Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle entre los años 1826 y 1836: Capítulo VI

​Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle​ (1839) de Philip Parker King



CAPÍTULO VI.

Árboles – Dejamos puerto del Hambre – Patagones – Bahía Gregorio – Bysante – María – Informe de Falkner sobre los nativos – Se vieron indios en las riberas del seno Otway, en 1829 – María visita el Adventure - Ceremonia religiosa – Campamento patagón – Tumba de un niño – Trabajo de las mujeres – Niños – Agradecimiento de un nativo – Tamaño de los patagones – Informes antiguos de su estatura gigantesca – Carácter – Artículos para cambiar – Fueguinos que viven con los patagones – Zarpan las naves – Llegada a Montevideo y Río de Janeiro.

Mientras estuvimos detenidos por el viento norte, el carpintero y un grupo de gente fueron empleados en los bosques seleccionando y cortando árboles para dejarlos listos para nuestra próxima visita. Después de talar trece árboles, de veinticuatro a treinta y seis pulgadas de diámetro, ocho fueron encontrados que tenían su corazón podrido; pero después de tomar la precaución de perforar los árboles para pronosticar su estado, mientras estaban de pie, nos ahorramos muchos problemas, y quince palos de gran diámetro fueron cortados. Encontramos un árbol, un haya siempreverde, demasiado grande para cualquiera de nuestras sierras; medía veintiún pies de circunferencia en la base, y una altura de seis pies veinte, tenía diecisiete pies de circunferencia; sobre esa altura, tres grandes ramas (cada una entre treinta y cuarenta pulgadas de diámetro) salían desde el tronco. Es, quizás, el mismo árbol descrito por Byron en su informe de este lugar. Sólo una vez vi uno que lo igualara en tamaño, y era un tronco caído, y muy podrido.

En este intervalo de buen tiempo y viento del norte, tuvimos el termómetro tan alto como 58°, y el barómetro en el rango entre 29,80 y 30.00; pero dos días antes que el viento rolara, el cambio fue pronosticado por el gradual descenso de la columna de mercurio, y un aumento considerable del frío. El 7 de mayo, como había alguna apariencia de cambio, zarpamos, pero estábamos apenas fuera del puerto, cuando el viento norte volvió a soplar, y no nos permitió ir más lejos de bahía Agua Fresca, donde pasamos la noche. Por fin, el 8, acompañados por el Beagle, continuamos nuestro viaje con una fuerte brisa del suroeste, que nos llevó rápidamente hasta cabo Negro, cuando sopló muy fuerte fondeé en bahía Laredo. En este fondeadero sin duda sentimos el aire mucho más frío y cortante que en puerto del Hambre, debido a que estábamos en una situación más expuesta, y la proximidad del invierno, así como el fuerte temporal del suroeste que estaba soplando.

Después que el temporal amainó, continuamos con viento a favor y una ligera brisa hasta la Segunda Angostura, donde el viento calmó; pero como la corriente estaba en nuestro favor, la pasamos rápidamente. En una colina cercana a nosotros observamos a tres o cuatro indios patagones parados juntos, y sus caballos pastando cerca de ellos. Una fogata pronto se encendió, para atraer nuestra atención, a cuya señal respondimos mostrando nuestra bandera; si no hubiese sido porque luego nos comunicamos con esta gente, sin duda habríamos pensado que eran gigantes, porque ellos “aparecían muy grandes” así parados en la cima de la colina. Este engaño óptico, sin duda, debe haber sido causado por espejismo. Siempre se ha observado que la bruma es muy abundante durante el tiempo bueno y un día de calor, presentándose por la rápida evaporación de la humedad depositada abundantemente, sobre la superficie de la tierra, en todas las partes del Estrecho.

Tan pronto como los patagones se dieron cuenta que los habíamos visto, montaron y cabalgaron a lo largo de la costa a la cuadra nuestra, siendo acompañados por otra gente, hasta que el número total no puede haber sido menos de cuarenta. Varios potros y perros estaban con ellos. Después de fondear en bahía Gregorio, donde pretendía permanecer por dos días para comunicarme con ellos, lancé un rocket, encendí una bengala azul y envié al teniente Cooke a tierra para pedirles un gran abastecimiento de carne de guanaco, por el cual les pagaríamos con cuchillos y abalorios. El bote regresó a bordo inmediatamente, trayendo cuatro nativos, tres hombres y “María”. Esta más bien notable mujer debe haber tenido, a juzgar por su apariencia, alrededor de cuarenta años: se dice que ella nació en Asunción, en Paraguay, pero yo creo que el lugar de su nacimiento fue más cercano a Buenos Aires. Ella hablaba entrecortado, pero pero comprensible, español, y expresó que ella misma era hermana de Bysante, el cacique de una tribu cercana al río Santa Cruz, quién es un personaje importante, debido a su porte (que María describió como inmenso), y su riqueza. Hablando de él, ella dijo que era muy rico; tenía muchas mantas, y también muchas pieles (“muy rico, tiene muchas mantas y también muchos cueros”). Un compañero de María, hermano de Bysante, era el más alto y más corpulento de esta tribu, y aunque sólo medía seis pies de alto, su cuerpo era lo suficientemente grande para un hombre mucho más alto. Estaba muy acongojado: su hija había muerto solo dos días antes de nuestra llegada; pero, no obstante su triste historia, pronto encontró a sus amigos, no pasó mucho tiempo antes que estuviera totalmente ebrio, y comenzó a cantar y decir a gritos el motivo de su desgracia, con un sonido más parecido al bramido de un toro que la voz de un ser humano. Al dirigirnos a María, que no estaba tan bebida como su hermano, que le impidiera hacer tan horribles ruidos, ella se rió y dijo: “Oh, no se preocupen, está borracho, pobre hombre, su hija está muerta (Es borracho, povrecito, murió su hija); y luego, adoptando un tono serio, miró hacia el cielo, y murmuró en su propio idioma una especie de oración o invocación a su demonio principal, o espíritu dominante, que Pigafetta, el compañero e historiador de Magallanes, llamó Setebos, y que el almirante Burney supuso que había sido el nombre original de uno de los nombres de Shakspeare en la “Tempestad” -

