Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle entre los años 1826 y 1836: Capítulo X

Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle (1839)
de Philip Parker King




CAPÍTULO X.

Informe del crucero del Beagle- Bahía Borja – Cabo Quod – Bahía Stuart – Cabo Notch – Comentarios del tiempo, y errores de la carta – Evangelistas – Santa Lucía – Madre de Dios – Golfo de Trinidad – Puerto Henry – Huellas de puma – Colibríes – Muy mal tiempo – Isla Campana – Peligros – Tormenta – Humedad – Enfermo – Santa Bárbara – Bao del Wager - Wigwams – Islas Guayaneco – Cabo Tres Montes – San Pablo – Puerto Otway – Seno Hoppner – Cabo Raper.

La cuenta que sigue del crucero del Beagle es elaborada del diario no terminado del comandante Stokes, y de los memorandos sueltos, que fueron encontrados entre sus papeles.

Se recordará que, al zarpar del puerto del Hambre, en el Adelaide, en el mes de marzo, para levantar partes del lado sur del Estrecho, dejé instrucciones al comandante Stokes de que procediera en la ejecución de sus órdenes tan pronto como el Beagle estuviese listo. El detalle de esas instrucciones no es necesario repetirlo aquí, ya que estas se realizaron a mi entera satisfacción; será solamente necesario, tan brevemente como sea posible, seguirlo a través de la más ardua y peligrosa comisión. Es el resultado lo que amarga el testimonio.

“El 18 de marzo, zarpé de puerto del Hambre, y al día siguiente llegamos a puerto Gallant.

“El 23, fondeamos en la pequeña caleta llamada bahía Borja, la cual, aunque es muy reducida, y más bien de difícil acceso, calzaba perfectamente bien con nuestro propósito (Ver Instrucciones de Navegación). Mientras estuvimos allí medimos la altura de uno de los cerros principales de los alrededores, y se encontró, que medía 1.800 pies.

“El mal tiempo nos detuvo hasta el 26, cuando pasamos el cabo Quod, y llegamos a bahía Stuart. Muchos lugares fueron dejados sin investigar, porque mi objetivo era acelerar hacia el oeste antes que el año estuviera más avanzado.

“(27). Dejamos bahía Stuart, y continuamos nuestro avance hacia el oeste, con vientos del oeste, tiempo brumoso, y lluvia. Las orillas del Estrecho nos eran rara vez visibles, porque una gruesa bruma las mantenía tapadas; es, sin embargo, una costa abrupta en cada lado, de lo contrario el Estrecho sería completamente innavegable con tal tiempo. Cerca del cabo Notch las puntas de las montañas se elevan en picos de gran altura, extraordinariamente dentadas, y conectadas por cadenas estériles. Cercanos a sus bases hay generalmente algunos pedazos verdes de selva; pero, sobre todo, nada puede ser más estéril y repulsivo que esta vista. Esta tarde pasamos Playa Parda, y en la tarde fondeamos en caleta Marian.

“En el curso del día siguiente el viento arreció a un fuerte vendaval chubascoso del ONO, con mucha lluvia; el tiempo era tan cerrado que apenas se podía distinguir la costa. En este tipo de clima, las partes más bajas de la costa están tapadas de ser vistas por la bruma, y las partes superiores son vistas que se aproximan a través de ella como masas majestuosas, de una forma tal que a un extraño lo llevaría a creer que el buque está completamente rodeado de islas.

“En la tarde fondeamos en una pequeña caleta llamada Half Port, y a la mañana siguiente continuamos nuestra lucha diaria contra el viento, la marea y el clima.”

“Cruzamos la boca de un profundo seno en la costa norte,*[1] donde no observamos marea ni corriente; el trazado de la costa en este punto es particularmente defectuoso en las cartas antiguas; afortunadamente, sin embargo, para el navegante, aquí tiene que hacer frente con costas donde la omisión de una isla completa, o aún la adición de unas pocas que no existen, es de menor importancia para su seguridad que el límite exacto de un banco de arena en otras partes del mundo. Esta noche fondeamos en bahía Upright, la cual, aunque ofrece un excelente refugio contra los vientos predominantes, es mala con los del sur, por lo abrupto del fondo que requiere a una nave fondear cerca de la orilla, con lo que no queda el suficiente campo de acción para bornear.

“Protegidos por la tierra alta bajo la cual estábamos fondeados, con la excepción de ráfagas ocasionales que bajaban por las quebradas y senos, teníamos un viento débil del OSO; pero el rápido pasar del viento por sobre nuestras cabezas mostraba que prevalecía el tiempo usual. Viramos temprano la mañana siguiente (30), y al mediodía habíamos llegado tan lejos hacia el oeste que la más oriental de las islas de la ensenada del cabo Tamar estaba cerca de dos millas hacia el norte. Al caer la noche estábamos a la altura de cabo Cortado; pero como el tiempo parecía haberse afirmado y el viento rolado hacia el sur, decidí mantener la navegación, y tratar de llegar a mar abierto esa noche. Las circunstancias nos favorecían; el tiempo era bueno, la luna estaba despejada, y el viento se mantenía del SSO. Una hora después de la medianoche el cabo Pilar estaba al OSO, distante unas dos millas, y entonces pusimos rumbo hacia los Evangelistas, los que pasamos a una distancia de una milla.

