Montevideo
de Octavio Velasco del Real
Publicado en el libro Viaje por la América del Sur, Barcelona, 1892.
... digamos ya qué es lo que es Montevideo.

Montevideo es, pues, una de las ciudades mejor situadas del mundo, y las ventajas que sacaría de su admirable situación geográfica serían muchas más si tuviera mejor puerto, o si, más sencillamente, tuviese un buen puerto. Porque, por más que el Río de la Plata sea un río perfectamente seguro, como quieren decir muchos, la verdad es que la tal seguridad no reza cuando sopla el pampero. Y que sopla, no tiene duda. Por una parte, pues, falta abrigo contra el pampero, y, por otra, la profundidad de la bahía de Montevideo no pasa de 5 metros donde más. Dícese que el fondo ha subido 5 pies en los últimos 70 años. La cosa se arregla, sin embargo, de una manera bastante cómoda, y es que cuando sopla el pampero, cesa el tráfico, por ser imposible toda comunicación entre la costa y los buques anclados en el paso del Cerro, que es uno de los más peligrosos lugares del mundo.

La carga y descarga se efectúan por medio de barcazas y remolcadores, con lo cual podrá suponerse si saldrá carita la operación. Dase a veces el caso de que el coste del desembarque de mercancías en el puerto de Montevideo sea igual al precio de transporte de las mismas desde Liverpool, Hamburgo o el Havre a la capital uruguaya.

Una calle de Montevideo c. 1890

Por supuesto que no faltan proyectos de puerto; pero todos cojean del mismo pie, esto es, que el coste resulta enorme y que, como es natural, se trata de expropiación de terrenos: cuestión muy peliaguda por la facilidad con que puede dar lugar a agios y especulaciones. De ahí que el puerto no se construya con grave detrimento de los uruguayos y de las naciones importadoras.

El desembarco en Montevideo no es cosa muy fácil ni muy cómoda, ya que no sea peligrosa. Los trasatlánticos, en efecto, anclan a tres kilómetros, lo que menos, de la costa. Cumplidas las formalidades de presentación de patentes, manifiestos, etc., el pasajero pasa a bordo de los vaporcitos que llevan al desembarcadero, deslizándose por en medio del sinnúmero de buques fondeados en los pasos.

La ciudad ofrece, vista desde el mar, un aspecto magnifico, grandioso. A la izquierda, y formando el promontorio occidental de la bahía, yérguese el Montevideo, o sea el cerro de forma cónica que ha dado su nombre a la capital. Su elevación no es mucha, pues no excede de 137 metros sobre el nivel del mar, y en su cumbre se levanta un fuerte, que hace también las veces de vigía marítimo, de faro y de observatorio. Fue construido este castillo por el virrey Elío en 1808, después de la capitulación de los ingleses.

Al pie del cerro extiéndese la bahía, sembrada de embarcaciones de poco calado, y adelántase de su base el promontorio, que se ha comparado a una concha de tortuga, en que está emplazado el caserío antiguo.

A la derecha, vense los vastos docks de la Aduana, las torres de la catedral y las cúpulas y campanarios de las iglesias, cuyas siluetas, esbeltas y graciosas, prestan a Montevideo el aspecto de una ciudad del Oriente. La población se va elevando en forma de anfiteatro, hasta una altura de cien metros, dando perfecta idea de su real magnificencia.

En espera de un desembarcadero digno de la importancia de tan opulento emporio, hay que contentarse con un muelle hecho de estacas y tablones, al que se sube por una escalera mezquina, y, ya arriba, encuéntrase el viajero con una compañía de faquines o mozos de cordel (changadores) en espera de faena. Todo se hace con el mayor orden y sin confusión, y hasta con una formalidad y buenos modales que ya quisiéramos ver en ciertos puertos de la península. Desgraciadamente, los precios no tienen nada que envidiar a los de otras partes. Este desembarcadero está situado a la derecha, al extremo de los docks de la Aduana.

El puerto de Montevideo es uno de los más concurridos del mundo, y, gracias a la iniciativa privada, cuenta con algunos varaderos de inmejorables condiciones. El de Cibils, al pie del Cerro (construido en 1874 1878), es de granito, mide 150 metros de longitud por 27 de anchura, y puede recibir buques de 8 metros de calado. Para mayor seguridad contra los sudestes hay afuera un dique construido con bloques, también de granito, que mide 127 de longitud por 11 de anchura. Las máquinas son inmejorables, y es, sin duda, la mejor dársena de toda la América del Sur.

