Noli me tangere (Sempere ed.)/XXXIV
XXXIV
María Clara
En vano se amontonan sobre una mesa los preciosos regalos de boda. Ni los brillantes en sus estuches de terciopelo azul, ni los bordados de piña, ni las piezas de seda, atraen las miradas de María Clara.
De repente siente que dos manos se posan sobre sus ojos, la sujetan, y una voz alegre, la del padre Dámaso, dice: Quién soy? ¿quién soy? María Clara salta de su asiento y terror.
—Tonta! Has tenido miedo? No me esperabas, eh? Pues he venido para asistir á tu casamiento.
Y acercándose con una sonrisa de satisfacción, le tendió la mano para que se la besara. María Clara se acercó temblorosa y la llevó con respeto á los labios.
—¿Qué tienes, María?-preguntó el franciscano perdiendo su alegre sonrisa y llenándose de inquietud.-Estás enferma, hija mía? Y el padre Dámaso la atrajo á sí con una ternura de la que no se le hubiera creído capaz; cogió ambas manos de la joven y la interrogó con la mirada.
—No tienes ya confianza en tu padrino?-premira con guntó en tono de reproche.-Vamos, siéntate aquí y cuéntame tus disgustillos, como lo hacías cuando eras niña y me pedías velas para hacer muñecas de cera. Ya sabes que te he querido siempre...
¡Nunca te he reñido! La voz del padre Dámaso dejaba de ser bruscay llegaba á tener modulaciones cariñosas. María Clara empezó á llorar.
—Lloras, hija mía? ¿Por qué lloras? Has reñido con Linare8? María Clara se tapó los oídos.
—¡No me habléis de ese hombre! Padre Dámaso la miró llena de asombro.
—¿No quieres confiarme tus secretos? ¿No he procurado siempre satisfacer tus más pequeños caprichos? La joven levantó hacia él sus ojos llenos de lágrimas, le contempló un momento y volvió á llorar amargamente.
—No llores asi, hija mía, que tus lágrimss me hacen mucho daño! ¡Cuén tame tus penas; ya sabes que tu padrino te ama! María Clara cayó de rodillas á sus pies, y levantando su semblante bañado en lágrimas, le dijo en voz apenas perceptible: -¿Me quiere usted de veras? Niña!
—Entonces rompa mi casamiento!
—Pero tonta, ¿no es Linares mejor que?...
—¡No, y mil veces no! ¡Quiero meterme monja! Si no consentís me quitaré la vida! Y pronunció estas últimas palabras con tal firmeza, que el padre Dámago sintió un estremecimiento de terror.
—¿Le amabas tanto?-preguntó balbuceando.
—¡Con toda mi alma!
Fray Dámaso inclinó la cabeza sobre el pecho y se quedó silencioso.
Al fin exclamó: -Hija mía, perdóname que ta haya hecho infeliz! ¡Yo pensaba en tu porvenir, quería que fueses dichosa! ¿Cómo podía permitir que te casases con un mestizo para verte esposa infeliz y madre desgraciada? ¡Al ver que no podía conseguir que dejases de amarle, abusé de todo; por ti, sólo por ti! Si hubieses sido su esposa llorarías después, por la condición de tu marido, expuesto á todasa las vejaciones, sin medios de defensa; madre, llorarías por la suerte de tus hijos. Si los educabas les preparabas un triste porvenir; se harían enemigos de la religión y los verías ahorcados, expatriados; si los dejabas en la ignorancia, los verías tiranizados y degradados. ¡No lo podía consentir! Por esto buscaba para ti un marido que te pudiese hacer madre feliz de hijos que mandasen y no obedeciesen, que castigasen y no sufriesen... Sabía que tu amigo de la infancia era bueno; le quería á él como á su padre, pero los odié desde que vi que iban á causar tu desgracia. Y esto no lo podía consentir yo que te quiero tanto, que no tengo más cariño que el tuyo, que te he visto nacer y eres mi única alegría...
—Pues bien, si me ama usted no me haga eternamente desgraciada casándome con un hombre á quien aborrezco. ¡Quiero ser monja!
—Ser monja, ser monja! Tú no sabes, hija mía, el misterio que se oculta detrás de los muros de un convento... ¡Tú no lo sabes! Prefiero mil veces verte desgraciada en el mundo que el claustro. Aquí tus quejas pueden oirse; allí no. Tú eres hermosa y no has nacido para él. Créeme, hija mía; el tiempo todo lo borra. Linares será un buen esposo para ti y no me cabe duda que llegarás á amarle.
—j0 me dejáis entrar en un convento ó me quito la vida!-replicó María.
—¡Jamás lo consentiré, porque estoy seguro de que cuando estés dentro te arrepentirás!... María, yo ya soy viejo y no podré velar más tiempo por ti y por tu tranquilidad. Escoge otro joven, sea quien quiera, pero no entres en el con vento.
—Ya os lo he dicho, padrino: jel convento ó la muerte!-contestó María Clara con terquedad abrumadora.
—Dios mío, Dios mío!-gritó el sacerdote cubriéndose el rostro con las manos.-¡Qué horrible prueba me reservabas para la vejez! ¡Cómo castigas mis pecados! Y volviéndose á la joven: -Quieres ser monja? ¡Lo serás! Algún día te arrepentirás de esta locura; pero consiento en todo antes de perderte. Mientras yo viva velaré por ti...
Luego, ¿quién sabe lo que pasará luego? jeres tan hermosa!...
María Clara le cogió las manos y las besó arrodillándose.
—Padrino, padrino de mi alma!-repetía.
Fray Dámaso salía pocos momentos después triste y cabizbajo.
—Dios mío, véngate en mí, pero no hieras al inocente, salva á mi hija!..