Novelas y cuentos (Poe)/Edgar Poe, su vida y sus obras
EDGAR POE
Sur son tróne d'airain le Destin qui s'en raille
Imbibe leur éponge avec du fiel amer
Et la Nécessité les tórd dans sa tenaille.
En estos últimos tiempos, un desdichado fué sometido á nuestros tribunales. Su frente estaba adornada de un raro y singular tatuaje: ¡Mala suerte! Llevaba así, arriba de sus ojos la etiqueta de su vida, como un libro su título, y el interrogatorio probó que ese extravagante letrero era cruelmente verídico. Hay en la historia, literaria, destinos análogos, verdaderas condenaciones—hombres que llevan la palabra desgracia escrita en caracteres misteriosos, en los pliegues sinuosos de su frente. El ángel ciego de la expiación se ha apoderado de ellos y los castiga para la edificación de los otros.
En sus vidas muestran talento y virtudes; la Sociedad tiene para ellos las enfermedades que su persecución les ha dado.—¿Qué no hizo Hoffman para desarmar el destino, y qué no emprendió Balzac para conjurar la fortuna?—¿Existe pues una Providencia diabólica que prepara la desdicha desde la cuna, que arroja con premeditación naturalezas espirituales y angélicas en medios hostiles, como mártires á los circos? ¿Hay, pues, almas sagradas, destinadas al altar, condenadas á marchar á la muerte y á la gloria, á través de sus propias ruinas? ¿La pesadilla de las Tenèbres asediará eternamente esas almas elegidas? — En vano se debaten, en vano se acostumbran al mundo, á sus prevenciones, á sus astucias; perfeccionarán la prudencia, taparán todas las salidas, cubrirán las ventanas contra los proyectiles del azar; el Diablo entrará por una cerradura; una perfección será la falta de sus corazas, y una cualidad superlativa el germen de sus condenaciones.
L'aigle, pour le briser, du haut du firmament
Sur leur front découvert lâchera la tortue,
Car ils doivent périr inévitablement.
Su destino está escrito en toda su constitución; se ostenta con un brillo siniestro en sus miradas y en sus gestos, circula en sus arterias con cada uno de sus glóbulos sanguíneos.
Un autor célebre de nuestro tiempo, ha escrito un libro para demostrar que el poeta no podía encontrar un buen lugar, ni en una sociedad democrática ni en una aristocrática, no más en una república que en una monarquía absoluta ó atemperada. ¿Quién ha sabido responderle perentoriamente? Traigo hoy una nueva leyenda en apoyo de su tesis, agrego un santo nuevo al martirologio; tengo que escribir la historia de uno de esos ilustres desdichados, demasiado rico en poesía y en pasión, que ha venido, después de tantos otros, á hacer en este bajo mundo, el rudo aprendizaje del genio entre las almas inferiores.
¡Qué lamentable tragedia es la vida de Edgar Poe! ¡Su muerte, desenlace horrible cuyo horror es acrecido por la- trivialidad! — De todos los documentos que he leído, resulta para mí, la convicción de que los Estados Unidos no fueron para Poe mas que una vasta prisión, que recorría con la agitación febril de un ser hecho para respirar en un mundo más aromático — mas qué una gran barbarie alumbrada á gas — y que su vida interior, espiritual, de poeta ó hasta de ebrio, no era más que un esfuerzo perpetuo para escapará la influencia de esta atmósfera antipática.¡Desapiadada dictadura, la de la opinión en las sociedades democráticas; no imploréis de ella ni caridad, ni indulgencia! Ni elasticidad cualquiera en la aplicación de sus leyes á los casos múltiples y complejos de la vida moral. Se diría que del amor impío de la libertad ha nacido una tiranía nueva, la tiranía de las bestias, ó zoocracia, que por su insensibilidad feroz se parecen al ídolo de Jaggernaut.—Un biógrafo nos dirá gravemente [1]:—tiene buena intención, el buen hombre,—que Poe si hubiera querido regularizar su genio y aplicar sus facultades creadoras de una manera más apropiada al suelo americano, habría podido ser un autor de dinero, a money making author; otro: un ingenuo cínico — que por más bello que sea el genio de Poe, hubiera valido más para él no tener sino talento, cotizándose el talento siempre mejor que el genio. Otro, que ha dirigido diarios y revistas, un amigo del poeta, confiesa que era difícil emplearle y que se estaba obligado á pagarle menos que á los otros, porque escribía en un estilo demasiado superior al vulgo. ¡Qué olor á almacén! como decía José de Maistre.
Algunos se han atrevido más, y uniendo el desconocimiento más completo de su genio á la ferocidad de su hipocresía burguesa, lo han insultado á cual mejor; y después de su repentina desaparición han morigerado rudamente ese cadáver; en particular Mr. Rufus Griswold, quien, para recordar aquí la expresión vengadora de Mr. George Graham, cometió entonces una inmortal infamia. Poe experimentando acaso el siniestro presentimiento de un fin súbito, había designado á Mrss. Griswold y Willis para poner en orden sus obras, escribir su vida y restaurar su memoria. Ese pedagogo-vampiro ha difamado largamente á su amigo, en un enorme artículo, vulgar y odioso, puesto nada menos que á la cabeza de la edición póstuma de sus obras.—¿No hay pues en América, una disposición que prohíbe á los perros la entrada á los cementerios? — En cuanto á Mr. Willis, ha probado al contrario que la benevolencia y la decencia marchaban siempre con el verdadero talento y que la caridad hacia nuestros cofrades, que es un deber moral, era también uno de los mandatos del gusto.
