Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle entre los años 1826 y 1836: Capítulo I

Narración de los viajes de levantamiento de los Buques de Su Majestad Adventure y Beagle (1839)
de Philip Parker King
MONTEVIDEO


VIAJES DE LEVANTAMIENTO


DEL


ADVENTURE y el BEAGLE,


1826—1830.





CAPÍTULO I.


Zarpe desde Montevideo—Puerto Santa Elena—Comentarios geológicos—Cabo Buen Tiempo—No había caliza—Historia natural—Aproximación al cabo Vírgenes y al estrecho de Magallanes.


Zarpamos de Montevideo el 19 de noviembre de 1826, y, en compañía con el Beagle dejamos el Río de La Plata.

De acuerdo con mis instrucciones, el levantamiento iba a empezar en el cabo San Antonio, el límite sur de la entrada a La Plata, pero, por las siguientes razones urgentes, decidí comenzar con las costas del sur de la Patagonia y Tierra del Fuego, incluyendo el estrecho de Magalhaens.[1] En primer lugar, ellas presentaban un campo de gran interés y novedad, y en segundo lugar, siendo el clima en las altas latitudes sur tan severo y tempestuoso, parecía importante enfrentar sus rigores mientras las naves estuviesen en buenas condiciones—mientras las tripulaciones estuvieran sanas—y mientras los atractivos de una nueva y difícil empresa tenían toda su fuerza.

Nuestro rumbo fue por lo tanto al sur, y en la latitud 45° sur, unas pocas leguas al norte de puerto Santa Elena, vimos por primera vez la costa de la Patagonia. Tenía la intención de visitar ese puerto, y, el día 28, fondeamos, y desembarcamos allí.

Los marinos deberían tener presente que el conocimiento de la marea tiene especial importancia en y cerca del puerto Santa Elena. Durante una calma fuimos llevados por ella hacia los arrecifes que bordean la costa, y nos vimos obligados a fondear hasta que se levantó una brisa.

La costa a lo largo de la cual habíamos pasado, desde punta Lobos hasta el punto al noreste de puerto Santa Elena, parecía ser seca y carente de vegetación. No había árboles, la tierra parecía ser una larga extensión de una ondulante llanura, más allá de la cual habían colinas altas, de cumbres planas y de carácter rocoso, escarpado. La costa estaba conformada por arrecifes rocosos que se extiendían hasta dos o tres millas de la marca de la alta marea, los cuales, cuando la marea bajó, quedaron secos, y en muchos lugares estaban cubiertos de lobos marinos.

Tan pronto como aseguramos las naves, el comandante Stokes me acompañó a tierra para seleccionar un lugar para nuestras observaciones. Encontramos el punto que los astrónomos españoles de la expedición de Malaspina (en 1798) utilizaron como observatorio, el más conveniente para nuestro propósito. Está cerca de una playa muy empinada (de piedra) en la parte posterior de un llamativo saliente rocoso de color rojo que termina en una pequeña bahía, en el lado occidental, al comienzo del puerto. Los restos de un naufragio, que resultó ser de un ballenero estadounidense, el “Decatur” de Nueva York, fueron encontrados en el extremo del mismo lugar, fue arrastrado hasta la playa desde su fondeadero por un temporal.

La vista de los restos del naufragio, y la pendiente de la playa de guijarros que acabamos de describir, evidentemente causada por la frecuente acción de una mar gruesa, no produjo un opinión favorable de la seguridad del puerto, pero como no era la época de los temporales del este, únicos a los cuales el fondeadero está expuesto, y como las apariencias indicaban un viento del oeste, no presagiábamos peligro.

Cuando regresábamos a bordo, el viento soplaba tan fuerte que tuvimos mucha dificultad para llegar a los buques y las embarcaciones fueron prontamente izadas, y cada cosa trincada para la mar, ya que soplaba un fuerte temporal del SW. Sin embargo el agua, ya que el viento soplaba desde tierra, estaba completamente lisa, y las naves estuvieron seguras durante la noche, pero a la mañana siguiente el temporal aumentó, y roló hacia el sur, lo que trajo una marejada dentro puerto, colocándonos, por decir lo menos, en una situación muy incómoda. Afortunadamente cesó al atardecer. Como consecuencia del desfavorable estado del tiempo, no intentamos desembarcar para observar un eclipse de sol, esta observación fue una de las razones para visitar este puerto.

