Origen de la Unión Cívica de la Juventud


Origen de la Unión Cívica de la Juventud
por el Dr. Francisco A. Barroetaveña (1890)


Las instituciones libres de la Nación fueron cínicamente conculcadas por el gobierno dictatorial del general Julio A. Roca, para entronizar en el mando a su concuñado Dr. Miguel Juárez Celman, que, aparte de su notoria insignificancia como hombre de Estado, había ya revelado en el gobierno de Córdoba todos los instintos perversos que desarrolló en grande escala más tarde desde el sillón de Rivadavia.

El pueblo de la República tuvo el presentimiento de los males que iban a desencadenarse sobre el organismo nacional a causa de esta bochornosa imposición de un candidato inepto, mal inclinado e ignorante, y de un extremo a otro del territorio, los hombres libres se pusieron de pie para resistir tamaña vergüenza. Frente al candidato impuesto por el general Roca, se levantaron las candidaturas de los doctores Irigoyen, Gorostiaga, y Rocha, que llegaron a formar tres agrupaciones imponentes; el doctor Irigoyen contaba con numerosos elementos en la República; la candidatura del doctor Gorostiaga era sostenida por los amigos políticos del general Mitre y por el elemento católico; el doctor Rocha disponía del gobierno de la provincia de Buenos Aires y sus grandes recursos, y también de partidarios numerosos que, bajo su dirección resistían en las provincias la candidatura de Juárez. Si estas fracciones se hubieran unido oportunamente, habrían salvado al país de los estragos del fin del gobierno de Roca y del vandalismo del unicato, pero combatieron separados la imposición, uniéronse para no hacer nada cuando era ya tarde, y así el presidente Roca pudo consumar impunemente el atentado liberticida, sin más represión que una herida leve en la frente, producida por la mano vengadora de un epiléptico, hijo de una provincia oprimida con todo ensañamiento.

¿Porqué el general Roca impuso la candidatura de su pariente adornado de cualidades negativas y de inclinación malvadas?. Nadie niega al ex presidente Roca inteligencia suspicaz, y el conocimiento de los hombres, especialmente de sus malas pasiones, de sus ambiciones, del lado débil por el cual pueda catequizarlos. Todos conocen al imitador y admirador de Augusto, al discípulo de Maquiavelo, como un político astuto, sin escrúpulos, inclinado a los malos procedimientos gubernativos, en vez de la honestidad del mando; que tiene de los hombres la idea pesimista de que son moralmente corrompidos, y del hombre de estado el concepto de que es grande el que oprime y explota los pueblos con mayor suma de habilidad, cinismo y provecho, que habla mucho de patriotismo, de libertad y de moral, con la convicción de que esas piedras angulares de las sociedades civilizadas son instrumentos admirables para engañar a los cándidos, encadenar a los pueblos y explotarlos a mansalva; que los patricios ilustres y las cabezas dirigentes de las muchedumbres, son ambiciosos infatuados, cubiertos con la careta de a hipocresía, aptos para servir y secundar los planes tenebrosos de un hábil político, con sólo atraerlos por el lado de la ambición, mostrándoles un éxito deslumbrante. Todos conocen estos perfiles salientes del político taciturno, pero pocos se dan cuenta de por qué impuso la candidatura de Juárez. Poco trabajo debiera costar la solución de este problema, sin embargo, con sólo examinar las cualidades descollantes del general Roca, y con un breve examen del fin de su período gubernativo. Convenía al ex presidente Roca encubrir los atentados de su administración y asegurarse la reelección gubernativa. Para esto buscó a Juárez e impuso su candidatura.