“Su arte es de tal poder que podría controlar a mi madre diosa Stebos” *[1]


La vestimenta de María era similar a la de las otras mujeres; pero ella llevaba aretes, hechos de medallas estampadas con la imagen de la Virgen María, los cuales, con el broche de bronce que sujetaba su manta sobre el pecho, le habían sido dados por un tal Lewis, que había pasado a bordo de un velero lobero americano, y quien, entendimos de ella, los había hecho “cristianos”. El jesuita Falkner, que vivió entre ellos por muchos años, ha escrito un largo, y, aparentemente, muy realista informe de los habitantes de los países al sur del Río de La Plata, y describe a aquellos que viven en las orillas del Estrecho y de la costa ser, “Yacana-cunnees, lo que significa gente de a pie, porque no tienen caballos en su territorio; hacia el norte limitan con los Sehuau-cunnees, al oeste con los Key-yus, o Key-yuhues, de quienes están separados por una cadena de montañas; hacia el este estan rodeados por el océano; y al sur por las islas de la Tierra del Fuego, o del Mar del Sur. Estos indios viven cerca del mar en ambos lados del Estrecho, y a menudo guerrean entre ellos. Emplean flotadores livianos, como los de Chiloé, para atravesar el Estrecho, y son a veces atacados por los huilliches y otros tehuelches, que los llevan como esclavos, ya que no tienen nada que perder excepto su libertad y sus vidas. Subsisten principalmente de la pesca, que obtienen ya sea sumergiéndose , o golpeándolos con sus dardos. Son muy ágiles para marchar, y cazar guanacos y avestruces con sus bolas. Su estatura es muy similar a la de los otros tehuelches, rara vez superan los siete pies, y más frecuentemente no superan los seis pies. Son un pueblo inocente e inofensivo”.*[2]

Al norte de esta gente, Falkner describe “los Sehuau-cunnees, los indios más australes que viajan a caballo; Sehuau significa en el dialecto tehuelche una especie de conejo negro, del tamaño de una rata de campo; y como en su territorio abundan estos animales, su nombre puede derivar de allí: cunnee significa “gente”.

Con la excepción de su manera de matar al guanaco con bolas, o balas, la descripción de los key-yus se podría aplicar mejor a los indios fueguinos; y si es así, han sido llevados a través del Estrecho, y confinados a las costas fueguinas por los Sehuau-cunnees, que no debe ser otra que la tribu de María. Los Key-yus, que son descritos como que habitan la costa norte del Estrecho, entre puerto Peckett y Madre de Dios, son probablemente la tribu encontrada cerca de las islas del suroeste, y que ahora son llamados Alikhoolip; mientras que los fueguinos del este, o Yacana-cunnees, que también han sido sacados del continente poderosos vecinos, ahora llamados Tekeenikas. Nuestro conocimiento de los nombres de estas dos tribus, Alikhoolip y Tekeenika, resultan del examen posterior del comandante Fitz-Roy de la costa exterior de la Tierra del Fuego en el Beagle (1830). Un cacique, perteneciente a la nación de los Key-yus, le contó a Falkner que había estado en una casa hecha de madera, que viajaba sobre el agua. Un grupo de indios, en cuatro canoas, se reunió en las orillas del seno Otway con el comandante Fitz-Roy en 1829, cuyas armas, implementos, y todo lo que tenían, eran exactamente iguales a los de los indios fueguinos, a excepción que ellos tenían un carcaj hecho con la piel de un ciervo, y tenían el aspecto de una raza superior, eran tanto más fuertes y más robustos.

A falta de mejor información sobre el tema, debemos estar de acuerdo en separar a los indígenas en patagones y fueguinos. Las tripulaciones de las naves loberas los distinguen como los indios de a caballo y los indios canoeros.

Estas personas han tenido comunicación considerable con los loberos que frecuentan este vecindario, trocando sus pieles y carne de guanaco, sus mantas, pieles, por cuentas, cuchillos, adornos de bronce, y otros artículos; pero están igualmente ansiosos por obtener, azúcar, harina, y más que todo, “agua ardiente” o licores. Cuando llega un bote de cualquier nave, María con tantos amigos como los que ella pudo convencer a los tripulantes de permitirles embarcar, toman sus asientos, y, si se les permite, pasan la noche a bordo. Tan pronto como el bote varó, María y sus amigos tomaron sus asientos como si hubiera sido enviado especialmente para ellos. Como no esperaba esta visita, y no había ordenado lo contrario, y por la novedad de tales compañeros vencieron los escrúpulos del oficial, que había sido enviado a tierra para comunicarse con ellos. Su comportamiento ruidoso llego a ser desagradable, pronto fueron conducidos desde abajo a la cubierta, donde pasaron la noche. María durmió apoyando su cabeza en el molinete; y estaba tan ebria, que el ruido y la conmoción producida por el virado de ochenta brazas de cable no la despertaron. A la mañana siguiente, mientras estaba desayunando, se presentó bruscamente, con una de sus compañeras, y sentándose a la mesa, pidió te y pan, e hizo una copiosa comida. Tomé la precaución de hacer que todos los cuchillos, y artículos que pensé podrían ser robados, fueran sacados de la mesa, pero ni entonces, ni ninguna otra vez, detecté en María la intención de robar, aunque sus compañeros nunca perdieron una oportunidad de hurto.

Después del desayuno los indios fueron desembarcados, y como muchos de los oficiales estaban desocupados bajaron a tierra, y pasaron todo el día con la tribu, con la que un comercio muy activo se llevó a cabo. Había alrededor ciento veinte indios reunidos en total, con caballos y perros. Es probable que, con la excepción de cinco o seis individuos dejados para cuidar el campamento, y los que estuviesen ausentes en excursiones de caza, la totalidad de la tribu estuviese reunida en la playa, cada familia en un grupo separado, con todas sus riquezas desplegadas de la mejor manera para la venta.

