No es fea la que recrea

No es fea la que recrea
de Arturo Reyes


-Oye, tú, ¿que es la que a ti te pasa hoy que estás como si te fuesen a meter en la grillera?

Se encogió de hombros Antoñico el Zaragata y le repuso al capataz, al par que se dirigía con el cantarillo sobre el hombro hacia el bocoy del trasiego:

-Qué quieé usté que me pase, naita, pero que naita me pasa.

Sonrió aquél irónicamente y, cuando Antoñico, ya con el cantarillo desocupado se acercó de nuevo a la tina, continuó:

-Vamos, hombre, ábreme tu pecho, que ya sabes tú que yo soy un proigio en eso de consolar al que llora.

-Pero si es la chipé, que no me pasa naita.

-Argo será, te digo; a ti alguna jembra te trae fijamente caviloso, y argo me apostaría yo a que se trata de Martirio la Primores.

-Pos no señó, que no se trata de Martirio la Primores.

-Pos será de Ángeles la Pelusita.

-Pos no señó, ni de Angeles la Pelusita.

-Entonces tiées que estar asín tú por mó del terral u por mó de la sequía.

-Pos no está usté en lo firme, señó Cristóbal, que quien a mi me trae una miajita soliviantao, no es ni el terral ni la sequía sino una gachí que, sigún dicen, no es ningún primor... y la verdad, primor no lo es..., pero tampoco es tan fea como dicen.

-Y oye, tú, ¿quién es esa agachaora que ha puesto medio tarumba al mozo más juncal de los que aquí presumen de güen perfil y de andares pintureros?

Antonio vaciló un punto y, después exclamó, cerrando los ojos para no ver en la cara de su interlocutor la impresión que pudieran producirle sus palabras:

-Pos esa agachaora es Ángeles Cárdenas, la Fea del Altozano.

-¡La Fea del Altozanol

Y el señor Cristóbal, tras algunos momentos de silencio durante los cuales pareció como atontado por la sorpresa, dijo con ponderativa expresión:

-Cámara, pos di tú que eres más valiente que el Ci, porque pa timar a la Ángeles se necesita muncho más valor que pa tomar una trinchera.

-¿Entonces es que usté tamién es de los que creen que la Ángeles es tan fea como dicen?

-Cá, yo soy de los que creen que lo es muchísimo más de lo que dice la gente.

-Pos me parece a mi que tos ustés están una miajita dequivocáos, y que usté y que toito er mundo le dicen a la Ángeles la Fea, no porque lo es, sino porque lo fue, lo mismito que a usté le dicen el Pinturero porque lo fue usté, porque lo que es ahora...

Y los ojos de Antoñico se pasearon irónicos, insolentes y burladores por la oronda y apoplética figura del señor Cristóbal, el cual exclamó en son de airada protesta:

-De eso había mucho que platicar, manque esto no sea decir que yo esté ahora como cuando tenía que sujetarme, si hacia viento, la cintura con dambas manos pa que no se me tronchara.

-¡Usté no se ha mirao bien al espejo, señó Cristóbal!

-Pero hombre, eso no está ni medio bien tan siquiera; ¿qué curpa tengo yo de que echara su madre ar mundo, tal como es, a la que a ti te ha embragao?

-Pero si es que la Ángeles no tiée tan mal perfil como dicen, y si no, vamos a ver ¿es usté capaz de jacer lo que yo le diga?

-Ya sabes tú que por darte gusto soy yo capaz de jacer la mar de primores.

-Pos si es asín y quiée usté darme gusto, esta noche yo voy a ver si pueo platicar con Ángeles por la reja; Ángeles, sigún me han dicho, va esta tarde a los meceores con los niños del Sereno; usté conoce mucho a los niños del Sereno, usté se va esta tarde a los meceores, se acerca usté a la del Altozano, la mira usté como si la fuera usté, a retratar, y cuando la haiga usté visto bien, se va usté pa cá del Triquitraque aonde yo estaré aguardándolo a usté como quien aguarda al Mesías.

-Güeno, hombre, te daré gusto, pero antes dime ¿por qué quiées tú darme a mi esta tarde ese suplicio?

-Porque si sigue usté creyendo, después de mirarla despacio, que esa jembra tiée el perfil tan poco de recibo como dicen, yo pierdo dos de la Pastora y me doy contravapor y no güervo yo a mirar más a la Ángeles a la cara, ni manque me den un salario.

-Pos entonces me parece a mi que ya podíamos dirnos pa cá der Triquitraque.

-Pero -continuó Antonio sin parar mientes, al parecer, en lo que aquél le decía si no le parece a usté tan fea después de mirarla bien, usté paga las dos de la Pastora y usté será, cuando llegue el momento, el encargao de dir a peir a la Ángeles pa su mejor amigo de usté, el mozo que más presume de güen perfil y de andares pintureros.

-Conforme de toa conformidá, y vamos a ver si ya arrematamos que se viene la noche encima.

Y mientras el señor Cristóbal dirigíase a apuntar con tiza en uno de los arcos de una de las cuarterolas la última arroba trasegada por Antonio, siguió éste en su penosa labor de desocupar la enorme tina desbordante del oloroso néctar que puso Dios en las vides montillanas.