El día después de la tormenta, mientras estaba ocupado en efectuar algunas observaciones astronómicas, un grupo deambuló en busca de entretención, pero con poco éxito, ya que cazaron sólo unos pocos patos silvestres. El fuego que hicieron para cocinar se extendió a la hierba seca y en pocos minutos toda la tierra era una hoguera. Las llamas continuaron extendiéndose durante nuestra permanencia, y, en pocos días, más de quince millas a lo largo de la costa, y siete u ocho millas hacia el interior fueron arrasadas por el fuego. El humo obstucalizaba mucho nuestras observaciones, porque a veces oscurecía bastante el sol.

La estructura geológica de esta parte del terreno, y una considerable porción de la costa hacia el norte y hacia el sur, consiste en un suelo de arcilla de grano fino porfídico. Las cumbres de las colinas cercanas a la costa son generalmente de forma redondeada, y están pavimentadas, por así decirlo, por pequeños y redondos guijarros silíceos, incrustados en el suelo, y en ningún caso se extienden sueltos o en montones, pero aquellas del interior sus cumbres son planas, y de altura uniforme, por muchos kilómetros de largo. Los valles y las elevaciones más bajas, a pesar de la pobreza y el estado seco de la tierra, estaban cubiertas en parte con césped y plantas arbustivas, las cuales ofrecen sustento a numerosos rebaños de guanacos. Muchos de estos animales fueron vistos alimentándose cerca de la playa cuando estábamos trabajando en la bahía, pero ellos se alarmaron, de modo que cuando desembarcamos solo los vimos a una distancia considerable. En ninguna de nuestras excursiones pudimos encontrar agua que no tuviese un sabor salobre. Varios pozos habían sido excavados en los valles, tanto cerca del mar como a una distancia considerable de este, por los tripulantes de las naves foqueras, pero, salvo en la temporada de lluvias, ellos contenían agua salobre. Esta observación es aplicable a casi toda la extensión de la tierra porfídica. Conchas de ostras, de tres a cuatro pulgadas de diámetro, se encontraron dispersos en las colinas, a una altura de trescientos o cuatrocientos pies sobre el mar. Sir John Narborough, en 1652, encontró conchas de ostras en puerto San Julián, pero, por la gran cantidad que han sido recogidas allí últimamente, sabemos que son de una especie diferente de las que se encuentran en el puerto Santa Elena. Ambos son fósiles.

Ningún ejemplar reciente del género Ostrea fue encontrado por nosotros en cualquier parte de la costa patagónica. Narborough, al darse cuenta de esto en puerto San Julián, dice, "Ellas son los más grandes conchas de ostras que haya visto alguna vez, algunas seis, otras siete pulgadas de ancho, sin embargo, no encontramos en el puerto ninguna ostra, por lo que concluyo que estaban aquí cuando el mundo fue formado."

El corto período de nuestra visita no nos permite añadir mucho a la historia natural. De los cuadrúpedos vimos guanacos, zorros, conejillos de Indias, y el armadillo, pero ningún rastro del puma (Felis concolor), o león de América del Sur, aunque lo encontraríamos después en el interior.

He mencionado que una manada de guanacos estaba pastando cerca de la orilla cuando llegamos. Hicimos todo tipo de esfuerzos para obtener algunos de los animales, pero, ya sea por su timidez, o por nuestra ignorancia sobre la manera de atraparlos, lo intentamos en vano, hasta la llegada de un pequeño barco lobero, que habían acudido presuroso en nuestra ayuda, cuando divisó el fuego que habíamos hecho accidentalmente, pero que ellos pensaron que eran señales de un desastre. Mataron a dos, y enviaron parte de la carne al "Adventure". Al día siguiente, el Sr. Tarn logró derribar uno, una hembra, que una vez descuerada y limpia, pesó 168 libras. Narborough menciona haber matado a uno en puerto San Julián, que, "una vez limpio, pesó 268 libras." El carácter vigilante y cuidadoso de este animal es muy notable. Cada vez que una manada se pone a pastar, uno de ellos es colocado, como un centinela, en una altura, y, ante la aproximación de un peligro, da inmediatamente la alarma mediante un fuerte relincho, todos se alejan, galopando, hasta la próxima colina, donde en silencio reanudan su alimentación, hasta que nuevamente sean advertidos de la aproximación del peligro por su atento "vigía."

Otra peculiaridad del guanaco es, el hábito de volver a determinados lugares con fines naturales específicos. Esto se menciona en el "Dictionnaire d'Histoire Naturelle" y en la "Encyclopédie Méthodique” como también en otras obras.

En un lugar encontramos los huesos de treinta y un guanacos dentro de un espacio de treinta yardas, tal vez eran los restos de un campamento indígena, ya que observamos evidentes rastros, entre ellos una mandíbula humana y un pedazo de ágata ingeniosamente labrado en forma de punta de lanza.