Hablad de Poe con un americano; confesará acaso su genio; quizá se mostrará hasta altivo de él; pero, con un tono sardónico superior que revela al hombre positivo, os hablará de la vida desarreglada del poeta, de su aliento alcoholizado que se habría encendido con un fósforo, de sus hábitos vagabundos; os dirá que era un ser errático y heteróclito, un planeta fuera de su órbita, que rodaba sin cesar de Baltimore á New-York, de New-York á Filadelfia, de Filadelfia á Boston, de Boston á Baltimore, de Ballimore á Richmond. Y, si con el corazón conmovido por esos preludios de una historia dolorosa, dais á entender que el individuo no es el único culpable, y que debe ser difícil pensar y escribir cómodamente en un país donde hay millones de soberanos, un país sin capital, propiamente dicho, y sin aristocracia — entonces veréis dilatarse sus pupilas y arrojar relámpagos, subirle á los labios la haba del patriotismo atacado, y la América, por su boca, lanzar injurias á la Europa su vieja madre, y á la filosofía de los tiempos antiguos.
Repito que tengo la persuasión de que Edgar Poe y su patria no estaban al nivel. Los Estados Unidos son un país gigantesco y niño, naturalmente celoso del viejo continente. Altivo de su desenvolvimiento material, anormal y casi monstruoso, ese recién venido en la historia, tiene una fe ingenua en el todopoderío de la industria; está convencido, como algunos desdichados entre nosotros, que acabará por comerse al Diablo; ¡el tiempo y el dinero tienen entre ellos un valor tan grande! La actividad material, exagerada hasta las proporciones de una manía nacional, deja en los espíritus muy poco lugar para la cosas que no son de la tierra. Poe, que era de buen tronco, y que por otra, parle creía que la gran desgracia de su país, era no tener aristocracia de raza, atento decía, que en un pueblo sin aristocracia el culto de lo Bello no puede más que corromperse, empequeñecerse y desaparecer — que acusaba entre sus conciudadanos, hasta en su lujo enfático y costoso, todos los síntomas del mal gusto característico de los parvenus — que consideraba el Progreso, la gran idea moderna, como un éxtasis de papa-moscas, y que llamaba á los perfeccionamientos del habitáculo humano, cicatrices y abominaciones rectangulares. — Poe era entre ellos, un cerebro singularmente solitario. No creía más que en lo inmutable, en lo eterno, en el self same, y gozaba — cruel privilegio en una sociedad enamorada de sí misma — de ese gran buen sentido á lo Maquiavelo, que marcha delante del sabio, como una columna luminosa, á través del desierto de la historia. — ¿Qué hubiera pensado, qué hubiera escrito, el infortunado, al oir á la teología del sentimiento suprimir el Infierno por amistad al género humano, al filósofo de la cifra proponer un sistema de seguros, una suscrición de un sueldo por cabeza para la supresión de la guerra, y la abolición de la pena de muerte y de la ortografía, dos locuras correlativas, y tantos otros enfermos que escriben con el oído inclinado al viento, fantasías giratorias tan flatuosas como el elemento que se las dicta? — Si agregáis á esta visión impecable de lo verdadero — enfermedad en ciertas circunstancias, — una delicadeza exquisita de sentidos á la que torturaba una sola nota falsa, una finura de gusto á la que todo, excepto la exacta proporción, repugnaba, un amor insaciable de lo Bello, que había tomado el poder de una pasión mórbida, no os sorprenderéis que para semejante hombre, la vida se convirtiera en un infierno y que haya concluido mal; os admiraréis de que haya durado tanto tiempo.
La familia de Poe era una de las más respetables de Baltimore. Su abuelo materno había servido en la guerra de la Independencia como quarter-master-general, y Lafayette le tenía en alta estima y amistad. Éste, en su último viaje á los Estados Unidos, quiso ver á la viuda del general y testificarle su gratitud por los servicios de que era deudor á su marido. El bisabuelo había desposado una hija del almirante inglés Mac Bride, que estaba aliado con las más nobles casas de Inglaterra. Daniel Poe, padre de Edgar é hijo del general, se enamoró perdidamente de una actriz inglesa, Elisabeth Arnold, célebre por su belleza; huyó con ella y la desposó. Para mezclar más intimamente sus destinos, se hizo comediante y apareció con su mujer en diferentes teatros, en las principales ciudades de la Unión. Los dos esposos murieron en Richmond, casi al mismo tiempo, dejando en el abandono y la desnudez más completa, tres niños de corta edad, uno de los cuales era Edgar.
Edgar Poe había nacido en Baltimore, en 1813.— Es según él mismo que doy esta fecha, pues ha reclamado contra la afirmación de Griswold, que coloca su nacimiento en 1811. Si alguna vez el espíritu de novela, para servirme de una expresión de nuestro poeta — ¡espíritu siniestro y borrascoso! — ha presidido á un nacimiento, fué ciertamente al suyo. Poe fué el hijo de la pasión y de la aventura. Un rico negociante de la ciudad, Mr. Allan, se prendó de aquel bonito desdichado á quien la naturaleza había dotado de una manera encantadora, y como no tenía hijos, le adoptó. Poe se llamó, pues, en adelante Edgar Allan Poe. Fué así educado en una bella comodidad y con la esperanza legitima de una de esas fortunas que dan al carácter una soberbia certidumbre. Sus padres adoptivos, en un viaje, le llevaron á Inglaterra, Escocia é Irlanda, y antes de volver á su país, le dejaron en casa del Dr. Bransby, que tenía una importante casa de educación en Stoke-Newington, cerca de Londres. Poe mismo, en William Wilson, ha descrito esa extraña casa, edificada en el viejo estilo de Elisabeth y las impresiones de su vida de escolar.
Volvió á Richmond en 1822 y continuó sus estudios en América, bajo la dirección de los mejores maestros. En la Universidad de Charlottesville, donde entró en 1825, se distinguió no solamente por una inteligencia casi milagrosa, sino también por una abundancia casi siniestra de pasiones — una precocidad verdaderamente americana, que por último, fué la causa de su expulsión. Es bueno notar de paso, que Poe, en Charlottesville, había ya manifestado una aptitud de las más sorprendentes para las ciencias físicas y matemáticas. Más tarde, hará de ella un uso frecuente en sus extraños cuentos, y sacará de ahí medios inesperados. Pero tengo razones para creer que no es á este orden de composiciones al que daba más importancia y que — á causa quizá de esta precoz aptitud — no estaba lejos de considerarlas como fáciles juglerías, comparativamente á las obras de pura imaginación.
