Nieblas
¡Ya pronto anochece!
¡Qué triste está el cielo!
El aire cimbrea
los álamos secos;
ya no hay nieve en la cumbre del monte,
la luna amarilla
se refleja en los campos desiertos.
Ya tienden las aves
medrosas el vuelo,
ya chillan los búhos,
¡ya viene el invierno!
Ya empiezan las noches lluviosas,
¡qué largas, qué frías!
Las noches del mes de los muertos.
Me abrasan tus manos,
me hielan los besos
que brotan tus labios
violados y secos.
¡Qué pálida estás, vida mía!
¡Qué aprisa respiras!
No tan cerca..., me quema tu aliento.
¡No llores! ¡No llores!
Por Dios te lo ruego;
clava en mí tus ojos,
que miren serenos;
no me mires así... de ese modo;
te flota en la vista
algo vago que luce siniestro.
Ven a la ventana:
ya el aire sereno
sacude la lluvia en las hojas,
la palma vacila
a los dulces embates del viento.
¡No llores, mi vida!
Por Dios te lo ruego;
viviremos juntos
bajo el mismo techo;
¡tengo sangre y es tuya, no llores!
¡Qué aprisa respiras!
¡No tan cerca; me quema tu aliento!
¿Lo dudas? Recuerda...
¡Maldito recuerdo!
Cuando te aguardaba,
vergonzoso y trémulo,
tantas horas al pie de la reja,
inquieto, apoyado
en las tapias musgosas del huerto.
Y cuando salías
feliz a mi encuentro,
alegre mezclabas
sonrisas y besos;
y al sonar la campana al alba,
¡qué triste veías
la luz en los bordes del cielo!
¡Si hubiera podido
sujetar el tiempo
y parar los astros
en el firmamento,
y quedar en eterno reposo,
hubiera vivido
en un beso constante y eterno!
¡Ya todo ha pasado
como pasa un sueño!
Ya chillan los buhos,
¡ya viene el invierno!
Ya hay nieve en la cumbre del monte,
la luna amarilla
se refleja en los campos desiertos.
Aún llevo en el alma
perdidos reflejos,
crepúsculos vagos
del sol de otro tiempo.
También en las tardes de otoño
retiene el espacio
del sol los fulgores postreros.
Ya pronto se acerca
el fatal momento:
¿tranquila lo esperas?
¡Templando lo espero!
Acércate, ven a mi lado;
la pálida frente
reclina amorosa en mi pecho.
¡No importa! Tus labios,
si palidecieron,
si ya están marchitos,
¡aún puedo encenderlos!
¡Ya son lirios que adornan las ruinas!
Tus ojos azules
me parecen dormidos luceros.
Si es cierto que nada
se pierde; si es cierto
que el cuerpo en la tierra
y el alma en el cielo
flota en la luz increada
y el otro se esparce
flotando en los pliegues del viento;
cuando ya estés cerca
del reposo eterno,
y tengas los ojos
velados y quietos,
en un punto en la esfera vacía
mirando espantada
¡esas cosas que miran los muertos!,
cuando brote el labio
los quejidos lentos,
y la sangre apenas
circule en tu cuerpo,
y penetre la luz en tu alma,
al par que los cirios
alumbren tu pálido cuerpo,
allí iré a buscarte
¡con amores nuevos!
¡Cómo te esperaba,
vergonzoso y trémulo,
tantas horas al pie de la reja!
¡Iré por si aspiro
tu ceniza mezclada en el viento!