El zorro, al que no cazamos, es de apariencia pequeña, y similar a una nueva especie que posteriormente encontramos en el estrecho de Magalhaens.

La cavia*[2] (o, como es llamado por Narborough, Byron, y Wood, la liebre, es un animal que difiere tanto en apariencia como hábitos, así también en sabor) hace un buen plato, y lo mismo ocurre con el armadillo, que nuestra gente llama shell-pig.†[3] Este pequeño animal se encuentra en abundancia en las tierras bajas, y vive en madrigueras subterráneas; varias fueron cazados por los marineros, y, cuando se cocinaban en sus conchas, eran sabrosos y saludables.

Cercetas eran abundantes en los terrenos pantanosos. Unas pocas perdices, palomas y agachadizas, un ave zancuda, y algunos halcones fueron abatidos. Las pocas aves marinas que se observaron consistían en dos especies de gaviotas, un colimbo y un pingüino (Aptenodytes Magallánica).

Se encontraron dos especies de serpientes y varios tipos de lagartos. Los peces eran escasos, como también lo eran los insectos, de los últimos, nuestra colección consistía sólo de unas pocas especies de coleópteros, dos o tres lepidópteros y dos himenópteros.

Entre los mariscos, los más abundantes eran las ostras, estas con otras tres especies de lapas, un chitón, tres especies de metilus, tres de murex, una de crepidula y un venus, fueron todo lo que recogimos.

Respecto al terreno, cerca de la orilla del mar, hay un pequeño árbol, cuyo tronco y raíces son muy apreciados como combustible por las tripulaciones de las naves foqueras que frecuentan estas costas. Ellos los llaman “piccolo.” La hoja me pareció como si tuviera una espina en ella, y la flor de un color amarillo. También se encuentra una especie de berberis, que cuando madura puede ser una fruta muy sabrosa.

Nuestra corta visita nos dio una opinión poco halagadora de la fertilidad del territorio cerca de este puerto. Del interior fuimos ignorantes, pero, por la ausencia de indios y la escasez de agua dulce, es probable que sea muy escaso de pastizales. Falkner, el misionero jesuita, dice que estas partes fueron utilizadas por las tribus tehuelches como lugares de entierros: no vimos, sin embargo, tumbas, ni ningún rastro de cuerpos, a excepción de la mandíbula antes mencionada, pero posteriormente, en bahía Oso Marino, encontramos muchos lugares en las cimas de las colinas que evidentemente había sido usados para tal fin, aunque entonces no contenían restos de cuerpos. Esto coincide con el informe de Falkner, que después de un período de doce meses, los sepulcros son formalmente visitados por la tribu, y los huesos de sus parientes y amigos son recogidos y llevados a ciertos lugares, donde los esqueletos se disponen en orden, y son engalanados con todas las ropas y adornos que pudieron obtener.

Los barcos zarparon de puerto Santa Elena el 5 de diciembre, y se dirigieron hacia el sur, bordeando la costa hasta el cabo Dos Bahías.

Siendo nuestro objetivo continuar con toda la expedición hasta el estrecho de Magalhaens, el examen de esta parte de la costa quedó reservado para una futura oportunidad. El día 13, habíamos llegado a cincuenta millas de cabo Vírgenes, el promontorio de entrada al estrecho, que estaba directamente por nuestra proa. El viento roló al SSW, pusimos rumbo oeste. Al amanecer la tierra estuvo a la vista, finalizando en un punto al SW, tan exacto con la descripción del cabo Vírgenes y la vista de recalada del viaje de Anson, que sin considerar nuestra posición en la carta, o calcular la derrota de las veinticuatro horas previas, lo tomamos por el cabo mismo, y, nadie sospechó en un error, o pensó en verificar la posición del buque. El lugar, sin embargo, resultó ser el cabo Buen Tiempo. No deja de de ser interesante, que la misma equivocación ocurrió a bordo del “Beagle”, donde el error no fue descubierto hasta pasado tres días.*[4]

Por las condiciones del tiempo yo estaba ansioso de acercarnos a tierra para fondear, porque parecía que había toda la probabilidad de un temporal, y no nos equivocamos, porque a las tres de la tarde, estando a unas siete millas del cabo, surgió un fuerte viento del SW, por lo que fondeamos. Hacia la noche sopló con tanta fuerza, que las anclas de ambos buques garrearon una distancia considerable.

