Noche alegre
Allá por el año 1821, hubo un eclipse de luna, que puso en alarma a los benditos moradores de San Felipe y Santiago, julepeados con el anuncio fatídico de que esa noche iba a salir el mar de su centro, y tragárselos sin remedio. La gente sencilla, que todo lo cree, tenía un jabón de mi flor, y vaya usted a disuadirla de la grilla. Se la había tragado la pobrecilla, y en vano era querer quitarles el cerote.
—Que sí señor, decían las buenas viejas; Sor Francisca, la beata arribeña, pronosticó al sacudir el polvo de sus sandalias en el embarcadero, que el mar se tragaría a Montevideo y Buenos Aires. Y bien puede ser que esta noche se cumpla su pronóstico. Encomendémonos a Dios y encendamos velas a todos los santos de la corte celestial.
Y otras le hacían coro, remachando el clavo de la credulidad.
—El mar es traicionero. Me acuerdo de lo que contaba mi difunto padre, sucedido en Buenos Aires el año 92, en que el río se retiró muy lejos, dejando al descubierto la playa, y luego volvió a crecer con más fuerza, amenazando tragar la tierra.
—Y me acuerdo también yo, añadía un viejo de los antiguos Miñones, de aquélla fuerte pamperada que hubo en Buenos Aires el año 11, que barrió las aguas del río por espacio de diez leguas, dejando todo en seco, y tanto que unos capitanes de los buques ingleses fondeados a 3 y 4 leguas de la ciudad, se vinieron a ella a pie enjunto, dando la noticia de que una de nuestras fragatas bloqueadoras quedaba en seco, y casi se nos vienen fuerzas de tierra a atacarla a favor de la bajante, y luego volvió a crecer el río extraordinariamente con gran susto de la población, que creyó que iba a tragarla. Y fíese usted del mar. ¿No lo hemos visto aquí entrarse como por su casa hasta la esquina del Reloj, y llegar a cubrir en una gran creciente hasta las troneras de la Isla de Ratas?
Con esas cosas acrecía el temor y el julepe de la gente timorata, que creía en el anuncio de que con el eclipse iba a salir el mar de su centro.
El hecho fue que, por las dudas, la gente pasó en vela toda la noche con ojo al mar, recorriendo multitud de vivientes la muralla o el recinto, pareciéndoles ya ver a las olas del mar encima. El miedo o la curiosidad no dejó de llevar gente a la muralla, a ver si el mar salía de su centro, para poner pies en polvorosa el que pudiera, para librarse de la avalancha. ¿Verdad, eh, que fue una noche alegre?
¿Y a dónde vas Vicente? Al ruido de la gente.
Y allá fuimos también, como muchachos curiosos, a ver la cosa, que pasó sin novedad, después del julepe mayúsculo que dio el tal anuncio a la gente sencilla, de anchas tragaderas.