te lanzaras,
en tu cristal inocente
¡cuántos siervos y tiranos
retrataras!

De aquel trance malhadado
de las armas españolas
fue testigo
Guadalete ensangrentado,
y abrió tumba entre sus olas
a Rodrigo.

Berecina el lauro honroso
que cuatro lustros tejieron
hondo tragó,
y el poder de aquel coloso
que los hombres no vencieron,
allí se hundió.

Pusa humilde, manso río,
tu dichoso apartamiento
le procura
contra el ardor del estío
al peregrino sediento
agua pura.

Y al pastor que a tu campiña
desde ese monte desciende,
y al rebaño
que a tus márgenes se apiña,
y al can que el redil defiende
fresco baña.

Y hoy a mi cuerpo cansado,
contra el sol que ardiente pica,
blando solaz.
¡Pusa, adiós!... Corre ignorado,
y los quintas de Malpica
fecunda en paz.


Malpica, 1833