En las cartas de esta parte de la costa el litoral es descrito estar formado por “colinas de caliza, como las de la costa de Kent”. Para los geólogos, por lo tanto, sobre todo, que ellos no estaban dispuestos a creer en este hecho, esta era una cuestión de cierto interés. Desde nuestro fondeadero la apariencia de la tierra estaba en favor de nuestra apreciación de la existencia de caliza. La linea de la costa era muy nivelada y empinada, acantilados de color blanquecino, estratificados horizontalmente, con su parte superior ocasionalmente con huecos, se parecían mucho a los acantilados de las costas inglesas.

El viento impidió nuestro desembarco por tres días, aunque (el 19) unos pocos minutos bastaron para descubrir que los acantilados estaban formados por arcilla blanda, variando de color y consistencia, y dispuesta en capas horizontales por millas sin interrupción, excepto donde los cursos de agua los habían desgastado. Algunos de los estratos eran de arcilla muy fina, sin mezcla alguna con otra sustancia, mientras que otros estaban mezclados abundantemente con gravilla silícea redonda,*[5] sin ningún vestigio de restos orgánicos. La playa del mar, desde la marca de la más alta marea hasta la base de los acantilados, está formada por guijarros, con masas dispersas de arcilla endurecida de color verde.*[6] Entre las marcas de la alta y baja marea hay una playa lisa de la misma arcilla verde de las masas antes mencionadas, que parecen haber sido endurecidas por la acción de las olas hasta tener la consistencia de la piedra. En general, esta playa se extiende dentro del mar unas cien yardas, y continúa por por un barro verde suave, sobre el cual el agua gradualmente se hace más profunda. El borde exterior de la arcilla forma una cornisa, que se extiende paralela a la costa, en la cual rompe el mar en todo su largo, y sobre la cual una embarcación dificilmente puede pasar con marea baja.

Todos los caracoles que encontramos estaban muertos. Esparcidos sobre la playa había numerosos peces, algunos de los cuales habían sido arrojados a la orilla por la última marea, y estaban apenas duros. Principalmente pertenecen al género Ophidium; el más grande que vimos medía cuatro pies y siete pulgadas de largo, y pesaba veinticuatro libras. Muchos fueron cazados junto a la nave, en verdad, ásperos e insípidos, sin embargo nuestra gente, que los comió con gusto, los llamó abadejo y los encontró sabrosos. El anzuelo, sin embargo, nos proporcionó una especie de bacalao (Gadus) muy saludable y de buen sabor. Pegados en los primeros encontramos dos animales parásitos, uno era una Cymothoa y el otro una especie de Lernoea, que estaban bien bien adheridos a ellas debajo de su piel, no podían ser sacado sin tener que cortar un pedazo de carne para ello. También capturamos una especie no descrita de Muroena.

Mientras estábamos en tierra, el “Beagle” se acercó a unas ocho o nueve millas del cabo, donde el comandante Stokes desembarcó para establecer la posición de esa tierra tan notable. Un cerro puntiagudo, debido a la circunstancia de haber visto un animal grande cerca de él, lo llamó Monte del Tigre. El señor Bowen le disparó a un guanaco; y como estaba lejos de la orilla, sin poder obtener ayuda, él los descueró y cuarteó con su cortaplumas, y lo llevó sobre sus hombros hasta la embarcación.

A la mañana siguiente las naves viraron, y se dirigieron hacia el cabo Vírgenes.

A la cuadra del cabo Buen Tiempo, la apertura de río Gallegos se vió claramente; pero el examen de la misma fue diferida para una futura oportunidad. Dándole delante, el agua disminuyó a cuatro brazas, hasta que pasamos los extensos bancos, que hay frente al río.

Nuestra aproximación a la entrada del Estrecho, aunque la esperábamos con ansiedad, nos causó sensaciones de interés y felicidad que no son fáciles de describir. A pesar de los peligros experimentados por algunos navegantes que lo habían pasado, la comparativa facilidad con que otros la habían efectuado demostró que, a veces, las dificultadas son superadas con facilidad, y nosotros estábamos deseando suponer que en el primer caso podría haber habido un poco de exageración.

El más completo, y probablemente, el único buen informe de la navegación del estrecho de Magallanes se encuentra en el relato de don Antonio de Córdova, quien tuvo el mando de la fragata española “Santa María de la Cabeza”, en un viaje con el expreso propopósito de explorar el Estrecho. Fue publicado bajo el título de “Último viaje al estrecho de Magallanes.” Ese viaje, sin embargo, fue concluido con el examen solo de la parte oriental, y se hizo una expedición posterior, bajo el mando del mismo oficial, cuyo informe se adjuntó al del viaje de “Cabeza”; de modo que la expedición de Córdova aún conserva la denominación de “Último Viaje etc.” Está escrito en un estilo llano y simple, da un correcto relato de todo lo visto, y por lo tanto debe estar en posesión de todas las personas que intenten la navegación del Estrecho.

