Morir vos queredes, padre
sant Miguel vos haya el alma;
mandástedes vuestras tierras
á quien bien se os antojara.
Diste á don Sancho á Castilla,
Castilla la bien nombrada;
á don Alonso á León
y á don García á Vizcaya.
Á mí, porque soy mujer,
dejáisme desheredada.
Irme he yo por estas tierras
como una mujer errada,
de lo que ganar pudiere
haré bien por vuestra alma.—
Allí preguntara el Rey:
—¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el Arzobispo:
—Vuestra hija doña Urraca.
—Calledes, hija, calledes,
no digades tal palabra,
que mujer que tal decía
meresce de ser quemada.
Allá en Castilla la Vieja
un rincón se me olvidaba,
Zamora había por nombre,
Zamora la bien cercada;
de una parte la cerca el Duero,
de otra, Peña tajada,
del otro la Morería;
¡Una cosa es muy preciada!
¡Quien os lo tomare, hija,
la mi maldición le caiga!
Todos dicen amen, amen,
sino don Sancho, que calla.