Acompañé a María a tierra. Al desembarcar, me llevó al lugar donde estaba su familia sentada alrededor de sus bienes. Consistía en Manuel, su esposo, y tres niños, el mayor era conocido por el nombre de capitán chico, o “jefecito”. Una piel había sido extendida para que me sentara, la familia y la mayor parte de la tribu reunidos alrededor. María entonces me entregó varias mantas y pieles, por las cuales les di a cambio una espada, restos de un tapete rojo, cuchillos, tijeras, espejos y cuentas: de estas últimas después distribuí puñados a todos los niños, un regalo que causó evidente satisfacción a las madres, muchas de las cuales también obtuvieron una porción. Los receptores eran seleccionados por María, quien me dirigió primero hacia los niños más jóvenes, luego a los mayores, y finalmente a las niñas y mujeres. Fue curioso y divertido presenciar el orden con que esta escena se llevó a cabo y la notable paciencia de los niños, quienes, con la gran ansiedad por poseer sus baratijas, no abrieron sus labios, ni estiraron sus manos, hasta que ella los apuntaba en forma sucesiva.

Después que le dije a María que tenía más cosas que vender por carne de guanaco, despidió a la tribu de mi alrededor, y, VOL., 1. diciendo que iba por la carne, montó su caballo y se alejó a paso vivo. Trás su salida comenzó el más activo comercio: primero, un manto fue comprado por una cadena de cuentas; pero como la demanda aumentaba, los indios aumentaban su precio, hasta que subió a un cuchillo, luego al tabaco, a continuación una espada, y finalmente nada los satisfacía excepto el “agua ardiente”, por la cual preguntaban repetidamente, diciendo: “bueno es borracho – bueno es – bueno es borracho”*[3] pero no había permitido que se trajeran licores a tierra.

Al regreso de María con una muy pequeña cantidad de carne, su esposo le dijo que yo había estado muy curioso acerca de un lío de paño rojo, que él me había dicho que contenía a “Cristo”, a lo que ella me dijo “quiere mirar mi Cristo”, y entonces, tras mi movimiento de cabeza asintiendo, llamó a su alrededor a varios de la tribu, quienes de inmediato obedecieron su citación. Muchas de las mujeres, sin embargo, permanecieron al cuidado de sus objetos de valor. Se llevó a cabo una ceremonia. María, quien, por la manera de llevar el acto, parecía ser la gran sacerdotisa *[4] así como el cacique de la tribu, comenzó pulverizando una tierra blanquecina en el hueco de su mano, y luego tomó un sorbo de agua, escupió de cuando en cuando sobre esta, hasta que formó una especie de pigmento, el cual distribuyó al resto, reservándose sólo lo suficiente para marcar su cara, párpados, brazos, y el cabello con la figura de la cruz. . La forma en que esto fue hecho fue peculiar. Después de frotar la pintura en su mano izquierda y suavizarla con la palma de la derecha, hizo marcas en la pintura, y nuevamente otras en ángulo recto, dejando la impresión de muchas cruces, con la que ella marcó diferentes partes de su cuerpo, frotando la pintura, y haciendo las cruces de nuevo, hasta que todas las estampas fueron hechas.

Los hombres, después de haberse marcado en forma similar (para lo cual algunos se desnudaron hasta la cintura y cubrieron todo su cuerpo con impresiones), procedieron a hacer lo mismo con los niños, a quienes no se les permitió realizar esta parte de la ceremonia a ellos mismos. Manuel, el esposo de María, que parecía en la ocasión ser su principal ayudante, sacó de los pliegues del envoltorio sagrado un punzón, y con este pellizcó bien los brazos o las orejas de toda la gente; quienes a su vez presentaban para que les pincharan entre el dedo y el pulgar, parte de la carne que iba a ser perforada. El objetivo evidentemente era perder sangre, y aquellos en los que la sangre fluía libremente mostraban señales de satisfacción, mientras que los otros cuyas heridas sangraban poco recibían la operación una segunda vez.

Cuando Manuel terminó, le pasó el punzón a María, quien pellizcó su brazo, y luego, con gran solemnidad y cuidado, murmurando y hablando consigo misma en español (de las que no entendí ninguna, aunque me arrodillé junto a ella y escuché con gran atención), ella quitó dos o tres envolturas, y expuso ante nuestra vista una figura pequeña, tallada en madera, que representaba a una persona muerta, tendida. Después de exponer la imagen, a la que todos le prestaron la mayor atención, y contemplaron por algunos momentos en silencio, María comenzó a hablar sobre las virtudes de su Cristo, diciéndonos que tenía “buen corazón”, y que era muy aficionado al tabaco “Mucho quiere mi Cristo tabaco, dame más”. Ante esta petición y en tal situación, no me podía negar; y después de aprobar sus alabanzas sobre la figura, le dije que enviaría a bordo por ello. Habiendo obtenido su deseo, comenzó a hablar con si misma por algunos minutos, durante los cuales miraba hacia arriba, y repetía las palabras “mucho quiere mi Cristo tabaco, muy bueno corazón tiene”, y lenta y solemnemente envolvió la figura, depositándola en el lugar del cual había sido tomada. Esta ceremonia terminó, el comercio, el cual había sido suspendido, recomenzó con redoblada actividad. De acuerdo con mi promesa, envié a bordo por un poco de tabaco, y mi criado trajo una cantidad más grande de la que había pensado necesaria para la ocasión, la que imprudentemente expuso a la vista. María, habiendo visto el tesoro, decidió tenerlo todo, y cuando seleccioné tres o cuatro libras, y se las presenté, miró muy decepcionada, y se quejó representado su descontento. La acusé de su codicia, y le hablé más bien fuerte, lo que tuvo buen efecto, porque ella salió y regresó con un manto de guanaco, el cual me lo regaló.

