No son todos ruiseñoresNo son todos ruiseñoresFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Sale DON JUAN de labrador, soldado con capote de dos haldas, espada y daga y COSME villano jardinero.
JUAN:
No me espanto que tengáis
tan perdida la memoria.
COSME:
Es tan notable la historia
de las guerras que contáis,
que no tiene tantas flores
este jardín, como hazañas
me referís, tan estrañas,
que pienso que son menores
las de Roldán y Oliveros,
con que habéis venido a hacer,
que no os pueda conocer
entre tantos caballeros.
¿Qué vos sois mi primo?
JUAN:
Soy
vuestro primo, que salí
rapaz, muchacho de aquí,
aunque ya tan grande estoy.
El tiempo todo lo muda
y así estoy como veréis;
no sé yo porque ponéis
cosa que es tan cierta en duda.
COSME:
¿Cuánto va que no sabéis
que me llamo Cosme?
JUAN:
¿No?
Cosme os llamáis.
COSME:
Acertó,
buena memoria tenéis.
¿Y mi mujer?
JUAN:
Si salí
niño y no érades casado.
COSME:
Ansí no estáis obligado,
si antes os fuistes de aquí.
JUAN:
Preguntadme vos las cosas
que en nuestra niñez pasamos,
cómo en esa mar nadamos
y en sus ondas espumosas
buscábamos el marisco,
que arrojaba a las arenas
y a veces por las almenas
de ese edificado risco
mirábamos las galeras
como venían rompiendo
las aguas y entreteniendo
velas el aire y banderas
y veréis si yerro en nada.
COSME:
Las señas bien claras son.
JUAN:
Fuera más justa razón
que mi memoria olvidada
con los trabajos pasados
apenas os conociera
y está firme y persevera
después de tantos cuidados.
¿Que no he pasado después
que salí de Barcelona?,
donde en la nave Cardona
corrimos tormenta un mes
y dimos en Berbería.
Cautivo en Túnez me vi
tres años y desde allí
el cosario Escandería
nos llevó a robar la costa
de Italia, mas fue tan cara
al bárbaro, que tomara
poder volver por la posta.
Que las cruces de San Juan
le rompieron y me dieron
libertad, allí me hicieron
sargento de un capitán,
que iba a Troya con los griegos
donde estuve algunos años.
JUAN:
Luego por mares estraños,
después de mirar sus fuegos,
fui con Ulises y vi
las tentaciones que vio
hasta que en Galicia entró;
y con Magallanes fui
por el vellocino de oro,
que tenía el Preste Juan,
donde hallamos a Roldán
con Angélica y Medoro.
Y así tuvimos por bien
de dejarle en el Catay
y habiendo estado en Cambray
volvimos a Santarén,
donde yo me despedí
y me vine a Barcelona
a ver si alguna persona
ya se acordaba de mí.
Pero es ociosa porfía
y son las dudas forzosas.
COSME:
Y después de tantas cosas,
¿sos mi primo todavía?
JUAN:
¿Eso puédese perder?
COSME:
Pues ya que seáis mi primo,
cosa que yo tanto estimo,
¿qué es lo que tengo de hacer?
JUAN:
No más de tenerme aquí
mientras la reina se va.
COSME:
No sé yo como será,
que apenas hay para mí
en esta pobre soldada
que don Fernando me da,
¿y la reina aguardará
muchos días tanta armada?
Como es razón, de galeras
que van cubriendo la mar,
que en fin espera llevar
destas dichosas riberas
una hermana, cuando menos,
del rey Felipe de España,
a las que el Danubio baña.
JUAN:
Ya los marítimos senos
parece que apenas pueden
sufrir el peso en los hombros,
dando al mar opuesto asombros
de ver que en número exceden
la armada de Carlos Quinto,
bisabuelo de María.
Pero mientras llega el día
que no puede estar distinto
de lo que el rumor pregona,
yo tengo, gracias a Dios,
con que vivamos los dos
con descanso en Barcelona
y para principio quiero
que esta bolsa me guardéis,
adonde en oro hallaréis,
Cosme, bastante dinero.
Que también quiero vestiros
a vos y a vuestra mujer.
COSME:
Aunque no era menester,
no es malo para serviros.
Sois mi primo y es sin duda
que os voy ya reconociendo.
JUAN:
Miradme bien.
COSME:
Estoy viendo,
primo, lo que a un hombre muda
la barba, ¡válame Dios!,
no estábades tan barbado
cuando muchacho.
JUAN:
He pasado
trabajos.
COSME:
Cuando los dos
nadábamos en la mar,
pienso que un lunar os vi,
¿no tenéis alguno?
JUAN:
Sí,
aunque esto del mal pasar
hasta los lunares quita.