En estos últimos años el término medio del movimiento del puerto ha sido de 765 vapores y 592 veleros procedentes de puertos del Exterior, y 2,090 veleros y 1,450 vapores dedicados al cabotaje. El mayor número de vapores corresponde a Inglaterra, siguiendo luego Francia, Alemania, Italia, Brasil, Escandinavia, la Argentina, el Uruguay y Holanda. El mayor número de veleros corresponde a Escandinavia, siguiendo luego, por orden decreciente, Inglaterra, Italia, España, Alemania, Austria-Hungría, Dinamarca, América del Norte, Holanda, Brasil, Rusia, Portugal y la Argentina. Obsérvese que no entró ningún vapor de los Estados Unidos.

El clima de Montevideo es bastante agradable, pues ni en invierno baja casi nunca el termómetro a cero, ni en verano suele exceder de 20°. Con todo, en invierno (de julio a enero) hay días en que se deja sentir un frío bastante vivo, habiendo necesidad de apelar a la capa madrileña. Dicen los hijos del país que el clima ha cambiado algo, siendo más frío que antes, y de ahí que en algunas casas se construyan chimeneas, cosa desconocida en otro tiempo.

Sea como fuere, el emplazamiento de Montevideo sobre un suelo de granito y en una península, hace que la ventilación sea perfectamente completa y que no se acumulen detritus en el subsuelo, encargándose de barrerlos la lluvia, que cae con sobrada abundancia (de 70 a 80 días anualmente.)

Desde el primer momento se forma cargo el viajero de que se encuentra en una ciudad riquísima y amiga del lujo, alegre y culta, y con muchas cosas de España. Quiero decir que, en vez de ofrecer las calles la monotonía agrisada de las calles de París, recuerdan mejor el aspecto de las hermosas ciudades peninsulares, tan llenas de color.

La ciudad está trazada en forma de tablero de ajedrez, pero sin que tal disposición produzca cansancio ó aburrimiento, pues como el suelo es onduloso, la perspectiva varía a cada instante. Las calles, anchas y rectas, bajan y suben, y desde las de la parte alta se ven constantemente las aguas del Plata. Todas están surcadas por tranvías, y el movimiento de carruajes es extraordinario y ensordecedor. En cuanto a las líneas telegráficas y telefónicas, no tienen cuento, apareciendo por todas partes enmarañadas redes de hilos, que cruzan las calles o las recorren paralelamente a los rieles.

Las casas son bajas, de techo piar o, bien construidas, distinguiéndose por los vivos colores de las fachadas y la prodigalidad de su decoración, en piedra artificial o estuco. Sin embargo, empiezan ya a construirse casas de dos y tres, y aun de cuatro pisos; pero ésas son excepciones, y el caserío, en general, consta de un solo piso, a la andaluza.

Abierta la puerta de la calle, vese en el fondo del zaguán una verja de hierro forjado, a través de la cual aparece un patio, y a veces dos. Las ventanas, provistas de persianas verdes, están enrejadas, y en las fachadas abundan Las balaustradas de mármol y Las moldaras de estuco sobre fondo de color salmón, lila, rosa o amarillento.

El patio suele estar, por lo común, pavimentado de baldosas de mármol y adornado con flores y arbustos, y los corredores y otros aposentos lucen grandes zócalos revestidos de azulejos de colores. En cuanto a materiales de construcción, empleanse de preferencia el ladrillo y luego el hierro, la madera, el estuco, el mármol, la piedra artificial y los azulejos y mosaicos.

En la parte del NE. se han construido no ha muchos años dos magníficos barrios, debidos a la emprendedora iniciativa de nuestro compatriota el doctor D. Emilio Reus y Bihamonde, cuyo nombre llevan. Algunos critican que se haya empleado en la edificación una arquitectura exótica, pues verdaderamente parecen casas de Bruselas o de Berlín; pero hay que hacerse cargo de que en América no se ha encontrado aun, como tampoco en Europa, ningún estilo nuevo. Resignémonos, pues, a ese arte volapük, que lo mismo se aplica a Berlín que a Madrid, a Barcelona que a Montevideo. En lo que si no cabe regatear aplausos es en la rapidez con que se procedió a la construcción de los dos barrios Rius Dejo aparte los abusos de especulación a que según parece, dieron lugar estos nuevos barrios.