Algunas malhadadas deudas de juego hicieron que entre él y su padre adoptivo hubiera un enojo momentáneo, y Edgar — hecho de los más curiosos, y que prueba, por más que se diga, una dosis de chevalerie, bastante fuerte en su impresionable cerebro — concibió el proyecto de mezclarse á la guerra de los Helenos é ir á combatir los Turcos. Partió pues para la Grecia. — ¿Qué le sucedió en Oriente, que hizo allí?—¿Estudió las riberas clásicas del Mediterráneo — porque le volvemos á encontrar en San Petersburgo, sin pasaporte — comprometido y en qué especie de negocio — obligado á apelar al ministro americano, Henry Midleton, para escapar á la penalidad rusa y volver á su hogar? — Se ignora; hay ahí un claro que sólo él hubiera podido llenar. La vida de Edgar Poe, su juventud, sus aventuras en Rusia y su correspondencia han sido largo tiempo anunciadas por los diarios norte-americanos, pero no han aparecido jamás.
Vuelto á América, en 1829, manifestó el deseo de entrar á la escuela militar de West-Point; fué admitido en ella, en efecto, y ahí, como en todas partes, dió muestras de una inteligencia admirablemente dotada, pero indisciplinable, y al cabo de algunos meses fué despedido. — Al mismo tiempo aconteció en su familia adoptiva, un suceso que debía tener las consecuencias más graves sobre su vida. La señora Allan, por la cual un centavo — agrega el mismo Griswold, con un matiz de desdén.
Era una señorita Virginia Clemn, su prima.
No obstante los servicios hechos á su diario, Mr. White se disgustó con Poe al cabo de dos años, poco más ó menos. La razón de esta separación se encuentra evidentemente en los accesos de hipocondría y las crisis de embriaguez del poeta — accidentes característicos que cubrían de sombras su cielo espiritual, como esas nubes lúgubres que dan repentinamente al paisaje más romántico, un aire de melancolía en apa riencia irreparable. — Desde entonces, veremos al infortunado levantar su tienda, como un hombre del desierto y transportar sus ligeros penates á las principales ciudades de la Unión. En todas partes, dirigirá revistas ó colaborará en ellas, de una manera brillante. Derramará con deslumbradora rapidez artículos críticos, filosóficos y cuentos llenos de magia que aparecen reunidos bajo el título de Tales of the Grotesque and the Arabesque — título notable é intencional, pues los adornos grotescos y arabescos rechazan la figura humana, y se verá que á muchos respectos la literatura de Poe, es extra ó suprahumana. Sabremos, por noticias hirientes y escandalosas insertas en los diarios, que Poe y su mujer se encuentran peligrosamente enfermos en Fordham y en una absoluta miseria. Poco tiempo después de la muerte de la señora Poe, el poeta sufrió los primeros ataques del delirium tremens. Una noticia aparece repentinamente en un diario — esa, más que cruel — que acusa su menosprecio y su disgusto del mundo, y le hace uno de esos procesos de tendencia, verdaderas requisitorias de la opinión, contra las cuales tuvo siempre que defenderse, una de las luchas más estérilmente fatigantes que conozco.
Sin duda, ganaba dinero, y sus trabajos literarios podían costearle más ó menos bien la existencia. Pero tengo pruebas de que tenía disgustantes dificultades que superar. Soñó, como tantos otros escritores, en una revista propia, quiso estar en lo suyo, y el hecho es que había sufrido suficientemente para desear con ardor este abrigo definitivo á su pensamiento. Para llegar á este resultado, para procurarse una suma de dinero suficiente, recurrió á las lecturas. Se sabe lo que son estas lecturas — una especie de especulación, el Colegio de Francia puesto á disposición de todos los literatos; el autor no publica lo que lee sino después que ha sacado el más grande provecho posible. Poe había dado ya en New-York una lectura de Eureka, su poema cosmogónico, que había hasta levantado fuertes discusiones. Imaginó esta vez dar lecturas en su país, en la Virginia. Contaba, cuando escribió Willis, con dar una vuelta por el Oeste y Sud, y esperaba el concurso de sus amigos literarios y de sus antiguos conocidos de colegio y de West-Point. Visitó, pues, las principales ciudades de la Virginia, y Richmond volvió á ver al que había conocido tan joven, tan pobre y tan desnudo, Todos los que no habían visto á Poe desde los tiempos de su obscuridad, acudieron en multitud á contemplar al ilustre compatriota. Apareció bello, elegante, correcto como el genio. Creo que había llegado su condescendencia hasta hacerse admitir en una sociedad de temperancia. Escogió un tema tan fecundo como elevado: El principio de la Poesía, y lo desarrolló con esa lucidez que es uno de sus privilegios. Creía, como verdadero poeta que era, que el fin de la poesía, es de la misma naturaleza que su principio, y que no debe tener en vista otra cosa que sí misma.
La buena acogida que se le hizo inundó su pobre corazón de orgullo y de gozo; se encontraba tan encantado que habló de establecerse definitivamente en Richmond y de concluir su vida en los sitios que su infancia le había hecho queridos. Sin embargo, tenía que hacer en New-York, y partió, el 4 de Octubre, quejándose de estremecimientos y debilidades. Sintiéndose siempre bastante mal, al llegar á Baltimore, el 6, á la noche, hizo llevar su bagaje al embarcadero, de donde debía dirigirse á Filadelfia, y entró en una taberna para tomar un excitante cualquiera. Ahí, desdichadamente, encontró viejos camaradas y se retardó. Al día siguiente por la mañana, á la luz pálida de la madrugada, fué encontrado un cadáver sobre la vía—¿debe decirse así?—no, un cuerpo vivo todavía, pero que la muerte había ya marcado con su real sello. Sobre ese cuerpo, cuyo nombre se ignoraba, no se encontró ni papeles, ni dinero, y se le llevó á un hospital. Ahí fué dónde murió Poe, esa misma noche del Domingo, 7 de Octubre de 1849, á la edad de 37 años, vencido por el delirium tremens, terrible huésped que había ya visitado su cerebro una ó dos veces. Así desapareció, de este mundo uno de los más grandes héroes literarios, el hombre de genio que habia escrito en el Gato Negro, estas palabras fatídicas: ¿Qué enfermedad es comparable al alcohol?
