XXIII

-¡Toquen castañuelas, repiquen panderos, machaquen almireces, punteen vihuelas y aporreen zambombas para celebrar el talento delsabio legislador, harto de bazofia y comido de piojos, que sacó de su cabeza ese pomposo y coruscante decreto! -exclamó al fin Luceño dando un porrazo en el respaldo de la silla y levantándose de ella.

-¿Conque a la tercera parte? -dijo Salmón-. ¿De modo que de cada tres no ha de quedar más que uno?

-Eso es, y los demás a la calle, a pedir limosna, porque una pensión de tres mil reales para personas que han de vivir decentemente, es aquello de hártate comilón con pasa y media.

-Y afuera novicios.

-¡Y no más profesar!

-Y con los bienes se aumentará la congrua de los curas.

-También eso está bien -dijo el dominico-. Alábelo su merced, padre Castillo. ¡Qué nos quiten lo nuestro para darlo a los curas! ¿Quiénes son los curas, ni qué hacen esos zanguangos en bien de la cristiandad? Ya... como los curas son tan tibios patriotas... ¡Estoy que bufo!

-Lo mejorcito es que los bienes de los conventos suprimidos pasen al dominio de España.

-¿Qué tiene que ver España, ni San España, ni Marizápalos, con esos bienes?

-¿De modo que nuestras granjas de Leganés, de Valmojado...? -preguntó Salmón.

-¡Ya se ve! De esto se ríen todos esos infelices Mínimo, Gilitos y Franciscos que nada tienen. A ellos, ¿qué les importa? Por eso van a hacerle el como la porta bu. Bien, retebién. Y lo mismo hacen los Afligidos, que son la cáfila de majaderos más desaforados que he visto.

-No murmurar, hermano -indicó Castillo.

-Dios me lo perdone -dijo Luceño-, y no lo digo por nada malo, que hay Afligidos de todas clases. ¿Pero creen vuestras mercedes que se llevará a cabo esto de las tercera partes?

-Yo creo que va a ser dificilillo.

-Pues yo temo que lo llevarán adelante -afirmó Luceño-; que esta mañana me ha dicho en confianza un regidor que va a Chamartín, que ya tienen hecho su plan, y que dentro de pocos días comenzará el restar y dividir, para dar principio a la demolición de los conventos.

-¡La demolición!

-Sí: que todas estas casas las destinan a oficinas del Estado, y la primera que va a caer hecha pedazos es este monasterio de la Merced en que ahora estamos.

-¡Cómo, la Merced! ¡Se atreverán a ello! -exclamó Ximénez de Azofra, dándose un golpe en el brazo de la silla-. ¡Cómo! ¿Se atreverán a derribar esta casa que lo fue del gran Tirso de Molina? ¿Y la gran devoción que inspira la Virgen de los Remedios que está en una de nuestras capillas? ¿Pues y el sepulcro de los nietos de Hernán-Cortés? No, no puede ser. Derriben en buen hora otras casas de religiosos, pero no esta por tantos títulos, además de su antigüedad, venerable.

-Y también está amenazada la Trinidad Calzada -apuntó Luceño-, si no de que la derriben, al menos de que la vacíen.

-Eso no puede ser -declaró Vargas-, que más glorias encierra mi casa que todos los demás claustros de Madrid reunidos. Díganlosi no el beato Simón de Rojas y el padre Hortensio de Paravicino, autor del libro De locis theologicis.

-Autor de las Oraciones evangélicas, de la Historia de Felipe III y de la España probada, querrá decir Vuestra Paternidad -indicó Castillo con malicia-; que el libro De locis theologicis, hasta los chicos de las calles saben que es de Melchor Cano.

-Tiene razón Castillo: me equivoqué. Pero sea lo que quiera, también tiene mi convento la honra de haber rescatado, mediante los padres Bella y Gil, al inmortal Cervantes, autor del Quijote, Sr. Castillo, pues yo también entiendo algo de autores. En caso de desalojar conventos para oficinas, ahí está Santo Tomás, donde caben todas.

