Museos provinciales y museos regionales

Anales de la Sociedad Científica Argentina (1902)
Museos provinciales y museos regionales de Eduardo Alejandro Holmberg

MUSEOS PROVINCIALES Y MUSEOS REGIONALES

Por EDUARDO ALEJANDRO HOLMBERG
Naturalista viajero del Ministerio de Agricultura.

En una vieja casa de la ciudad de Córdoba, invadiendo con colecciones los dos cuerpos de edificio que la constituyen, y ocupando el patio con grandes cañones de aquellos que necesitaban todo un plantel de estancia y toda una población para ser arrastrados, está el Museo Politécnico que fundó el buen P. Lavagna, un viejito italiano de venerable aspecto y aún más venerables intenciones.

Pero las intenciones, rara vez pasaron de él.

Ahí están amontonados los huesos de edades que fueron, gigantes gliptodontes en que las arañas hacen su tela, apolillados los monos traídos de países lejanos, fuera de su centro de gravedad los zancudos, que ya, ya, van á caer rígidos sobre las tablas de los estantes en que los antrenos hacen de las suyas, torcidas las aves, tumbados los mamíferos, herrumbrado el arsenal inservible en que hay... ¡Oh gloria! ¡Un par de espuelas del general Paz!

Y ahora que he presentado en líneas generales este museo, paso al del Paraná.

Lo fundó el doctor Pedro Scalabrini, uno de los más distinguidos colaboradores de Bravard y de Burmeister, y sirvieron de plantel además de sus colecciones de paleontología, las zoológicas de Juan B. Ambrosetti, que fué nombrado subdirector.

Ya Scalabrini y Ambrosetti, se han ido del Paraná, el museo está en manos de persona competente, pero á veces, y esta es una de ellas, no basta serlo.

El museo hace una impresión desastrosa, tiene olor de olvido y aspecto de vizcachera. Hay vidrios rotos y han sido reemplazados con papeles de diarios viejos que muestran sus grandes títulos, asomándose por entre los marcos de las ventanas sucias de tierra y de moscas. En una de las salas, la principal, hay un avestruz que recibe siempre cortesmente inclinado, como que encima le ha caido todo un pedazo de papel y tela del cieloraso, que ahí estará hasta que el avestruz concluya de caerse ó hasta que alguien se lleve el museo.

Con el de Corrientes sucede algo parecido.

También lo fundó Scalabrini, también vive abandonado á pesar de la buena voluntad y las tareas que se toma el joven que está provisoriamente á su frente, también tiene aspecto de ser un amontonamiento de cosas muertas.

La primera sala, de fósiles, está hecha con los pedacitos sobrantes del museo del Paraná. No hay nada que pueda dar idea al público en general, de las faunas que aquellos huesos representan. Está todo amontonado, los armarios le dan aspecto de colección perteneciente á un niño aficionado que hubiera reunido todo aquello; el público no ve, y después, cuando pasa á la otra sala, se encuentra con moluscos puestos de mayor á menor, bien acomadaditos, bajo vidrieras, también en armarios de niño, y las aves sobre una mesa, frente á la ventana, por donde entra á remolinos la tierra de la plaza y la tierra que callejea...

Yo vi una sala de este museo, hace algunos años, repleta de labores hechas por las niñas de la escuela, y á pesar de hacer años, aun no he podido explicarme por qué eran considerados como piezas de museo ni qué hacían allí.

Aún hay más. En los corredores del patio, cuelgan pieles de lampalaguas y de yacarés, todas carcomidas y en pedazos, amenazando caer definitivamente al suelo.

En el centro del patio, entre los yuyos que lo invaden, hay algunos instrumentos meteorológicos, que con las columnas de mercurio rotas y las agujas torcidas, se están preguntando para qué sirven.

Y ahora me pregunto yo, en vista de que las tres instituciones víctimas de un pecado común están en iguales condiciones de olvido; ¿por qué existen? ¿Para qué, si no responden á necesidad alguna?