Durante este día de trueque adquirimos carne de guanaco, suficiente para el abastecimiento de dos días de toda la tripulación, por unas pocas libras de tabaco. Habían sido sacrificados en la mañana, y traídos a caballo cortados en trozos grandes, por cada uno tuvimos que regatear. Inmediatamente que un animal es sacrificado, es desollado y cortado en pedazos, o trozado, para comodidad de llevarlo. La operación es hecha de prisa, por lo que la carne se ve mal, pero está bien probado, que es una excelente comida, que nunca tiene grasa, y es abundante en jugo de carne, lo cual compensa su flacura. Mejora mucho con el tiempo de guardado, y ha demostrado ser una carne valiosa y saludable.

El comandante Stokes, y varios de los oficiales, trás nuestra primera llegada a la playa, habían obtenido caballos y cabalgaron hasta sus “toldos”, o campamento principal. A su regreso, me enteré que, a corta distancia de las viviendas, habían visto la tumba del niño que había muerto recientemente. Tan pronto, como, María regresó, obtuve de ella un caballo, y acompañado por su esposo y su hermano, el padre del fallecido, y ella misma, visité esos toldos, situados en un valle que se extendía de norte a sur entre dos cadenas de cerros, a través del cual corría un riachuelo, que llegaba hasta el Estrecho en la Segunda Angostura, cerca de una milla al oeste de cabo Gregory.

Encontramos ocho o diez carpas dispuestas en una fila; los costados y parte trasera cubiertas con pieles, pero los frentes, que miraban hacia el este, estaban abiertos, incluso estos, sin embargo, estaban muy protegidos del viento por la cadena de cerros del este de la llanura. Cerca de ellos el terreno estaba más bien pelado, pero más atrás había un pasto que crecía exuberante, proporcionando pastos ricos y abundantes para los caballos, entre los que observamos varias yeguas con cría, y potros pastando y retozando al lado de sus madres: la escena era animada y agradable, y, por un momento, me recordó climas distantes, y días pasados.

Los “toldos” son todos iguales. De forma rectangular, de unos diez o doce pies de largo, diez de fondo, siete pies de altura en el frente, y seis pies en la parte trasera. La estructura de la construcción está formada por estacas clavadas en la tierra, que tienen su extremo superior bifurcado para sujetar piezas cruzadas, en las cuales descansarán los palos de las vigas, que soportarán la cubierta, que está hecha de pieles de animales cosidas entre sí con el fin de que sean impermeables a la lluvia o el viento. Las estacas y vigas, que no son fáciles de obtener, son llevadas de lugar en lugar en todas sus excursiones de viaje. Habiendo llegado a su lugar de acampar, y marcado un lugar con la debida atención a su resguardo del viento, cavan hoyos con una barra de fierro o una pieza con la punta de madera dura, para recibir las estacas; y toda la estructura y cubierta que están listas, les toma muy poco tiempo levantar una vivienda. Sus bienes y muebles son colocados sobre el caballo bajo el cuidado de las mujeres, quienes montan arriba de estos. Los hombres no llevan nada más que el lazo y las boleadoras, para estar listos para cazar animales, o para protección.

El toldo de María estaba casi en el centro, y junto a el estaba el de su hermano. Todas las cabañas parecían bien provistas de pieles y provisiones, las primeras estaban enrolladas y colocadas en la parte de atrás, y las últimas suspendidas de los soportes del techo; la mayoría en el estado bien conocido en Sud América por el nombre de charqui (carne en tiras); pero esta era principalmente carne de caballo, que esta gente considera superior a los otros alimentos. La carne fresca era casi toda de guanaco. Los únicos recipientes empleados para el transporte del agua son vejigas, sustitutos suficientemente desagradables como utensilios para beber que ellos hacen; la canasta fueguina, aunque a veces sucia, es menos ofensiva.

A unas doscientas yardas de la aldea estaba erigida la tumba, a la que, mientras María estaba arreglando sus pieles y mantos para la venta, el padre del fallecido me llevó con otros oficiales.

Era una pila cónica de ramitas secas y ramas de arbustos, de unos diez pies de alto y veinticinco de circunferencia en la base, todo atado con correas de cuero, y la parte superior cubierta con un trozo de tela roja, decorada con tachones de bronce, y coronada por dos palos, que llevaban banderas rojas y una hilera de campanas, las que, movidas por el viento, mantenían un tintineo continuo.

Una zanja, de unos dos pies de ancho y un pie de profundidad, estaba excavada alrededor de la tumba, excepto en la entrada, que estaba llena con arbustos. Frente a esta entrada estaba la piel disecada de dos caballos, recientemente sacrificados, cada uno puesto sobre cuatro palos como patas. Las cabezas de los caballos estaban adornadas con tachones de bronce, similares a los de la parte superior de la tumba; y en la parte exterior de la zanja había seis palos, cada uno con dos banderas, una sobre la otra.

El padre, que lloró mucho cuando visitó la tumba, con el grupo de oficiales que fueron la primera vez con él, aunque ahora evidentemente afligido, comenzó lo, que suponíamos sería un largo relato de la enfermedad de su hijo, y nos explicó que su muerte fue causada por un tos fuerte. No se mantuvo guardia en la tumba; pero estaba a la vista, y no muy lejos de sus toldos, por lo que la aproximación de cualquiera de inmediato podría conocerse. Evidentemente ellos tenían plena confianza en nosotros, y por lo tanto habría sido injusto e impolítico intentar un examen de su contenido, o determinar que se había hecho con el cuerpo.