Esta muerte es casi un suicidio — un suicidio preparado desde hacía mucho tiempo. Al menos ella causó un escandalo igual al de un suicidio. El clamor fué grande y la virtud hizo ostentación de su cant [2] enfático, libre y voluptuosamente. Las oraciones fúnebres más indulgentes no pudieron dejar de dar curso á la inevitable moral burguesa que tuvo cuidado de no faltar en tan admirable ocasión. Mr. Griswold difamó; Mr. Willis, sinceramente afligido, estuvo más que conveniente. — ¡Ay! el que había franqueado las alturas más arduas de la estética y visitado los abismos menos explorados del intelecto humano, el que, á través de una vida que se parece á una tempestad sin calma, había encontrado medios nuevos, procedimientos desconocidos para admirar la imaginación, para seducir los espíritus sedientos de lo Bello, acababa de morir en algunas horas en un lecho de hospital — ¡qué destino! ¡Y tanta grandeza y tanta desdicha, para levantar un torbellino de fraseología burguesa, para convertirse en el alimento y el tema de diaristas virtuosos! Ut declamatio fiat!
Esos espectáculos no son nuevos; es raro que una sepultura reciente é ilustre no sea una cita de escándalos. Por otra parte la Sociedad no ama a esos rabiosos desdichados, y sea que ellos turben sus fiestas, sea que ella los considere como remordimientos, tiene incontestablemente razón. ¿Quién no recuerda las declamaciones parisienses, cuando la muerte de Balzac, que sin embargo, murió correctamente?
Y más reciente todavía — hace hoy, 26 de Enero, un año justo cuando un escritor de una honradez admirable, de una alta inteligencia y que fué siempre lúcida, fué discretamente, sin incomodar á nadie — tan discretamente que su discreción se parecía al menosprecio á libertar su alma en la calle más negra que pudo encontrar [3]—¡qué disgustantes homilias! — ¡qué asesinato refinado! Un diarista célebre á quien Jesús no enseñará jamás las maneras generosas, encontró la aventura bastante jovial para celebrarla en un equívoco. — Entre la enumeración de los derechos del hombre que la sabiduría del siglo XIX recomienda tan á menudo y tan complacientemente, dos bastante importantes han sido olvidados, que son el derecho de contradecirse y el de irse. Pues la Sociedad mira al que se va como á un insolente; castigaría con gusto á ciertos despojos fúnebres, como ese infeliz soldado, atacado de vampirismo, á quien la vista de un cadáver exasperaba hasta el furor. — Y no obstante se puede decir, que bajo la presión de ciertas circunstancias, después de un serio examen de ciertos incompatibilidades, con firmes creencias en ciertas dogmas y metempsicosis — se puede decir, sin énfasis y sin juego de palabras, que el suicidio es algunas veces la acción más razonable de la vida [4]. — Y así se forma una compañía de fantasmas ya numerosa, que nos visita familiarmente, y cuyos miembros vienen á alabarnos su reposo actual y trasmitirnos sus persuasiones.
Confesemos sin embargo que el lúgubre fin del autor de Eureka suscitó algunas consoladoras excepciones, sin lo cual sería menester desesperar y la plaza no se podría sostener. Mr. Willis, como lo he dicho, habló honestamente y hasta con emoción de las buenas relaciones que había tenido con Poe. Mr. John Real y George Graham, llamaron á Mr. Griswold al pudor. Mr. Longfellow — y éste es tanto más merecedor cuanto que Poe le había cruelmente maltratado — supo alabar de una manera digna su alto poder como poeta y como prosísta. Un desconocido escribió que la América literaria había perdido su más fuerte cabeza.
Pero el corazón herido, el corazón desgarrado, el corazón atravesado por los siete puñales, fué el de Mrs. Clemn. Pues Edgar Poe era á la vez, su hijo y su hija. ¡Rudo destino, dijo Willis, de quien tomo estos detalles, casi palabra por palabra, rudo destino, el que ella vigilaba y protegía! Pues Edgar Poe era un hombre incómodo; además de escribir en un estilo superior al nivel intelectual común, para que se le pudiera pagar caro, estaba siempre afligido por falta de dinero, y á menudo él y su mujer carecían de las cosas más necesarias á la vida. Un día Willis vió entrar en su oficina una mujer, anciana, dulce, grave. Era Mrs. Clemn. Buscaba trabajo para su querido Edgar. El biógrafo dice, que fué singularmente sorprendido del elogio perfecto, de la apreciación exacta que hacía de los talentos de su hijo, como también de todo su ser exterior — de su voz dulce y triste, de sus maneras un poco añejas, pero bellas y nobles. Y durante muchos años, agrega él, hemos visto á ese infatigable servidor del genio, pobre é insuficientemente vestido, yendo de diario en diario para vender un poema ó un artículo, diciendo algunas veces que él estaba enfermo — única explicación, única razón, invariable excusa que daba cuando su hijo se encontraba herido momentáneamente por una de esas esterilidades que conocen los escritores nerviosos — y no permitiendo jamás á sus labios decir una sílaba que pudiera ser interpretada como una duda, como un debilitamiento de confianza en el genio y la voluntad de su bienamado. Cuando su hija murió, se ligó al sobreviviente de la desastrosa batalla, con un ardor maternal reforzado, vivió con él, le cuidó vigilándole, defendiéndole contra la vida y contra él mismo. Ciertamente — concluye Willis, con una alta é imparcial razón — si la abnegación de la mujer, nacida con un primer amor y mantenida por la pasión humana, glorifica y consagra su objeto, ¿qué no dice en favor del que inspiró una abnegación como ésta, pura, desinteresada y santa como un centinela divino? Los detractores de Poe habrían debido notar en efecto que hay seducciones tan poderosas que no pueden ser más que virtudes.