Contemplemos los estragos del azote que impuso a la República el general Roca. Durante los cuatro años que gobernó Juárez, todos aquellos vicios del gobierno nacional anterior fueron multiplicados y extendidos de una manera pasmosa y brutal a toda la Nación, cada provincia fue una factoría, y cada oficina pública un puesto de mercado; desaparecieron las leyes que habían salvado del gobierno de Roca; se suprimió radicalmente el sufragio libre en todo el país, el régimen municipal, las autonomías provinciales; se fomentó la desatinada especulación; con las explotaciones bancarias y las emisiones clandestinas, se precipitó la ruina económica del país; se confundió el tesoro público con el patrimonio de los administradores, en fin, la República fue aterrorizada por las escenas de sangre de Tucumán, mareada con un falso engrandecimiento material, oprimida y esquilmada con los mil atentados del gobierno más corrompido y corruptor que haya tenido la nación Argentina. Al terminar esta época sombría, cuando la corte fenicia que gobernaba la conducta del presidente creyó oportuno dar apariencias de popularidad a una candidatura vergonzante, se tuvo la osadía de regimentar la juventud bajo la jefatura incondicional y desdorosa del Dr. Juárez Celman. Todos recordarán la forma práctica que se dio a esta fiesta bizantina. Fue un banquete, donde se abdicó el civismo en manos de un hombre celebrado bajo los auspicios del retrato del Presidente, recibiendo éste, al fin, de cuerpo presente, la adhesión incondicional a su política depravada y a su administración corrompida, de todos aquellos jóvenes, hijos de la patria de Rivadavia y San Martín.

El cuadro desolante que presentaba nuestro país, el vivo deseo de provocar una reacción cívica saludable, la justa indignación de ver que se pretendía complicar a la juventud con el sensualismo del gobierno de Juárez, y el propósito de impedir que la nueva generación se contaminara con tanto oprobio, fueron las causas que me movieron a publicar en La Nación, el mismo día que se celebraba el banquete llamada incondicional, y bajo mi firma, un artículo enérgico, pero justiciero, con el título “¡Tu quoque juventud!” en el cual fustigaba severamente la conducta política de los jóvenes juaristas.

La prensa oficial desató contra mí su vocabulario de inepcias y groserías de costumbre, sin obtener más réplica que mi silencio y menosprecio. Los jóvenes del festín se sintieron heridos en carne viva, pero como eran tan levantados y justicieros los ataques de mi artículo, tragaron sus cóleras sin lamentables extravíos respecto del autor. Entonces observé que si la verdad dicha en forma culta es lo que más ofende a la generalidad de los hombres que obran mal, también es lo que impone más respeto a la susceptibilidad herida.

El artículo recibió la mejor acogida del público y de los hombres de espíritu elevado, recibiendo su autor felicitaciones de numerosas partes. Al día siguiente de su aparición, el 21 de agosto, hallándome en mi estudio con el poeta Joaquín Castellanos que había ido a darme un abrazo por el artículo, llegaron los jóvenes Modesto Sánchez Viamonte, Carlos Zuberbülher y Carlos F. Videla, con el propósito de felicitarme por la energía con que había combatido la adhesión incondicional de los jóvenes juaristas, y también a comunicarme que ellos y muchos amigos de la Bolsa querían darme un banquete por mi actitud política. Yo agradecí con delicadeza a estos amigos el ofrecimiento que me hicieron, declinando su honor, y les pedí que en vez de un banquete por mi actitud, hiciéramos una fiesta de protesta contra el incondicionalismo, y para provocar la reacción cívica del país. Ellos aceptaron mi excusación y adhirieron con entusiasmo al plan propuesto, cambiando luego ideas los cinco amigos nombrados y el doctor Emilio Gouchón,, sobre la forma y oportunidad de hacer un “meeting” o banquete de protesta y de civismo, o solamente una festividad para condensar los elementos independientes y combatir al gobierno bochornoso de Juárez.

