Motivos de Proteo: 103

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CII - La influencia del techo. De cómo un principio director influye en todo lo del alma, sin necesidad de quedar solitario y único.

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Dicen de San Pedro de Alcántara que, por el hábito humilde de llevar siempre puestos en el suelo los ojos, no supo nunca cómo era el techo de su celda. Imaginemos que pueda suceder otro tanto al escritor a quien la continuidad de fijar la vista en el papel desacostumbra de mirar a lo alto de su estancia; o bien al hombre apesadumbrado, al reflexivo, al encorvado por enfermedad o vejez. Pues a pesar de este desconocimiento del techo bajo el cual pasan la vida, en cuanto ven y perciben a su alrededor hay una modificación que procede virtualmente del techo. Porque él domina, de todas veras, en la estancia; y no se reduce a ser en ella límite y abrigo, ni a completar y presidir la apariencia, sino que, a modo de genio tutelar, asiste en el ambiente y las cosas. Por su color y pulimento, el techo influye en el grado de la luz. Según la especie de su composición, refuerza o atempera el calor. Por su forma y altura, rige en el modo como se propagan los sonidos. La reverberación de ese espejo, el matiz de esa tapicería, el tono de ese bronce, algo, de intensidad o atenuación, le deben. Ejércese su imperio sobre el eco que levanta la voz y sobre el rumor que hacen los pasos: todo esta en relación de dependencia con él.

Así, una soberana idea, una avasalladora pasión, que ganan la cúspide de nuestra alma, influyen, en nuestros pensamientos y obras, mucho más allá de su directo y aparente dominio; y si bien no alcanzan nunca a sojuzgar del todo las discordancias y contradicciones que nos son connaturales, participan a menudo en lo que parece más ajeno y remoto de sus fines. Y aunque tal idea o pasión permanezcan, como suelen, fuera de la luz de la conciencia, y tú no sepas cuál es la fuerza ideal que tiene mayor poder sobre ti -nuevo Pedro de Alcántara que desconozcas el techo de tu celda-; o aunque sabiéndolo, apartes de esa fuerza el pensamiento, y porque la olvidas imagines que la alejas, ella, mientras no sea arrancada de raíz, influirá constantemente en tu alma; ella dominará tu vida espiritual, hasta el punto de que no se dará dentro de ti cosa relativamente duradera que no lleve, en algo, su reflejo.

Por esta razón, no es menester que una suprema finalidad a que consagramos nuestra vida, ahuyente, celosa, de su lado, a las otras que quieran compartir con ella, en menor parte, nuestro amor e interés. Déjelas vivir; y secreta y delicadamente, las gobernará y aplicará a su antojo; y lejos de tener en ellas rivales, tendrá amigas y siervas. Tal vimos que pasaba en el espíritu de Idomeneo, que, concediendo su atención a las cosas del camino, en todo lo que sentía y admiraba ponía un recuerdo del móvil superior que le llevaba sin premura a su término.