Motivos de Proteo: 004

II
Motivos de Proteo de José Enrique Rodó
III
IV


III - Orden y medida en el cambio. La curva. editar

Mientras nos sea posible mantener en la sucesiva realización de nuestra personalidad el ritmo sosegado y constante de las transformaciones del tiempo, rigiéndolas y orientándolas, pero sin quitarles la condición esencial de su medida, impórtanos quedar fieles a ese ritmo sagrado. La antigüedad imaginó hijas de la Justicia a las Horas: mito de sentido profundo. Una vida idealmente armoniosa sería tal que cada día de los que la compusieran significase, mediante los concertados impulsos del tiempo y de la voluntad, a él adaptada, un paso hacia adelante; un cierto desasimiento más respecto de las cosas que atrás quedan, y una cierta vinculación correlativa, con otras que a su vez preparasen aquellas que están por venir; una leve y atinada inflexión que concurriera a determinar el sesgo total de la existencia. Si los embates del mundo, y los mil gérmenes de desigualdad de todo carácter personal, no dificultasen el sostenimiento de ese orden, bastaría tomar nuestra vida en dos instantes cualesquiera de su desenvolvimiento, para de la relación de entrambos levantarse a la armónica arquitectura del conjunto: como por la subordinación de proporciones que faculta a reconstituir, con sólo el hallazgo de un diente, el organismo extinguido; o como por el módulo, que, dado el espesor de una columna, permite averiguar, en las construcciones de los artífices antiguos, la euritmia completa de la fábrica.

El tonificante placer que trae el adecuado cumplimiento de nuestra actividad espiritual, se origina de la rítmica circulación de nuestros sentimientos e ideas; no de otro modo que como el placer de la bien trabada danza, en la que puede señalarse la más exacta imagen de una vida armoniosa, tiene su principio en el ritmo de las sensaciones musculares. Danza, en la alteza griega del concepto, es la vida, o si se quiere: la idea de la vida; danza a cuya hermosura contribuyen, con su música el pensamiento, con su gimnástica la acción. Cantando el poeta del Wallenstein el hechizo de la activa escultura humana, pregunta a quien con ágil cuerpo sigue las sonoras cadencias: -«¿Por qué lo que así respetas en el juego lo desconoces en la acción: por qué desconoces la medida?»

Gracia y facilidad de hacer, son una misma cosa; los caracteres del movimiento bello son, al propio tiempo, elementos de economía dinámica. En lo físico como en lo moral, economizamos nuestras fuerzas por la elegancia, por el orden, por la proporción. Pasar de una a otra idea, de uno a otro sentimiento, como a favor de un blando declive, en gradación morosa y deleitable; relacionar entre sí las sucesivas tendencias de nuestra voluntad, de manera que no determinen direcciones independientes e inconexas, en que la acción acabe bruscamente al final de cada una, para renacer, por nuevo arranque y esfuerzo, con la otra; sino que todas ellas se eslabonen en un único y persistente movimiento, modificado sólo en cuanto a su dirección, como por un impulso lateral que le comunicara de continuo la inflexión necesaria: tal podrían definirse las condiciones de que dependen la facilidad y gracia de nuestra actividad. Así, quien sin cálculo ni ensayo se lanza de súbito a una empresa ignorada, padece desconcierto y fatiga; mientras que el esfuerzo es fácil y grato en el que con sabia previsión lo espera y por ejercicios preparatorios se apercibe a él. Para quien ha de abandonar de improviso una situación de alma en que gozó dicha y amor, la ruptura es causa de acerbo desconsuelo; en tanto que aquel otro que se aleja de ideas o afecciones que tuvo, por pasos lentos y graduados, como quien asiste, desde el barco que parte, al espectáculo de la orilla, los ve desvanecerse en el horizonte del tiempo sólo con tranquila tristeza, y aun quizá con delectación melancólica.

El esquema de una vida que se manifiesta en actividad bien ordenada sería una curva de suave y graciosa ondulación. Varia es la curva en su movimiento; la severa recta, siempre igual a sí misma, tiende del modo más rápido a su fin; pero sólo por la transición, más o menos violenta, de los ángulos, podrá la recta enlazarse a su término con otra, que nazca de un impulso en nuevo y divergente sentido; mientras que, en la curva, unidad y diversidad se reúnen; porque, cambiando constantemente de dirección, cada dirección que toma está indicada de antemano por la que la precede.