Las mujeres patagónicas son tratadas lejos mucho más amablemente por sus maridos que las fueguinas; que son poco más que esclavas, que pueden ser golpedas, y obligadas a realizar todas las laboriosas tareas de la familia. Las mujeres patagónicas están en casa, moliendo pintura, secando y estirando pieles, fabricando y pintando mantos. Al viajar, sin embargo, tienen a su cargo el equipaje y las provisiones, y, por supuesto, sus hijos. Estas mujeres probablemente tienen trabajos de naturaleza más laboriosa que los que vimos; pero no pueden compararse con
aquellos de las fueguinas, quienes, exceptuando la caza y la guerra, hacen todo lo demás. Reman en las canoas, bucean por las conchas y huevos de mar, construyen sus wigwams, y mantienen el fuego; y si descuidan cualquiera de estas tareas, o provocan el disgusto de sus maridos de cualquier manera, son golpeadas o pateadas severamente. Byron, en su relato sobre la pérdida de la Wager, describe la brutal conducta de uno de estos indios, que en realidad mató a su hijo por una falta sin importancia. Los patagones están fervientemente unidos con su prole. En la infancia son llevados a la espalda de la madre en una silla, una especie de cuna, en la cual son fijados de forma segura. La cuna está hecha de mimbre, de unos cuatro pies de largo por un pie de ancho, techada con ramitas como el marco de una carreta inclinada. El niño es envuelto en pieles, con el pelaje hacia dentro o hacia afuera de acuerdo con el tiempo. En la noche, o cuando llueve, la cuna es cubierta con una piel que efectivamente la aisla del frío y de la lluvia. Viendo una de estas cunas cerca de una mujer, comencé a hacer un esbozo de ella, ante lo cual la madre llamó al padre, quien me miraba muy atentamente, y mantuvo la cuna en la posición que yo consideraba como la más favorable para mi esbozo. La terminación del dibujo les dio a ambos mucho agrado, y durante la tarde el padre me recordó repetidamente que había pintado a su hijo (“pintado su hijo”).

Una circunstancia digna de reconocer, como una prueba de sus buenos sentimientos hacia nosotros. Deberá recordarse que tres indios, del grupo con quienes primero nos comunicamos, nos acompañaron tan lejos como cabo Negro, donde ellos desembarcaron. Tras nuestra llegada en esta oportunidad, me encontré, con uno de ellos, que me preguntó por mi hijo, con quien había hecho gran amistad; luego de decirle que estaba a bordo, el nativo me regaló un manojo de nueve plumas de avestruz, y después les entregó un regalo similar a cada uno en la embarcación. Todavía llevaba una gran cantidad debajo de su brazo, amarrada en manojos de nueve plumas cada uno; y luego después, cuando el bote del Beagle desembarcó con el comandante Stokes y otros, él fue a su encuentro; pero encontrándolos desconocidos, se alejó sin hacerles ningún regalo. En la tarde mi hijo desembarcó, cuando el mismo indio bajó a encontrarlo, perecía encantado de verlo, y le regaló un manojo de plumas, del mismo tamaño de las que había distribuido en la mañana. En esta, nuestra segunda visita, habían reunidos cerca de cincuenta patagones, ni uno de ellos parecía tener más de cincuenta y cinco años de edad. Eran por lo general entre cinco pies diez y seis pies de altura: un solo hombre excedía los seis pies – cuyas dimensiones, medidas por el comandante Stokes, fueron las siguientes – : Altura: 6 pies 1 ¾ pulgadas Alrededor del pecho: 4 pies 1 1/8 pulgadas Alrededor del lomo: 3 pies 4 ¾ pulgadas

Yo había observado antes el desproporcionado gran tamaño de la cabeza, y la longitud del cuerpo de estas personas, comparado con el tamaño diminuto de sus extremidades, y en esta visita, mi opinión fue más que confirmada, pues tal parece ser la naturaleza general de toda la tribu; y por esto, quizás, se pueden atribuir los errores de algunos navegantes antiguos. Magallanes, o más bien Pigafetta, fue el primero que describió a los habitantes del extremidad austral de América como gigantes. Se reunió con algunos en puerto San Julián, uno de los cuales es descrito ser “tan alto, que nuestras cabezas apenas le llegaban a la cintura, y su voz era como la de un toro”. Herrera,*[5] sin embargo, ofrece un relato menos extravagante de ellos: él dice, “el más chico de los hombres era más corpulento y más alto que el más robusto hombre de Castilla”, y Máximo. Transylvanus dice que eran “diez palmas o palmos de alto; o siete pies seis pulgadas”.

En el viaje de Loaysa (1526), Herrera menciona una entrevista con los nativos, que llegaron en dos canoas, “los lados de las cuales estaban formados por las costillas de ballenas. La gente en ellas eran de gran tamaño que algunos los llamaron gigantes; pero hay tan poco acuerdo entre los relatos acerca de ellos, que guardaré silencio sobre el tema”*[6]

Como el viaje de Loaysa fue emprendido inmediatamente después del regreso de la expedición de Magallanes, es probable que, de las impresiones recibidas del informe de Pigafetta, muchos pensaron que los indios que encontraron eran gigantes, mientras que otros, al no encontrarlos tan grandes como lo esperaban, hablaron más cautelosamente sobre el tema; pero la gente vista por ellos deben haber sido fueguinos, y no los que ahora reconocemos por el nombre de patagones.

La flota de Sir Francis Drake entró al puerto San Julián, donde encontraron nativos “de gran estatura”, y el autor de “Rodear el mundo”, en el cual el viaje anterior es detallado, hablando de su tamaño y altura, supone el nombre dado a ellos haber sido pentagones, para señalar una estatura de “cinco codos v.gr. Siete pies y medio”, y comenta que describe la altura total, si no algo más, del más alto de ellos.*[7]. Hablaban de los indios que encontraron dentro del Estrecho como pequeños en estatura.*[8]

El siguiente navegante que pasó a través del Estrecho fue Sarmiento; cuyo informe dice muy poco como prueba del tamaño muy superior de los patagones. Simplemente los llama “Gente Grande” y “los Gigantes”,*[9] pero esto podría tener su origen en la relación del viaje de Magallanes. Él particulariza un indio, que ellos hicieron prisionero, y sólo dice “ sus miembros son de gran tamaño” (es crecido de miembros). Este hombre era un nativo de la tierra cercana a cabo Monmouth, y , por lo tanto, un fueguino. Sarmiento estuvo después en la vecindad de bahía Gregory, y tuvo un encuentro con los indios, en la que él y otros fueron heridos; pero no habla de ellos como siendo inusualmente altos.

