Oriental (Arolas)
I Del polvo que en la tumba está dormido No pueden saber nada los despiertos, No carece de arcanos ese olvido: Respetad los sepulcros de los muertos. Si se esconden allí vuestros amores, Si allí una flor balsámica no asoma Llorad, que vuestro lloro dará flores Y, si después rogáis, tendrán aroma. Si al polvo fe jurada es inconstante No crucéis del sepulcro los confines Con el traje de boda rozagante, Coronados con rosas de festines. No sea que, al buscar los nuevos lazos, Tras la profanación más atrevida Halléis un esqueleto en vuestros brazos Que os hiele corazón, tálamo y vida. ¿Quién, pasado el tremendo parasismo Y el último estertor, tuvo la suerte De volver a esta luz desde el abismo Y contar un después que hay en la muerte? Esos ríos que en perlas se desatan Y que corren al mar, que es su destino, Que en claro fondo de zafir retratan Larga sombra de errante peregrino Llegan al lecho azul dejando flores, Mueren perdiendo el nombre con el suelo; Mas subirán al éter en vapores Y formarán el iris en el cielo. Del polvo que en la tumba está dormido No pueden saber nada los despiertos. No carece de arcanos ese olvido: Respetad los sepulcros de los muertos. II -«¡Única flor del Oasis, (Decía Tanbé a su Laila), Y horizonte de mis glorias Con dos lunas siempre claras! ¡Rayo de sol que iluminas Una tienda solitaria! ¡Y ave de ligeras plumas Que en mi boca bebes agua! ¿Quieres saber cómo estimo, Reina de mi amor, tus gracias? Como conocida sombra De la gigantesca palma Que cría racimos de oro Con doseles de esmeralda, Que me sombreó la cuna Mientras aromosas auras O los sueños me traían O los sueños me quitaban, Como la voz de mi madre Y el beso de mis hermanas. ¡Mírame, que eso es la vida!... Mas cuando de mí te apartas Es la muerte... deja un frío Que me hiela las entrañas. Yo quisiera que mi frente Que el sol del desierto abrasa De la corona del mundo Bajo el cerco se ocultara, Que cubriesen sus rubíes Los surcos que el dolor labra, Que el brillo de sus diamantes Mintiese placer do hay ansias. Quisiera tener un nombre Que tronase mi amenaza Sobre solios vacilantes A los pálidos monarcas Y palacios de marfil Con torres de porcelana Do las reinas a tus pies Se postrasen como esclavas. Yo entonces con mis tesoros Compraría en tu mirada Las glorias del Paraíso Que el Profeta me señala. Pero yo he nacido pobre Y las perlas no se engastan Sino en oro del Ofir Que su mérito realza. Los aromas estimados Que da nuestra común patria Los consumen los califas En urnas de limpia plata. Se ponen las frescas flores En los búcaros de nácar; Los emires las deshojan Cuando de su olor se cansan. ¡Ay del que nació desnudo De fortunas y esperanzas Con altivos pensamientos Y rica de amor el alma! Óyeme, sol de la tarde, Que a nubes de azul y grana Bordas flores de topacios En las rutilantes franjas... Me ha consumido tu amor: Siento ya que se adelantan Con la noche de la muerte Los sueños que no se acaban. No seré... mas si en la tumba Con tu dulce voz me llamas Yo responderé a tus ecos, Que las tumbas también aman.» III Ella tiene tez bruñida Como el mármol de Carrara Y en los labios la dulzura Y en el pensamiento llama. La riqueza está en su seno Y el imán en sus palabras; Pero al contemplar sus ojos Y sombra de sus pestañas Diríamos que el de Urbino La contornó tras soñarla, Que Murillo dio las tintas Y el original las hadas. La fuente de espejo azul La entretiene y la retrata Y en el cristalino fondo Su risueña imagen nada. La fuente refleja cosas Que nunca el pincel alcanza: Movimiento de dos globos Que un suspiro sube y baja, Cabellos que por su peso Por el cuello se desmayan Los grillos de perlas dejan Y las cárceles de gasa Y unos ojos con tal fuego Que las linfas, por su causa, Si bullen es que se queman, Murmuran porque se abrasan. Tanbé su cabeza inclina Sobre la virgínea falda Y en las suyas aprisiona Manos que a la seda igualan. Busca la luz de unos astros Y en sus resplandores halla Un cielo tras otro cielo Que con nueva gloria pasa. Sólo Dios puede medir El fuego de estas miradas Que con dulce magnetismo Dentro el corazón se lanzan. Mas los labios del doncel Van perdiendo roja grana, Frío mármol son sus miembros, Su cabeza es más pesada. De su pecho que es cenizas Última pavesa salta De un suspiro moribundo Que en los labios se le apaga. Tres veces los tristes ojos Al cenit de su amor alza Y en el seno de la hermosa Con un beso rindió el alma. Entonces entre las hierbas Reptil verdinegro arrastra Que, lanzándose en la fuente, Su cristal sereno mancha. Turbia, reflejar no puede Perlas, atavíos, galas Ni el oro de sus arenas Muestra con hermosa calma. Mas de cuando en cuando forma Círculos que se dilatan Y son lágrimas de luto Que va derramando Laila. IV Con el díctamo de olvida Cura el tiempo cuando pasa Las heridas que amor abre Con las flechas de su aljaba. Hoy muere la flor de ayer; Si otra nueva engendra el alba Que brinde con nuevo aroma ¿Quién se acordará mañana? Ya la hermosa no suspira, Que en dulce pasión se inflama Rindiendo amorosos votos De himeneo ante las aras. Con la pompa del festín En lucida caravana Cruzó el sitio de dolores Do Tanbé infeliz descansa. Las rosas de sus mejillas De rojas las mudó en gualdas Cuando el temerario esposo La decía: -«Desposada, »Veamos si las promesas De las tumbas salen vanas, Si los muertos tienen voz Y de sus amores tratan. »Quiero que la sombra invoques De aquel que en su edad temprana Marchitaron los incendios De los soles de tu cara.» Resiste, mas él se enoja: Ya obedece la cuitada; Pero apenas de sus labios El nombre adorado salta Cuando un pájaro terrible Vuela de vecinas ramas, Y, asustándose el camello Que guía la infeliz Laila, Contra el mármol del sepulcro La estrenó con furia tanta Que allí pereció en sus bodas Y allí yace sepultada.