Nuevas fábulas: Prólogo

Nuevas fábulas
Prólogo de Carlos Frontaura​
 de Felipe Jacinto Sala


Sres. D. Juan y D. Antonio Bastinos


Barcelona


Mis distinguidos amigos: Con vivísima satisfacción he leído catorce pliegos de las Nuevas Fábulas, escritas por D. Felipe Jacinto Sala, que han tenido ustedes la bondad de enviarme. No tengo la honra de conocer personalmente al Sr. Sala, pero su nombre no lo he olvidado desde que, en 1865, leí un hermoso libro publicado bajo los auspicios de la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País, titulado Fábulas religiosas y morales, cuyo autor es el mismo que ha escrito el que ustedes ofrecen ahora al público, en preciosa edición, digna del mérito singularísimo de la obra.

Las Fábulas religiosas y morales, publicadas en la citada fecha son, a mi juicio, uno de los libros más bellos que se han escrito en nuestro idioma, y las Nuevas Fábulas, que muy en breve han de saborear con deleite, no solamente los jóvenes para quienes principalmente se escriben estos libros, sino también las personas doctas en literatura, aventajan en mérito literario y en intención filosófica a las que con tanto acierto y tan merecida justicia premió hace veinte años la Sociedad Económica Barcelonesa.

Escribir buenas fábulas es de lo más difícil que conozco en literatura, y lo prueba que son contados los autores que, en lo antiguo y en lo moderno han sobresalido en este género. El Sr. Sala ha adquirido, con sus dos libros de fábulas, indisputable derecho a figurar como uno de los mejores entre esos pocos.

El Sr. Sala es profundo pensador, filósofo, poeta, y perspicaz observador. Conoce perfectamente el corazón humano, observa atentamente los vicios sociales, y aplica el correctivo con singular acierto. No hay en los catorce pliegos que acabo de leer una sola fábula trivial; nada huelga en estas páginas que rebosan en felicísimos pensamientos, gallardamente expresados con valentía y con sobriedad, condición propia de los buenos escritores.

Quiere este discreto autor poner de manifiesto el poder incontrastable de la conciencia, el tormento en que vive quien está condenado a oír constantemente dentro de sí aquella voz, y escribe el bello apólogo El Leño y la Carcoma, que será uno de los que más indeleblemente se han de grabar en la memoria de los tiernos lectores de las Nuevas Fábulas.

La ingratitud, ese vicio de la flaqueza humana, inspira al Sr. Sala los versos que llevan por título La Espiga. Contienen una lección provechosa en alto grado para la infancia, porque en la infancia es preciso evitar ese vicio, que, desarrollado luego en la edad madura, es origen de las más feas y abominables acciones.

No es menos bella que La Espiga la composición titulada, La Tórtola y el Ave Fénix, en que se condena la devastadora pasión de la envidia, pasión que hace desgraciado a quien no puede sustraerse a su influencia.

Nunca desdeñes tu propia suerte,
nunca lo ajeno te inspire envidia.

Así termina este delicado apólogo, en que el señor Sala ha acertado a exponer un pensamiento oportunísimo. La Tórtola envidia al Ave Fénix, porque ve la apariencia de la felicidad en ésta, error que procura desvanecer el ave envidiada, explicándole su verdadero estado. ¡Cuántos seres en el mundo son muy envidiados, y ellos cambiarían de buena gana por los que les envidian!

A continuación de este hermoso ejemplo encuentro una de las más ingeniosas fabulas, la que se titula La Nube y la Montaña. El pensamiento es altamente cristiano; siempre deben hacerse beneficios aunque a éstos se corresponda con ingratitudes.

Que la virtud se aquilata en el sufrimiento, en la resignación; esto enseña la fábula titulada El Clavo y el Martillo. En la forma es esta un modelo de fábulas, clara, sobria y precisa. En cuanto a la intención moral, no puede ser más oportuna ni más digna de alabanza. El camino de la virtud es un camino penoso; por eso es más meritorio seguirlo con pie firme y ánimo esforzado.

Muy cerca de esta fábula hallo otra sumamente importante; titúlase La Lámpara y el Tizón y su intención moral es encarecer el valor de los grandes caracteres, que se crecen en la desgracia y arrostran con digna serenidad las contrariedades de la vida mientras los espíritus menguados y pusilánimes se acobardan ante el más leve peligro.

El vicio de la pereza, origen de la ignorancia y de la pobreza, tiene su correctivo oportunísimo en la fábula El Redoblante y el Parche. Los niños la aprenderán con deleite la conservarán en la memoria y de mucho les servirá.

Común es entre los niños y también entre los hombres, reincidir en aquello que positivamente les perjudica, y exponerse a sinsabores y desgracias que podrían evitar no más que obrando prudentemente. La fábula de El Trajinero y el Jumento conviene mucho a los soberbios o aturdidos que cometen actos de notoria imprudencia, cuyos resultados no pueden menos de ser desastrosos para ellos mismos. En este vicio incurren más que los niños los hombres, pero seguramente estos hombres obrarían de otra suerte si la educación les hubiera corregido en la juventud, formando su carácter en la práctica de la prudencia y la cordura.

