Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle entre los años 1826 y 1836: Capítulo VII

​Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle​ (1839) de Philip Parker King



CAPÍTULO VII.

Dejamos Río de Janeiro – Santos – Santa Catarina – Montevideo – Compra de la goleta Adelaide, como embarcación auxiliar del Adventure - Dejamos Montevideo – El Beagle va a puerto Deseado – Bajos en cabo Blanco – Roca Bellaco – Cabo Vírgenes – Bahía Posesión – Primera Angostura – Corriente – Bahía Gregorio – Vista – Tumba – Intercambio con los nativos – Encuentro cordial – María va a bordo – Nativos ebrios – Bahía Laredo – Puerto del Hambre.

Estuvimos listos para reanudar nuestro viaje a principios de septiembre (1827); pero no habiendo recibido ninguna comunicación por el paquebote, del almirantazgo, relacionada con la compra de una goleta, decidí aguardar la llegada del siguiente, a principios de octubre. Nuevamente fui frustrado, y de muy mala gana zarpé de Río de Janeiro, el 16, hacia Montevideo; pero como aún podía beneficiarme de las órdenes que estaba seguro vendrían en el siguiente paquebote, decidí recalar en Santos, y Santa Catarina, para observaciones cronométricas, dejando al Beagle en espera de las cartas que transportaban la decisión de su Alteza Real el Lord High Admiral.

Llegamos a Santos el 18, y estuvimos ahí hasta el 28. En este intervalo hice una corta visita a San Pablo, con el propósito de hacer observaciones barométricas.*[1]. En Santa
Caterina permanecimos ocho días, y durante el intervalo necesario para establecer la marcha de los cronómetros, obtuve observaciones magnéticas.

Después de un pesado viaje de diecinueve días desde Santa Catarina, arribé a Montevideo, y allí recibí la información que el permiso largo tiempo deseado del Lord High Admiral, para conseguir una embarcación auxiliar, había sido obtenido. En consecuencia compré una goleta, la cual denominé Adelaide, y nombré al teniente Graves al mando. Cinco meses adicionales de provisiones para ambas naves fueron compradas, y embarcadas, y el 23 de diciembre, después de subir por el río para completar nuestra aguada, zarpamos por la entrada sur, pasando al oeste del banco Arquímedes, y proseguimos sin más detención hacia el sur.

El 1° de enero (en latitud 43° 17' y longitud 61° 9'), fui informado de que estábamos cerca de una roca. Tras subir a cubierta, vi la cosa; pero en muy corto tiempo me di cuenta que era una ballena muerta, sobre cuyo cuerpo medio podrido grandes bandadas de pájaros se estaban alimentando. Muchos a bordo estaban, sin embargo, escépticos, hasta, que nos pusimos a sotavento, el fuerte olor dio fé de la realidad. Su apariencia sin duda era muy parecida a la cima de una roca café obscura , cubierta de algas y percebes, y el sin número de pájaros que la rodeaban se sumaban al engaño. Se podía, sin embargo, distinguirla por su boyantez; ya que el agua no rompía sobre ella, como por supuesto habría sido si hubiese sido un cuerpo fijo. Este es probablemente el origen de la mitad de los “vigías” que se encuentran en las cartas. Las ballenas, cuando chocan con los pesqueros, frecuentemente escapan y fallecen; el cuerpo entonces flota sobre la superficie del mar, hasta que se descompone o es comido por aves y peces. Un velero pequeño que choque contra tal masa, probablemente sería seriamente dañado; y en la noche, el [2] cuerpo, por su boyantez y el mar que no rompe contra él, no sería fácilmente visto.

El 4, estando cerca de cien millas al NE de cabo Blanco, me comuniqué con el comandante Stokes, y le di indicaciones de dirigirse a puerto Deseado para observaciones cronométricas, y luego seguirme inmediatamente hasta el cabo Buen Tiempo o al cabo Vírgenes. Durante la noche tuvimos viento muy ligero, de modo que el Beagle avanzó muy poco. En la tarde, el cabo Blanco, una larga cresta con su cumbre horizontal, la tuvimos a la vista, del cual se dan buenas vistas en el viaje de Lord Anson. Navegamos hacia la tierra, y a las seis estábamos en dieciocho brazas, la colina rocosa en la extremidad del cabo se demarcaba S 10° E a trece millas; a las siete, la misma colina estaba a seis y media millas demarcándola al S 3° E, cuando observamos una línea de agua ondulante, que se extendía desde el este hasta tan lejos como podíamos ver en el horizonte sur. La profundidad era diecisiete brazas, pero a medida que avanzábamos gradualmente disminuyó a doce y diez, y pronto después a siete brazas, cuando el Beagle fue visto disparando sus cañones; pero si ellos estaban tratando de advertirnos de un peligro, o era una señal de su propio apuro, no lo pudimos establecer, por lo que viré hacia el viento para atravesarlo donde las ondulaciones parecían menos violentas. Cuando las pasamos no tuvimos menos de siete brazas, y entonces aumentó a doce y quince brazas. Ahora dispusimos de tiempo para ocuparnos del Beagle, y pronto vimos que sus señales fueron sólo para advertirnos, ya que había reanudado su navegación con todo el velamen posible.