Se adivina cuán terrible fué la noticia para la desdichada mujer. Escribió á Willis una carta de la que doy algunas líneas:
«He sabido ésta mañana la muerte de mi bienamado Eddie... ¿Podéis trasmitirme algunos detalles, algunas circunstancias?... ¡Oh! no abandonéis á vuestra pobre amiga en esta amarga aflicción... Decid á Mr... que venga á verme; tengo una comisión para él de parte de mi pobre Eddie... No tengo necesidad de suplicaros que anunciéis su muerte y que habléis bien de él. Sé que lo haréis. Pero decid qué hijo afectuoso era para mí, su pobre madre desconsolada...»
Esta mujer me aparece grande y más que antigua. Herida por un golpe irreparable, no piensa más que en la reputación del que era todo para ella, y no basta, para contentarla, que se diga que él era un genio: es necesario que se sepa que era un hombre de deber y de afección. Es evidente que esta madre — antorcha y hogar encendido por un rayo del más alto cielo — ha sido dada en ejemplo á nuestras razas demasiado poco cuidadosas de la abnegación, del heroísmo y de todo lo que es más que el deber. ¿No era justicia inscribir á la cabeza de las obras del poeta el nombre de la que fué el sol moral de su vida [5]? Embalsamará con su gloria el nombre de la mujer cuya ternura sabía curar sus llagas, y cuya imagen revoloteará incesantemente por arriba del martirologio literario.
La vida de Poe, sus costumbres, sus maneras, su ser físico, todo lo que constituye el conjunto de su personaje, nos aparecen como algo de tenebroso y de brillante á la vez. Su persona era singular, seductora, y como sus obras, marcada con un indefinible sello de melancolía. Era notablemente bien dotado de todas maneras. Joven, había mostrado una rara aptitud para los ejercicios físicos, y bien que fuera pequeño, con pies y manos de mujer, llevando además en todo su aspecto un carácter de delicadeza femenina, era más que robusto y capaz de maravillosos rasgos de fuerza. En su juventud ha ganado una apuesta de nadador que sobrepasa la medida ordinaria de lo posible. Se diría que la Naturaleza da á aquellos de que quiere sacar grandes cosas, un temperamento enérgico, como da una poderosa actividad á los árboles encargados de simbolizar el duelo y el dolor. Esos hombres, con apariencias miserables, algunas veces, están tallados como atletas, buenos para la orgía y para el trabajo, prontos á los excesos y capaces de sorprendentes sobriedades.
Hay algunos puntos relativos á Edgar Poe sobre los cuales hay acuerdo unánime, por ejemplo, su alta distinción natural, su elocuencia y su belleza, de la que era, según se dice, un poco orgulloso. Sus maneras, mezcla singular de nobleza y dulzura exquisita, estaban llenas de firmeza. Fisonomía, paso, gestos, aires de cabeza, todo lo designaba, sobre todo en sus buenos días, como una criatura elegida. Su ser todo respiraba una solemnidad penetrante. Era realmente un tipo marcado por la naturaleza, como esas figuras de pasantes que atraen la mirada del observador y preocupan su memoria. El pedante y agrio Griswold mismo, confiesa que cuando fué á devolver visita á Poe, y que le encontró pálido y enfermo todavía por la enfermedad y muerte de su mujer, se sorprendió hasta el extremo, no solamente de la perfección de sus maneras, sino hasta de la fisonomía aristocrática, de la atmósfera perfumada de su cuarto, bastante modesto sin embargo. Griswold ignora que el poeta tiene más que todos los hombres ese maravilloso privilegio atribuído á la mujer parisiense y á la española, de saberse adornar con una nada, y que Poe, apasionado de lo bello en todas cosas, habría encontrado el arte de transformar una choza en un palacio de especie nueva. ¿No ha escrito, con el espíritu más original y más curioso, proyectos de mobiliarios, planes de casas de campo, jardines y reformas de paisajes?
Existe una carta encantadora de Mrs. Frances Osgood, que fué una de las amigas de Poe, y que nos da sobre sus costumbres, su persona y su vida íntima, los más preciosos detalles. Esta mujer, que era ella misma un literato distinguido, niega valerosamente todos los vicios y todas las faltas reprochadas al poeta. «Con los hombres, dice á Griswold, acaso era tal como lo pintáis y como hombre podéis tener razón. Pero afirmo que con las mujeres era totalmente distinto, y que jamás ninguna mujer ha podido conocerle sin experimentar por él un profundo interés. Nunca se me ha aparecido sino como un modelo de elegancia, de distinción y de generosidad...
«La primera vez que nos vimos, fué en Astor-House. Willis me había prestado El Cuervo, sobre el cual el autor, me dijo, deseaba conocer mi opinión. La música misteriosa y sobrenatural de ese poema, extraño, me penetró tan íntimamente, que, cuando supe que Poe quería serme presentado, experimenté un sentimiento singular y que se parecía al terror. Apareció con su bella y orgullosa cabeza, sus ojos sombríos que arrojaban una luz de sentimiento y de pensamiento, con sus maneras, mezcla intraducible de elevación y de suavidad — me saludó tranquilo, grave, casi frío; pero bajo aquella frialdad vibraba una simpatía tan marcada que no pude dejar de impresionarme profundamente. A partir de aquel momento hasta su muerte, fuimos amigos... y sé que en sus últimas palabras, he tenido mi parte de recuerdo, y que me ha dado, antes de que su razón cayera de su trono de soberana, una prueba suprema de su fiel amistad.
