Tradiciones peruanas - Octava serie
Mujer-hombre

de Ricardo Palma


No fue en América doña Catalina de Erauzo, bautizada en la historia colonial con el sobrenombre de la monja alférez, la única hija de Eva ni la sola monja que cambiara las faldas de su sexo por el traje y costumbres varoniles.

En 25 de octubre de 1803 se comunicó de Cochabamba a la Real Audiencia de Lima el descubrimiento de que un caballero, conocido en Buenos Aires y en Potosí con el nombre de don Antonio Ita, no era tal varón con derecho de varonía, si no doña María Leocadia Álvarez, monja clarisa del monasterio de la villa de Agreda, en España.

Del proceso que en extracto se encuentra en la sección Papeles Varios de la Biblioteca de Lima, tomo 613, resulta que el obispo de Buenos Aires don Manuel Azamor tuvo entre sus familiares al joven don Antonio Ita; y que en vísperas ya de conferirle órdenes sacerdotales, escapó el aspirante con destino a Potosí, donde el Intendente gobernador don Francisco de Paula Sanz le concedió un modesto empleo.

Intimose Ita con Martina Bilbao, mestiza de vida pecaminosa, la que dio con sus frecuentes escándalos motivo para que la autoridad la encerrase en el monasterio de Santa Mónica. Don Antonio iba semanalmente a visitarla al locutorio y la obsequiaba seis pesos para que atendiese a su cómoda subsistencia.

Pasados algunos meses de reclusión y como único expediente para que ésta cesase, la propuso el galán matrimonio, revelándola su verdadero sexo y recomendándola, por supuesto, gran reserva. Martinica vio el cielo abierto con la propuesta; la aceptó gustosísima, y el capellán del monasterio bendijo el casamiento, al que sirvió de padrino nada menos que el Intendente.

Con la protección de éste, algunos comerciantes habilitaron al mancebo con mercaderías por valor de más de dos mil pesos; pero a poco hizo quiebra, y huyendo de los acreedores, se fue con su mujer a Chuquisaca, donde consiguió ocupación lucrativa en las montañas de Moxos. Allí no desdeñó trabajo por rudo que fuese, y compitió con los hombres más robustos y animosos de espíritu. Tratándose de enlazar toros bravas o de darse de garrotazos y trompadas con cualquierita, no se hizo nunca atrás.

Después de cinco años de fingido y pacífico connubio, y adquiridos con su trabajo y privaciones algunos realejos, decidieron Ita y su mujer dejar las montañas y establecerse en Cochabamba, decisión que llevaron a cabo.

Ya en Cochabamba se le proporcionó a Martina un marido a la de veras, y ella, olvidando todos los beneficios de que era deudora al varón de mentirijillas, fue con la denuncia al teniente general don Ramón García Pizarro.

Ita logró en los primeros instantes asilarse en el convento de la Merced; pero impuesto el comendador de la causa que originaba la persecución, lo entregó al poder civil, el que nombró un médico cirujano y dos comadronas para que practicasen profesional reconocimiento del sexo.

Convencido don Antonio Ita de que nunca había sido varón, terminó por espontanearse declarando su verdadero nombre de María Leocadia Álvarez y su condición de monja escapada, no por amoríos carnales, sino por espíritu aventurero, como doña Catalina de Erauzo.

El proceso terminó con sentencia en virtud de la cual pasó a Lima la monjita, y bajo partida de registro fue en 1804 restituida a su convento de España.

En cuanto a la ingrata y pérfida Martina Bilbao, el nuevo marido a pocos meses de matrimonio le dio el pago digno de su villanía.

La mató de una paliza.

Me parece que no se afligirán ustedes por la difunta ni yo tampoco.