Después de gobernar cuatro millas hacia el SE , nuevamente nos encontramos en medio de ondulaciones, en la que el agua disminuyó a seis brazas. Como ahora estaba obscuro, y no sabiendo como proseguir, disminuimos el velamen y ceñimos, por si el buque encallara lo hiciera con menos fuerza; pero felizmente pasamos sin ninguna nueva disminución de las sondas. Al pasar las ondulaciones, el Adelaide, que estaba bien estibado, se comportó bien.

El comodoro Byron pasó sobre estos bancos, los cuales describe como situados a una mayor distancia de la costa: fue para evadirlos que pasamos tan cerca de la tierra. Durante la tarde siguiente hubo un rocío muy abundante, el infalible pronóstico del viento norte; el horizonte, también, estaba muy brumoso, y el agua totalmente en calma. No estábamos a más de diez millas de la costa, aunque la tierra estaba completamente distorsionada en aspecto por el espejismo.

A la mañana siguiente estábamos muy cerca de la posición atribuida al Bellaco, o banco San Esteban, la existencia del cual se ha dudado mucho. Fue descubierto por los Nodales, en el diario de su viaje está descrito así: “A las cinco, o más tarde en la noche, descubrimos una roca bañada por el mar (Una baxa que lavaba la mar en ella) cerca de cinco leguas de la costa, más o menos. Es una roca muy angañosa (Es muy bellaco baxo), porque está bajo el agua, sobre la cual, con buen tiempo y calma, la mar rompe. Sondamos cerca de ella y encontramos veintiséis brazas con fondo rocoso. Su latitud es 48°1/2, de acuerdo a nuestra observación del mediodía, y el rumbo y distancia que desde entonces habíamos recorrido”*[3]

El difunto don Felipe Bauza, uno de los acompañantes de Malespina, me informó, que en el viaje de la Descubierta y la Atrevida, sus botes fueron enviados a buscarlo, pero no tuvieron éxito.

Al mediodía estábamos en latitud 48° 40', longitud 66° 6' , profundidad cuarenta y dos brazas, pero sin ningún signo del Bellaco. Prosiguiendo la navegación, la costa fue vista en los alrededores de Beachy Head (llamado así por su parecido con el bien conocido promontorio). Posteriormente, el cabo Buen Tiempo fue avistado, y el 10 el cabo Vírgenes, el cual lo pasamos en la tarde, y , media hora después, rodeando Dungenes, entramos de nuevo al estrecho de Magallanes, y fondeamos cerca de la costa norte.

En bahía Posesión estuvimos detenidos varios días, a pesar de que repetidos intentos de cruzar la Primera Angostura fueron hechos ansiosamente.

Una tarde, las nubes se cerraron y el tiempo adquirió tal apariencia amenazante, que esperé ser obligado a hacerme a la mar; pero para nuestra sorpresa, cuando la masa nubosa parecía a punto de explotar sobre nosotros con un diluvio de lluvia, de repente se desvaneció, y fue sucedida por una noche maravillosamente clara y tranquila. Esta favorable apariencia nos dio esperanzas que seríamos capaces de hacer una buena entrada al día siguiente, pero llegó un temporal, que nos mantuvo en nuestro fondeadero.

Temprano el 14 hicimos otro intento infructuoso de pasar la Primera Angostura. Como el Adelaide navegaba por nuestra popa, el teniente Graves me informó que había perdido un ancla, y que le había quedado solo una, por lo que había tenido que doblar su cable cadena; y que había embarcado mucha agua intentando ceñir, que estaba a punto de pedir permiso para cambiar su rumbo cuando nosotros desistimos del intento. Sopló muy fuerte para darle alguna ayuda al Adelaide, pero a la mañana siguiente cuando el tiempo estuvo más moderado, aproveché una oportunidad para enviarle nuestros dos anclotes; y en la tarde lo abastecimos de algo de agua y otras necesidades básicas, de modo que quedó comparativamente bien, y mi inquietud acerca de su información más aliviado.