Después que el establecimiento, llamado “Jesús”, fuera creado por Sarmiento, en el mismo lugar donde los “gigantes” habían sido visto, no se menciona gente de gran estatura, en el informe de la colonia; pero Tomé Hernández, cuando fue interrogado delante del Virrey del Perú, declaró. “que los indios de las llanuras, que son gigantes, se comunican con los nativos de Tierra del Fuego, que son como ellos.*[10]

El informe de Anthony Knyvet *[11] del segundo viaje (el cual está contenido en Purchas). Describe a los patagones estar entre quince y dieciséis palmos de alto; y que de estos caníbales, vinieron hacia ellos más de mil al mismo tiempo! Los indios de puerto del Hambre, en el mismo informe, son mencionados como una especie de raros caníbales, de cuerpo corto, no más de cinco o seis palmos de alto, muy fuertes y de hechura gruesa.*[12]

Los nativos, que fueron tan inhumanamente asesinados por Oliver Van Noort, en la isla Santa Marta (cerca de la isla Isabel), fueron descritos ser de la misma estatura como la gente común de Holanda, y fue comentado que eran anchos y de alto pecho. Algunos cautivos fueron llevados a bordo, y uno, un niño, le informó a la tripulación que había una tribu que vivía más lejos tierra adentro, llamados “Tiremenen” y su territorio “Coin”, que eran “personas grandes, como gigantes, eran desde diez a doce pies de altura, y que venían a hacer la guerra contra las otras tribus,*[13] a quienes les reprochaban ser comedores de avestruces!*[14]

Spilbergen (1615) dice que el “vio a un hombre de estatura extraordinaria, que se mantenía en los terrenos más altos para observar las naves, y en una isla, cerca de la entrada del Estrecho, fueron encontrados los cuerpos muertos de dos nativos, envueltos con pieles de pingüinos, y cubiertos con muy poca tierra; uno de ellos era de estatura humana normal, el otro, el diario dice, que era dos pies y medio más largo.*[15] El aspecto gigantesco del hombre en las colinas puede quizás explicarse por el engaño óptico que nosotros mismo experimentamos.

Le Maire y Schouten, cuyos informes de las tumbas de los patagones están precisamente de acuerdo con las que nosotros vimos en bahía Oso Marino, el cuerpo tendido en el suelo cubierto con una pila de piedras, describe los esqueletos como que medían diez u once pies de largo, “las calaveras de los cuales las pudimos colocar en nuestras cabezas como si fueran cascos!”.

Los Nodales no vieron a ninguna persona en el lado norte del Estrecho; con quienes se comunicaron eran nativos de Tierra del Fuego, de cuya forma no dieron ninguna información.

Sir John Narborough vio un indio en puerto San Julián, y los describe como “gente de estatura mediana: bien formados ...el Sr: Wood era más alto que cualquiera de ellos”. También tuvo una entrevista con diecinueve nativos en la isla Isabel, pero eran fueguinos.

En el año 1741, indios patagones fueron vistos por Bulkley y sus compañeros. Estaban montados en caballos, o mulas, lo cual es la primera noticia que tuvimos que poseyeran estos animales.

Duclos de Guyot, en el año 1766, tuvo una entrevista con siete indios patagones, que estaban montados en caballos equipados con sillas de montar, bridas y estribos. El más bajo de los hombres medía cinco pies once pulgadas y un cuarto inglés. Los otros eran considerablemente más altos. A su jefe o líder lo llamaban “Capitán”.

Bougainville, en 1767, desembarcó en medio de los patagones. De su tamaño comenta: “Tienen una forma fina; entre los que vimos, ninguno estaba por debajo de los cinco pies diez pulgadas y un cuarto (inglés), ninguno sobre seis pies dos pulgadas y medio de altura. Su apariencia gigantesca surge de su prodigiosa anchura de hombros, el tamaño de su cabeza, y el grosor de todos sus miembros. Son robustos y bien alimentados: sus nervios son reforzados y sus músculos fuertes, y suficientemente duros, etc.”. Esta es una excelente información, pero qué diferente es con la del comodoro Byron, quien dice, “Uno de ellos, que después pareció ser el jefe, vino hacia mí, era de estatura gigantesca, y parecía hacer realidad los cuentos de monstruos de forma humana, tenía la piel de alguna bestia salvaje echada sobre sus hombros, como un montañés escocés lleva su falda a cuadros, y estaba pintado para darle la apariencia más horrorosa que yo alguna vez contemplé: alrededor de uno de sus ojos tenía un gran círculo blanco, un círculo negro rodeaba el otro, y el resto de su cuerpo estaba rayado con pintura de diferentes colores. No lo medí; pero sí pude juzgar su altura por la proporción de su estatura con la mía, no podía ser menos de siete pies. Cuando este horroroso vino, nos murmuramos algo el uno al otro como saludo, etc.”*[16] Después de esto menciona a una mujer “del más enorme tamaño”; y nuevamente, cuando el Sr. Cumming, el teniente, se une a él, el comodoro dice, “antes que la canción terminara, el Sr. Cumming llegó con el tabaco, y no pude menos que sonreir ante el asombro que vi que expresaba su rostro al verlo, pensando que él con seis pies dos pulgadas de alto, se convirtió inmediatamente en un pigmeo entre gigantes, porque estas personas, pueden, de verdad, ser llamadas más propiamente gigantes en lugar de hombres altos: de los pocos de entre nosotros que miden seis pies, apenas algunos son corpulentos y musculosos, en proporción a su estatura, pues parecen más bien como hombres de corpulencia normal que crecieron accidentalmente a una altura inusual; y un hombre que debería medir solamente seis pies dos pulgadas, e igualmente supera a un hombre robusto de estatura normal en anchura y músculos, nos parecería más bien perteneciente a una raza gigantesca, que ser un individuo accidentalmente anómalo; nuestra sensación, por lo tanto, después de ver quinientas personas, en que el más bajo era a lo menos cuatro pulgadas más alto, y corpulento en proporción, puede ser fácilmente imaginada”*[17]

