Noción de espacio y noción de Dios

Noción de espacio y noción de Dios.

¿Hay algo que en verdad exista, o que cuando menos pueda ser concebido en sana lógica como existente, que esté más arriba que el espacio y la materia?

Pregunta es esa que toca tan de cerca a las creencias que se han recibido en herencia de centenares y centenares de generaciones que han precedido a la nuestra, que, para formularla, se necesita cierto grado de atrevimiento, y, para desligarse de las ideas preconcebidas que se han recibido como legado, una dósis nada común de imparcialidad; condiciones, ambas, indispensables para poder juzgar la cuestión con recto y elevado criterio.

No hay pueblo alguno que no crea en la existencia de un sér superior que gobierna al Universo y es autor y origen de todas las cosas.

Si quisiera llevarse medianamente lejos un examen del origen y la razón de ser de tal creencia, ese examen reclamaría por sí solo todo un grueso volúmen. Sólo voy, pues, a tocar incidentalmente la cuestión en algunos de sus principales puntos, y ello de una manera rápida, de lo cual no puedo eximirme por la forzosa relación que ella tiene con el tema principal.

Y sin más preámbulos, y para entrar de lleno en materia, digo que la existencia de un sér superior, creador del Universo, es incompatible con la noción de la existencia y la eternidad del espacio y la materia.

Se ha visto precedentemente que el Universo, en su conjunto, sólo se compone de dos cosas: la materia, que existe porque existe y porque es lo que es; y el espacio, que también existe, aún cuando su existencia no sea, como en el caso precedente, material, porque, por el contrario, él es el emblema de lo inmaterial y podría definirse como lo que no es, aun cuando su existencia es una realidad innegable, evidente y demostrable.

No me resulta posible imaginar la existencia de algo, fuera de esas dos nociones que todo lo dominan: espacio y materia.

Ahora bien: si Dios existe, o él es material o él es inmaterial; o es espacio o es materia.

Si Dios es material, es materia y forma parte de ésta: es palpable y tangible y, por lo tanto, tiene que estar en alguna parte, pero sólo en una parte limitada del espacio, sea ella tan grande como se quiera, pero siempre una parte del espacio, puesto que el lugar que ocupa una cosa material, así sea tan infinitamente pequeña como se quiera o como se pueda concebirla, no puede ser ocupada por otra. Y, por cierto, ese no podría ser el Dios que se nos enseña.

Sí, por el contrario, Dios es inmaterial, puede no ocupar espacio pero en tal caso, su existencia no es posible, porque no hay ninguna otra cosa inmaterial que no sea el espacio. Todo cuanto existe, que es todo lo material, ocupa espacio. Luego: si Dios no es material, no puede ocupar espacio; y, por consiguiente, si no, ocupa espacio, no existe.

Pero, ¿puede haber en sí mismo algo más absurdo que un sér que no sea material, que no es sér, que no existe, en una palabra, puesto que no es materia?

En cualquier forma que se aborde el estudio y la solución del problema, se llega a la misma conclusión. La nada no existe en el Universo, porque el espacio mismo es algo. Ni existe el vacío tampoco, porque el espacio contiene en todas partes materia en estado de densidad más o menos ponderable.

Pero aún admitiendo que la existencia del vacío fuese posible, éste sería espacio sin ocupar, espacio sin materia o espacio vacío, como quiera llamársele, pero no se ría Dios: no sería algo capaz de haber creado el espacio.

Para poder admitir que el espacio ha sido creado, sería necesario admitir que en una determinada o indeterminada época del infinito tiempo no existió el espacio. Y ¿puede por un sólo instante sostenerse que sea posible crearse lo que no tiene existencia positiva, y eso es el espacio? En fin: ¿que puede ser creado lo que no es creable?

En el supuesto paradógico de que exista un sér supremo tan poderoso como se quiera, admítase el gran disparate de que pueda haber creado la materia. Si la creó, también podría destruirla. El que puede lo más, puede lo menos. Admítase, pues, la heregía (y no es otra cosa) de que un buen día en que Dios se encuentre de mal humor, puede asimismo reducir a la nada a la materia. ¿Qué quedaría entonces? La nada; el vacío; pero en realidad el espacio, que es indestructible, porque así es y porque es absurdo imaginar que pueda ser de otro modo.

¿Quién quiere contestarme qué quedaría en el Universo, una vez que el espacio quedase reducido a la nada?... ¡El espacio, siempre el espacio, en todas partes el espacio! Y es claro que si Dios no puede reducir a la nada el espacio, no es Dios, porque entonces no es omnipotente.

La coexistencia de dos infinitos inmateriales a un mismo tiempo, es imposible. Es un contrasentido. Uno de ellos no existe, es supérfluo e innecesario. Lo único inmaterial que existe es el infinito espacio. No puede, pues, existir el infinito Dios.

El espacio ha existido siempre y siempre existirá. Absolutamente lo mismo que la materia. Y no puede haber nada superior ni al uno ni a la otra.

Ello resulta evidente, además por poco que se piense en cómo han tomado origen ambas nociones: la de espacio y la de Dios.

La idea de Dios es una idea primitiva, simple, sencilla, infantil, hija del temor que engendra lo desconocido y de la ignorancia, que sólo tiene ojos para ver las apariencias. Idea nacida con el Hombre desde el estado salvaje y que ha ido modificándose poco a poco, a medida que el Hombre se civilizaba y cultivaba su inteligencia, hasta hacer de tal idea una concepción puramente metafísica, dotada de atributos no menos metafísicos, sirviéndome de esta expresión en su acepción más vulgar, que quiere que sea metafísico todo aquéllo que no se comprende. Y, en efecto: nada hay, por consecuencia, tan metafísico como la noción de Dios y de sus atributos, puesto que todo ello es lo más incomprensible.

La noción de espacio es, por el contrario, una idea compleja, que sólo ha podido presentarse en espíritus elevados y afirmarse como resultado del conocimiento previo del Cosmos.

Una no deja lugar para la otra; y así como todo pueblo inferior se aniquila, desaparece y se extingue al estar en contacto con uno superior, así también la noción de Dios se disipa ante la concepción mucho más grandiosa, a la par que real y positiva, de la eternidad de la infinita materia en movimiento infinita que llena el infinito espacio.