Motivos de Proteo: 150


CXLIX - El primer instrumento de la regeneración es la esperanza de alcanzarla. editar

El primer instrumento de la regeneración es la esperanza de alcanzarla. Todo propósito y plan de educar, de reformar, de convertir, y aún diré más: toda persona que lo tome a su cargo, han de empezar por ser capaces de sugerir la fe en ellos mismos, y obrar, mediante esta fe, en las almas donde ponen su blanco. Es la operación, preliminar e imprescindible, del forjador que calienta el duro metal para hacerlo tratable. Y desde luego, sólo será eficaz y rendidora aquella educación que acierte a infundir en el espíritu a quien se aplica, como antecedente del esfuerzo que reclama de él, la persuasión de que el rasgo fundamental, la diferencia específica, de la criatura humana, es el poder de transformarse y renovarse, superando, por los avisos de su inteligencia y las reacciones de su voluntad, las fuerzas que conspiren a retenerla en un estado interior, sea éste el sufrimiento, la culpa, la ignorancia, la esclavitud o el miedo.

Menguado antecedente de una empresa de reforma moral, será siempre el de propender a humillar la idea que el sujeto tiene de sí y mostrarle, a su conciencia acongojada, indigno del triunfo. El maestro y el curador de almas que a esto tienden, ya por inhabilidad en que no obra la intención, ya por torcida táctica, destruyen en el alma del discípulo, el pecador o el catecúmeno, el fundamento de su autoridad, que sólo vive de la fe que sugiere; y acaso, por una opuesta sugestión, confirman y vuelven perdurables los males que hallaron tiernos todavía y las resistencias que no supieron vencer, con arte de amor, en sus comienzos. Porque si realmente puede haber una parte muerta e incapaz de reanimación en un alma viva, será aquella parte en que radique la desesperanza, estigma comparable al diabólico, que disecaba como cosa sin vida, para siempre, la carne donde se asentaba su impresión en el elegido del Mal.

No es, esta que te encarezco, la ciega confianza que consiste en suponer el triunfo, inmediato; llano su camino; rasa la tabla de las disposiciones heredadas; despreciables las potencias enemigas que de todas partes nos asedian; sin valor real la tentación; sin fuerza con que prevalecer, las reacciones posibles... Es aquel otro linaje de confianza que muestra el triunfo al final del esfuerzo pertinaz y costoso; y que enaltece el poder de la aptitud virtualmente contenida en nuestra naturaleza para llevar adelante ese esfuerzo; y que obliga a la voluntad, y la asegura, con lo imperativo del deber de intentarlo. Cualquiera otra fe, cualquier otro optimismo, es vanidad funesta, y como la desconfianza pesimista con quien se identifica a fuer de posiciones absolutas, incide en perezoso fatalismo.

Hay dos voces en el engaño tentador: la que nos insinúa al oído: «Todo es fácil»; la contrapuesta, que nos dice: «Todo es en vano». Sólo que el exceso de confianza puede llevar algunas veces a término; puede arrebatarnos, en un vuelo, a la cumbre; porque aun cuando la esperanza se vuelve loca, es capaz de cosas grandes, y la locura de la esperanza suele ser la fuerza que obra en el milagro y el prodigio; mientras que por el camino de la duda mortal no es posible llegar más que a la realidad de la decepción que ella anticipa y de la sombra que ella prefigura. Así, coronando el heroísmo de la voluntad, compitiendo con la misma eficacia de la obra, resplandece, para la ciencia del observador, no menos que resplandeció para la fe del creyente, la virtud de la esperanza viva.