-¡Cómo es eso! ¡Santo Tomás! ¡Desalojar a Santo Tomás, el más ilustre de los conventos de Madrid! -exclamó impetuosamente el dominico-. ¿Y qué sería de este pueblo si te quitaran el espectáculo de las procesiones que de allí salen con motivo de las funciones del Santo Oficio? A fe que hartas casas hay en Madrid, si quieren hacer plazuelas, como dicen, aunque más vale que no se toque a ninguna, porque setenta y dos conventos para una población de 160.000 almas, me parece que no es mucho. Las casas de religiosos apenas ocupan un poco más de la mitad del perímetro de esta gran villa, lo cual no es nada desmedido, y de todas las casas que se alzan en ella, sólo cuatro quintas partes pertenecen a conventos, memorias pías, capellanías y otras fundaciones.

-Y dígame, Luceño -preguntó Ximénez-, ¿van dominicos a la reunión que convoca el corregidor?

-Creo que no. Según he oído, sólo se prestan a ir a Chamartín el prepósito de San Cayetano, el abad de Montserrat, dos Agonizantes, un par de Franciscos, un rector de Niñas de la Paz y un Afligido.

-Pues estos sacarán tajada, no lo duden vuestras mercedes. Sobre nosotros lloverán los decretos y las terceras partes.

-Mi opinión es -dijo Salmón-, que pues cuesta bien poco ir de aquí a Chamartín, nada se pierde con que vayan un par de padres, y yo me brindo a ello, que bueno es estar bien con todos, y el orgullo es pecado, y quien al cielo escupe en la cara le cae.

-No en mis días: de esta casa no irá nadie -aseguró Ximénez de Azofra-, y en cuanto a este joven, nada podemos hacer. Indigno sería pedir favores a quien nos trata mal, amenazándonos con terciarnos y partirnos como si fuéramos aranzadas de tierra. Conque busque usted quien le proporcione la carta de seguridad para salir de Madrid.

-Dificilillo es -afirmó Luceño-, pues entiendo que se miran mucho para dar las tales cartas, y sin ellas no es posible dar un paso de puertas afuera.

-Sin embargo -dijo el discreto Castillo-, hay multitud de personas que por estar en bien con los franceses, pueden socorrer a este joven. ¿No conoce Vd. ninguna persona de alta posición y de influencia?

-Sí, ya me ocurrió acudir a la señora condesa -indicó Salmón-, y confío en que su generosidad sacará a este joven del mal empeño en que se ve. El señor marqués se ha afrancesado y dicen que va a entrar en la alta servidumbre del rey José.

-El Sr. D. Felipe bebe los vientos porque cualquier Gobierno se acuerde de él -dijo Castillo-. Algo debe de haber de cierto en eso, pues hace tres días, después de haberse presentado a Belliard, fuese al Pardo, donde se ha instalado con su hija. Ayer creo que debió llegar a dicho real sitio el rey José. A pesar del influjo que en la botellesca corte tiene el señor marqués, yo no me fiaría de él para ningún delicado asunto. De más eficacia me parece en el caso presente el señor duque de Arión, pariente de esta familia y que goza de gran poder en el cuartel general.

-¡Admirable idea! Veremos al señor duque.

-No ha llegado aún a Madrid, y como no sea exponiéndose a los peligros de un viaje a Chamartín, este joven no podría verle.

-Lo mejor -añadió Salmón-, es que veamos hoy mismo a la señora condesa. ¿Va hoy allá la Paternidad del Sr. Castillo?

-Dentro de un rato, pues la señora marquesa me ha mandado llamar hoy con toda premura. Si quiere este joven venir conmigo, le llevaré.

-Oportunísimo -añadió Salmón-. Yo iré también. Pero hijo, si en la calle acertamos a pasar por junto a esos cafres...

-Pues bien -dijo Ximénez-; para quevaya más seguro, yo les presto mi coche, que con sus dos gallardas mulas debe de estar ya en la huerta.

-Muy bien -declaró Salmón batiendo palmas-. Me parece buena idea la del coche; pero para mayor seguridad, te vestiremos de novicio. Venga la carroza prioral y a casa de la condesa.

-Pues entrareme también en ella, y me dejarán de paso en Santo Tomás -añadió Vargas.

-Pues allá voy también -dijo Luceño-, si me dejan en las Descalzas Reales.

Y así acabó la conferencia sin más resultas que las de mi improvisado disfraz de novicio y mi viaje a casa de la condesa, donde me pasó lo que el lector verá a continuación si tiene paciencia para seguir leyendo.