Los valentones, insolentes y provocadores no suelen ser los más animosos cuando llega el caso de demostrarlo, y en cambio los prudentes, que no hacen necio alarde fuera de sazón, ni presumen de fuerzas superiores a las de los demás, en circunstancias críticas dan notoria muestra de las más nobles cualidades de carácter. La fábula de El Papagayo y el Elefante expresa a maravilla este pensamiento del autor. La repugnante avaricia le ofrece asunto para un hermoso apólogo, El Avaro y el Barquero. Un infeliz que tuvo en vida tan funesto vicio es condenado al tormento más horrible para un avariento, obligado a contemplar como sus herederos derrochan todo el oro que él con tanto afán guardó, indiferente a las desgracias ajenas y sin que su dinero le sirviera más que para satisfacer la torpe y estéril codicia que le consumía.

La fortuna adquirida por medio del trabajo es la mejor fortuna. Este pensamiento de la fábula La Abeja y el Abejón es de indisputable oportunidad. Hoy, más que nunca, se busca la riqueza por otros caminos, se quiere improvisar la fortuna, y este desapoderado afán compromete a los hombres en temerarias y peligrosas empresas, cuyo resultado es a la postre la ruina y el deshonor. Combatir estas tendencias funestísimas, es obra buena y digna de un moralista como el señor Sala.

No ha olvidado este autor prevenir a sus lectores jóvenes contra los estragos que puede obrar la lisonja, y escribe bajo el título El Monte dos bellas quintillas. El monte bajo la blanquísima nieve oculta devastador volcán; así la lisonja, bajo la apariencia de los más puros afectos, oculta el áspid de la venganza y la traición.

Sería preciso dar todavía mucha extensión a la presente carta si fuera a citar todas las composiciones contenidas en este libro, que merecen mención y elogio porque, en justicia, no podría omitir ninguna de ellas.

Además, obra como ésta no necesita, en verdad, que se extreme el encomio de su mérito y se indiquen al lector todas las bellezas que contiene. El lector, sin que yo se las señale una por una, las encontrará en cuanto abra el libro, que ha merecido por cierto el más lisonjero dictamen de un censor eclesiástico, autorizadísimo, el inimitable autor de La Atlántida, el famoso poeta D. Jacinto Verdaguer, gloria de Cataluña y honra de las letras. ¿Qué re comendación mejor y más honrosa?

El señor Sala ha hecho, en mi concepto, el libro más completo de fábulas y apólogos que puede ponerse en manos de un niño. Este libro advierte al lector de todos los peligros de la vida, le enseña a abominar todos los vicios y a conocer y admirar todas las virtudes. Será por consiguiente un poderosísimo y eficaz auxiliar de los padres y los maestros para la educación de los niños. Y es seguro que éstos, si se penetran bien de la intención moral de las preciosas composiciones del señor Sala, habrán labrado los cimientos de su futura felicidad, aprendiendo a distinguir entre el bien y el mal.

El señor Sala ha obtenido en varios populares certámenes literarios, en Cataluña, merecido galardón por algunas de las fábulas que ahora se publican. En otra nación, libros como éste obtienen, no solamente inmenso favor del público, sino premio de las corporaciones sabias y de los gobiernos. La Academia francesa todos los años otorga premio a alguna obra de educación. No comprendemos cómo no sigue este buen ejemplo nuestra Real Academia española. El último premio que esta ilustre corporación ha otorgado le ha obtenido una novela, que, sin poner en duda su mérito literario, entiendo que nunca será tan útil, tan importante y tan trascendental como un buen libro destinado a la educación y la instrucción de los niños, semejante a éste del benemérito escritor D. Felipe Jacinto Sala.

Creo que las Nuevas Fábulas obtendrán un gran éxito; entiendo que este libro se reimprimirá muchas veces, como los de Samaniego e Iriarte; pero también entiendo que los gobiernos y las corporaciones administrativas de los pueblos debieran no omitir medio de estimular y galardonar a los autores que, como el señor Sala, dedican su ingenio a formar el carácter y el corazón de la generación que ha de sucedernos. No conozco más digno y meritorio empleo del talento.

Ruego a Vds., pues, mis distinguidos y antiguos amigos, que trasmitan al señor Sala mi más sincera y entusiasta felicitación por su hermoso libro, y permitan Vds. que también les felicite por el buen gusto y el primor con que lo han impreso, comprendiendo que obra de tan excepcionales condiciones merecía una edición esmeradísima, a la que ha contribuido con su notoria habilidad y proverbial donaire mi estimado amigo Julián Bastinos, ilustrándola con excelentes viñetas, que añaden un nuevo encanto a las fábulas del Sr. Sala. Grande es el servicio que prestan ustedes a la patria, publicando uno tras otro con tan singular constancia, esa larga serie de libros de educación, contribuyendo por el más eficaz modo a la instrucción de los pueblos, al mejoramiento de las costumbres y al progreso de la enseñanza. Tan digno y meritorio como escribir buenos libros es publicarlos, y sin editores ilustrados y emprendedores como Vds., muchos libros de grandísima importancia no saldrían jamás a la luz pública, porque los autores no podrían por sí mismos emprender su publicación. Vds. han logrado elevar el ramo importantísimo de la librería pedagógica a un altísimo grado de adelanto, y obtienen la legítima y merecida recompensa de sus desvelos. Nada más digno y honroso. Dichosos ustedes, mis siempre estimados amigos, que pueden decir: -«Todo cuanto poseemos lo hemos ganado con nuestro constante trabajo.»

Mil parabienes por el seguro éxito de este libro, joya de la moral y la literatura, y reciban la expresión del afecto que les profesa su antiguo amigo y

S. S. Q. B. S. M.


Carlos Frontaura.


Madrid, 20 de Enero de 1886.