«Era, sobre todo en su interior á la vez simple y poético, que el carácter de Edgar Poe aparecía para mí en su más bella luz. Dócil, afectuoso, espiritual, tan pronto dócil y tan pronto malo como un niño mimado, tenía siempre para su joven, dulce y adorada mujer, y para todos los que le buscaban, hasta en medio de sus más fatigantes tareas literarias, una palabra amable, una sonrisa benevolente, atenciones graciosas y corteses. Pasaba interminables horas en su pupitre, bajo el retrato de su Leonor, la amada y y la muerta, siempre asiduo, siempre resignado y fijando con su admirable letra las brillantes fantasías que atravesaban su cerebro, incesantemente en actividad. Me acuerdo haberle visto una mañana más contento y más alegre que de costumbre. Virginia, su dulce mujer, me había suplicado que los visitara y me era imposible resistir á sus solicitaciones... Le encontré trabajando en la serie de artículos que ha publicado bajo el titulo: The Litterati of New-York y me dijo desplegando con una risa de triunfo muchos rollitos de papel (escribía sobre tiras estrechas, sin duda para conformar su copia á la jusificación de los diarios): — Voy á mostraros por la diferencia de largos, los diversos grados de estimación que tengo por cada uno de vuestros literatos; en cada uno de estos papeles, uno de vosotros está envuelto y perfectamente discutido. — ¡Venid, Virginia, y ayudadme! — Y los desenrollaron todos uno á uno. Al fin, había uno que parecía interminable. Virginia, riendo, retrocedía hasta un ángulo del cuarto teniéndole por un extremo y su marido hacía lo mismo del otro lado. — ¿Y quién es el dichoso — dije — que habéis juzgado digno de esta inconmensurable dulzura? — ¿La oís? exclamó él — ¡como si su vanidoso corazoncito no le hubiera ya dicho que es ella misma!
«Cuando me ví obligada á viajar por mi salud, mantuve una correspondencia regular con Poe, obedeciendo en eso á las vivas solicitaciones de su mujer, que creía que yo podía obtener sobre él una influencia y un ascendiente saludables...
«En cuanto al amor y á la confianza que existían entre su mujer y él, y que eran para mí un espectáculo delicioso, no sabría· pintarlos con la convicción y el calor merecido. Olvido algunos pequeños episodios poéticos en los cuales fué arrojado por su temperamento novelesco. Pienso que era la única mujer á quien haya verdaderamente amado...»
En las Novelas de Edgar Poe, no hay jamás amor. Al menos Ligeia, Eleonora, no son, propiamente hablando, historias de amor, pues la idea principal sobre que gira la obra, es otra. Quizá creía que la prosa no es una lengua á la altura de ese caprichoso y casi intraducible sentimiento; porque sus poesías, al contrario, están fuertemente saturadas de él. La divina pasión aparece en ellas, magnífica, estrellada, y siempre velada por una irremediable melancolía. En sus artículos, habla algunas veces del amor hasta como de una cosa que hace estremecer la pluma. En The Domain of Arnheim, afirmará que las cuatro condiciones elementales de la dicha, son: la vida en pleno aire, el amor de una mujer, la ausencia de toda ambición y la creación de un Bello nuevo. — Lo que corrobora la idea de Mrs. Francis Osgood relativamente al respeto caballeresco de Poe por las mujeres, es, que no obstante su prodigioso talento para lo grotesco y lo horrible, no hay en toda su obra un solo pasaje que ofrezca lubricidad ó siquiera goces sensuales. — Sus retratos de mujer son, por decirlo así, aureolados; brillan en el seno de un vapor sobrenatural y están pintados con la manera enfática de un adorador. — En cuanto á los pequeños episodios novelescos, ¿hay motivo para sorprenderse de que un ser tan nervioso, cuya sed de lo Bello era acaso el rasgo principal, haya cultivado á veces la galantería con un ardor apasionado — la galantería, esa flor volcánica y olorosa para quien el cerebro hirviente de los poetas es un terreno predilecto?
De su singular belleza, acerca de la que hablan muchos biógrafos, el espíritu puede, creo, hacerse una idea aproximativa recurriendo á todas las nociones vagas, pero sin embargo características, contenidas en la palabra romántica, palabra que sirve generalmente para pintar los géneros de belleza que consisten sobre todo en la expresión. Poe tenia una frente ancha, dominadora, en que ciertas protuberancias traicionaban las facultades encargadas de representar — construcción, comparación, causalidad — y donde tenía su trono, en un orgullo tranquilo, el sentido de la idealidad, el sentido estético por excelencia. Sin embargo de esos dones, ó hasta á causa de esos privilegios exhorbitantes, aquella cabeza, vista de perfil, no ofrecía acaso un aspecto agradable. Como todas las cosas excesivas por un sentido, un déficit podía resultar de la abundancia, una pobreza de la usurpación. Tenía grandes ojos á la vez sombríos y llenos de luz, de un color indeciso y tenebroso, tirando á violeta, la nariz noble y sólida, la boca fina y triste, aunque ligeramente sonriente, la tez morena clara, el rostro pálido casi siempre, la fisonomía un poco distraída é imperceptiblemente sellada por una melancolía habitual.
Su conversación era de las más notables y esencialmente instructiva. No era lo que se llama un beau parlour — cosa horrible — y su palabra como su pluma huía de las formas convenidas; pero su vasto saber, una lengüistica [6] poderosa, serios estudios, impresiones amontonadas en muchos países, hacían de su palabra una cátedra. Su elocuencia, esencialmente poética, llena de método y moviéndose sin embargo fuera de todo método conocido, un arsenal de imágenes sacadas de un mundo poco frecuentado por la mayor parte de los espíritus, un arte prodigioso en deducir de una proposición evidente y absolutamente aceptable, resúmenes secretos y nuevos, en abrir sorprendentes perspectivas, y en una palabra, el arte de arrobar, de hacer pensar, de hacer soñar, de arrancar las almas de los fangos de la rutina, tales eran las deslumbrantes facultades de que muchas gentes han guardado el recuerdo. Pero sucedía algunas veces — se dice al menos — que el poeta, complaciéndose en un capricho destructor, llamaba bruscamente sus amigos á la tierra por un cinismo afligente, y demolía su obra de espiritualidad. Por otra parte, es necesario decir que era muy poco difícil en la elección de sus auditores, y creo que el lector encontrará sin trabajo en la historia, otras inteligencias grandes y originales, para quienes toda compañía era buena. Ciertos espíritus, solitarios en medio de la multitud y que se alimentan con el monólogo, no tienen que hacer delicadeza en materia de público. Es, en suma, una especie de fraternidad basada en el menosprecio.