Ya empezaban a tomar posesión de los portales y aceras de la calle los vecinos ansiosos de respirar la brisa fresca de la noche; la luna a inundarlo todo con sus argénteas claridades y a resonar, acá y acullá, los melancólicos tañidos de las vihuelas con que la gente moza alegra sus horas de solaz en los umbrales de sus respectivas viviendas en las noches de estío, cuando Antoñico el Zaragata, ya vestido como en los días de repique, llegó a la puerta del Triquitraque, y sentándose junto a una de las mesas en ella colocadas, preguntó al encargado de atender a la numerosa parroquia:

-Oye tú, Cayetano, ¿no ha venío entoavía el señor Cristóbal el Pinturero?

-Entoavía no, Antoñico... ¿Y aonde vas tú esta noche tan rebonito y tan cruzaito de alas?

-A ver si prendo a la luna.

-Es que vas por fin a quitar de pasar penas a la Primores?

-A mí no me quiere la Primores, a mi quien mejor me quiere es la Fea del Altozano.

-Pos no te creas tú, que si esa fea fuese una miajita menos fea, es una gachi pa un probe por lo güena que es y por lo mujer de su casa.

Antoñico asintió con un movimiento de cabeza, halagado por el concepto que merecía a Cayetano el objeto de su hasta entonces misterioso culto de amor, y le repuso:

-La verdá es que cuando se trata a esa gachí parece de caramelo, porque lo que es los ojos los tiée de chipé, pero que de chipé.

-Sí, que sí, y si no fuera porque tiée una nariz que es un cuscurro...

-Sí, la verdá es que la nariz..., pero tiée nui güena mata de pelo, ¡y unas caeras y un talle! ¡y un mó de pisar! y...

-Sí, el cuerpo sí, y el pelo tamién; pero tiée un cutis que está pidiendo una garlopa, y, aluego, una dentaura... chavó, ¡valiente dentaura! ¡como que tiée dos paletones que son dos mesas consolas!

-Pero los tiée siempre más reblancos que el armiño.

-Sí, eso sí, blancos los tiée, ¡pero de cá uno saldría una bola de billar! ¡Pos si ella misma se ríe chufleándose de sus dientes! porque, eso sí, lo que es gracia la tiée por capachos.

-¡Toma!, por algo anduvo tirándole los chambeles el Triguerito, y eso que el Triguerito presume de tener la boca más fina que el terciopelo.

-¿Pero es verdá que ese Triguerito le anduvo tirando los chambeles? -preguntó con honda expresión de complacencia el Zaragata.

-¡Digo! con toas, pero con toas, las de la ley.

-¿Y quién es ese Triguerito?

-Uno inu arto y mu guasón que siempre tiée las narices como si estuviera procurando el estornúo.

-Ah, ya sé quién es. ¿Y ella qué le respondió?

-Pus ella le respondió que lo armitía en cuanto acabara de estornuar.... pero mira, ya tiées aquí al mozo güeno que tú buscabas.

El señor Cristóbal llegó jadeando y así que se hubo sentado junto a Antonio, le dijo al mozo de la taberna:

-A ver tú, Cayetano, a ver si te traes dos sin cristianar de la Pastora.

-¿Qué, estuvo usté en los meceores? -se apresuró a preguntarle Antoñico al Pinturero.

-Pos de juro que sí, que estuve.

-¿Y qué? ¿Ha visto usté a la Ángeles?

-Pos de juro que la he visto.

-Y qué, ¿la ha marcao usté bien?

-Como que ya la gachí me preguntó si la diba a jacer una broca con la pupila.

-¿Y qué?, vamos a ver; la verdá, ¿qué le pareció a usté endispués de verla despacio?

-¡Vaya, ya están aquí estas señoras! -dijo en aquel momento Cayetano colocando las dos botellas ya descorchadas sobre la mesa.

-Güeno, pos estas dos se las cobra, u se las apunta, al que tiée más fino er talle de dambos.

-Güeno, pos las pagaré yo que soy el que lo tiene más fino -dijo intentando en vano ocultar su profundo despecho el Zaragata y cuando ya se hubo alejado de nuevo el mozo, le preguntó al señor Cristóbal con acento balbuciente:

-¿Con que tan fea ha parecío a usté la mujer que yo camelo?

-La verdá; simpática y bien formá y con la mar de ángel, eso sí, siete veces sí, pero como fea, chavó, también sí catorce veces lo menos.

-Güeno, pos lo será, pero a mí no me lo parece, ¿sabe usté?, y como a mí no me lo parece, en cuantito salga de aquí, pongo la proa a su reja y me arrimo a la reja y la llamo a gritos pa que toito er mundo se entere y en cuanto se asome le digo que ella pa mí es el sol y la luna y jasta el lucero matutino.

-Pos ya debías mentarle también la vía lartea.

-Pos se la mentaré, y si ella se conforma, de aquí a mu poquito tiempo, del preciso na más, va usté a tener que arrimar a la pila, pa que el cura le eche la sal en la mollera, a lo que Dios quiera darnos a mí y a mí Ángeles, la Fea del Altozano.

-Pos lo arrimaré a la pila, pero quiera un divé que no se parezca a su madre el hijo de tus sentrañas.

Y el señor Cristóbal canturreó con voz ronca y simpática tamborileando con los dedos en una de las botellas:

No es fea la que recrea,
que a veces la más bonita
no vale lo que una fea.