De acuerdo sobre el alcance de la fiesta cívica que nos proponíamos realizar, resolvimos entonces invitar cada uno a los amigos influyentes que tuviésemos en las Facultades de la Universidad, Colegio Nacional y la Bolsa, para una reunión en mi estudio al día siguiente, a la cual se sometería el plan y la fórmula de invitación pública. Castellanos quedó retirado ostensiblemente de este movimiento inicial, aún cuando lo aplaudía, por sus vinculaciones con la situación provincial de Buenos Aires, que esperábamos no fuera hostil al movimiento regenerador, y también porque no tenía mucha fe en la trascendencia de la agitación juvenil. El poeta quería empezar por donde terminó en julio la Unión Cívica, produciendo algo más intenso, aunque de menor extensión. Pero nos veíamos frecuentemente, siempre me estimulaba, y fue de los primero concurrentes al “meeting” del 1º de setiembre. Días antes del 13 de abril, abrazó con entusiasmos la causa de la Unión Cívica, poniendo al servicio de la campaña reaccionaria, toda su actividad y su talento.

El día 22 de agosto concurrieron a la reunión como treinta jóvenes estudiantes de medicina, de derecho, de ingeniería, del Colegio Nacional, corredores de Bolsa y algunos abogados y médicos. No sé si me es infiel la memoria, pero recuero a Sánchez Viamonte, Videla, Zuberbülher, Gouchón, Marcelo Alvear, Montes de Oca (Manuel Augusto), los Torino (Damián y Martín), Haynard, Gache, Mujica,Gallardo, Le Bretón, Elizalde, Gorostiaga, Lupo, Escobar, Eguzquiza, Sagastume, De la Serna, Frías, Senillosa, Ibarguren, Arévalo, Rodolfo Solveyra, Alberto López. En esta reunión, más que aprobada sin discusión, fue aclamada la idea de protestar contra el incondicionalismo y de provocar el despertamiento de la vida cívica. En la misma o en la siguiente, se resolvió que en vez de banquete se celebrar un “meeting” de la juventud independiente, “para proclamar con firmeza la resolución de los jóvenes de ejercitar los derechos políticos del ciudadano, animados de grandes ideales, con entera independencia de las autoridades constituidas, y para provocar el despertamiento de la vida cívica nacional”, según los términos breves y expresivos de la invitación .Primero invitamos a los jóvenes independientes a que se adhirieran a la idea de celebrar un “meeting” con el propósito indicado, y luego, cuando contamos con cuatrocientas o quinientas adhesiones, invitamos al “meeting” que debía celebrarse el 1º de setiembre de 1.889.

Desde entonces las reuniones fueron diarias hasta la víspera del “meeting” concurriendo cada día nuevos jóvenes, como el Dr. Enrique S. Pérez, Dr. Juan B. Justo, Dr. Davison, Dr. Enrique Figueroa, Ismael Piñero, Dr. Daniel S. Tedin, Ingeniero Candioti, Dr. Molina, Estrada (J.M.), Beccar Varela, Julio Moreno y otros más cuyos nombres no recuerdo. Las listas de adhesiones aumentaba cada día, apareciendo la invitación al “meeting” en los dos últimos días con más de mil firmas de jóvenes, estudiantes, del comercio, abogados, médicos, ingenieros, etc. de las principales familias de Buenos Aires y de las provincias. Con cinco días de anticipación al “meeting” fueron designados A.A. Montes de Oca, Damián Torino y el que escribe para que hablaran en la reunión pública. Varangot también fue designado orador, pero no puedo preparar su discurso por causas ajenas a su voluntad.

Nos fue difícil encontrar local para celebrar el “meeting”, pues los gubernistas amenazaban a los empresarios de teatros con multas, serios perjuicios y todo género de persecuciones, si alquilaban local para el fin indicado. Sucedió dos veces que contratamos un teatro y al día siguiente el empresario declaraba que rescindía el convenio, y que por ningún dinero lo alquilaría. Cito este detalle para que se vea hasta que extremo faltaban las garantías en el país bajo el gobierno de Juárez: los administradores de sitios públicos temían algún atropello, o las persecuciones fiscales, si llegaban a permitir una reunión pública contraria al orden imperante.