De esta ebriedad — celebrada y reprochada con una insistencia que podría dar á creer que todos los escritores de los Estados Unidos, excepto Poe, son ángeles de sobriedad — es necesario hablar, sin embargo. Muchas versiones son plausibles y ninguna excluye las otras. Ante todo, estoy obligado á hacer notar que Willis y Mrs. Osgood, afirman que una cantidad mínima de vino ó de licor bastaba para perturbar completamente su organización. Es fácil suponer, además, que un hombre tan realmente solitario, tan profundamente desdichado, y que ha podido á menudo considerar todo el sistema social como una paradoja y una impostura, un hombre, que, acosado por un destino sin piedad, repetía con frecuencia que la sociedad no es más que una batahola de miserables (es Griswold quien cuenta eso, tan escandalizado como un hombre que, puede pensar la misma cosa, pero que no la dirá jamás) — es natural, digo, suponer, que ese poeta, arrojado niño aún en los azares de la vida libre, con el cerebro acosado por un trabajo áspero y continuo, haya buscado algunas veces una voluptuosidad de olvido en las botellas. Rencores literarios, vértigo de lo infinito, dolores íntimos, insultos de la miseria; Poe huía de todo eso, sumergiéndose en lo negro de la embriaguez como en una tumba preparatoria. Pero por más buena que parezca esta explicación, no la encuentro suficiente y desconfío de ella á causa de su deplorable simplicidad.
Sé que no bebía como glotón, sino como bárbaro, con una actividad y una economía de tiempo, por completo americanas, como cumpliendo una misión homicida, como teniendo en él alqo que matar: a worm that would not die. Se narra, además, que un día, en el momento de volverse á casar (las amonestaciones estaban publicadas, y como se le felicitara por una unión que ponía en sus manos las más altas condiciones de dicha y bienestar, había dicho: «es posible que hayáis visto amonestaciones pero, notad bien esto: no me volveré á casar») fué, espantablemente ebrio, á escandalizar el barrio de la que debía ser su mujer, recurriendo así á su vicio para desembarazarse de un perjurio hacia la pobre muerta cuya imagen vivía siempre en él, y á quien había cantado tan admirable mente en Annabel Lee. Considero, pues, en un gran número de casos, el hecho infinitivamente preciso de premeditación, como adquirido y constatado.
Leo, además, en un largo artículo del Southern Litterary Messenger — la misma revista cuya fortuna había comenzado — que nunca la fuerza, lo acabado de su estilo, nunca la claridad de su pensamiento, nunca su ardor al trabajo fueron alterados por este horrible hábito; que á la confección de la mayor parte de sus excelentes trozos ha precedido ó seguido una de sus crisis; que después de la publicación de Eureka se sacrificó deplorablemente á su inclinación, y que en New-York, en la mañana misma en que aparecía El Cuervo, mientras que el nombre del poeta estaba en todas las bocas, atravesaba á Broadway bamboleándose vergonzosamente. Notad que las palabras precedido ó seguido, implican que la embriaguez podía servir de excitante así como de reposo.
Ahora bien, es incontestable que — semejante á esas impresiones fugitivas é hirientes, tanto más hirientes en sus retornos cuanto más fugitivas son, que siguen algunas veces á un síntoma exterior, á una especie de advertencia, como un sonido de campana, una nota musical ó un perfume olvidado y que son ellas mismas seguidas de un suceso parecido á otro ya conocido y que ocupaba el mismo lugar en una cadena anteriormente revelada, semejantes á esas singulares alucinaciones que frecuentan nuestros sueños — existen en la embriaguez, no sólo encadenamientos de sueños, sino series de razonamientos, que tienen necesidad para reproducirse, del medio que les ha dado vida. Si el lector me ha seguido sin repugnancia, ha adivinado ya mi conclusión; creo que en muchos casos, no ciertamente en todos, la embriaguez de Poe era un medio nenmónico, un método de trabajo, método enérgico y mortal, apropiado á su naturaleza apasionada. El poeta había aprendido á beber como un literato cuidadoso se ejercita en hacer cuadernos de notas. No podía resistir al deseo de volver á encontrar las visiones maravillosas ó aterrantes, las concepciones sutiles que había asido en una tempestad precedente; eran viejos conocidos que le atraían de una manera imperiosa, y para reanudar amistad con ellos, tomaba el camino más peligroso, pero el más directo. Una parte de lo que hace hoy nuestro goce, es lo que lo ha muerto.
De las obras de este singular genio, tengo poca cosa que decir; el público hará ver lo que piensa de ellas. Me sería difícil, quizá, pero no imposible desembrollar su método, explicar su procedimiento, sobre todo en la parte de sus obras cuyo principal efecto consiste en un análisis bien conducido. Podría introducir al lector en los misterios de su fabricación, extenderme largamente sobre esta porción de genio americano que lo hace regocijarse de una dificultad vencida, de un enigma explicado; de un tour de force feliz — que lo lleva á jugar con una voluptuosidad infantil y casi nerviosa en el mundo de las probabilidades y de las conjeturas, y crear canards á los cuales su arte sutil ha dado una vida verosímil. Nadie negará que Poe es un juglar maravilloso, y sé que daba sobre todo su estima á otra parte de sus obras. Tengo algunas observaciones más importantes que hacer, muy breves.