COSME:
Un poquito érades romo
cuando niño.
JUAN:
¡Ay Cosme y cómo!
COSME:
¡Oh cuánto el tiempo marchita!
No hay raíz que esté segura.
(Sale ELVIRA villana.)
ELVIRA:
¿Habemos hoy de comer?
Cosme, ¿qué pensáis hacer?,
¿ha venido por ventura
Cuaresma en Carnestolendas?,
¿no vais a la plaza hoy?
COSME:
¿Ya venís?, al diablo os doy
con vuesas necias contiendas.
Débome de estar holgando,
abrazad a vueso primo.
JUAN:
¡Oh prima que tanto estimo,
cuanto os vengo deseando!
Dad esos brazos a Pedro,
que niño se fue de aquí.
ELVIRA:
¿Tengo de abrazarle?
COSME:
Sí,
que es pariente con quien medro. (Enséñale la bolsa.)
Que los que no dan provecho
no lo son.
ELVIRA:
Seáis bienvenido,
que el no haberos conocido,
detuvo dudoso el pecho.
¿Venís bueno?
JUAN:
Ya lo estoy,
pues mis primos muy amados
estoy viendo.
ELVIRA:
De soldados
amiga en estremo soy.
Que son todos bizarría
y yo nací belicosa.
JUAN:
Una prima tan hermosa
ser prima del rey podía.
Esta sortija quité
a Fátima la sultana
del Turco, en una tartana,
adonde la cautivé.
Guardalda por haber sido
de Fátima.
COSME:
Aunque no fuera
de Xaquima, no pudiera
poner tal prenda en olvido.
Ea que os quiero llevar
a que veáis el jardín
y la güerta, porque en fin
el tiempo que habéis de estar
en Barcelona, podéis
entreteneros por gusto,
pues es razón, pues es justo
que a vuestro primo ayudéis.
Estos cuadros cultivando,
que yo acudo a la hortaliza.
(Vase.)
JUAN:
Amor, en poca ceniza
se va tu fuego aumentando.
A tu jardín he venido,
ayúdame, pues me diste
la traza, o porque anduviste
en los de Chipre perdido.
Tuyo fue mi pensamiento,
no me niegues tu favor,
pues bien sabes que es mi amor
mayor que mi atrevimiento.
(Vase.)
ELVIRA:
Hoy amaneció más claro
en este jardín el sol,
que no fue de su arrebol
anoche el ocaso avaro.
Hoy han salido más flores
a las perlas del aurora,
volvió esta fuente sonora
sus arenas ruiseñores.
Y suena el aire más ledo
en las hojas destas plantas,
hoy entre venturas tantas
no menos dichosa quedo.
Que buen primo, que buen talle,
que buena sortija, quiero
esconderla.
(Sale LEONARDA y MARCELA.)
LEONARDA:
Ya no espero,
que mi esperanza le halle.
Y así el remedio, Marcela,
que dice, que es olvidar,
el tiempo le ha de buscar,
que tantos males consuela.
¡Cuántos meses, cuántos años,
cuántas horas, cuántos días
pasan por él!
MARCELA:
Si sabías
de los hombres los engaños,
mayormente forasteros;
¿para qué pusiste amor
en su fingido valor?
LEONARDA:
Los nobles, los caballeros
donde están son naturales,
no debió de poder más.
MARCELA:
¿Discúlpasle?, buena estás.
LEONARDA:
Obligaciones iguales
le debieron de embarcar.
{{Pt|MARCELA:|
Sí, pero no despedirse,
siendo forzoso partirse,
no se puede disculpar.
Pero he visto a muchos sabios
en las amorosas culpas
andar buscando disculpas
para sus mismos agravios.
LEONARDA:
Habla bajo, que está aquí
nuestra jardinera Elvira.
ELVIRA:
No en vano el aura suspira
entre clavel y alelí,
viendo venir a esta fuente
dos perlas, dos azucenas,
dos ángeles, dos sirenas
para encantar su corriente
que el invierno os ha tenido
como en escura prisión.
LEONARDA:
Lisonjas, Elvira, son,
pues tú la primera has sido
como destos cuadros, Flora.
ELVIRA:
Mal haya yo, que no fui
hombre, para serlo aquí
con tal luna y tal aurora,
dos príncipes os esperan
a las dos, sin ser gitana
lo digo, que esta mañana,
como si en la güerta os vieran,
dos pájaros lo decían
en amorosas canciones.
(Entra COSME.)
COSME:
Estaos agora en razones,
que ya a la plaza me envían
a que traiga de comer,
id a hacer el aposento
a nueso primo.
ELVIRA:
Con tiento,
no tengáis tanto placer,
mirad que está aquí señora.
COSME:
Id donde os mando.