La noche antes del “meeting” nos ocupamos de organizar el Comité Directivo que sería sometido a la aclamación de la asamblea al día siguiente, de aprobar las bases del nuevo club político, y de darle un nombre apropiado. Se nombró una comisión compuesta de Marcelo T. De Alvear, Alberto V. López, Emilio Gouchón, M.A. Montes de Oca y el que escribe, para que expidiera sobre estos puntos en cuarto intermedio. Gouchón había proyectado ya las bases, que fueron aceptadas con algunas enmiendas, después de un breve cambio de ideas, quedando así redactado el decálogo político de la asociación juvenil, que condensaba las aspiraciones nacionales de todos los pueblos de la República. Proyectamos un comité de treinta miembros, que fue aumentando a cincuenta y tantos en la comisión directiva provisoria. Después de proponer muchos nombres para el club, como Liga Patriótica, Asociación Cívica, Liga Nacional, Asociación Patriótica, Unión Nacional, etc. nos pusimos de acuerdo en que se llamara “Unión Cívica de la Juventud”, comprendiendo que era largo, pero como creíamos que el movimiento político se extendía a toda la República, calculando que más tarde se llamara Unión Cívica, como en efecto sucedió. A este nombre lo encontramos eufónico y expresivo de las tendencias de la coalición política que fundábamos. Nos expedimos en poco más de media hora, siendo aprobado enseguida nuestro dictamen por la comisión provisoria que organizaba el “meeting”.

Nadie faltaba a las reuniones; todos trabajamos con entusiasmo y actividad, creyendo que aquel movimiento juvenil generaría algo grande para la patria. Discutimos si la reunión se celebraría en recinto cerrado o en una plaza pública; si los concurrentes irían con tarjeta o si debía invitarse a la juventud en general, si se disolvería la reunión en el sitio del “meeting”, o si convenía pasear la procesión cívica por las calles; que medidas de defensa tomaríamos para rechazar cualquier ataque que nos llevaran los incondicionales, según nos lo hacían presumir diversos rumores. Todas estas cuestiones fueron resueltas bajo la base de ejercitar ampliamente los derechos que nos acordaba la Constitución, sin cuidarnos de las amenazas que nos llegaban, ni de lo que pudiera venir. Fue palabra de orden, que cada uno llevara revólver o bastón, para cualquier evento. Se nombró una comisión compuesta de Arévalo, Gouchón, Antonio Ibarguren y Ángel Gallardo, para que invitara especialmente a presenciar el meeting a todos los hombres expectables de la oposición, asistiendo casi todos ellos complacidos y entusiasmados también. Desde un principio veíamos que la Unión Cívica de la Juventud estaba llamada a crear algo nuevo en nuestra política; que debía buscar el apoyo de todos los hombres expectables e influyentes, pero independizándose del pasado, de los viejos partidos, de sus odios, rencores y ambiciones, en una palabra, creíamos que había llegado la hora de proclamar un nuevo credo político de principios, que uniera a todos los hombres que no se habían contaminado con la corrupción de la época y desplegar una nueva bandera, que simbolizara unión, patriotismo, moral y libertad. Así, la Unión Cívica de la Juventud, en medio de los escándalos bizantinos de la época de Juárez, trazó con decisión una línea meridiana que separaba radicalmente nuestro pasado político, de la nueva vida nacional. Detrás quedaban los partidos tradicionales, casi disueltos y sin bandera, con los servicios prestado al país, con sus enconos y con las ambiciones personales de sus miembros influyentes; quedaba el personalismo roqui-juarista, que con los desbordes del “imperium y del unicato”, había conducido al país a la ruina política, social y económica. Frente a este pasado, se levantaba una nueva agrupación, con amplísimo programa de principios salvadores, agitando sobre todas las cabezas la hermosa bandera de regeneración moral y política de la República, proclamando con voz tonante la imperiosa necesidad de restablecer las instituciones libres, y de condenar y perseguir con viril energía los vergonzosos escándalos de la época.

