Oración del Diputado Juan Antonio Ovalle al Congreso
Oración del Diputado Juan Antonio Ovalle al Congreso
Señores:
La instalación de la Junta Provisional que tuvo su origen de las convulsiones de esta capital motivadas por el despotismo de un Gobierno necio y bárbaro, tiene hoy un Congreso de personas respetables, non solum ex urbe, sed etiam ex provinciis, autorizadas para formarlo en propiedad por el tiempo necesario.
No es otra cosa que usar del derecho natural y de gentes, que tiene todo reino, toda provincia, toda ciudad, todo pueblo, todo ciudadano, toda persona, para ocurrir a su propia conservación, defensa de sus bienes y seguridad de sus acciones.
¿No es esto debilitar los derechos del señor don Fernando Séptimo de Castilla? Por el contrario, hemos jurado solemnemente en la forma más religiosa, y más auténtica, la profesión de nuestra santa fe católica, la debida obediencia a nuestro monarca legítimo y la defensa de la patria y sus derechos.
Así lo hemos prometido a Dios omnipotente, sabio, justo por esencia; al que ve nuestros pensamientos; al que penetra nuestras intenciones; debemos cumplir lo prometido y procuremos ejecutarlo. La religión, que empieza con el hombre, como dependiente del Supremo Ser; como criatura y vasallo de la primera causa que nos conservan los libros sagrados hasta la venida de Jesucristo, el mejor de los predicadores y profetas en obras y palabras que nos enseña la Santa Iglesia Católica; esa propia que nuestros abuelos han profesado, esa misma que nuestros mayores han defendido en los concilios de Constanza, de Basilea y de Trento, esos mismos dogmas son los que hemos jurado observar, y esos propios son los que debemos observar.
Y, pues, en el mismo Congreso tenemos eclesiásticos virtuosos y sabios que sepan dirigirnos, procuremos también por nuestra parte concurrir en cuanto nos toque a mejorar la disciplina. Ejercicios espirituales, misiones, aumento de parroquias, administración de sacramentos sin algún derecho a estipendio (salvo siempre la congrua de los párrocos), sería muy conducente a mantener y fortificar la religión; ésta trae consigo por consecuencia necesaria, la mejora de costumbres; y a la verdad no hay hombre más de bien ni más honrado ni patriota más verdadero, que aquel que ama a su prójimo como a sí mismo; y de otra suerte (reflexionadlo bien) no sería buen cristiano. ¡Oh, religión santa, en todo se manifiestan pruebas de tu verdad, en todo reluce tu pureza! Esa misma religión nos manda dar al César lo que es del César y es el segundo punto.
Es notorio, y sabéis señores, mejor que yo, que la corona de Castilla con su dinero y su gente hizo la conquista de las Américas.
Tampoco ignoráis cuánto se ha escrito en pro y en contra de las conquistas y especialmente sobre derechos imprescriptibles, pero sería necesario trastornar todo el mundo civilizado para encontrar algún reino, provincia o lugar que no haya sido país de conquista; y si no, que lo digan las historias y, a la verdad, que las mercedes de nuestras tierras no tienen otro principio y no conozco hacendado alguno, eclesiástico ni secular, que piense devolverlas para predicarnos con el ejemplo; y mucho menos, monarca, príncipe, ni señor que se resuelva a imitarles; y por el contrario es evidente el unánime consentimiento de todas las naciones, y que nos enseña el derecho común: ne rerum dominia in incesto sint.
Con que así dejemos una causa de que nadie puede ser juez, y pasemos al tercero a tratar de la defensa de la religión y sus derechos.
Es una obligación natural, lícita, honesta y necesaria, mayor aún que la de los propios bienes, porque no puede renunciarse la defensa de su propia vida, ni la de los demás conciudadanos ligados con el mismo pacto.
Esto, supuesto, debemos pensar seriamente y con la mayor eficacia en todos los adelantamientos de que sea susceptible un reino tan fértil y hermoso.
Agricultura no sólo para trigos y otras menestras, sino también para cáñamos, linos y plantíos de maderas; de suerte que, con las lanas, linos y sedas, podrían establecerse muchísimas manufacturas no sólo suficientes para el consumo del país, sino también, después de algún tiempo, para exportarse a otras provincias.
Igual o mayor atención debemos fijar en las milicias, armas y sus respectivos trenes; y, pues, nos hallamos en unas circunstancias las más críticas y peligrosas, deben disciplinarse los regimientos ya formados y levantar cuantos de nuevo se puedan y asambleas de la misma tropa pagada para doctrinar aquellos y promover algunos arbitrios para una paga regular de siquiera un mes en el año, sin perder tiempo en el acopio de armas de chispa y aumentar cuanto se pueda la artillería volante, pues hallándose casi todos los puertos y caletas de este reino dominados de colinas, se asegurarán las alturas, y el que es dueño de éstas, lo es también de las fortalezas dominadas.
Sin olvidar-por eso el aumento de las ciencias exactas y útiles, y fundar igualmente cátedras del dogma de derecho público y del país en que vivimos.
Mas para llenar tan altos fines deben suponerse como bases fundamentales el sosiego y la justicia y meditar seriamente sobre las calidades necesarias de los sujetos destinados para la nueva Junta, a cuya ilustración nada se esconda; a cuya prudencia nada se dificulta; a cuya constancia nada altere, nada perturbe, nada conmueva, a cuya integridad nada resista: en una palabra, superiores a toda sospecha, capaces de más pronto despacho, íntegros y firmes hasta la muerte: (per scopulos virtus sapian astro petit) en dar a cada uno lo que es suyo.
Que de esta suerte, afianzándose la seguridad del reino, la felicidad de la patria, la tranquilidad, la satisfacción, el reconocimiento y la gratitud de sus habitantes en la rectitud y pureza de sus vocales y en la honradez y firmeza de nuestros pechos, conocerá todo el orbe y publicará con admiración universal, que también Chile produce sus Decios y Catones, como he dicho.