ELVIRA:
Ya voy. (Vase.)
LEONARDA:
¿Qué primo es este?
COSME:
No estoy
para respuestas agora,
que tengo un güespued soldado,
aunque labrador.
LEONARDA:
¿Pariente
vuestro?
COSME:
El mozo más valiente
que pasó desde el arado
a la espada y a la guerra.
¿No han visto a mi primo?
LEONARDA:
No.
COSME:
Pero ha mucho que salió
de Barcelona su tierra
a las Italias y ha estado
cautivo, y fue desde allí
a Croya y no vuelve aquí
como otros, manco de un lado,
ni trae la pierna en correa,
que es muy gentil mocetón
y mucho del bel doblón,
sin una rica presea,
que hoy le ha dado a mi mujer,
que quitó en una tartana
a Xaquima, la sultana
del Turco y no viene a ser
pretendiente, ni arrogante,
cavando aquel cuadro está,
que quiere ayudarme ya,
con humildad semejante.
Siendo hombre que en el Catay
vio a Marica y a Mamoro
y por el pellejo de oro
fue a Santarén y a Cambray.
Y pasando con Roldán,
estrechos de Mazapanes,
vio con otros capitanes
en Galicia al Preste Juan.
LEONARDA:
Llamalde por vida mía,
que un hombre que ha visto tanto,
bien con su lengua, entre tanto,
que sigue la noche al día
entreteneros podrá.
COSME:
Ah Pedro, ah primo. (Dentro.)
JUAN:
¿Quién llama?
COSME:
Dejad el cuadro, mi ama
os quiere ver. (Sale DON JUAN.)
JUAN:
¿Dónde está?
COSME:
¿No la veis, y con su prima?
JUAN:
Señoras, guardeos el cielo,
aquí tenéis otro suelo
adonde mejor imprima
sus estampas vuestro pie,
quedaré todo florido,
si puedo haber merecido
que tanto favor me dé.
Pero envidiarán las flores
las que dejaréis en mí
y viniendo a hacer aquí
sus esperanzas mayores
tendranme por enemigo.
COSME:
Toma si es buen cortesano.
LEONARDA:
¿Este no es el castellano?
MARCELA:
¿Eso dudas?
LEONARDA:
Ahora digo,
que es gente de gran valor.
COSME:
Oídle hablar y sabréis
cosas que asortas quedéis.
LEONARDA:
Verdadero fue su amor.
¿En efeto habéis venido
de la guerra?
JUAN:
A pretender
la esperanza, que ha de ser
memoria de tanto olvido.
LEONARDA:
¿Y os aplicáis a servir
y ser pobre labrador?
JUAN:
Todo es posible al amor,
que aun no repara en morir.
LEONARDA:
¿Pues tan presto habéis pasado
de la espada al azadón?
JUAN:
Tanto puede la afición
en un pensamiento honrado.
LEONARDA:
A gran peligro os ponéis,
si hay quien os conozca y vea.
JUAN:
No hay trabajo que lo sea,
como vos favor me deis.
LEONARDA:
La noche dará ocasión
para hablaros sin recelo.
JUAN:
Baje la luna del cielo,
que yo seré Endimión.
LEONARDA:
¿Quién bien sirve que no alcanza,
aunque sirva en tierra ajena?
JUAN:
¿Qué más premio que mi pena?,
¿qué más bien que mi esperanza?
LEONARDA:
Vos veréis que correspondo
a vuestra justa afición.
COSME:
Pardiez que Salomelón
nunca fue tan sabïondo,
y a fe que lo habéis errado,
porque pudiérades ser
licenciado o bachiller,
si hubiérades estoriado.
JUAN:
Cosme, sabed que la guerra
es libro que en sí contiene
todas las ciencias y tiene
de la mar y de la tierra,
del palacio y de la corte
cuanto se puede aprender.
COSME:
Bien sé, que para saber
no hay cosa que más importe,
que andar por el mundo viendo
tratos, costumbres, naciones;
y pues de vuestras razones
tan polidas, Pedro, entiendo,
que sabréis entretener
este rato a mi señora,
yo voy a la güerta agora,
que en ella tengo que hacer
pues la habemos repartido
y a vos os toca el jardín. (Vase.)
JUAN:
Atar quiero este jazmín,
que está como veis caído,
que yo no sé entretener
damas, sino trabajar.
¿Podemos, señora, hablar?
LEONARDA:
¿Qué puedo yo responder
a quien ha sabido hacer
esta amorosa fineza?
JUAN:
No fue, por tanta belleza,
exceso, sino razón.
LEONARDA:
Heroicas hazañas son
de vuestra rara nobleza.