Conviene recordar la entusiasta acogida que recibió de la prensa independiente el movimiento de la juventud, desde sus primeros pasos. La Nación, El Diario, La Unión, El Nacional, y hasta La Prensa, saludaron con palabras de estímulo la campaña juvenil, poniendo sus columnas al servicio de la nueva causa. Recuerdo que el doctor don Pedro Goyena fue una tarde a mi estudio a informarse del plan político que nos proponíamos desarrollar, concluyendo por ofrecer toda su ayuda para llevar adelante programa tan simpático. En la Unión del 1º de setiembre de 1889, hay una notable editorial sobre la iniciativa de la juventud, escrito por el doctor Goyena, cuyo artículo está compilado en este libro. Pocas veces la prensa ha reflejado en sus columnas las aspiraciones nacionales y la opinión pública con más clarividencia del futuro que cuando ayudó eficazmente a la organización de la Unión Cívica de la Juventud. Los diarios independientes de la Capital, pueden vanagloriarse de esta campaña memorable, en la cual se condensaron las fuerzas populares que antes de un año dieron por tierra con el gobierno ignominioso del doctor Juárez Celman. La prensa independiente ha tenido el alto honor de contribuir a la organización cívica del país, y de fustigar con valentía durante los últimos diez años, con frecuencia sola, todos los abusos y atropellos que se cometía en cualquier parte. Cuando los partidos, formados con propósitos electorales, se desbandaban después de una derrota, dejando libre campo al vencedor, la prensa independiente era el único órgano de la opinión pública legítimo y poderoso que controlaba las funciones gubernativas, condenando los excesos, y muchas veces, conjurando males de trascendencia. Esta prensa era el centinela avanzado de los derechos populares, y con frecuencia su augusto veto contuvo los desmanes administrativos.

Sabido es que los movimientos políticos, la organización de los partidos y las revoluciones de los pueblos, no son hijos del azar, ni creaciones arbitrarias de la voluntad de un hombre, por más genio que tenga, esos movimientos colectivos son producidos por múltiples causas que vienen preparando el espíritu público desde años antes que los acontecimientos asuman formas definidas y tangibles, sin que los hombres que los dirigen se aperciban de aquellos orígenes mediatos, aún cuando muchas veces los conductores de hombres sean instrumentos de fuerzas ignoradas. Pero si siempre hay en las agitaciones populares causas lejanas, que las preparan lentamente, por leyes sociológicas, también se observa causas inmediatas, que precipitan los sucesos históricos; causas ocasionales que los originan y les dan formas concretas, contornos reales, es decir, causas generadoras del hecho político y social que se desarrolla en el pueblo.

Aplicando este criterio histórico al origen de la Unión Cívica, diremos que múltiples causas mediatas prepararon el espíritu público para la formación de la liga patriótica que puso fin a un gobierno calamitoso. La supresión del sufragio libre en todo el país; la corrupción administrativa entronizada, el autoritarismo del gobierno de roca; la desaparición del gobierno municipal libre y autonómico; el vejamen que sufrían las provincias; la violación de las garantías constitucionales protectoras de la libertad civil, un exceso de poder concentrado en las manos del Presidente de la República; el sensualismo erigido en sistema administrativo; la crisis económica que empezaba a perturbar los negocios; la dilapidación de la renta pública y el derroche de los dineros bancarios; el régimen de favoritos avaros, que rodeaban al Presidente, explotando cínicamente el país, la absoluta ausencia de frenos eficaces que retuvieran en la órbita de la legalidad a los funcionarios públicos; el grosero cinismo con que se consumaba los atentados más inauditos contra la moral y las leyes sin que sus autores recibieran escarmiento. Todas estas causas de malestar venían preparando desde varios años la opinión pública adversa al gobierno nacional, y cuando un inspirado tuvo la audacia de lanzar el grito de guerra contra las ignominias que nos envilecían, provocando la organización de la resistencia política, esta palabra vibrante, impregnada de justa indignación, fue la causa inmediata que originó la Unión Cívica de la Juventud.