“Los Evangelistas, como los llamaron los primeros navegantes españoles, o como fueron después designados (1670) por Sir John Narborough, las Islas de la Dirección,*[2] son un grupo de cuatro islotes rocosos, y algunas rocas y rompientes separadas, que ocupan en total un espacio de tres millas; son extremadamente escarpados y áridos, aptos sólo para servir como un lugar de descanso para los lobos de mar y aves oceánicas. Debido al fuerte mar que prevalece allí, y a las olas furiosas que generalmente rompen en ellos, desembarcar es rara vez posible; aunque los loberos lo hacen. Un oficial ayudante de una nave lobera me contó que él había desembarcado en el más grande en una ballenera, y había matado varios miles de lobos: Los Evangelistas son de una altura suficiente para ser vistos con tiempo claro desde la cubierta de una nave, a una distancia de seis o siete leguas, pero la superior elevación de la costa en ambos lados las hacen visibles, antes que los islotes puedan ser avistados.

“Inmediatamente después de pasar los Evangelistas fue distinguido un cabo, donde parecía terminar la linea de la costa norte, que tomamos como el “cabo Isabel” de las cartas españolas. Es un escarpado, promontorio rocoso de gran altura, que tiene separadas en su base algunas masas de columnas de roca, y en su cima un pico, una cresta dentada; cerca hay una isla de lados escarpados que resultó ser la (Isla Beagle) la que el teniente Skyring y yo demarcamos el año anterior, cuando estuvimos en la cima del cabo Victoria.

“Hacia el norte del cabo Victoria la tierra forma una ensenada profunda, de la cual el cabo Santa Lucía es la punta noreste. La costa en este intervalo es extremadamente accidentada y montañosa. El cabo Santa Lucía puede ser distinguido por una parte de la meseta plana, que alrededor de un tercio de la altura de la montaña de la que procede, y que termina en su cara exterior con un precipicio perpendicular.

“La costa entre los cabos Isabel y Santa Lucía es peligroso aproximarse más cerca de diez millas, por que dentro de esa distancia hay muchas rocas sumergidas, en las cuales la mar sólo ocasionalmente rompe. Algunas de estas rompientes fueron avistadas hacia el lado del mar de nosotros, cuando pasábamos a lo largo de la costa, a una distancia de cinco o seis millas. Cuando estábamos a la altura de Santa Lucía, había numerosas ballenas alrededor nuestro.

“El aspecto general de esta porción de la costa es similar al de las partes más inhóspitas de la región Magallánica: árida, accidentada, rocosa, y montañosa, interceptada por entradas, y rodeada de islotes, rocas y rompientes.”

“La información que poseíamos respecto a los vientos dominantes en esta costa era muy escasa, ya, que todo lo que pudimos obtener los representaba como imperantes del norte y noroeste, estimé conveniente aprovechar el viento sur presente para seguir hacia la parte norte de la costa asignada para nuestro levantamiento, en lugar de detenernos a explorar la bahía entre cabo Isabel y cabo Santa Lucía.

“Desde las demarcaciones a la puesta del sol,*[3] navegamos a lo largo de la costa con una brillante luz lunar, sondando cada hora, y con la luz del día estábamos cerca de diez millas de la isla Madre de Dios.

“Nos acercamos a tierra y continuamos hacia el norte, manteniendo una distancia de cerca de tres millas de la costa, sondando entre veintiocho y treinta y tres brazas, fondo arenoso. El tiempo era claro y bueno, por lo que pudimos efectuar observaciones, tomar demarcaciones y los ángulos, necesarios para establecer la costa satisfactoriamente.

“Al mediodía nos encontrábamos en latitud 50° 12' sur, y en el meridiano del cabo Tres Puntas, entre el cual y un cabo demarcado al N13°E (magnético), distante ocho millas, había evidentemente una entrada; este cabo está señalado en las cartas como cabo William. La naturaleza de la tierra es la misma que la que habíamos hasta ahora pasado, sin vegetación, accidentada, montañas rocosas, con picos, y crestas marcadamente dentadas. Desde el amanecer hasta el mediodía habíamos recorrido veintiuna millas a lo largo de la costa; en ese intervalo sólo una entrada fue vista, que fue en latitud 50° 27' Sur , que coincide bien con el “Canal Oeste” de la carta española. Era de cuatro millas de ancho en su boca, y parecía seguir un curso sinuoso hacia el este. La tierra del cabo Tres Puntas se curvaba hacia el este, hasta cerca del cabo William; al anochecer estábamos a la cuadra de cabo William, y a dos leguas de la costa, donde nos quedamos hasta el amanecer, ya que deseaba examinar la entrada entre este y el cabo Tres Puntas, que posteriormente resultó ser el golfo Trinidad de Sarmiento. El antiguo navegante describe así su descubrimiento:

“Al amanecer, 17 de marzo, 1579, en el nombre de la más santísima Trinidad, vimos tierra, demarcando ESE, a diez leguas de distancia, hacia la cual gobernamos para explorarla. Al medio día, estando cerca de tierra, observamos la latitud 49°1/2, pero a Hernando Alonzo le dio 49° 9'. Al aproximarnos a la orilla vimos una gran bahía y un golfo, que tendía profundamente hacia la tierra con unas montañas nevadas. Hacia el sur había una montaña alta, con tres picos, por lo que Pedro Sarmiento llamó a la bahía “Golfo de la Santísima Trinidad”. La más alta de los tres picos se le puso “Cabo de Tres Puntas o montes”. Esta isla no tiene vegetación, y en el lado del mar es baja y accidentada, y rodeada de rompientes; en la cima hay muchas porciones de tierra blanca, gris, y de color negro, o roca. Seis leguas al norte del cabo Tres Puntas está el lado opuesto del golfo, donde se forma una montaña grande y alta, respaldada hacia el norte por tierra baja, y en el frente por muchas islas. Esta alta montaña, que parece ser una isla desde el horizonte, fue llamada “Cabo Primero” *[4]