Este informe fue publicado sólo siete años después del viaje, y la exageración, si existe, puede haber sido expuesta a muchas personas. No hay duda, que entre quinientas personas muchas eran de gran porte; pero que todas fueran cuatro pulgadas más altas de seis pies tiene que haber sido un error. El comodoro dice, que la “causa que ellos estaban todos sentados”, y en esa posición, por el largo de sus cuerpos, seguramente parecían ser de una estatura muy grande. *[18]

Poco después, Wallis, en la vecindad del cabo Vírgenes, se comunicó con la misma gente, y como la historia de los patagones gigantes había sido difundida en el extranjero, y estaba muy desacreditada, llevó dos varas de medir, y dice, en su informe: “Fuimos alrededor y medimos aquellos que parecían ser los más altos. Uno era de seis pies siete pulgadas de alto, varios más eran de seis pies cinco, y seis pies seis pulgadas, pero la estatura de la mayor parte era entre cinco pies diez a seis pies”.

En el viaje de la Santa María de la Cabeza,*[20] 1786, se relata que la altura de uno o dos patagones, con los cuales los oficiales tuvieron una entrevista, era de seis pies once pulgadas y medio (de Burgos), que es igual a seis pies cuatro pulgadas y media (inglesas). Este hombre llevaba una espada, en la que estaba grabado “Por el rey Carlos III”, y hablaba unas pocas palabras en español, prueba de que habían tenido comunicación con algunos de los establecimientos españoles. Sin embargo, no parece del informe que hubiesen muchos otros, si es que ninguno, de esa altura.

De todos los informes mencionados, creo que los de Bougainville y Wallis son los más exactos. Es cierto, que de la cantidad que nosotros vimos, ninguno medía más de seis pies dos pulgadas; pero es posible que las generaciones precedentes hayan sido un raza de gente más grande, ya que ninguno de los que vimos podría haber estado vivo en el tiempo de los viajes de Wallis o Byron. Los más antiguos sin duda eran más altos; pero, sin desacreditar los informes de Byron, o cualquier otro de los viajeros modernos, creo que es probable que, por un modo de vida diferente, o una mezcla por matrimonios con los tribus fueguinas del sur, que sabemos han tenido lugar, hayan degenerado en una raza más pequeña, y han perdido todo derecho al título de gigantes, aunque su robustez, formas musculares y largo de su cuerpo, en alguna medida confirman los informes anteriores; pués si los miembros proporcionados de la generación presente, pueden, sin ninguna exageración, justificar el informe del comodoro Byron. El misionero jesuita Falkner, *[21] quien, a partir de una relación de cuarenta años con los indios de Sur América, debe ser considerado como una de las mejores autoridades, dice hablando de un patagón llamado Cangopal, “Este jefe, que era llamado por los españoles el Cacique Bravo, *[22] era alto y bien proporcionado; debe haber tenido siete pies y algunas pulgadas de altura, porque yo en puntillas no pude alcanzar la parte de arriba de su cabeza: lo conocí muy bien, e hice algunos viajes con su compañía: no recuerdo nunca haber visto un indio que estuviese sobre una o dos pulgadas más alto que Cangopal. Su hermano Sausimian era alrededor de seis pies de altura. Los patagones o puelches son personas de cuerpo grande; pero nunca oi de aquella raza gigantesca que otros han mencionado, aunque he visto personas de todas las diferentes tribus de los indios del sur”.

Este es un informe de 1746, sólo veinte años antes del de Bougainville. Tomando juntas todas las evidencias, puede considerarse, que la estatura media de los hombres de estas tribus del sur es de alrededor de cinco pies once pulgadas. Las mujeres no son tan altas, pero en proporción son más anchas y más gruesas: generalmente son de figura plana. La cabeza es larga, ancha y plana, y la frente pequeña, con el pelo creciendo dentro de una pulgada de las cejas, que son rasas. Los ojos están a menudo colocados en posición oblicua, y tienen poca expresión, la nariz es generalmente más bien plana, y hacia arriba; pero vimos varias con esa característica recta, y algunas veces aguileña; la boca es ancha, con labios prominentes, el mentón es más bien grande, las mandíbulas son anchas, y le dan al rostro una apariencia cuadrada; el cuello es corto y grueso, los hombros son anchos, el pecho es ancho, y muy lleno; pero el brazo, particularmente el antebrazo, es pequeño, como también lo son el pie y la pierna; el cuerpo es largo, grande y gordo, pero no corpulento. Tal era el aspecto de los que fueron objeto de mi observación.

En cuanto a su carácter, los patagones son amistosos, sin esa disposición de discutir, después que la novedad del primer conocimiento ha pasado, lo cual es tan común entre los salvajes en general. Esto probablemente se debe a motivos interesados, ciertamente no por miedo, a menos que sea miedo de ser evitados en lugar de ser visitados por las naves que pasan, y de las cuales obtienen muchos artículos útiles, y muchas recompensas temporales.

Espadas, cuchillos largos, tabaco, te paraguayo, monedas, monturas, armas de fuego, plomo para tiros, tela roja, cuentas (especialmente de color azul cielo), harina, azúcar, y licores, son muy deseados en cambio por su peletería y carne de guanaco, pero no tienen idea más allá de satisfacer los deseos del momento.

Después que unas pocas libras de tabaco habían sido distribuidas entre ellos, ya que son muy aficionados a fumar, volviéndose como una droga, y fue necesario producir algo nuevo para despertar su atención. La influencia de María, y la referencia hecha tan constante de ella, parecería que ella era considerada como el cacique de la tribu, pero su aparente superioridad puede surgir de su relación con Bysante, de quien todos hablan como el “El cacique grande”, o de la atención prestada a ella por los buques con quienes se comunican.

La gente de esta tribu parecía vivir juntos armoniosamente, no fueron observadas riñas o sentimientos celosos, y ciertamente ninguno fue manifestado por cualquiera de nuestros corpulentos amigos al ser testigos de que otro recibía un regalo valioso, o un buen intercambio por su propiedad.