No es más que por esos milagros materiales, que sin embargo han hecho su fama, que le sería dado conquistar la admiración de las gentes que piensan; es por su amor de lo bello, por su conocimiento de las condiciones armónicas de la belleza, por su poesía profunda y quejumbrosa, adornada no obstante, trasparente y correcta como un dije de cristal, por su admirable estilo, puro y extravagante — apretado como las mallas de una armadura, complaciente y minucioso, y cuya más ligera intención sirve para llevar dulcemente al lector hacia un fin deseado — y en fin por ese genio especial, por ese temperamento único que le ha permitido pintar y explicar, de una manera impecable, sorprendente, terrible, la excepción en el orden moral.
En él, toda entrada en materia, es atrayente sin violencia, como un torbellino. Su solemnidad sorprende y tiene despierto el espíritu. Se siente desde luego que se trata de algo grave. Y lentamente, poco á poco, se desarrolla una historia cuyo interés todo reposa sobre una imperceptible desviación del intelecto, sobre una hipótesis audaz, sobre un dosaje imprudente de la naturaleza en la amalgama de las facultades. El lector, presa del vértigo, está obligado á seguir, al autor en sus arrastradoras deducciones.
Ningún hombre, lo repito, ha narrado con más magia las excepciones de la vida humana y de la naturaleza; los ardores de la curiosidad de la convalecencia, los fines de estación cargados de esplendores enervantes, los tiempos cálidos, húmedos y brumosos, en que el viento del Sur debilita y distiende los nervios como las cuerdas de un instrumento, en que los ojos se llenan de lágrimas que no vienen del corazón; la alucinación, dejando al principio lugar á la duda, bien pronto convencida y razonadora como un libro; el absurdo instalándose en la inteligencia y gobernándola con una espantable lógica; la historia usurpando el sitio de la voluntad, la contradicción establecida entre los nervios y el espíritu, y el hombre desacordado hasta el punto de expresar el dolor por la risa. Analiza lo que hay de más fugitivo, pesa lo imponderable y describe, con esa manera minuciosa y científica, cuyos efectos son terribles, todo eso imaginario que flota alrededor del hombre nervioso y lo conduce al mal.
El ardor mismo con el cual se arroja en lo grotesco poe el amor de lo grotesco, y en lo. horrible por el amor de lo horrible, me sirve para verificar la sinceridad de su obra, y el acuerdo del hombre con el poeta. — He notado ya que en muchos hombres este ardor era á menudo el resultado de una vasta energía vital desocupada, algunas veces de una pertinaz castidad y también de una profunda sensibilidad sin empleo. La voluptuosidad sobrenatural que el hombre puede experimentar en ver correr su propia sangre, los movimientos repentinos, violentos, inútiles, los grandes gritos arrojados al aire sin que el espíritu haya mandado á la garganta, son fenómenos todos del mismo orden.
En el seno de esta literatura en que el aire está rarificado, el espíritu puede experimentar esa vaga angustia, ese miedo pronto á las lágrimas y ese malestar del corazón, que habitan los sitios inmensos y singulares. ¡Pero la admiración es la más fuerte, y además el arte es tan grande!
Los fondos y los accesorios son en él, apropiados á los sentimientos de los personajes. Soledad de la naturaleza ó agitación de las ciudades, todo está descrito nerviosa y fantásticamente. Como nuestro Eugenio Delacroix, que ha elevado su arte á la altura de la grande poesía, Edgar Poe ama el agitar sus figuras sobre fondos violáceos y verdosos, en que se revelan la fosforescencia de la podredumbre y el olor de la tempestad. La naturaleza, llamada inanimada participa de la naturaleza de los seres vivientes y, como ellos, se estremece con un temblor sobrenatural y galvánico. El espacio es profundizado por el opio [7]; el opio da un sentido mágico á todos sus tintes, y hace vibrar todos los ruidos con una más significativa sonoridad.
Algunas veces perspectivas magníficas, llenas de luz y de calor, se abren repentinamente en sus paisajes, y se ve aparecer en el fondo de sus horizontes, ciudades orientales y arquitecturas, vaporizadas por la distancia en que el sol arroja lluvias de oro.
Los personajes de Poe, ó más bien el personaje de Poe, el hombre de facultades sobreagudas, el hombre cuya voluntad ardiente y paciente arroja un desafío á las dificultades, aquel cuya mirada está tendida con la rigidez de una espada sobre objetos que se agrandan á medida que los mira — es Poe mismo. Y sus mujeres, todas luminosas y enfermas, muriendo de males extravagantes, y hablando con una voz que se parece á una música, son todavía él; ó al menos por sus aspiraciones extrañas, por su valor, por su melancolía incurable, participan fuertemente de la naturaleza de su creador. En cuanto á su mujer ideal, á su Titánida, se revela bajo diferentes retratos derramados en sus poesías bastante poco numerosas, retratos, ó más bien, maneras de sentir la belleza, que el temperamento del autor aproxima y confunde en una unidad vaga pero sensible, y donde vive más delicadamente quizá que en otra parte, ese amor insaciable de lo Bello, que es su gran título, es decir, el resumen de sus títulos á la afección y al respeto de los poetas.
- ↑ No debe extrañarse que esto mismo haya aparecido á la cabeza de una traducción española de algunas de las obras de Poe, firmado por D. E. Cano y Cueto, quien, con una desvergüenza notable, se ha apropiado de esa manera los bellos pensamientos del malogrado Baudelaire.—(N, del T.)
- ↑ Del inglés, mogigatería. (N. del T.)
- ↑ Gerardo de Nerval, que se ahorcó. (N. del T.)
- ↑ Baudelaire murió loco, á causa del abuso del haschish. (N. del T.)
- ↑ Baudelaire ha dedicado en efecto su traducción á Mrs. Marta Clemn. (N. del T.)
- ↑ Poe conocía el griego, el latín, el alemán, el italiano, el portugués, el francés, el español y el árabe. (N. del T.)
- ↑ Baudelaire, como he dicho, era un gran bebedor de haschis. (N. del T.)