Mostrareme agradecida
mientras que vida tuviere
y pues el alma no muere,
tendrá amor inmortal vida
y si me vistes rendida
y ya don Juan obligada,
con fineza tan honrada,
seguro podéis estar
que me olvide de olvidar,
aunque me viese olvidada.
Seréis mi dueño, don Juan
o tendrá mi vida fin.
JUAN:
Flores de aqueste jardín
y vos florido arrayán,
claveles, favor me dan,
imprimid tales favores
en las hojas de colores
para que entre estos claveles,
favores que dan laureles
impriman hojas de flores.
Sed testigos, que obligada
os dijo en este lugar,
que no me piensa olvidar,
aunque se viese olvidada.
Vos también, aunque escusada
por prima, señora, estéis,
también testigo seréis,
que indigno de tal favor,
tenerlos quiere el temor
para que no los neguéis.
MARCELA:
Señor don Juan, yo seré
testigo, aunque sé muy cierto
que nunca en este concierto
falte a Leonarda la fe
y así espero que veré
dichoso fin deste amor.
LEONARDA:
Mi hermano.
JUAN:
No hayáis temor,
que en aqueste paraíso
si el ángel meterme quiso,
no me ha de echar el rigor. (Sale DON FERNANDO.)
FERNANDO:
Díjome Celia, que juntas
bajastes, porque bajaba
el sol al dorado ocaso
entre arreboles de grana,
a ver correr estas fuentes,
que como el invierno pasa,
lo que entonces era llanto,
agora es risa en las aguas.
Y porque tengo que hablarte
en negocios de importancia,
quise gozar la ocasión;
¿es Cosme aquel hombre que anda
atando aquellos jazmines?
LEONARDA:
No tiene tan buena gracia
primo suyo dice que es,
que para podar las parras
y aderezar el jardín
le trujo esta tarde a casa
y parece hombre de bien.
FERNANDO:
Ah buen hombre.
JUAN:
Que mal se atan
los rosales, es madera
con dientes, guarda la cara.
FERNANDO:
¿No me oís?
JUAN:
Si estos parrales
un poco no se levantan,
o tendrán seguro el fruto.
FERNANDO:
Ah labrador.
JUAN:
¿Quién me llama?
FERNANDO:
El dueño deste jardín.
JUAN:
Pardiez muesamo que estaba
embebecido mirando
como divide y parta
una mala yerba aquellas
que se juntan y se enlazan,
para labores de un cuadro.
Cosme descuidado anda,
pero yo pondré el jardín,
si estoy seis días en casa,
que los del rey en Castilla
le reconozcan ventaja.
FERNANDO:
Hombre de bien parecéis,
¿sabéis desto?
JUAN:
Lo que basta,
ya que a vuestra casa vengo
para cumplir mi palabra;
así la cumplan las flores
cuando se junten las ramas,
para que den posesión
como dieron la esperanza.
Que en esta tierra, señor,
viene más anticipada
la primavera que en otras.
FERNANDO:
Mi afición fue siempre tanta
a las plantas y a las flores,
que fuera de las dos damas
que veis buen hombre presentes,
que una es prima y otra hermana,
ninguna cosa en el mundo
con los sentidos, el alma
me lleva, como estas flores.
Aquí tardes y mañanas
me veréis ejercitando
el escardillo y la azada,
muchos árboles he puesto,
que hoy dan fruto y que regalan
al virrey y a los amigos.
La huerta está mal tratada
por el descuido de Cosme,
advirtiendo a la ganancia
de la hortaliza no más,
que es parte de su soldada.
Si vos queréis estos días
cuidar della y cultivarla,
creed que no iréis quejoso
de mi casa y de la paga.
JUAN:
Es defeto en un jardín
tener calles empedradas,
porque estorban, si se quieren
pasar jazmines o parras,
serán las calles de arena
y tendrán de media vara
las paredes los cimientos,
porque no las dañe el agua.
Árboles tenga de vista,
amor con la flor morada,
cinamomos, paraísos
y de fruta en partes varias,
granados, porque se visten
vistosa color de nácar.
Naranjos, cándido azar
y membrillos, flores blancas,
los demás son para huertas;
no haya en las paredes parras,
ni rosales, porque son
más que de jardín de granjas.
Cuatro años puede durar
la tierra sin renovarla,
aderezarle en otubre
en tierras cálidas basta,
pero por marzo en las frías;
en esta, aunque ya se pasa
de la mejor ocasión,
vos veréis la mejor traza
de aderezar un jardín,
si bien todas esas plantas
fuera bien que por setiembre
se pulieran y limpiaran.
No veo llaves aquí
y si el jardín no se guarda,
todo lo doy por perdido,
porque es tanta la ignorancia
de muchos, que no imaginan
lo que ha costado sembrarlas.
