Doña María de Padilla,
no os me mostredes triste, no
que si me casé dos veces
hícelo por vuestro amor,
y por hacer menosprecio
a doña Blanca de Borbón.
Envió luego a Sidonia
que me labren un pendón,
será de color de sangre,
de lágrimas su labor;
tal pendón, doña María,
se hace por vuestro amor.
Fue a llamar a Alonso Ortiz,
que es un honrado varón,
para que fuese a Medina
a dar fin a la labor.
Respondiera Alonso Ortiz:
-Eso, señor, no haré yo,
que quien mata a su señora
es aleve a su señor.
El rey no le dijo nada,
en su cámara se entró
enviara dos maceros,
los cuales él escogió.
Estos fueron a la reina,
halláronla en oración.
La reina como los vido
casi muerta se calló,
mas después en sí tornada,
con esfuerzo les habló:
-Ya sé a qué venis, amigos,
que mi alma lo sintió;
y pues lo que está ordenado
no se puede excusar, no.
Di, Castilla, ¿qué te hice?
No por cierto, no traición.
¡Oh Francia mi dulce tierra!
¡Oh mi casa de Borbón!
Hoy cumplo dieciéis años
en los cuales muero yo;
el rey no me ha conocido,
con las vírgenes me voy.
Doña María de Padilla,
esto te perdono yo;
por quitarte de cuidado
lo hace el rey mi señor.
Los maceros le dan priesa,
ella pide confesión:
perdónalos a ellos,
y puesta en contemplación
danle golpes con las mazas:
así la triste murió.