“La noche siguiente estuvo clara, y el viento moderado del SE, pero en el transcurso de la mañana siguiente cambió al NE, con chubascos, lluvia y tiempo brumoso, a pesar de ello ingresamos en la bahía, y al mediodía habíamos llegado a tres millas del cabo del SO, cabo William, y estábamos a la cuadra de una bahía, a la cual envié un bote para mirar si había fondeadero. A su regreso entramos, y fondeamos en un excelente puerto, que después llamamos puerto Henry, donde permanecimos desde el 2 al 5 de abril, empleados en hacer un levantamiento adecuado del puerto y adyacentes, y determinando la latitud y longitud.*[5]

“El puerto interior, señalado en el plano por el nombre “Dársena Aid”, está perfectamente rodeado de tierra, y es lo suficientemente amplio como para contener un escuadrón numeroso de los barcos más grandes en veinte brazas de agua, con fondo de barro, y como está completamente protegido de los efectos del viento y de la mar es como un dique. En el lado suroeste de la cuenca hay un lago de agua dulce, que descarga mediante un pequeño arroyo, en el cual pueden ser convenientemente llenados los toneles por medio de mangueras de lona, y las orillas alrededor tienen madera para combustible en abundancia; pero, por las altas montañas circundantes, algunas se alzan casi perpendiculares hasta una altura de dos mil pies, las densas nubes que sobresalen en esta cuenca, las densas exhalaciones que surgen de ella en los raros intervalos en que brilla el sol, junto al excesivo predominio de la fuerte lluvia en estas costas, este lugar debe ser desagradable e insalubre. Tales objeciones no son aplicables a la bahía exterior, ya que sus costas proporcionan protección, pero no impiden la libre circulación del aire. Es lo suficientemente grande para permitir un fondeadero conveniente y seguro de cinco o seis fragatas.

“Recogimos la red de cerco con muy poco éxito, ya que sacamos sólo unos pocos pejerreyes; no tuvimos mejor suerte con nuestras lienzas de pescar; pero la prueba podría haber sido más rentable en otra estación, a juzgar por el número de lobos de mar que vimos en las rocas fuera del puerto, que viven principalmente de peces. Los choros, lapas, y erizos abundan aquí, y son buenos y saludables en su especie. Las aves son pocas en número, y de las especies más comunes en estas regiones. No fueron vistos cuadrúpedos de cualquier tipo; pero el comisario me dijo que había observado, cerca de la playa de arena, las huellas de un animal de cuatro patas, parecidas a las del tigre: las siguió a una caverna, y de allí a la selva. También dijo que había visto varios colibríes.

“Con la excepción del apio silvestre, y la baya del madroño, no sé de ninguna producción vegetal útil que este lugar ofrezca, a no ser que se pueda mencionar el canelo. Algo de pasto grueso, adecuado para animales, puede ser obtenido allí. Los únicos signos de habitantes fueron algunos wigwams en la punta oeste, que parecían haber sido abandonados hacía mucho tiempo: en su construcción eran exactamente similares con aquellas levantadas en el estrecho de Magallanes por las tribus migratorias; y las conchas de choros, lapas y erizos, en sus alrededores, mostraban que los antiguos inquilinos de estas casuchas obtenían, como las tribus magallánicas, una parte principal de su subsistencia de los mariscos.

“Alrededor del puerto las montañas son de granito, totalmente desnudas en sus cumbres, y sus lados norte y oeste, pero las partes bajas están densamente cubiertas en los lugares protegidos y quebradas, en parte con árboles, y en parte con maleza, entre los árboles que crecen aquí observamos, como de costumbre, dos tipos de hayas, un árbol como el ciprés, pero de tamaño pequeño, y el canelo. Los matorrales están formados por todos los diversos arbustos que habíamos encontrado en el estrecho de Magallanes; y esta maleza está tan densamente esparcida sobre las partes bajas de las costas del puerto, que solamente gateando sobre ella la distancia de unas pocas yardas de las rocas puede ser ganada; y por lo general tienen una resistencia insuficiente para soportar el peso del hombre, que frecuentemente se hunde bajo ella, y queda enteramente enterrado, lo que hace difícil lograr salir solo por sí mismo.

“Apenas alguno de los árboles alcanzan un porte adecuado para cualquier otra cosa que leña; de los que cortamos había apenas uno que no tenía más o menos podrido el corazón, un defecto probablemente causado por la extrema humedad del clima.”

“Durante nuestra estada, nuestro navegante, acompañado por el contramaestre (f)[6] un experimentado lobero, fueron a cazar lobos en las rocas, y regresaron a las pocas horas, con algunos de clase inferior, llamados “lobos de dos pelos”, los que eran numerosos; pero el oleaje en la mayoría de los lugares era muy fuerte para permitirles desembarcar sin mucho riesgo. Los fritos de los lobos jóvenes pensamos que son extremadamente buenos, no superados siquiera por los excelentes fritos de cordero.

