Non mediocri (1893)
de León XIII
A los obispos españoles, sobre la erección del Colegio Español de Roma
EPISTOLA de Su Santidad nuestro Señor León papa XIII a los obispos de España; sobre la erección en Roma de un Colegio para los clérigos españoles
 

Como sabéis, desde que asumimos el gobierno de la Iglesia nos dedicamos, con no poco celo y diligencia, a defender y acrecentar el patrimonio del catolicismo en vuestra tierra y a confirmar, ante todo, la armonía de las almas y estimular la fructuosa laboriosidad del Clero. Ahora, animados por el mismo celo, dirigimos nuestra atención a vuestros jóvenes clérigos, para poder contribuir, en unidad de propósito con vosotros, a su formación. — Queremos que ésta sea una nueva demostración de la paternal benevolencia con la que acostumbramos abrazaros a todos. Y ciertamente merecida: no hemos olvidado la realidad española, ni ignoramos vuestra firmeza inquebrantable en la fe recibida de los padres y vuestra deferencia hacia la Sede Apostólica. Ésta es la verdadera razón por la que el nombre de España ha alcanzado tanta grandeza, gloria y poder, como lo atestiguan las memorias históricas. Está firmemente grabado en Nuestra mente, y no pretendemos ahora silenciarlo, que en momentos de desgracia Nos han llegado, precisamente desde España, motivos de profundo consuelo. Por lo tanto, nos complace enormemente corresponder a vuestras muestras de afecto.

Durante mucho tiempo el clero español destacó por su ciencia divina y el refinamiento de sus estudios literarios; a través de estas cualidades, logró promover significativamente la verdad cristiana y la reputación de su país. No faltaron personas generosas que, asumiendo el patrocinio de las artes más sublimes, las sostenían de manera adecuada a los tiempos; tampoco faltaron mentes bien preparadas en el estudio de disciplinas teológicas y filosóficas, así como literarias. Sabemos cuánto contribuyeron a incrementar estos estudios tanto la libertad de los Reyes Católicos como el compromiso y celo de los Obispos. A estos estímulos la Sede Apostólica añadió otros de todo tipo, siempre preocupada de que no falten a la santidad de la tradición cristiana ni la luz de la filosofía ni el esplendor de una cultura más refinada. En este campo, han dejado un legado ilustre hombres de los que no se encuentran muchos de su nivel: Francisco Suárez, Juan Lugo, Francisco da Toledo y, digno de mención particular, aquel Francisco Ximenes que, bajo la guía y dirección de los Romanos Pontífices, alcanzó un nivel doctrinal tan alto que prestigiaba no sólo a España, sino a toda Europa, especialmente con la creación de la Universidad de Alcalá, donde jóvenes, educados en la Iglesia de Dios con la luz de sabiduría, como brillantes estrellas de la mañana, podían iluminar a otros en el camino de la verdad[1]. De esta cosecha, cultivada con tanta habilidad y con tanto compromiso, surgió ese maravilloso grupo de doctores ilustres que, invitados por el Romano Pontífice y el Rey Católico al Concilio de Trento, respondieron egregiamente a sus expectativas. No es de extrañar que España haya podido generar un número tan elevado de hombres ilustres: ciertamente hay que reconocer su capacidad intelectual natural, pero también tenían a su disposición recursos y medios ciertamente adecuados para alcanzar el perfecto dominio de la doctrina. Baste mencionar las importantes Universidades de Alcalá y Salamanca, que por supuesto, bajo la tutela de la Iglesia, fueron excelentes hogares de sabiduría cristiana. Su recuerdo está naturalmente relacionada con la memoria de los Colegios que ofrecieron un cómodo alojamiento común para los eclesiásticos que sopbresalían por su talento y conocimiento.