Que lo que un año esperó
dueño que las flores planta
en un instante saquean,
dejando las pobres ramas
viudas de flores y frutos.
FERNANDO:
Vuestro discurso me agrada,
yo reformaré el jardín,
solas mi prima y mi hermana
entrarán en él desde hoy.
JUAN:
Las señoras, cosa es clara
que tratarán bien las flores
por no perder la esperanza.
FERNANDO:
¿Cómo os llamáis?
JUAN:
¿Yo, señor?
Pedro, que así se llamaba
mi padre, hermano del padre
de Cosme.
FERNANDO:
Tengo, Leonarda,
a buena dicha, que Pedro
haya venido a mi casa.
JUAN:
En verdad, señor, que yo
lo tengo a ventura tanta,
que aunque en casa del virrey
un gran partido me daban,
con menos quiero serviros,
que a los buenos es ganancia.
FERNANDO:
Estaréis aquí unos días,
Pedro, que yo os doy palabra
de pagároslo muy bien;
tú ven conmigo, Leonarda,
que tengo que hablarte a solas.
LEONARDA:
¿Y si Marcela se agravia?
FERNANDO:
Pues venga también Marcela.
MARCELA:
Antes por estas retamas
quiero entretenerme un poco.
LEONARDA:
Pues en esa fuente aguarda. (Queda DON JUAN.)
JUAN:
Ya generoso pensamiento mío
salís al ancho mar, ya la ribera
dejáis, ya atrás el golfo el barco espera
y seré cisne de mi humilde río.
No desmayéis, corred, entrad con brío,
aunque llevéis al sol alas de cera;
aquí palabra os dio la primavera,
que no verá vuestra esperanza estío.
Creced las flores blancas y encarnadas;
almendros, como crecen mis favores,
juntemos esperanzas bien fundadas,
que como en una cáscara dos flores
engendran dos almendras abrazadas,
abrazarán dos almas dos amores. (Vase.)
(Salen DON GARCÍA y DON PEDRO.)
GARCÍA:
Pareciome, don Pedro, que sería
el más breve camino el casamiento.
PEDRO:
Acertáis en casaros, don García.
GARCÍA:
No puede presumir el pensamiento
otro fin que se ajuste a la esperanza,
que fuera lo demás atrevimiento.
PEDRO:
Quien no puede al amor poner templanza,
por los pasos más fáciles camina,
con que la posesión del bien se alcanza.
GARCÍA:
Saliendo don Fernando a la marina,
adonde la ciudad concurre agora
a ver por la campaña cristalina
tanta galera, que al salir la aurora
alegra con trompetas los oídos,
con banderas los ojos enamora,
de que los filaretes guarnecidos,
como de las mesanas los penoles
de estandartes y flámulas vestidos,
con que los alemanes y españoles
han de llevar a la imperial María
y juntar con dos águilas dos soles.
Habló con don Fernando, que venía
solo, mi padre y le pidió su hermana.
PEDRO:
¿Qué respondió?
GARCÍA:
Que della lo sabría,
porque su parte alegremente allana,
con otros cumplimientos y favores,
y cuya voluntad sabré mañana,
que si a la honestidad de mis amores
ha mostrado Leonarda tal recato,
que pudieran matarme sus rigores
llegado el tiempo, en que se ponga en trato
el casamiento y en concierto justo;
¿cómo podrá mostrar el pecho ingrato?
PEDRO:
La dama que al galán muestra disgusto,
funda en la honestidad el descontento;
pero al marido libremente el gusto,
el parabién os doy del casamiento.
GARCÍA:
Si no lo estorba esta partida a Hungría,
presto se logrará mi pensamiento;
agora apenas amanece el día
cuando la noche le cautiva y cierra
en servicios y fiestas de María.
PEDRO:
Con justa causa nuestra alegre tierra
estima la ventura que ha tenido.
GARCÍA:
Oh mar de España, la contienda y guerra,
que el viento de tus olas revestido
forma por este tiempo, en paz dilata,
deja que llegue el águila a su nido.
Una ciudad pacífica retrata,
formando como escuadras en hileras
por calles de cristal campos de plata.
Las prevenidas naves y galeras,
que la fortuna próspera acompaña
a las opuestas playas y riberas,
humille su marítima campaña,
porque de tanta gloria participe
el golfo de León al león de España
con la divina hermana de Felipe. (Vanse y sale ELVIRA.)
ELVIRA:
Amor, que nunca dejaste
desde que al mundo naciste,
de engañar cuanto pudiste,
de matar cuanto miraste.
Amor víbora pisada,
amor rapaz lisonjero,
amor hijo de un herrero
y de una mujer errada.