“En la mañana del 5 zarpamos hacia el oeste, apartados de la tierra de cada lado de la entrada; y a la puesta del sol, el cabo Tres Puntas demarcaba N al O 172 O, distante dos leguas. La brisa del norte, que habíamos tenido desde que salimos de puerto Henry, aumentó rápidamente a un fuerte temporal, y a las 8 PM estábamos reducidos a navegar con la vela mayor y la vela trinqueta aferradas. El temporal continuó con violencia sin aminorar durante el 6, 7 y 8 del norte, del NO y del SO, con mar montañosa confusa. Nuestras cubiertas estaban inundadas constantemente, y casi nunca pudimos llevar algo más que la vela mayor y la vela trinqueta aferradas. Ocurrieron sólo dos accidentes: el pequeño bote que llevábamos a popa fue barrido por la mar gruesa que rompía sobre nosotros, mientras lo izábamos al interior del buque; y el barómetros marino fue quebrado por el violento movimiento del buque. Al mediodía, del 8, el cabo Corso estaba de nosotros, por cálculos, al SE (verdadero) distante cincuenta y cinco millas. Yo había tratado de ganar una ancha lontananza para obtener una mar menos turbulenta, y porque ni siquiera un esbozo de la linea de la costa de la isla Campana estaba dibujada en la carta. No tuvimos, durante estos tres días, el vislumbre del sol o de una estrella, porque sopló un temporal constante, acompañado por chubascos, tiempo brumoso y lluvia. De acuerdo a la época del año, la estación del invierno no debería haber llegado, pero el tiempo parecía decir que ya había llegado – Hosco y triste, con todo su séquito de vapores, nubes, y tormentas. “El viento amainó al amanecer del día 9, y roló hacia el sur, y luego hacia el SE (el cuadrante del buen tiempo de esta costa). Viramos para acercarnos a tierra, y alrededor de las 10 AM apareció vista desde el tope del mástil. Al mediodía, eran visibles desde cubierta altas montañas; nuestra latitud, por observación, era 48°51', y nuestra longitud, por el cronómetro, 00°27' al oeste de puerto Henry. No obtuvimos sonda con un escandallo de ciento diez brazas. De allí gobernamos al este (magnético) hacia una montaña notable, la cual, cuando estuvimos casi en el paralelo de ella al mediodía, había sido marcada en la carta como Pico Paralelo. La costa que estábamos viendo era la de la isla “Campana”, y, en su apariencia general, no difiere de la de Madre de Dios. Era tarde antes de que llegáramos muy cerca de tierra; pero, por un par de leguas hacia el norte, y como una legua al sur del paralelo de nuestra latitud del mediodía, podíamos distinguir rocas y rompientes bordeando la costa a una distancia de dos leguas de la orilla.

“Al crepúsculo nos pairamos para la noche; pero en lugar de reanudar el examen de la costa a la mañana siguiente, nos habíamos encontrado otro temporal de viento del NO, el cual, antes del mediodía, nos redujo a tener la vela mayor y la vela trinqueta aferradas. Este temporal de repente amainó en el cuadrante oeste, lo que fue excepcional; ya que aquellos que habíamos experimentado normalmente comenzaban del norte, luego rolaban hacia el oeste, desde ese punto hacia el SO, soplaban con la mayor furia, y virando hacia el sur, normalmente disminuían hacia el este del sur.

“Durante la tarde, nuevamente llegamos a tierra cerca del Pico Paralelo, pero no nos pudimos acercar a ella. A la mañana siguiente (11), con buen tiempo, y una fresca brisa del SO b. O, una vez más vimos la tierra cerca del Pico Paralelo; y cuando estábamos distante de la costa unas ocho millas, gobernamos hacia el N b E a lo largo de la costa. Al mediodía nuestra latitud fue 48° 47'

“Durante toda nuestra navegación a lo largo de la costa este día, bordeamos una serie de islotes rocosos, rocas, y rompientes, situadas frente a la costa a una distancia de tres o cuatro millas. Algunos de los islotes se elevaban varios pies sobre la superficie del mar, otros eran bañados por el mar, y había rompientes que se notaban sólo ocasionalmente. A lo largo de esta linea las olas rompían muy fuertemente, y, afuera, prevalecía una mar de ola grande, en la cual la nave estaba muy incómoda.

“Esta linea de peligros no es del todo continua; porque hay una abertura de cerca de dos millas de ancho, a la cuadra del Pico Paralelo, hacia el sur de la cual hay una ensenada, donde es posible que pueda haber un puerto; pero, considerando el predominio de los fuertes temporales del oeste y tiempo brumoso, si hay uno, poco navíos se atreverían a dirigirse allí; y este borde debe, pensaría, ser considerada como una barrera que no deberían pasar. Como se encuentran lobos marinos en las rocas, los veleros dedicados en este tráfico podrían no, quizás, ser disuadidos por estos peligros, pero todos los otros deberían darle a esta extensa costa un buen veril. Navegamos pasadas las rompientes a una distancia de cerca de una milla, habiendo sondado fondo de roca, en treinta a treinta y tres brazas.