A la puesta del sol a nuestra gente se le ordenó embarcar, ante lo cual el precio de las mercancías de los patagones inmediatamente cayó, al menos, un mil por ciento, aunque varios las retuvieron en espera del día siguiente. María colocó dentro del bote, después de mi rechazo de dejarla ir a bordo a pasar la noche, dos bolsas, pidiéndome que le enviara harina y azúcar. Ella fue la más pertinaz por aguardiente, a lo cual, sin embargo, me negué. Su grito constante era “Es muy bueno estar borracha; me gusta mucho beber; el ron es muy bueno – ¿Dame un poco?” (Muy bueno es boracho, mucho mi gusta, mucho mi gusta de beber, muy bueno es aqua ardiente – Da me no más?).

Entre ellos había un indio fueguino; pero no pereció claro si estaba viviendo con ellos permanentemente, o sólo de visita. Algunos pensamos entender el relato de uno de los patragones, que parecía ser el más interesado en él, contó, que el capitán de un barco lobero lo había dejado entre ellos. Lo reconocimos al instante por su apariencia comparativamente escuálida y diminuta, y nuestras creencias fueron confirmadas por su reconocimiento de las palabras “Hosay y Sherroo”. La palabra en patagón para un barco es “carro grande”, y para un bote es “carro chico”, una mezcla propia y de la lengua española. Todo lo que pude entender de su historia fue, que él era el cacique de una tribu indígena lejana: evidentemente era un gran preferido, y si bien María hablaba generalmente con gran desprecio de los indios fueguinos, ella había patrocinado a este extranjero, ya que vivía en su toldo, y compartía todos los regalos que le hicieron a ella.

A la mañana siguiente llovió mucho, y sopló un temporal, del oeste, por lo que habría sido peligroso enviar un bote a tierra: por lo que me ví obligado a virar sin enviarle las cosas que le había prometido. Después que estábamos navegando, el tiempo aclaró parcialmente, cuando vi a María en la playa, montada en su caballo blanco, con otros que miraban nuestra partida, y cuando fue evidente que realmente nos estábamos yendo, cabalgó lentamente de regreso a su toldo, sin duda considerablemente molesta. Me dio mucha pena tratarlos de esta manera, pues su conducta hacia nosotros había sido abierta y amistosa. Todo lo que podía esperar hacer, para desagraviarla, era darle algo de valor a mi regreso.

Nos dirigimos a bahía San Felipe, acompañados por
el Beagle, *[23] dejó el estrecho de Magallanes con buen viento, y, después de una navegación favorable, llegó a Montevideo el 24 de abril de 1827.

Desde Montevideo fuimos a Río de Janeiro, para obtener provisiones, y prepararnos para otro viaje al Estrecho. A nuestro llegada recibí permiso del Comandante en Jefe para dirigirme al Lord High Admiral solicitándole autorización para emplear un tender, para facilitar el levantamiento de los senos y profundos canales, en la vecindad del Estrecho, y en los senos interiores de la costa oeste, para lo cual, ni el Adventure, ni el Beagle, estaban adaptados; por lo que pensé que sería mejor retrasar nuestro zarpe hasta que recibiera una respuesta a mi solicitud.

  1. * Burney, i, 35 y 37.
  2. * Patagonia de Falkner, pp. 110, 111.
  3. * Es bueno estar borracho, es agradable estar borracho
  4. * Dos marineros portugueses, sin embargo, que habían residido algunos meses con ellos, después de haber sido dejados por un velero lobero, y sacados por nosotros en un viaje posterior ante su propia petición, nos informaron que María no es la líder en las ceremonias religiosas. Cada familia tiene su propio dios del hogar familiar, una pequeña imagen de madera, de unas tres pulgadas de largo, imitación aproximada de la cabeza y hombros de un hombre, que ellos consideran como el representante de un ser superior, atribuyéndole todo lo bueno o malo que les sucede
  5. * Burney, i.p.33
  6. * Ibid, p. 135.
  7. * Burney, i. 318
  8. * ibid, i. 324
  9. * Sarmiento, p. 244
  10. * Apéndice de Sarmiento, XXIX
  11. * Purchas, IV.ch. 6 y 7.
  12. * Burney, ii.p. 106
  13. * Las tribus descritas por este niño eran los 1.- Kemenites, que vivían en un lugar llamado Karay. 2.- Kennekas ---------Karamay. 3.- Karaike ---------Morine. 4.- Enoo, la tribu a la que pertenecían los indios que ellos asesinaron.
  14. * Burney, ii. 215
  15. * Ibid. ii.334
  16. * Hawksworth Coll. I 28
  17. * Ibid.
  18. * Ver una carta del Sr. Charles Clarke, un oficial a bordo del Dolphin, al Sr. Maly M.D. secretario de la Real Sociedad, fechada 3 de noviembre de 1766, leída delante de la Real Sociedad el 12 de abril de 1767, y publicada en
  19. *el volumen cincuenta y siete del Phil. Trans., part. i. p. 75, en la cual se da un exagerado informe de este encuentro. Los hombres son descritos tener ocho pies de alto, y las mujeres siete y medio a ocho pies. “Son prodigiosamente robustos, y tan bien bien proporcionados como nunca había visto en mi vida”. Esta comunicación pretendía probablemente corroborar el informe del comodoro.
  20. * Último viaje, p.21
  21. * Falkner, de acuerdo con el decano Funes, estuvo originalmente dedicado al comercio de esclavos en Buenos Aires, pero después se convirtió en jesuita, y estudió en un colegio de Córdoba, donde, a un excelente conocimiento de la medicina, añadió la teología. Es el autor de una descripción de la patagonia, publicada en Londres después de la expulsión de los jesuitas – Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires, y Tucumán, por el doctor Don Gregorio Funes, iii. P 23, nota. Publicado en Buenos Aires, 8avo. 1817
  22. * Ver el informe del decano Funes de Buenos Aires, y de las tribus indias, vol. ii. 394
  23. * Zarpamos de bahía Gregorio en la mañana, y pasamos el cabo Vírgenes en la tarde del mismo día.