Amor de cuyos anzuelos
no hay segura voluntad,
hijo de la ociosidad
y padre vil de los celos.
¿Qué te hacía en esta güerta
sola y desavidada Elvira,
que puesta al arco la vira
giras y me dejas muerta?
¿Cosme no era ya mi dueño
y mi conjunta persona?,
¿qué vitoria, qué corona
ganas en quitarme el sueño?
Amor tú serás mi fin,
misericordia te pido,
o nunca hubiera venido
aqueste Pedro al jardín.
Si quiero tomar la rueca,
apenas doy vuelta al huso,
que el pensamiento confuso
todo lo revuelve y trueca.
Si quiero poner la olla,
ni la cato, ni la espumo,
algún dimoño presumo
se me ha metido en la cholla.
Todo es andarme tras él
por donde quiera que va,
siempre he de estar donde está,
no me puedo hallar sin él.
Yo moriré deste mal.
(Sale DON JUAN.)
JUAN:
Bien vais esperanza mía,
que justamente porfía
quien espera premio igual.
Los días paso mirando
si baja tal vez mi bien,
donde si a caso nos ven
de las ventanas hablando,
nadie advierte nuestro amor,
tales son las dichas mías
y aunque paso bien los días,
las noches paso mejor.
Si bien andar desvelado
don Fernando por su prima,
cuanto Leonarda me anima,
me desmaya su cuidado.
¡Elvira me estaba oyendo!,
(cualquiera cosa me asombra)
¿que me quiere aquesta sombra
que siempre me va siguiendo?
ELVIRA:
Pedro, por quien tal pedrada
me dio con su honda amor,
Pedro, por cuyo rigor
pienso que estoy empedrada.
Pedro, piedra para mí,
¿cuándo ha de ser aquel día
que mi esperanza y porfía
hallen acogida en ti?
¿Cuándo te piensas doler
de mis cuidados?
JUAN:
Elvira,
considera, advierte, mira
que eres de un hombre mujer,
que es mi primo por lo menos
y que ofenderle no es justo.
ELVIRA:
Pedro, cuando os falta gusto,
todos los hombres sois buenos.
JUAN:
A mí no me falta amor,
que en el respeto reparo.
ELVIRA:
¿Respeto?
JUAN:
Pues no está claro
a la sangre y al honor.
ELVIRA:
¿Cuándo respetos ajenos,
si queréis, consideráis?,
sí, gente sois que miráis
en un primo más a menos.
Plega a Dios no sea verdad
cierta cosa que sospecho.
JUAN:
Por los cristales del pecho
me ha visto la voluntad.
¡Que apenas llegue el amor
cuando le sigan los celos!,
quiero engañar sus recelos,
Elvira, si del temor
de Cosme librarme puedo,
no habrá cosa que no intente
por tu gusto.
ELVIRA:
Amor no siente
de los peligros el miedo.
De noche entre estos jazmines
podremos los dos hablar. (Sale COSME.)
COSME:
¿Téngoos de andar a buscar
por güertas y por jardines?
Oh, si Pedro estaba aquí
buena disculpa tendréis.
ELVIRA:
¿Qué es lo que agora queréis,
que siempre os andáis tras mí?
COSME:
No me habréis de chirimía,
porque por el sol de Dios,
que....
ELVIRA:
Mal año para vos.
COSME:
¿Tras Pedro andar todo el día?
Por los órganos benditos
que os tengo.
JUAN:
¿Primos, qué es esto?
COSME:
¿Qué ha de ser?
JUAN:
¿Vos descompuesto?
ELVIRA:
Pues a fe.
COSME:
No me deis gritos,
entrad allá noramala.
ELVIRA:
Entraranse.
COSME:
¿Qué razón?
ELVIRA:
Han vido el bobalaisón,
si el rey llevara alcava
de tontos, más le valiera
que las Indias. (Vase.)
COSME:
Y si al rey
pagara por justa leye
toda mujer bachillera
una blanca al mes no más,
no tuviera en qué poner
lo que había de valer.
JUAN:
No lo creyera jamás,
¿vos con Elvira enojado?
COSME:
Vuélvenme sus cosas loco.
Pero estadme atento un poco.
JUAN:
Todo me causa cuidado.
COSME:
Hay cierto signo en el cielo,
que se llama Capricornio,
que reina sobre hortelanos
a veinticuatro de agosto.
Este es de tal calidad,
que no se poniendo en cobro
dando el sol en la cabeza
con el ardiente bochorno,
salen unos picoticos,
que no los sintiendo el propio
que tiene la enfermedad,
desde lejos los ven todos.