“La terminación de la linea de la costa hacia el norte era una isla alta, escarpada, con un pequeño pico en su extremo norte. La extremidad de la tierra firme era más bien un cabo formado por un alto risco, de donde la costa se extiende hacia el sur, con escarpados, picos montañosos y cadenas, hasta tan lejos como Pico Paralelo. Al atardecer, el extremo NO de Campana estaba al norte (magnético), distante tres leguas, y desde el tope del palo pude ver muy claramente el cinturón de rocas y rompientes que se extiende sin interrupción hacia el norte, tan lejos como el final de Campana.

“Navegamos hacia afuera por la noche, y tuvimos vientos suaves y variables, o calmas, hasta las 2 AM del 12, cuando una brisa del norte se levantó, y refrescó tan rápidamente, que al mediodía de nuevo estábamos con la mayor y la trinqueta aferradas. El temporal estuvo acompañado, como de costumbre, por una lluvia incesante y tiempo brumoso, y una mar gruesa que mantuvo nuestras cubiertas siempre inundadas.

“El efecto de este clima húmedo y miserable, del que habíamos tenido tanto desde que dejamos puerto del Hambre, se manifestó en el estado de nuestra lista de enfermos, en la cual habían muchos pacientes con catarro, pulmonía y dolores reumáticos. El temporal continuó sin disminuir hasta la mañana del 13, cuando, habiendo moderado, viramos y gobernamos al NE para acercarnos a tierra. Al mediodía una buena altura meridiana nos dio una latitud 48° 30' sur, y casi al mismo tiempo vimos la tierra demarcando al NE b E, la que pronto distinguimos que era el Pico Paralelo. Después de haber estado balanceándonos ampliamente por el mar, hacia sotavento, estábamos considerablemente al sur de nuestra estima, lo que indicaba una corriente hacia el sur, pero bajo tales circunstancias su dirección exacta y fuerza, no pudo ser determinada. “

“Continuamos a lo largo de la costa, tomando ángulos y demarcaciones para el levantamiento, y al ocaso el extremo NO de Campana estaba al norte de nosotros (magnético), distante cinco leguas. Estando ahora a la altura del extremo NO de la isla Campana, que forma el cabo suroeste del golfo de Penas, estimé que, antes de continuar examinando sus entradas, debía mirar por puerto Santa Bárbara, que había sido colocado en las cartas antiguas en estos alrededores. Por lo que permanecimos tranquilos durante la noche, y a las 4 AM viramos para acercarnos a tierra; al amanecer los extremos de esta fueron vistos indistintamente a través de un ambiente muy nublado y brumoso, del N 39° E al S 53° E. Alrededor del mediodía el clima despejó, y pudimos obtener la altura meridiana del sol, la que nos dio una latitud 48° 09' sur.*[7] Pusimos rumbo hacia la roca Dundee, y cuando estábamos a la cuadra de ella, gobernamos al NE (del compás) hacia una abertura en la parte baja de la costa por la proa, respaldada por montañas muy altas, la cual encontramos era la entrada al puerto Santa Bárbara. La costa hacia el sur estaba llena de islotes rocosos, rocas y rompientes, que se extendían una legua mar adentro, y habían otros hacia el norte. Estábamos en un canal de media milla de ancho, a través del cual continuamos nuestra navegación, sondando de quince a once brazas, y en la tarde fondeamos cerca de la entrada del puerto.” “Como nuestra situación presente estaba completamente expuesta a los vientos del oeste, fui a inspeccionar una profunda ensenada en la costa sur, que resultó ser un buen puerto, perfectamente protegido de todos los vientos, con una profundidad de tres y media brazas sobre un buen fondo de arena. En la tarde levamos ancla y nos movimos hacia un atracadero en el puerto interior, donde nos amarramos en tres brazas. Encontré tirado, justo sobre la marca de la alta marea, medio enterrado en la arena, el bao de una nave de gran tamaño.*[8] Inmediatamente conjeturamos que este había formado parte del desafortunado Wager, uno del escuadrón de Lord Anson (la historia de cuya pérdida está tan bien contada en los relatos de Byron y Bulkeley): las dimensiones parecían corresponder con las de su tamaño, y la conjetura fue reforzada por la circunstancia de que una de las escuadras para afirmarla al costado del buque había sido cortada, lo que sucedió en su caso, cuando sus cubiertas fueron barrenadas para sacar las provisiones; todos los tornillos estaban muy corroídos; pero la madera, con excepción de la parte exterior que había sido carcomida, estaba perfectamente sana. Nuestro carpintero se pronunció que era roble inglés.

“La tierra alrededor del puerto es similar a la de puerto Henry. Sus costas son rocosas, con algunos manchones de playa de arena, pero por todas partes cubierta de árboles, o una impenetrable selva, compuesta de árboles enanos y arbustos. La tierra, en la mayoría de los lugares, se eleva abruptamente desde la costa a las montañas , algunas de las cuales alcanzan una altura de más de dos mil pies, y son bastante desnudas en sus cimas, y en sus costados, excepto en las quebradas protegidas, donde se encuentra que crece un espeso grupo de árboles. Estas montañas, o por lo menos sus bases, donde pudimos extraer muestras, eran de basalto, con grandes masas de cuarzo incrustado en ellas, pero en algunas partes de la costa eran de granito muy grueso.

