Nina
(Leyenda quichua)

de Miguel Riofrío


I editar

Descendiente de los Shyris,
Chaloya, padre de Nina,
huyendo de Rumiñahui
subió a lo alto del Pichincha.


Al mirar columnas de humo
y entender que Quito ardía,
alzó sus ojos al cielo
y postrose de rodillas.


Chaloya, aunque de alta estirpe,
no fue tenido en valía,
porque a la corte enojaba
su ardiente sed de justicia.


Alejado de los grandes,
sin odio, pena ni envidia,
en lo invisible ocupaba
su mente contemplativa.


Presagiaba suspirando
que la patria acabaría
entregándose a extranjeros,
devorada por sí misma.


Por mitigar sus congojas
oraba de cima en cima,
y, en la suprema desgracia,
prefirió la del Pichincha.


El pensamiento y las huellas
de su padre siguió la hija,
y en esta vez asustados
otros a ella la seguían.


Era todo movimiento,
confusión, llanto, fatiga;
por oír entonces al justo
suben varios al Pichincha.


Resbalando entre la nieve,
ante todos llega Nina;
ve a su padre, mira al cielo,
llora, y como él se arrodilla.


Iban los demás llegando
en confusa vocería;
uno maldice al tirano,
maldice otro la conquista;


quien amenaza, quien jura,
quien blasfema, quien suspira.
Chaloya se alza, oye a todos
y dirigiéndose a la hija:


«Llora, dice, el llanto es justo,
pues la patria está en cenizas;
mas, no maldigas a nadie,
sólo la culpa es maldita.


»¿Y quién de culpa está libre
ante el sol de la justicia?
El valor se torna en culpa,
si con culpas se ejercita.


»Es culpa la mansedumbre
que ante las culpas se humilla;
ejerciéndola en exceso
es culpa la virtud misma.


»Tras las culpas hay desgracias,
si todo no se equilibra.
sin nada más, nada menos
de lo que el sol determina.


»Rumiñahui valeroso
quiso defender al Inca;
mas nuestro monarca, manso
se entregó, cual tortolilla.


»Le devoraron milanos
que nuestra raza asesinan;
librarnos de tal peligro
ha intentado el héroe quichua.


»Pero la nación estaba
en cien bandos dividida;
cada bando era una culpa
que engendraba cien desdichas.


»En despecho, Rumiñahui
llegó a la culpa infinita
de la matanza y el fuego
que contemplas pavorida.


»Por las culpas de sus hijos
gime la patria cautiva,
pues ya miro consumada
la más sangrienta conquista.


»Infelice, cual ninguna,
será la raza vencida;
pero nunca la triunfante
podrá excitar nuestra envidia.


»Nuestra prole a la indigencia
estará siempre sumisa;
será la bestia de carga
de la crueldad y avaricia.


»Pero ¡oh sol! tú no perdonas
crueldades ni alevosías;
a ti que a todos alumbras,
todos te deben justicia.


»Y tus leyes quebrantadas
se llaman guerra, conquista,
odio, rabia, furia, celos
y frenética codicia.


»El sol con la servidumbre,
a nuestra patria castiga
y deja a la raza intrusa
castigarse por sí misma».


II editar

Dispersose el auditorio
por las orientales vías;
cual perplejo, cual bramando,
cual con el alma afligida.


Hacia occidente, do arroja
el volcán lava y ceniza,
las montañas solitarias
eran del hombre temidas.


Allí tramontano asilo
buscó Chaloya con su hija;
bajaron, besando el suelo,
como postrer despedida.


III editar

Era fama que Atahualpa,
viendo bella y pura a Nina,
quiso al templo consagrarla
y que ella respondió al Inca:


«Perdí a mi madre en la cuna,
mas no la doy por perdida,
porque, cuando pienso en ella,
junto su alma con la mía.


»Ella era esposa, era madre,
y así era la virtud misma;
fue para el sol virgen pura,
pues tuvo alma sin mancilla.


»Con arrullo de paloma
mi padre, desde muy niña,
me enseñó a ver en el cielo
a mi madre y la justicia.


»Para que en el sol pensara
más que en mí, me llamó Nina.
Yo soy, pues, del sol la virgen,
mas mi templo es la campiña.


»En los prados y en los bosques,
en oteros y colinas,
en tantos cerros nevados
que por doquier se divisan,


»difunde el padre sus rayos,
con ellos todo ilumina,
y todo se muestra en orden
y variedad infinita.


»Con ellos, todo despierta,
se colora, se matiza,
se fecunda, se embellece
y a adorarte ¡oh Sol! convida.


»Millares de aves te cantan
entre las selvas floridas.
¿Por qué esconder entre muros
tu alta gloria y nuestra dicha?


»Yo seré del sol la virgen
sin verme nunca oprimida,
cual si la Bondad Suprema
fuera celosa y mezquina.


»Quiero libre, no entre muros,
consagrar el alma mía
al que mostrando grandezas
quiso hacer grande la vida».


Admirado y temeroso
de tan extraña doctrina,
el rey mandó que en su corte
nunca penetrara Nina.


Y ella vagaba en los bosques
libre como la neblina,
admirando en cielo y tierra
la eterna sabiduría.