Soy hortelano, ya veis
y deste mal temeroso
no quiero que por desgracia,
que Elvira es mujer, vos mozo,
me naciese un turumbón,
tal, que con ningún socrocio,
se me baje de la frente
y así habrá de ser forzoso,
que os volváis a las Italias
con el arcabuz al hombro
y dejéis el azadón,
que aun temo (si no es antojo)
que aún os habéis de llevar
a mi mujer de retorno.
JUAN:
Cosme yo soy vuestro primo,
mas si vos estáis celoso,
no os quiero hacer mal casado,
que es celoso sobre tonto,
incurable enfermedad.
Vuélvome a Italia quejoso
de ver término tan bajo,
luego en camino me pongo,
que me volváis mi dinero.
COSME:
¿Tan presto os vais?
JUAN:
Es forzoso.
COSME:
¡Qué colérico que sois!,
ea, no haya más enojo,
que no lo dije por tanto.
JUAN:
Oh a cuántos ha puesto el oro
el sufrimiento en la frente
y las capas en los ojos.
¿Quédome en casa?
COSME:
¿Pues no?,
pero con recato en todo,
huyendo de darme causa
a pensar algún quillotro,
que ese día la amistad
hizo fin.
JUAN:
Yo haré de modo,
que vos quedéis satisfecho
y Elvira también.
COSME:
¿Qué?, ¿cómo?
JUAN:
Que viváis en paz los dos,
sin reñir uno con otro.
COSME:
Pues con aquesa palabra
voy a sacar los repollos,
que no seremos amigos
en habiendo monipodio. (Vase.)
JUAN:
Turbado estuve escuchando
del villano cauteloso
los celos o amor valiente,
¡en qué peligros me pongo!
Hablo de noche a Leonarda,
porque de mi ropa tomo,
con ayuda de Lisardo
que por las señas conozco,
vestido galán y rico.
Mas luego a mis plantas oigo,
que me busca entre estos cuadros
esta villana o demonio.
También don Fernando viene
tal vez tierno y amoroso
a requebrar a Marcela
y estuvo una noche en poco
de llegar a conocerme,
si con un salto no pongo
por lo bajo de las tapias
tierra en medio presuroso.
Oh amor, ¿en qué ha de parar
este atrevimiento loco?
Don Fernando viene, ¡ay cielo!,
¡de cualquier temor me asombro! (Sale DON FERNANDO.)
FERNANDO:
Hallarte solo, Pedro, tengo a dicha,
para hablarte en negocios que me importan.
JUAN:
Yo serviros, señor, tengo por dicha,
hoy en su flor mis esperanzas cortan
las manos de mi bárbara desdicha.
FERNANDO:
Dejando muchas causas que me exhortan
a hacer, Pedro, de ti la confianza,
que ha dado a mis cuidados esperanza.
Sabrás que yo he tratado casamiento
con don García, un caballero noble,
a mi hermana Leonarda, cuyo intento
no puedo hacer que a la razón se doble.
No así combate en alta mar el viento,
ni con menor rigor peñasco inmoble,
que yo la persuado y ella esquiva
inobediente de su bien se priva.
Y no sabiendo que ocasión podía
obligarla a porfía tan villana,
hallé, Pedro, la causa; aunque venía
más a ver a mi prima, que a mi hermana;
a esta ciudad para pasar a Hungría,
parte de la nobleza castellana
ha venido gallarda y habrá sido
la causa alguno que la habrá servido.
Porque anoche le vi, que por la reja
con ella hablaba y sé que no quedara
del castellano, el catalán con queja
si por las tapias bajas no saltara,
mañana se han de alzar, cuanto haces deja
y con dos o tres hombres las repara,
advirtiendo también que has de ir conmigo
a aguardar esta noche mi enemigo.
Que este no vendrá solo y pues soldado
fuiste en Italia y hombre me pareces
para toda ocasión, puesto a mi lado,
bastantes prendas de valor me ofreces.
¿Tienes espada?
JUAN:
Y un broquel guardado,
que hecho rajas se ha visto algunas veces.
FERNANDO:
Pues ven, porque te dé capa y sombrero.
JUAN:
Voy por la hoja.
FERNANDO:
Pues allá te espero. (Vase.)
JUAN:
Salí de la confusión
y del peligro en que estaba,
aunque no del casamiento
que le han propruesto a Leonarda.
Pero en fin ella no quiere,
claro está que soy la causa,
aunque contra mí me lleva
quien con la verdad se engaña.
Uno soy de los que trujo
la nobleza castellana,
no para pasar a Hungría,
mas solo por ver a Italia.
Mi Leonarda está en la reja
no puede ventura tanta
suceder a mejor tiempo. (LEONARDA a la reja baja.)
LEONARDA:
¿Es Pedro?
JUAN:
Mi bien aguarda
que he de volver con tu hermano
con ferreruelo y espada,
que dice que un castellano
por esta huerta te habla
y dice bien, pues soy yo.