Fogatas en el lado de los fueguinos habían sido mantenidas desde nuestra llegada, pero no pudimos distinguir ningún habitante; en las costas de los patagones vimos una gran cantidad de guanacos pastando tranquilamente, una prueba que no había indios cerca de ellos.

El 16, el tiempo pareció favorable, nuestra ancla fue izada, y, con el Adelaide, pronto entramos al canal de la Angostura, continuamos rápidamente, aunque el viento soplaba fuerte en contra nuestra. La marea nos llevó a un fondeadero, cerca de cuatro millas más allá de la entrada occidental, y era la estoa cuando dejamos caer el ancla; pero, tan pronto como cambió la corriente, nos encontramos en el medio de una “fuerte corriente”, y durante la marea máxima, el agua rompía furiosamente sobre la nave. En la estoa pudimos ponernos en movimiento, pero el Adelaide no fue capaz (por la fuerza de la marea) de levar su ancla, siendo obligada a largar el cable: fue afortunada que nosotros le hubiésemos pasado nuestros anclotes, o se habría quedado sin ancla. La noche fue tempestuosa, y aunque alcanzamos un sitio mucho más tranquilo, la Adelaide abatió considerablemente, si hubiese permanecido en el fondeadero de la mañana, para salvar su ancla y cable, probablemente nunca la habríamos visto de nuevo.

La mañana siguiente, después de hacer bordadas hacia barlovento, ambas naves fondearon en bahía Gregorio. No había indios en la vecindad, o habríamos visto sus fogatas. En la tarde el viento disminuyó, y como había todas las apariencias de buen tiempo, me quedé para levantar la costa.

En la cumbre del terreno, cerca de media milla al norte del extremo del cabo, mientras el teniente Graves y yo estábamos tomando demarcaciones y haciendo observaciones, dos guanacos se acercaron y se pusieron a relinchar hacia nosotros; la observación, sin embargo, era más importante, y como no fueron alterados, se quedaron mirándonos por algunos minutos antes de que se alarmaran y se dieran a la fuga.

El teniente Wickham y el Sr. Tarn hicieron una excursión a la cima de Table Land, previamente descrita como que se extiende desde las tierras bajas detrás de la Segunda Angostura hacia el NE, en dirección a monte Aymond, y su fatigoso caminar fue recompensado ampliamente, con el termómetro en 81°, por una magnífica vista: el cabo Posesión hacia el este, y hacia el sur las montañas cercanas al monte Tarn, distante ochenta millas, que se distinguía claramente. La vista hacia el oeste, se extendía sobre una gran extensión de llanuras herbosas, que estaban limitadas por altas cadenas de montañas cubiertas de nieve; pero hacia el norte estaba interceptada por otra cumbre de la montaña sobre la cual se encontraban. El terreno sobre el que pasaron estaba cubierto de pasto corto, a través del cual ocasionalmente sobresalía una masa de granito. No observaron ni árboles ni arbustos, exceptuando unas pocas plantas herbáceas y calafate; un ganso, algunos patos, serpientes y chorlitos fueron cazados; y guanacos fueron vistos a la distancia, pero no avestruces, y no encontraron indios. Grandes fogatas fueron, sin embargo, encendidas en ambas orillas del Estrecho, en respuesta a las fogatas que ellos hicieron para cocinar. Como consecuencia de que aquellas en la costa patagónica aparecían muy cerca de nosotros, esperábamos la visita de los nativos antes del anochecer, pero nadie hizo su aparición.

A la mañana siguiente, el Sr. Graves me acompañó en un bote a una estación tres millas dentro de la Segunda Angostura en el lado norte, y en nuestro camino descubrimos que la estructura geológica de los acantilados es una roca arcillosa descompuesta, dispuesta en capas, muy deformada por la acción violenta del agua, y dispersada en direcciones verticales e inclinadas en láminas muy delgadas.

Estos acantilados son de unos cien pies de altura, el suelo un aluvión arenoso, de carácter estéril, escasamente cubierto con una hierba fuerte y mal desarrollada, y aquí y allá arbustos de calafate, cargados de fruta madura, la cual, debido a la pobreza del suelo, era desabrida y seca; la tierra estaba también, en muchas partes, invadida en grandes extensiones con un insípido arándano, que apenas valía la molestia de recoger.