Varias veces he visitado estos museos en épocas distintas, y siempre los he hallado silenciosos, sin visitantes, sin luz. En los tres he preguntado: ¿Quién viene? y en los tres me han contestado: Nadie; esto está olvidado.

Los norteamericanos dan un consejo muy práctico. No trates nunca de represent ir más de que lo que eres.

Fundados los museos más por la necesidad de tener iniciativas y hacer algo muy importante, que por las otras razones, los gobernantes hallaron en su obra un título digno de honrosa mención, como que á nadie puede decirsele, usted ha hecho mal en darnos un museo. Pero ahora, en vista de los resultados obtenidos, yo pregunto. Y ¿qué provecho se ha sacado? ¿Que ha aprendido el pueblo? Nada! Porque se ha principiado por falsear el carácter que debió dárseles. Sin otros modelos que los museos de Europa, el lujoso de La Plata ó el de Buenos Aires, han querido hacer otro tanto, fundando museos de Historia Natural sistemática, cuando debieron hacerse museos de aplicación.

No es con el conocimiento de las algas marinas ó de moluscos de mar ó de piedras de regiones lejanas, que va el habitante de Corrientes ó Entre Rios á sacar más provecho de su museo, que si tuviera por delante, bien representada, una serie de especies de plantas ó de animales, que algo le dijeran de lo que es su tierra.

Debe empezar, por conocer su país y es precisamente allí en los estantes, donde debe ver, todo lo que no puede alcanzar en el te rreno mismo. El hombre rico puede tener grandes obras ilustradas profusamente, obras siempre caras ó las colecciones que le interesen, el hombre pobre, no tiene más que el museo. Y es allí, en los estantes, donde un director de buen criterio le muestra todo lo que la tierra que habita puede darle, donde va á ver gusanos, mariposas, capullos de seda, tejidos, etc., donde va á conocer los animales que pueden serle útil y que debe conservar ó aquellos que persiguen su sembrado y que debe destruir.

Yo entiendo así, la existencia de los nuevos museos provinciales, porque es la única manera, hoy por hoy, en que tienen razón de existir.

Está bueno que una ciudad de un millón casi de habitantes como es Buenos Aires y en la que hay ya un núcleo de especialistas que se dedican á diversos ramos de la Botánica, Zoología, etc., haya un museo de Historia Natural sistemática, pero me parece innecesario que en Córdoba haya otro, precisamente allí, donde está el mejor herbario que posee la República, conservado por el doctor Kurtz, hermosas colecciones minerales clasificadas y conservadas por el profesor Bodenbender y una colección de aves y mamíferos, quizá los mejor armados de Sud América, por el preparador F. Schultz. Pero está donde toda la ciudad, todos los viajeros y todos los estudiantes pueden verlo, á pocas cuadras del museo, politécnico que nadie visita. ¿No es esto un exceso, pues?

El Museo del Paraná, olvidado como está, ¿no reportaría mejores ventajas si se le convirtiera en gabinete de Historia Natural de la Escuela Nacional respondiendo así á una necesidad tan sentida por los alumnos y profesores? Me consta que el profesor de la materia, Benicio López, es persona notablemente preparada.

Y el Museo de Corrientes?

Porqué no se hace una pila con todo lo roto y lo incompleto y se le prende fuego? Por qué no se devuelven á las escuelas las labores de las señoritas y con lo que hoy se invierte ó algo más se forma de una vez un verdadero museo provincial y no un museo de morondanga como el que hasta hoy está costando buen dinero á la provincia?

No es todo esto, vano palabreo.

Yo quisiera que se me contestara á esta sola pregunta: En los años que ya llevan de fundados, ¿hay una sóla persona (¡una tan sólo!) que haya hecho una sóla consulta (¡una tan sólo!) en los estantes cargados de piezas?—¡Ni una! Quisiera que alguien me digera muchas para poderle preguntar entonces, cuánto han costado ya esas consultas. Y no se hacen consultas, porque no son ni colecciones ni nada.

Cuánto mejor sería, etc.

En el estado en que están, pues, esos museos, lejos de dar una idea elevada de los pueblos que los sostienen, provocan juicios erróneos y hacen daño.