“Como en la vecindad de puerto Henry, el espesor de la selva nos impidió ir más lejos; la mayor distancia fue ganada por el teniente Skyring, quien, con su celo acostumbrado de continuar el levantamiento, subió algunas de las montañas con el propósito de obtener demarcaciones de puntos remotos, él me comentó – que recorrió muchas millas en el ascenso hasta de alturas moderadas; la tierra era muy alta y muy irregular, las montañas parecían no seguir ninguna dirección uniforme, y la cadena más larga que observó no sobrepasaba las cinco millas. La tierra plana entre las alturas nunca fue más de dos millas en extensión, el terreno era siempre pantanoso, y generalmente habían pequeños lagos que recibían el drenaje de los arroyos montañosos. En verdad todo el terreno parecía roto y desconectado.

“Algunas de las montañas se les determinó tener una altura de 2.500 pies, pero la altura general era de de alrededor de 2.000 pies. Una isla grande, en el lado norte del puerto, es un excelente lugar de aguada, en la cual los toneles pueden ser convenientemente llenados en los botes. También es un objeto de gran belleza natural: el cerro, que forma su lado oeste, se eleva setecientos u ochocientos pies, casi perpendicularmente, y cuando se mira desde su base en un bote, parece fantástico: está revestido con árboles, entre ellos el canelo de hojas verde claras, y las flores rojas de las fucsias, que unen sus tintes con el follaje más obscuro de los otros árboles. Esta parte perpendicular se extiende hacia el norte hasta encontrarse con el cuerpo de la montaña, la cual es arqueada en una espaciosa caverna, de cincuenta yarda de ancho y unos cien pies de alto, cuyos lados están revestidos con el rico crecimiento de arbustos; y ante ellos desciende una cascada por la cara escarpada de la montaña.

“En la orilla encontramos dos wigwams indígenas, y los restos de un tercero; pero evidentemente habían sido abandonados hacía tiempo, ya que el pasto había crecido tanto alrededor como dentro de ellos a una altura de más de un pie. Estos wigwams eran exactamente iguales a aquellos del estrecho de Magallanes: uno era el más grande que yo había encontrado, tenía dieciocho pies de diámetro. Las únicas aves terrestres que vi fueron dos búhos, que pasaron junto a nosotros después del atardecer con un ruido de chirrido.

“En los pedazos de playa de arena, en el puerto interior, lanzamos la red de cerco, pero sin éxito; esperábamos encontrar aquí abundantes peces, ya que habíamos visto muchos lobos marinos en las rocas de afuera, y por encontrar el agua un tanto roja por el desove de las cigalas. Choros y lapas eran bastante abundantes, y locos (Concholepas Peruvian) usados por las tribus magallánicas como tazas para beber, fueron encontrados en gran número adheridos a las rocas.

“Nada podría ser peor que el tiempo que tuvimos durante los nueve días de estadía aquí; el viento, de cualquier cuadrante que soplara, traía espesas nubes, que se precipitaban en torrentes, o como una llovizna. Estábamos bien protegidos de los vientos normales; pero muchos remolinos turbulentos fueron causados por las alturas que nos rodeaban, mientras que el paso de las nubes mostraban que los fuertes y arrachados vientos del noroeste eran los predominantes.

“En la mañana del 24, salimos al mar con una brisa del sur. La extensión de la costa desde la parte este de puerto Santa Bárbara hasta la parte exterior de las islas Guayaneco presenta varias entradas que se adentran profundamente en la tierra; pero está completamente rodeado de rocas e islotes rocosos, los cuales, quedan generalmente hacia la costa de sotavento, lo que los vuelve extremadamente inseguros para aproximarse. Al observar una abertura entre algunos islotes, a los cuales les habíamos tomado demarcaciones al mediodía, nos detuvimos para ver si ofrecían un fondeadero, al acercarnos a la extremidad de la isla más grande, navegamos a lo largo de ella a una distancia de solo media milla, cuando después de haber recorrido dos millas a través de un laberinto de rocas y sargazos, nos vimos obligados a alejarnos, y al hacerlo apenas capeamos, por una eslora, el islote exterior. Considerando inútil gastar más tiempo en examinar esta peligrosa parte del golfo, nos dirigimos hacia el cabo Tres Montes, su cabo noroeste.

“Al atardecer el cabo Tres Montes estaba al N 25° O, distante dieciocho millas. Desde este punto el cabo parecía muy alto y nítido; hacia el este de él, se veía tierra sin interrupción hasta tan lejos como alcanzaba la vista. Nos acercamos a la costa la mañana siguiente, y fue entonces una decepción saber, precisamente, cual era el cabo. La montaña más alta era la proyección sur, que había sido señalada en la carta como cabo Tres Montes, pero ninguna de las alturas, desde ningún punto de vista, nunca nos parecieron como 'tres montes'. La tierra, aunque montañosa, parecía arbolada, y tenía un contorno menos escarpado que el que habíamos estado recorriendo hasta ahora, desde que dejamos el Estrecho. Gobernamos a lo largo de la costa oeste cercana al cabo Tres Montes, y al mediodía estando a tres millas de la costa, observamos, en latitud 46°,5 sur, el cabo, demarcando al N 80° E (magnético), distante siete millas. El cabo más al norte a la vista estaba al N 26° O, distante diez millas, sondando noventa y siete brazas. Poco después otro cabo abrió al N 37° O (magnético).