El informe de Córdova sobre el clima es muy poco atractivo. Hablando de los rigores de los meses de verano (Enero, febrero y marzo), dice, “Rara vez el cielo estaba despejado, y cortos fueron los intervalos en los que experimentamos el calor del sol; no pasaba día en que no cayera la lluvia, y el estado más habitual del tiempo era la lluvia constante.”*[7]

Los informes de Wallis y Carteret son aún más sombríos. El primero concluye esa parte del informe con la siguiente triste y desalentadora descripción: “Así dejamos una región lúgubre e inhóspita, donde estuvimos casi por cerca de cuatro mese en continuo peligro de naufragar, habiendo entrado al Estrecho el 17 de diciembre, y abandonado el 11 de abril de 1767: una región donde, en medio del verano, el clima era frío, sombrío, y tempestuoso, donde las perspectivas tenían más la apariencia de un caos que de la naturaleza, y donde la mayor parte de los valles estan sin vegetación y los colinas sin árboles.”

Estos registros de Córdova y Wallis me hicieron sentir no poca aprensión por la salud de la tripulación, que no podía esperar que escapara ilesa de los rigores de tal clima. Tampoco los relatos de Byron o Bougainville fueron calculados para disminuir mi ansiedad. Sin embargo, en una cuenta, del viaje al Estrecho de M.A. Duclos Guyot, el siguiente párrafo hizo que me aliviara considerablemente sobre este tema: “Por fin, el sábado 23 de marzo, salimos del famoso Estrecho, tan temido, después de haber experimentado que tanto ahí, como en otros lugares, tuvimos muy buen tiempo, muy caluroso, y que las tres cuartas partes del tiempo el mar estuvo en perfecta calma.”

En todo caso, nuestra aproximación al principal escenario nos causó sensaciones de una naturaleza peculiar, en la cual, sin embargo, predominaron aquellos que eran más agradables y llenos de esperanza. Los oficiales y tripulantes de ambas naves estaban sanos, y entusiasmados con la perspectiva que tenían por delante; nuestras naves estaban en todos los aspectos fuertes y listos para la mar; y poseíamos todas las comodidades y recursos necesarios para enfrentar dificultades mucho mayores que las que tendríamos por alguna razón prever.



Ha existido una gran diferencia de opiniones sobre la manera correcta de deletrear el nombre del célebre navegante que descubrió el Estrecho. Los franceses y los ingleses normalmente lo escriben Magellan, y los españoles Magallanes, pero por los portugueses (y él era nativo de Portugal) es universalmente escrito Magalhaens. El almirante Burney y el señor Dalrymple lo escriben Magalhanes, cuya manera en algunas partes adopté, pero me he convencido que lo apropiado es seguir la ortografía portuguesa para un nombre que, al día de hoy, es muy común tanto en Portugal y Brasil.

  1. Comúnmente llamado Magallanes. Ver p.11.
  2. *Dasyprocta patachonica: es la cavia patagónica del doctor Shaw Pennant's Quadr.,tab.39 y la liebre pampa de azara. Desmarest piensa que si se le examinaran los dientes formaría un nuevo género, para el que propone el nombre de Dolichotis – Eney Mamm. Pág. 359- Al presente él la tiene catalogada por sus caracteres externos entre las del género Dasy procta (agoutil). La única que se capturó no fue conservada, lo que impidió cerciorarse del hecho.
  3. Dasypus minutus, Desmarest. Tatou pichly, o tatou septieme de Azara, etc, etc. - tiene siete bandas.
  4. * Un error similar le sucedió a una de las naves de Loaysa en el año 1525. Los Nodales también, en su descripción de la costa, mencionan la similitud de los dos cabos, Vírgenes y Buen Tiempo. Viaje de los Nodales, pág. 53.
  5. *(Algunas de las muestras de los estratos de arcilla, consisten, según el doctor Fitton, que tuvo a bien examinar mi colección, en una masa blanca no muy diferente de ciertas variedades de tiza menor, y de una arcilla que tiene muchas de las propiedades de la tierra de batán. Los guijarros de la playa consisten en cuarzo, jaspe rojo, pedernal, y pizarra, pero no contienen ninguna piedra semejante a la piedra caliza.
  6. *Dr. Fitton considera que estas masas de arcilla tienen un gran parecido con la arena verde superior de Inglaterra.
  7. *Último viaje al estrecho de Magallanes, part ii.p.298