Novelas ejemplares (1883)/Prólogo

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

PRÓLOGO.


Quisiera yo, si fuera posible (lector amantísimo) escusarme de escribir este prólogo, porque no me fué tan bien con el que puse en mi Don Quijote, que quedase con gana de segundar con este. De esto tiene la culpa algun amigo de los muchos que en el discurso de mi vida he granjeado ántes con mi condicion que con mi ingenio: el cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja de este libro, pues le diera mi retrato el famoso D. Juan de Jauregui, y con esto quedara mi ambicion satisfecha, y el deseo de algunos que querrian saber qué rostro y talle tiene quien se atreve á salir con tantas invenciones en la plaza del mundo á los ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato: Este que veis aquí de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos, y de nariz corva aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande ni pequeño, la color viva, ántes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy lijero de piés: este digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso á imitacion del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas, y quizá sin el nombre de su dueño; llámase comunmente Miguel de Cervantes Saavedra: fué soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió á tener paciencia en las adversidades: perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo; herida, que aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la mas memorable y alta ocasion que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Cárlos V, de felice memoria; y cuando á la de este amigo, de quien me quejo, no ocurrieran otras cosas de las dichas que decir de mí, yo me levantara á mí mismo dos docenas de testimonios, y se los dijera en secreto; con que estendiera mi nombre y acreditara mi ingenio; porque pensar que dicen puntualmente la verdad los tales elogios, es disparate, por no tener punto preciso ni determinado las alabanzas ni los vituperios. En fin, pues ya esta ocasion se pasó, y yo he quedado en blanco y sin figura, será forzoso valerme por mi pico, que aunque tartamudo, no lo será para decir verdades, que dichas por señas suelen ser entendidas. Y así te digo (otra vez lector amable) que destas novelas que te ofrezco, en ningun modo podrás hacer pepitoria, porque no tienen piés ni cabeza, ni entrañas, ni cosa que les parezca: quiero decir, que los requiebros amorosos que en algunas hallarás, son tan honestos y tan medidos con la razon y discurso cristiano, que no podrán mover á mal pensamiento al descuidado ó cuidadoso que las leyere. Héles dado el nombre de Ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar un ejemplo provechoso; y si no fuera por no alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podria sacar, así de todas juntas, como de cada una de por sí. Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar á entretenerse sin daño de barras: digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables ántes aprovechan que dañan. Sí; que no siempre se está en los templos, no siempre se ocupan los oratorios, no siempre se asiste á los negocios por calificados que sean: horas hay de recreacion, donde el afligido espíritu descanse: para este efeto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas, y se cultivan con curiosidad los jardines. Una cosa me atreveré á decirte: que si por algun modo alcanzara que la leccion de estas novelas pudiera inducir á quien las leyera á algun mal deseo ó pensamiento, ántes me cortara la mano con que las escribí, que sacarlas en público: mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve mas, y por la mano. A esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinacion, y mas que me doy á entender (y es así) que yo soy el primero que he nove. lado en lengua castellana; que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas estranjeras, y estas son mias propias, no imitadas ni hurtadas: mi ingenio las engendró y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa. Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco los Trabajos de Pérsiles, libro que se atreve á competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza: y primero verás, y con brevedad, dilatadas las hazañas de Don Quijote y donaires de Sancho Panza; y luego las Semanas del Jardin. Mucho prometo con fuerzas tan pocas como las mias; pero ¿quién pondrá rienda á los deseos? Solo esto quiero que consideres: que pues yo he tenido osadía de dirigir estas novelas al gran conde de Lemos, algun misterio tienen escondido, que las levanta. No mas, sino que Dios te guarde, y á mí me dé paciencia para llevar bien el mal que han de decir de mí mas de cuatro sotiles y almidonados. Vale.