“El paralelo de cuarenta y siete grados, el límite asignado a nuestro levantamiento, había sido sobrepasado, por lo que no me aventuré a seguir la costa más lejos, aunque estuvimos fuertemente tentados de hacerlo porque vimos que tendía ser tan diferente a lo que estaba delineado en las cartas antiguas. Un entrante en la costa se presentaba entre dos proyecciones montañosas a cada lado de una tierra baja (de las cuales el de más al norte era el cabo que habíamos demarcado al mediodía), entramos para ver si había fondeadero pero resultó ser solo una ensenada desabrigada, al fondo de la cual había una furiosa marejada. Entonces nos dirigimos hacia el sur, a lo largo de la tierra del cabo Tres Montes, con el fin de examinar el lado norte del golfo de Penas.

“La mañana siguiente estuvo buena: el cabo Tres Montes demarcaba al NE, distante cerca de tres leguas. Nos detuvimos y mientras el oficial de navegación fue en una ballenera, a inspeccionar una bahía arenosa ( de la cual el cabo Tres Montes era la parte más hacia el este) por si había un fondeadero: regresó cerca del ocaso, e informó que había encontrado un fondeadero; pero que era muy desprotegido del viento, y expuesto a grandes marejadas. La tripulación del bote había embarcado una serie de lobos de mar, y la cantidad de lobos de dos pelos para freír que trajeron ofrecieron un bienvenido agasajo para sus compañeros de rancho y para ellos mismos.

“Al amanecer del (27) estábamos a cuatro leguas del cabo Tres Montes, demarcando N 68° O (magnético) un notable pico, marcado en la carta como el 'Pan de Azúcar', N 19° E, distante veinticuatro millas, y siendo nuestra sonda sesenta y ocho brazas. Este pico se parecía en apariencia, el Pan de Azúcar de Río de Janeiro: se eleva de un grupo de islas altas y densamente arboladas, que forman aparentemente la costa este de una entrada, de la cual la tierra del cabo Tres Montes es la parte oeste. Más allá hacia el NE se alza una montaña alta y notable, marcada en nuestras cartas como el 'Domo de San Pablo'. Se ve por encima de las tierras altas adyacentes. La altura del Pan de Azúcar es de 1.836 pies, y la del Domo de San Pablo, 2.284 pies.

“Durante el día navegamos hacia la tierra al este del cabo Tres Montes, y en la noche conseguimos fondear en una bahía arenosa, a nueve millas del cabo, donde nuestra profundidad del agua era doce brazas, a una distancia de un cable y medio de la costa. Permanecimos en este fondeadero hasta el mediodía del día siguiente, mientras el teniente Skyring desembarcaba en unas rocas bajas separadas de la orilla, donde pudo tomar algunos ángulos muy ventajosos; y durante su regreso levamos y nos adentramos en el golfo, entre la tierra al este del cabo Tres Montes, y unas islas altas, bien arboladas. Las costas de la tierra firme, tanto como las de las islas, son nítidas, y el canal entre ellas no tiene peligros: la tierra está en todas partes arbolada de manera exuberante. Cerca de una milla y media hacia el norte de la playa de arena, de la cual habíamos zarpado, existe otra, más amplia, y una milla más lejos, una considerable abertura en tierra firme, cerca de una y media milla de ancho, se nos presentó, teniendo en su boca dos pequeñas islas densamente arboladas, por lo cual, gobernamos para determinar si había un puerto. El agua era profunda en la boca, entre treinta y ocho y treinta y cuatro brazas; pero al comparar lo bajo de las costas al extremo SO, y la aparición de dos playas de arena, nos indujeron esperar que una profundidad moderada dentro de el. A medida que avanzábamos, un larga raya blanca fue observada sobre el agua, y fue informada desde la cofa como un banco de arena; pero pronto determinamos que era espuma arrastrada por la marea, y tuvimos la satisfacción de fondear en dieciséis brazas sobre un fondo arenoso, en un muy excelente puerto, al que designé puerto Otway, como un homenaje de respeto al comandante en jefe de la Estación Sud Americana, contralmirante Sir Robert Waller Otway, K.C.B.

Aquí se produjo una deficiencia en el diario del comandante Stokes, la cual apenas se pudo remediar con el bitácora del Beagle. Desde el 30 de abril hasta el 9 de mayo hubo una sucesión de tormentas, acompañadas por un casi incesante y fuerte aguacero, que impidieron que la nave fuese movida, pero resultaron, en cierto sentido, ventajosas, porque proporcionaron un oportuno cese del trabajo para la fatigada tripulación, y obligaron al comandante Stokes tomar un pequeño descanso, que él tanto requería, pero lamentaba permitírselo, al que se sometió a regañadientes. Continuó su diario el 9 de mayo, afirmando que “Entre las ventajas que presenta este admirable puerto para la navegación, una capital parece ser el abundante crecimiento de sólida y bien formada madera, con las cuales sus costas, aún hasta el borde del mar, están estrechamente cubiertas, con las cuales una fragata de las más grandes puede obtener palos lo suficientemente largos como para reemplazar un mastelero, vergas del velacho, o aún una verga baja. Con el fin de tratar de saber cual era la calidad de la madera, para, que en caso de emergencia, fuera empleada en un estado inmaduro, envié al carpintero con su gente a cortar dos palos para un mastelero del juanete y un verga. Los que trajeron a bordo eran hayas; la más grande de trece pulgadas de diámetro, y treinta pies de largo.