Mi propio nombre me llama
cuando yo te llegue a hablar,
porque he pensado una traza
para hablarte en su presencia.
LEONARDA:
No te entiendo bien, aguarda.
JUAN:
Con las mujeres discretas
sola una palabra basta. (Vase.)
LEONARDA:
Estraña confusión, estraño intento,
estraño pensamiento,
tener celos mi hermano
y con razón, de un hombre castellano.
Oh amor, profundo mar, eterno abismo,
tener celos del mismo
a quien lleva a su lado,
pues donde más acierta, más ha errado;
casarme pretendió con don García,
¿mas ya cómo podía
obedecer su gusto?
Porque amor y casarse es caso injusto.
(Sale DON FERNANDO y DON JUAN con armas.)
JUAN:
Este consejo te doy,
si quieres saber quien habla
con Leonarda mi señora,
porque yo llegaré a hablarla
fingiendo que soy el hombre
que por las paredes salta.
Pues es fuerza que ella entonces
le ha de nombrar engañada.
FERNANDO:
Discreto consejo, llega
y escucha por la ventana
si ella o Marcela su prima,
hacen labor en la sala.
JUAN:
Yo llego.
LEONARDA:
¿Quién es?
JUAN:
Señor
en la reja está Leonarda.
FERNANDO:
Finge que eres castellano,
pues la lengua castellana
hablas con tanta destreza.
JUAN:
En los presidios de Italia
la aprendí famosamente.
Yo soy, hermosa Leonarda,
ve escuchando lo que dice.
LEONARDA:
Oh mi don Juan de Peralta.
JUAN:
Don Juan de Peralta dijo.
FERNANDO:
Ya lo entiendo, hermosa traza,
ya por lo menos sabemos
el nombre, habla más, ¿qué tardas?
LEONARDA:
¿Cómo venís mi señor?
JUAN:
Lleno de mortales ansias
de celos de don García.
FERNANDO:
Qué lindamente la engaña
tratando del casamiento.
LEONARDA:
Aunque mi hermano se cansa
en persuadirme, no crea
que haré de mi amor mudanza,
ya estoy casada en Castilla.
FERNANDO:
Dice que ya está casada.
LEONARDA:
Ya soy vuestra, don Juan mío,
y no hay más firme lazada
de diamantes, para el pecho,
que la que casa dos almas.
Mejor sois vos que García,
que ya estoy bien informada
de vuestra hacienda y nobleza.
FERNANDO:
Menos mal del que esperaba,
si es este don Juan tan noble,
buscarle quiero mañana,
no permita mi desdicha
que con la reina se vaya,
si es posible que en mi honor
haya más que la esperanza.
Que es el amor tan sutil,
ejemplo tantas desgracias,
que fía todo el valor
sobre cualquiera palabra. (ELVIRA con sombrero, capa y espada, detrás COSME con capilla y espada.)
ELVIRA:
¿Puede haber mayor locura,
que celosa de mi ama
venir a acechar las rejas?
COSME:
Siguiendo voy sus pisadas;
voto al sol, que desta vez
toda la hestoria se acrara.
FERNANDO:
Pedro, los contrarios vienen.
JUAN:
Pues saca, señor, la espada.
FERNANDO:
Mueran.
ELVIRA:
¿Quién ha de morir?
FERNANDO:
¿Castellanos en mi casa?
ELVIRA:
Elvira soy.
COSME:
Y yo Cosme.
FERNANDO:
¿Pues adónde vais con armas?
ELVIRA:
A Cosme vine a acechar,
que por esas tapias bajas
mete mozas en la güerta.
FERNANDO:
¡Hay tal maldad!
ELVIRA:
Esto pasa.
FERNANDO:
¿No tenéis vergüenza?
COSME:
¿Yo?
ELVIRA:
Vos pues.
COSME:
Si no me levanta
testimuños, prega a Dios.
FERNANDO:
Ahora bien, los dos se vayan,
que mañana yo sabré
como mi casa se guarda.
COSME:
Voto al sol que he de poneros
como un salmón las lunadas.
ELVIRA:
Saberlo tiene señora.
¿Pensáis que no os vi sacarlas
almendras verdes y priscos?,
cinco o seis tenéis preñadas.
COSME:
¿Hay mayor bellaquería? (Vanse.)
FERNANDO:
Buena noche los aguarda.
JUAN:
¡Estraños celos!
FERNANDO:
Notables.
JUAN:
¿Qué gracia?
FERNANDO:
¿Fuese mi hermana?
JUAN:
Ya se fue.
FERNANDO:
Pues ven conmigo,
que quiero que demos traza
para buscar en palacio
este don Juan de Peralta.