También concurrieron a fortificar el movimiento juvenil, las reuniones políticas de los prohombres de la oposición en casa del doctor Del Valle, y la fiesta patriótica que en honor del general Frías celebró el club de Gimnasia y Esgrima. Pero conviene fijar con exactitud la influencia que tuvieron ellas en la organización de la liga patriótica de los jóvenes independientes.

En las reuniones del doctor Del Valle, donde yo asistía con asiduidad, se hablaba de política; de los acontecimientos ocurridos en la semana, del estado general del país, de los abusos gubernativos y de los destinos de la República, bajo un gobierno tan opresor como sensual. Se ilustraba muchos otros temas de historia, literatura, bellas artes, etcétera, pasándose las horas insensiblemente, sin abordar ningún proyecto de organización política práctica de las fuerzas opositoras, aunque agrandados los circunstantes por aquellas tertulias de hombres cultísimos. A pesar de esto, las reuniones en casa del Dr. Del Valle tuvieron la gran importancia de aproximar a todos los hombres expectables de la oposición, uniéndolos, aunque más no fuera por el vínculo de la crítica acerba al régimen imperante , que todos la formulaban sin ambages, casi con indignación despreciativa de los mercaderes entronizados. Estos prohombres influyentes de la oposición, salvando las distancias que los dividieran, llegaron a comprender que podrían y debían olvidar todos sus antagonismos tradicionales, para combatir los excesos de un gobierno tiránico y corruptor, que había hecho tabla rasa de nuestras leyes y de la moralidad administrativa; pero no acertaban con la fórmula práctica de coalición, ni mucho menos con la organización de los elementos populares adversos al gobierno que se combatía. Supongo que estas dificultades eran las que obstaculizaban la formación de un comité, y hasta el hablarse de política práctica que los condujera a una fusión tan esperada por el pueblo como reclamada imperiosamente por la opinión nacional. El resultado es que la aproximación de estos hombres en las reuniones del doctor Del Valle facilitó el movimiento de la juventud independiente, prestigiándolo todos ellos con entusiasmo y decisión, dándole resonancia nacional y ofreciendo su valioso concurso para la lucha sin tregua que iniciábamos contra el gobierno del doctor Juárez Celman. Pero la Unión Cívica de la Juventud no fue su obra; ni siquiera tomamos su consejo para proceder; los invitamos para que presenciaran un movimiento político decretado por la juventud, con un programa hecho por ella, para organizar el país con arreglo a esas bases nuevas. Si insisto en esto, no es por vanagloria, sino para sentar claramente que la unión de los jóvenes independientes no fue hecha por los prohombres expectables de la oposición. Era algo nuevo, creado por la juventud.

La fiesta patriótica organizada por el Club de Gimnasia y Esgrima en honor del general Frías el 9 de julio de 1889, levantó el espíritu del mercantilismo político en que vivíamos, recordando que sobre las miserias de la época y de los gobernantes endiosados por la adulación, debíamos reverenciar a los próceres de la independencia, modelos de virtud, abnegación y desinterés. La procesión por las calles en homenaje al general Frías, fue una protesta indirecta contra el bizantinismo reinante, acentuada a su término cuanto se transformó en una manifestación al general Mitre, que se había convertido en la “bete noire” del juarismo. Pero con todo esto, la fiesta en honor del general Frías fue una fiesta popular, sin distinción de colores políticos, concurriendo muchos juaristas, y en la cual hizo acto de presencia el mismo Juárez, invitado especialmente al acto. No se tuvo el propósito directo de hacer una procesión cívica contra los abusos de la época, ni contra los gobernantes corrompidos, ni mucho menos se pensó en organizar un club político para combatir el gobierno de Juárez. Pero, repito, indirectamente, contribuyó a preparar el espíritu público para la gran campaña regeneradora que pronto debía iniciarse.

Historiados a grandes rasgos los antecedentes que prepararon el espíritu público y la causa original de la Unión Cívica de la Juventud, veamos cuáles fueron sus primeras jornadas, sus triunfos y su poder actual, transformada en Unión Cívica Nacional, para inducir sus futuros destinos.