“El 10, como el tiempo había mejorado, el Beagle fue movido hasta la cabeza de la entrada, a un fondeadero en el seno Hoppner, y el 11 fui con el teniente Skyring a examinar la abertura, en cuyas afuera estábamos fondeados.

“En cada lado de ella encontramos calas, tan perfectamente protegidas y con tan inagotable suministro de agua dulce y de combustible, que lamentamos que no estuviesen en una parte del globo donde tales ventajas pudieran beneficiar a la navegación. La profundidad del agua al medio del canal era generalmente de cuarenta brazas; en las bahías, o calas, variaba desde dieciséis a veinticinco brazas , siempre con fondo de arena. Vimos muchos lobos de dos pelos, cardúmenes de delfines de color blanco y negro, y aves del tipo habitual en número considerable. En varios lugares de la costa habían partes de esqueletos de ballenas; pero no vimos animales de cuatro patas, o el más mínimo rastro de un asentamiento humano. La inusual pureza de la mañana, la suavidad del agua, y la proximidad de las altas montañas adyacentes, cubiertas hasta casi su cima con el máximo follaje, con todas las hojas en reposo, combinado con la quietud del entorno le daban a la escena un aire excepcional de un tranquilo reposo. Llegamos a la extremidad de la entrada, que determinamos que estaba alrededor de seis millas de su boca, y pensando que era la costa interior de un istmo, no muy ancho, la curiosidad nos llevó a intentar ver su costa exterior: así es que aseguramos el bote, y acompañados por cinco hombres de la dotación del bote, con hachas y cuchillos para abrirnos camino, y marcar los árboles para guiarnos en nuestro camino de regreso, nos sumergimos en el bosque, que era apenas permeable a causa de su crecimiento enmarañado, y las obstrucciones que presentaban los troncos y las ramas de los árboles caídos.

“Nuestra única guía era una mirada ocasional, desde lo alto de un árbol, de las cimas de las montañas, por las cuales nos habíamos guiado en nuestra navegación. Sin embargo, las dos horas de este tipo de trabajo fueron recompensadas al encontrarnos a la vista del gran Mar del Sur. Sería un vano intento tratar de describir adecuadamente el contraste entre la última escena quieta exhibida con la vista que tuvimos al salir de este oscuro bosque. La cala donde dejamos nuestra embarcación se parecía a un lago de montaña calmado y aislado, sin una ondulación en sus aguas: la playa en la cual estábamos parados era la de una horrible costa rodeada de rocas, azotada por el oleaje terrible de un océano ilimitado, impulsado por vientos casi incesantes del oeste.

“Nuestra vista de la costa estaba limitada en cada lado por promontorios montañosos rocosos: el de más al norte, que llamé cabo Raper, eran rocas y rompientes, que extendían cerca de una milla hacia el mar. Habiendo tomado las pocas demarcaciones que nuestra ubicación nos permitieron, volvimos sobre nuestros pasos hacia el bote, y con la ayuda de las marcas que habíamos dejado en los árboles, lo alcanzamos en una hora y cuarenta y tres minutos.

“Algunos de los árboles de haya de este bosque eran de quince pies de circunferencia; y no vi ninguna diferencia en su tipo de los que ya habíamos visto en puerto Otway. Unos pocos reyezuelos fueron los únicos seres vivos que vimos; ni siquiera un insecto fue encontrado durante nuestra caminata, en el fondo de algunos de los arroyos que cruzaban el bosque había una arena particularmente brillante, la que tenía mucha apariencia de oro, por lo que algunos de nuestra gente llevaron una bolsa llena a bordo para ser probada. La sustancia brillante resultó ser, como yo lo había supuesto, partículas pequeñísimas de granito desintegrado. No tuvimos la buena suerte de descubrir corrientes similares a las que cantó el poeta,

'Cuya espuma es ámbar, y cuya grava es oro'.” 
  1. * Posteriormente examinado por el comandante Fitz Roy. Fue llamado Xaultegua por Sarmiento, quien lo describe muy acertadamente – Viaje de Sarmiento, p. 208
  2. * Porque ellos son un magnífico punto de referencia para el estrecho de Magallanes
  3. * la isla Beagle al N71°E, cabo Isabel al N32°E, una montaña notable en la bahía entre cabo Santa Lucía y cabo Isabel al N11°O. Cabo Santa Lucía al N33°O; distancia de tierra tres leguas, y sondando cincuenta brazas, con fondo de arena.
  4. * Sarmiento p.65
  5. * La descripción de puerto Henry está dada en nuestras Instrucciones de Navegación.
  6. (f) Thomas Sorrell, ahora contramaestre del Beagle (1837). Él fue contramaestre del Saxe Cobourg cuando naufragó en puerto Furia – R.F.
  7. * El extremo NO de la isla Campana demarcaba N 71° 40 E. Dos islas montículos distantes – respondían muy bien a la posición de las islas Guayaneco de las cartas españolas- N 53° 30' E y N 55° 48' E, y una roca notable, la “Dundee” de Bulkeley y Cummings, de cerca de cuarenta y cinco pies de altura, que se levanta del mar como una torre, distante de la costa cinco millas, demarcada al este nuestro, distante una milla.
  8. * Largo veinte pies cinco y media pulgadas, doce pulgadas por lado, y un moldeado de ocho y medio pulgadas.