Seguimos a través de la tierra, con el fin de examinar el lugar donde los indios estaban viviendo en nuestra última visita, y la tumba que entonces habían erigido. La hierba había crecido, y borrado las huellas de los pies, pero la tumba no había sufrido ulterior alteración que la del tiempo podía haberla afectado. Encontramos que el lugar había sido recientemente visitado por los nativos, porque a pocas yardas de la entrada estaban esparcidas las cenizas de una gran fogata, conteniendo rastros de las decoraciones antiguas de la tumba, y el extremo de una de las astas de bandera, con la esquina sin quemar de una de las banderas. Entre las cenizas, también, encontramos huesos calcinados; pero si eran humanos o no, no lo pudimos determinar.

El descubrimiento de los huesos nos impresionó con la idea que el cuerpo había sido quemado, lo que me decidió examinar la tumba. Los arbustos que llenaban la entrada parecían estar colocados exactamente como cuando los vimos la primera vez, y en verdad toda la pila parecía haber permanecido sin alteración; pero no había vestigios de los adornos de latón, o de las efigies de los caballos.

Habiendo realizado una apertura en los arbustos, encontramos en el interior una envoltura, echa de pieles de caballo. Habiendo cortado dos hoyos opuestos uno al otro, para la admisión de luz, no vimos nada excepto dos hileras paralelas de piedras, tres en cada fila, probablemente concebidas como andas para el cuerpo o una cubierta para la tumba; pero la tierra alrededor y entre ellas no tenían apariencia de haber sido removida para un entierro. *[4] Como esperábamos que los indios llegarían de un momento a otro ( el lugar está en linea recta en su trayecto hacia los buques), y estábamos poco dispuestos de hacerles saber que habíamos perturbado el santuario de sus muertos, restauramos la apariencia anterior de la tumba; lo que fue muy afortunado que hiciéramos así, pues tres mujeres a caballo, cargando a sus hijos en cunas , con una cantidad de pieles , provisiones y otras mercaderías, evidentemente los precursores de la tribu, hicieron su aparición, e inmediatamente comenzaron a levantar sus carpas.

Cuando fuimos nuevamente a tierra encontramos que habían llegado varios indios, y dividido en tres grupos, con mantos, plumas de avestruz, pieles, y trozos de carne de guanaco expuestos para vender.

Como la carne parecía fresca, es probable que , cuando nos vieron, las mujeres fueron enviadas a colocar los toldos, mientras los hombres partían a buscar carne de guanaco, pues sabían de nuestra predilección por esta excelente comida. Cuando desembarcamos, comenzó un activo trueque.

Por la prisa y avidez mostrada en la oferta de sus productos, y cerrar los negocios, parecía que ellos estaban ansiosos de monopolizar nuestros artículos de trueque antes que el resto de su grupo, o tribu llegaran. Un anciano intentó hacer trampa; pero mi prohibición de todo posterior tráfico con él lo hizo entender el significado de su error, y yo entonces le regalé un poco de tabaco y le permití comerciar, lo cual él después, hizo con alegría y honestidad.

Uno del grupo era el jefe fueguino, a quien antes lo había visto, como un escuálido, hombre de pobre aspecto; pero él ahora había aumentado a las dimensiones de los patagones, por una dieta mejorada y un modo de vida más alegre. El asomo de mal tiempo nos obligó a suspender el trueque y regresar a bordo. Después que habíamos alcanzado el buque, llegaron sucesivos grupos de la tribu y organizaron el campamento. Entre ellos, montada en su caballo blanco, estaba María, quién, debidamente escoltada, se paseó en la playa para intentar nuestro reconocimiento. En el centro del campamento, una gran bandera suspendida de un palo era una señal para nosotros, mostrándonos la ubicación de su toldo.

La mañana siguiente fue de buen tiempo, desembarcamos cerca del campamento, y fuimos muy cordialmente recibidos. María fue particularmente atenta, y me abrazó estrechamente, mientras sus compañeros cantaban a coro una canción de alegría por nuestra llegada.