IV editar

El tirano Rumiñahui,
aún las teas encendidas,
completada la obra horrenda
de desolación y ruina,


oyó, sarcástico riendo,
esta importante noticia:
«El hipócrita Chaloya
queda en lo alto del Pichincha;


»su hija ante el sol y la luna
postrándose de rodillas
dice que ellos le inspiraron
cierta egregia negativa.


»Pues recordarás que ingrata,
rebelde, osada y sacrílega,
no quiso entrar en el templo,
por vagar en la campiña.


»Al ver que son tus esposas,
las que en el templo existían,
y que tú, justo y severo,
con la muerte las castigas,


»dice que el sol la ha librado
con su inspiración divina
de sufrir, como las otras,
tu espantosa tiranía.


»Su padre, cual Duchicela,
quizá ofrezca mano amiga...».
Rumiñahui, interrumpiendo,
dio estas órdenes de prisa:


«Cien chasquis y cien soldados
y cien diestros en la pista,
con alas en calcañares
vuelen en torno al Pichincha;


»y, ya veis que aún no anochece,
mañana al rayar el día
estarán en mi presencia
atados Chaloya y su hija».


Con imperiosa guiñada
un jefe da la consigna,
y oficiales y soldados
alzan su arma y su mochila.


Por grupos de cinco en cinco
van los diestros en la pista,
y los chasquis se colocan
a razón de uno por milla.


De diez en diez los soldados
van con honda, aljaba y pica;
los capitanes, oculta,
llevan bélica bocina.


Con astucia y ligereza
que al zorro y la corza imitan,
llevan, ávidos del premio,
ágil planta y ágil vista.


V editar

Pasada horrenda la noche
entre humo, llama y cenizas,
con siniestro regocijo
Rumiñahui la luz mira.


Espera chasquis que anuncien
la llegada de las víctimas,
y entre tanto un plan nefario
revuelve en su fantasía.


Un sentimiento piadoso
le acomete y se retira,
cual si dos almas tuviera
una de héroe, otra ferina.


Con extraño movimiento
las entrañas le palpitan,
al pensar en la inocencia
de un padre amante y una hija.


Pero luego recobrando
su volcánica energía,
se goza en el cuadro horrible
que su crueldad imagina.


Pronto verá de Chaloya
la cabeza encanecida
inclinarse demandando
perdón, piedad para su hija;


y ya ensaya la respuesta
que dará con gallardía,
haciendo regia y solemne
su venganza y su lascivia.


Con señales de impaciencia,
al sol, al suelo, al Pichincha,
a sus tropas y a sus teas,
lleva alternando su vista.


Mas iba el sol señalando
horas lentas y tardías;
unas tras otras pasaban,
y ningún chasqui volvía.


El tirano enfurecido
el exterminio maquina
de los trescientos enviados;
y a enviar mil se disponía.


Pero luego se le anuncia
con la fúnebre bocina,
que los trescientos se acercan,
mas sin Chaloya ni su hija.


El tirano va al encuentro
con su lanza enrojecida;
los trescientos al mirarle
todos a una se arrodillan.


Temblando el capitán dice:
«Puedes quitarnos la vida,
mas no por desobediencia,
ni flojedad, ni mentira.


»Todos lo hemos presenciado:
el asombro nos abisma...
te juramos que no existen
ni Chaloya, ni su hija».


«¿Los matasteis o murieron?
Decid, pues, ¿qué es de su vida?»,
les preguntó Rumiñahui
con la voz ya enronquecida.


En respuesta le refieren
insólita maravilla:
dicen que frescas las huellas
les fue fácil el seguirlas;


que siguiéndolas miraron,
a manera de neblina,
blanca luz en alta noche
por la lluvia ennegrecida;


que en el rincón escondido
de donde la luz salía,
descubrieron una fuente
que manaba como hervida;


que sólo hasta allí llegaban
las breves plantas de Nina;
y solas las de su padre
hasta otra fuente seguían;


y que de allí en adelante,
ni hacia abajo, ni hacia arriba,
hallaron vestigio alguno
los más diestros en la pista.


VI editar

Por el sur ya Benalcázar
avanzaba a toda brida,
aliado con Duchicela
de la estirpe de los Incas.


Por el norte ya Otavalo
con ingeniosa perfidia,
había dejado indefensa
y airada la raza quichua.


Por occidente un prodigio
deja en fuentes cristalinas
la fecundante memoria
de la virtud perseguida.


Mas en tanto, sin rendirse
del tirano la osadía,
dijo: «si unos dan su nombre
a las aguas movedizas,


»yo a mi nombre y mis hazañas,
que ya la fama publica,
dejaré por monumento
lo que cuadra al alma mía,


»un agrio cerro negruzco
que deje por siempre fija
con su dureza y sus cortes
la imagen de la conquista».


Y andando por ruta opuesta
a la de Chaloya y Nina,
llegó a punto do un estruendo
dejó un picacho a la vista.


Desde entonces Nina-yacu
con puras y ardentes linfas,
sirven de brazo al Chaloya
y agrandándose camina.


El Rumiñahui se ostenta
inmoble, estéril, sin vida,
con sus ásperos peñascos,
negro y rudo hasta la cima.


Y así aún en torno suyo
esa majestad domina,
difundiendo las influencias
del tiempo que simboliza.


Mas, en tiempos venideros,
según viejas profecías,
iluminará la patria
el espíritu de Nina.