Oceánida
El mar, lleno de urgencias masculinas, Bramaba alrededor de tu cintura, Y como un brazo colosal, la oscura Ribera te amparaba. En tus retinas, Y en tus cabellos, y en tu astral blancura, Rieló con decadencias opalinas Esa luz de las tardes mortecinas Que en el agua pacífica perdura. Palpitando a los ritmos de tu seno, Hinchóse en una ola el mar sereno; Para hundirte en sus vértigos felinos Su voz te dijo una caricia vaga, Y al penetrar entre tus muslos finos, La onda se aguzó como una daga.