Cuando llegamos a su toldo, extendieron una esterilla para que me sentara. María y su familia se pusieron delante de mí, mientras el resto se sentaba alrededor. Casi la primera pregunta fue interrogándome por mi hijo Phillip, a quien ellos llamaban Felipe,*[5] y dos o tres pieles me fueron dadas para él. Luego preguntaron por nuestro piloto del viaje anterior, y se decepcionaron mucho al saber que había dejado el buque. Después de una breve conversación le devolví las dos bolsas (que de mala gana tuve que llevarme en nuestra última visita), habiéndolas llenado con harina y azúcar, y luego procedí a entregarle nuestros regalos. A medida que cada artículo era entregado en sus manos, ella repetía, en español, “pagaré por esto”, pero cuando le entregué un freno para su caballo, un estallido general de admiración lo siguió, y fue mostrado alrededor de la carpa, mientras cada individuo, cuando lo tenía al frente, lo miraba, y pienso que ansiaba ser su poseedor.

María entonces comenzó a considerar qué retribución adecuada podría hacerme. El resultado fue, el regalo de dos mantos, uno nuevo, de piel de guanaco y el otro bien gastado, de piel de zorrillo, además de dos o tres pieles de puma. Luego sacó un pedazo de papel, cuidadosamente envuelto en tela, que contenía una carta, o memorándum, dejado por el Sr. Low, capitán del lobero Uxbridge, dirigida a cualquier capitán que navegara el Estrecho, informándole “de la amistosa disposición de los indios, y recalcando la necesidad de tratarlos bien, y no engañarlos; porque tenían buena memoria, y podrían ofenderse seriamente”.

El consejo, sin duda, era bueno, pero creo que el temor de perder las ventajas y comodidades derivadas del tráfico los inducirían a reprimir su resentimiento.

No traje licores; por lo cual, después de un corto tiempo, María preguntó, quejándose de que ella estaba muy enferma, y que le dolían los ojos, y que desde hacía un tiempo no había tenido nada más que agua para beber, y madera para fumar. Su enfermedad era evidentemente fingida, pero sus ojos parecían estar muy inflamados; y no era de extrañar, ya que la parte de arriba de su cara estaba untada con un pigmento rojo ocre, incluso hasta el mismo borde de los párpados: de hecho, toda la tribu se había adornado de la misma manera, en elogio, supongo, de nuestra visita.

Mientras me preparaba para regresar a bordo, La importunidad de María me indujo a permitir que ella me acompañara; tras lo cual comenzó a reunir todas sus bolsas vacías, mantos viejos, y pieles, y, asistida por su marido, su cuñado, su esposa e hija, se subieron a la embarcación. Mientras iban a bordo, la rociada lavó los rostros pintados de nuestros visitantes, con mucho pesar de su parte.

En cuanto llegamos a la nave, ordené que fueran entretenidos con carne y galleta, de lo cual ellos comieron con mucha moderación, pero tuvieron cuidado de poner lo que quedaba dentro de sus bolsas. Algunos licores y agua, también, que pensé que serían despachados pronto, y los cuales habían sido abundantemente diluidos para evitar que se achisparan, lo vaciaron en botellas para llevarlos a tierra “para la noche”, cuando, como María dijo, estarían “muy borrachos”.

Entre varias cosas mostradas para entretenerlos había una caja de tabaco musical; la cual la había conseguido con el propósito expreso de excitar su asombro; pero me sorprendió encontrar, que una flauta les produjo diez veces más efecto sobre sus sentidos. Esta indiferencia por los sonidos musicales no podría haberla sospechado, porque ellos frecuentemente cantan, aunque de una manera monótona.

Tan pronto como su comida hubo concluido, el grupo, excepto María y las niñas, iniciaron el trueque de sus mantos y pieles, y, cuando sus existencias se agotaron, habían acumulado una gran cantidad de galletas, y un montón de varias baratijas, algunas de las cuales habían intentado de conseguir por hurto. Estaban tan contentos, que no fue sino con mucha dificultad que pudimos convencerlos de bajar a tierra. María había decidido pasar la noche a bordo, y todos estaban tan deseosos de quedarse, que fue sólo dándole a María dos botellas con licor (que había sido bien diluido) lo que los persuadió de embarcarse, y acompañarme a tierra. Estando con la marea a favor, y en la baja, la embarcación varó a una distancia considerable de la playa, viendo esto, algunos indios cabalgaron dentro del agua, nos subieron al anca, y nos llevaron hasta el campamento, mi lugar estaba detrás de María, el olor del manto de piel de zorrillo era apenas soportable, pero fue necesario disimular el disgusto de nuestros compañeros tanto como fue posible, ya que son muy sensibles, y se ofenden fácilmente.