Pero está también ante vuestros ojos, Venerables, hermanos, la catástrofe de los útimos tiempos. En medio de las convulsiones sociales que en el siglo pasado y en el actual han perturbado a toda Europa, las instituciones a las que tanto el poder real como el eclesiástico había prodigado atención y recursos para el establecimiento de la fe y de la doctrina fueron abrumados y desarraigados, como por una violenta huracán. Habiéndose trasladado así los estudios católicos a las universidades y sus colegios, los propios seminarios del clero se agotaron, gradualmente deficientes en el suministro de conocimientos que fluía de las grandes universidades; además, no podían mantenerse en el antiguo estado a causa de la guerras intestinas y turbas, que por un tiempo distrajeron los estudios y fuerzas de los ciudadanos. La Sede Apostólica intervino a tiempo y dedicó toda su atención a restablecer, con el consentimiento de la autoridad civil, el orden en los asuntos eclesiásticos, que los acontecimientos pasados habían trastornado. Dirigió su atención en primer lugar a los seminarios diocesanos, para devolverlos a la situación anterior que los convertía en la verdadera casa de la piedad y la erudición redundaba en interés de los individuos y de la sociedad. Sin embargo, vosotros sabéis bien que la empresa no tuvo el éxito esperado. En realidad, no había medios suficientes ni el curso de estudios podía recobrar vigor con perspectivas de metas gloriosas, porque la desaparición de los antiguos institutos había provocado una escasez de profesores válidos. — En efecto, ses acordó entre los dos poderes supremos que se fundasen seminarios generales en algunas provincias, en el entendimiento de que entre sus alumnos aquellos que hubieran completado los estudios teológicos podrían ser admitidos en grados académicos superiores. Pero la plena aplicación de todo esto tropezó y tropieza todavía con numerosos obstáculos. — Desde que han desaparecido los recursos de las antiguas Universidades, se siente profundamente la falta de aquellos medios cuya ausencia hace muy difícil al Clero aspirar al honor de una cultura completa y profunda. La voz y la opinión de los responsables se han vuelto así unánimes sobre la necesidad de abordar el programa de estudios en los Seminarios, ampliarlo y perfeccionarlo. — Todo esto está entre Nuestras principales preocupaciones, ya que pretendemos seguir el ejemplo de Nuestros Predecesores, que no escatimaron medios para fomentar los mejores estudios. La acción providente de los Pontífices fue particularmente evidente cuando quisieron traer a Roma, capital del mundo católico, a jóvenes clérigos extranjeros y los reunieron en los Colegios, con mayor determinación aún cuando vieron que faltaba la posibilidad de estudiar en su país o que peligraría la seguridad de las instituciones, sustraídas de la supervisión de la Iglesia. Por esta razón Se fundaron en Roma varios colegios, donde muchos jóvenes venían del extranjero para aprender las ciencias sagradas; por supuesto con la perspectiva, una vez elevados al sacerdocio, de poner a disposición de sus compatriotas la riqueza espiritual y cultural lograda en la ciudad. Habiendo surgido de este asunto abundantes fruto saludables, juzfamos que valía la pena comprometernos a aumentar el número de estos Institutos. Por lo tanto, hemos abierto en Roma un colegio para los armenios y otro para los bohemios, y también hemos trabajado para restaurar el antiguo prestigio del de los maronitas.

Nos sentiamos sinceramente contrariados por el hecho de que, entre el número de jóvenes extranjeros, eran pocos los que procedían de vuestras regiones. Por ello, con la esperanza de obtener frutos de ello, hemos decidido trabajar para que el Colegio Romano de Clérigos Españoles, fundado hace algún tiempo gracias a la previsión providente de los devotos sacerdotes[a], no sólo mantenga su eficacia, sino que pueda alcanzar mejores resultados. resultados. Hemos decidido, por tanto, que quienes vengan a este Colegio desde la Península Ibérica y las islas vecinas sometidas al poder del Rey Católico, queden bajo Nuestra protección; con vida en común y bajo la guía de maestros elegidos podrán realizar aquellos estudios que verdaderamente refinan la mente y el espíritu. Pensamos que podemos ofrecer un lugar y una ubicación adecuados para esta obra en el palacio urbano que toma el nombre de los antiguos propietarios, los duques de Altemps, que ahora ha pasado a nuestra propiedad y a la de la Sede Apostólica. Nuestra elección está respaldada por el hecho de que este lugar está ennoblecido por el Santuario de Aniceto, Papa mártir, cuyas cenizas alberga, y también por el recuerdo de la estancia de Carlo Borromeo. Por tanto, concedemos y encomendamos la disponibilidad y el derecho de uso de esta sede al Colegio de los Obispos de España, con la precisa previsión de acoger y albergar en ella a los clérigos de sus diócesis, si decidieran enviar alguno a Roma, como hemos dicho, por motivos de estudio. Para que lo que hemos planeado pueda realizarse lo antes posible, en el tiempo necesario para preparar todo lo necesario para amueblar la sede, los clérigos se instalarán en un ala del palacio de la ilustre familia Altieri destinada a tal fin. — Encomendamos a los arzobispos de Toledo y de Sevilla la tarea de abordar con Nosotros y Nuestros Sucesores los problemas más importantes del Colegio. A tal fin ordenamos al Rector del Colegio que informe, cada año, sobre la situación económica, educación y comportamiento de los estudiantes, tanto a Nuestro Sagrado Consejo que regula los estudios, como a los Arzobispos antes mencionados, quienes cuidarán de informar a sus colegas obispos españoles. — Corresponde, pues, a vosotros, Venerables hermanos, apoyar y poner en práctica esta iniciativa nuestra con la diligencia y la inventiva que la situación exige y que vuestras virtudes episcopales garantizan. — Mientras tanto, como testimonio de particular benevolencia, con gran afecto impartimos la bendición apostólica en el Señor a vosotros, venerados hermanos, al clero y a los fieles confiados a vuestra protección.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 25 de octubre de 1893, año decimosexto de Nuestro Pontificado.


LEÓN XIII
  1. Había sido fundado en 1890 por Manuel Domingo y Sol, fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios

Referencia

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  1. Alexander VI, Bulla Inter cetera, idibus Aprilis 1499.