Orgullo y prejuicio/Capítulo II

CAPITULO II

El señor Bennet fué de los primeros que visitaron al señor Bingley. Siempre había pensado hacerlo, aunque siempre también asegurara a su esposa que no lo haría, y hasta la tarde siguiente a la visita no tuvo aquélla conocimiento de la misma. El hecho quedó entonces revelado del modo siguiente: Observando el señor Bennet a su hija segunda ocupada en adornar su sombrero, díjole de pronto:

—Espero que le gustaré al señor Bingley, Isabel.

—No llevamos camino —arguyó la madre con sentimiento— de conocer los gustos del señor Bingley, puesto que no le visitamos.

—Por lo visto olvidas, mamá —dijo Isabel—, que le encontraremos en las reuniones públicas y que la señora de Long ha prometido presentárnoslo.

—No creo que la señora de Long haga tal cosa. Tiene dos sobrinas, es egoísta, hipócrita, y no tengo de ella buena opinión.

—Tampoco la tengo yo —añadió el señor Bennet—, y me congratulo de que no dependas de sus servicios.

La señora de Bennet no replicó; pero, incapaz de contenerse, principió a regañar a sus hijas.

—¡No tosas así, Catalina, por Dios! Compadécete un poco de mis nervios. Los desgarras a pedazos.

—Catalina no tose discretamente—dijo el padre—; no lo hace con oportunidad.

—No toso por divertirme —replicó Catalina con mal humor—. ¿Cuándo es tu primer baile, Isabel?

—De mañana en quince días.

—Así es —exclamó su madre—, y la señora de Long no regresa hasta el día anterior; de modo que le será imposible presentárnoslo, porque ella misma no le conocerá.

—Entonces, querida, puedes adelantarte a tu amiga presentándole tú al señor Bingley.

—Imposible, Bennet, imposible, porque yo tampoco le conoceré. ¿A qué me atormentas así?

—Celebro tu circunspección. Quince días de relación es en verdad muy poco. En realidad no se puede saber al cabo de ellos qué clase de persona es. Pero si no nos aventuramos, otro lo hará; y después de todo, la señora de Long y sus sobrinas han de seguir su suerte. Por consiguiente, como puede ella tomar por acto de delicadeza el que declines el ofrecimiento, yo lo tomo a mi cargo.

Las muchachas clavaron los ojos en su padre. En cuanto a la señora de Bennet, exclamó sólo:

—¡Qué necedad!

—¿Qué significa esa enfática exclamación? —dijo él— ¿Tienes por necias las fórmulas de presentación, con la importancia que revisten? No puedo convenir en eso contigo. ¿Qué dices, María? Tú, que eres muchacha reflexiva y, según creo, lees librotes y los extractas.

María quiso decir algo importante, mas no acertó.

—Mientras María concierta sus ideas —continuó él— volvamos al señor Bingley.

—Estoy harta del señor Bingley —exclamó la esposa.

—Siento oírte eso; pero ¿por qué no me lo has dicho antes? Si lo hubiera sabido esta mañana, bien seguro que no habría ido a visitarle. Es una verdadera desgracia; mas habiéndole visitado, no puedo librarme de su relación.

El asombro de las damas fué tal como él esperaba, y el de la señora de Bennet acaso sobrepujó al de las demás; pero cuando hubo pasado el primer rapto de júbilo, comenzó a declarar que eso era lo que había esperado siempre.

—¡Qué bueno eres, querido Bennet! Ya sabía yo que te persuadiría al fin. Estaba segura de que amabas demasiado a tus hijas para perder una relación como ésa. ¡Qué dichosa soy! Y ha sido buena broma que, habiendo ido esta mañana, no hayas dicho una palabra hasta este momento.

—Ahora, Catalina, puedes toser a tu antojo —dijo el señor Bennet; y en diciéndolo se marchó, cansado de los entusiasmos de su mujer.

—¡Qué padre tan excelente tenéis, hijas mías!—exclamó ella cuando se cerró la puerta—. No podéis reprocharle falta de cariño, ni a mí tampoco. A nuestra edad, os lo aseguro, no es grato entablar cada día nuevas relaciones; pero algo hemos de hacer por vosotras. Lydia, amor mío, aunque seas la menor, me atrevo a asegurar que el señor Bingley bailará contigo en el próximo baile.

—¡Oh! —repuso Lydia resueltamente— no me asusta eso, porque aun siendo la más joven, soy la más alta.

El resto de la velada se pasó en conjeturas sobre cuándo devolvería el señor Bingley su visita al señor Bennet y en determinar qué día le convidarían a comer.