Mientras esperábamos por la marea, fuimos testigos de la escena de la borrachera en el toldo de María. Quince personas, sentadas alrededor de ella, compartían el licor que ella había obtenido a bordo, hasta que todos estuvieron ebrios. Algunos gritaban, otros reían, algunos estaban embrutecidos por el alcohol, y algunos rugían. El alboroto atrajo a todos los otros indios alrededor de la carpa, quienes dieron su ayuda para calmar a sus amigos, y nosotros regresamos al buque. Cuando los visitamos al día siguiente, estaban bastante recuperados, y nos dieron un poco de carne de guanaco, que había sido traída esa mañana. Cuando le comuniqué mi intención de continuar el viaje, María quiso saber cuando terminaría nuestra “temporada de matar lobos” y volveríamos. Le dije que “en cinco lunas”, a lo que ella intentó de persuadirme de regresar en cuatro, porque entonces ella tendría un montón de pieles para cambiar.

Le escribí unas pocas lineas al comandante Stokes, quien, esperaba, llegaría en uno o dos días, comunicándole mi deseo que debería seguir, tan pronto como le fuera posible, a puerto del Hambre, y le encargué el cuidado de esta a María, quien se comprometió entregársela a él, y luego, despidiéndome de ella y sus compañeros, me embarqué, y continuamos a través de la Segunda Angostura hasta un fondeadero en cabo Negro.

Nuestra visita a bahía Gregorio, y la comunicación con los indios, nos proporcionaron muchas piezas que aumentaron nuestra colección zoológica; entre ellas estuvo un gato montés, que parecía ser, el Felis pájaros según la descripción de la Enciclopedia Metódica ( el “Gato de la pampa” de D'Azara). María me dio una piedra bezoar muy grande, que fue sacada del estómago de un guanaco. Es usada con fines medicinales por los indios, como un remedio para dolencias del intestino.*[6]

Mientras estuvimos fondeados en cabo Negro, el Sr. Tarn y el Sr. Wickham visitaron el lago ubicado al fondo de bahía Laredo, y vieron dos cisnes, los cuales, por el color de su plumaje, parecieron ser cisnes de cuello negro del Río de la Plata y de las islas Falkland (Dom Pernetty, ii, p. 148). Trajeron a bordo con ellos una nueva especie de pato, el cual está descrito en los informes de la Sociedad Zoológica como el Anas specularis (Nob.), y un pequeño animal de madriguera, de la familia de las ratas, que, por las características de sus dientes, es probablemente de un género hasta ahora no conocido: se aproxima mucho al Helamys de F. Cuvier.

Luego fondeamos en puerto del Hambre, donde las carpas, etc. fueron vueltos a colocar en sus lugares anteriores, la nave fue desarbolada y trincada para el invierno, y toda la tripulación puesta a trabajar, en la preparación del Adelaide para el servicio.

  1. * (Durante nuestra navegación de Santos a Santa Catarina, atrapamos un “delfín” - Coryphena- las fauces del cual las encontramos llenas de conchas, de Argonauta tuberculosa, y todas contenían el Octopus Ocythoe que había sido siempre encontrado como su habitante. La mayoría de los espécimenes habían sido comprimidos en el estrecho paso hacia el estómago, pero los más pequeños estaban bastante perfectos, y habían sido tragados recientemente lo que me permitió conservar varios de diferentes tamaños conteniendo el animal. En algunos de ellos estaba pegado un nido de huevos, los cuales estaban depositados entre el animal y la aguja. Las conchas varían de tamaño entre dos tercios de una pulgada hasta dos y medio pulgadas de largo; cada una conteniendo un pulpo, la masa y forma del cual estaba completamente adaptada a la de la concha,
  2. concha, que parecía como si la concha aumentaba con el crecimiento del animal. Cuando tantos naturalistas estudiosos tienen diferencias tanto sobre el material como el carácter de los habitantes del argonauta, sería presuntuoso de mi parte expresar siquiera una opinión; por lo que sólo menciono el hecho, y afirmo que en ningún espécimen parecía haber cualquiera conección entre el animal y la concha.
  3. * Nodales, p.48.
  4. * Falkner dice, en su informe de las ceremonias fúnebres de los patagones del sur – que, después de un cierto intervalo, los cuerpos son sacados de la tumba, y son hechos esqueletos por las mujeres – la carne y las entrañas son quemadas. Es posible que en este caso, el cuerpo haya sido tratado así, y que el fuego cerca de él fue con el propósito de quemar la carne, y quizás con ella todas las bandera y los ornamentos de la tumba.
  5. * Él era muy preferido entre ellos.
  6. * las propiedades medicinales de esta concreción intestinal es bien conocida dondequiera que el animal es encontrado.