Los principales centros de Montevideo son las tres plazas de la Independencia, la Constitución y engancha.

La plaza de la Independencia es muy vasta, pues mide 221 metros de longitud por 232 de anchara, estando cruzada por una faja empedrada de 8 metros, a cuyos lados hay dispuestos numerosos bancos. La plaza está rodeada por espaciosos pórticos de estilo dórico, si bien no están terminados aúi. Ocupa uno de los lados de este inmenso rectángulo el palacio del Gobierno, edificio de dos pisos, ni muy grande ni muy majestuoso, aunque sí muy típico.

Esta plaza comunica con la de Cagancha por la soberbia y hermosísima calle del 18 de Julio, bulevar espléndido de 26 metros de anchura, sombreado por frondosos plátanos y en cuyas suntuosas tiendas no cabe ostentar mayor riqueza. Dudo que haya en toda la América del Sor una vía tan majestuosa y rica como ésa.

La plaza Cagancha es de menores dimensiones y se honra con una estatua de la Libertad, en bronce, colocada en la cúspide de una esbelta columna de mármol blanco.

Empero, ni La plaza de la Independencia ni la Cagancha admiten comparación con la hermosísima plaza de la Constitución, orgullo de Montevideo y centro de la vida social, política y religiosa de la población. Ocupa uno de sus lados la catedral, edificio de estilo español, cuyas torre» están cubiertas de azulejos. Ocupa otro el Club Uruguayo, soberbio pulido de mármol, reputado como uno de los más lujosos y opulentos casinos de la América del Sur. Consta de dos pisos: el principal ofrece una galería con arcadas sostenidas por columnas, y el segundo adelanta hacia la fachada su magnífico intercolumnio corintio, rematado en suntuosa cornisa. El conjunto de la fachada denota desde luego verdadera riqueza; y cuando por la noche aparecen iluminados sus balcones por resplandecientes baterías de globos de gas y grandes candelabros de igual luz, el Club Uruguayo resulta una de las más hermosas mansiones que se pueda imaginar, viéndose claramente que se trata de un centro verdaderamente poderoso.

Otro lado de la plaza de la Constitución está ocupado por el Cabildo, donde celebra sus sesiones la Representación Nacional. Por fin, el cuarto lado pertenece a la propiedad privada, figurando entre los edificios, de carácter más o menos monumental, un Casino Inglés que, según dicen, es muy cosmopolita.

En medio de la plaza de la Constitución levántase una soberbia fuente de mármol, de muy elegante aspecto y trabajadisima ejecución; digna en un todo de figurar en primer término en tan suntuoso lugar. La plaza está cruzada por caminos en diagonal, orillados de acacias, y sembrada de jardinillos, constituyendo un delicioso salón que en verano sirve de paseo a la buena sociedad de la capital. Esta plaza data ya del tiempo en que fue fundada la ciudad de San Felipe, como se llamó antes.

El gran balneario, fonda y restaurant de Montevideo

Las principales calles, además de la que ya he citado del 18 de Julio, son las del 25 de Mayo, de Sarandi, del Rincón y de las Cámaras, adornadas todas ellas con guirnaldas circulares y arcos transversales de globos de gas, diariamente encendidos. Muchas calles y todos los establecimientos importantes (que no son pocos) están iluminados por la luz eléctrica.

La gente es muy aficionada a pasear, y a puesta de sol llega a hacerse muy difícil el tránsito por las principales calles, cuando las tiendas echan el resto dejando admirar sus iluminados escaparates, atestados de valiosos géneros del extranjero, y más en especial de París y Londres. El viajero queda sorprendido, a la verdad, al encontrarse con tan magníficas joyerías, ebanisterías, sastrerías, quincallerías, tiendas de objetos de escritorio, almacenes de cuadros o de pianos, librerías, etc., cuyos dueños saben exponer sus mercancías con verdadero chic parisiense. Ello es que, como cuestión de esplendidez y buen gusto, no tienen nada que envidiar las tiendas de las citadas calles a la de la rue de la Paix o de los bulevares de París, ni a las celebradas de la calle de Fernando de Barcelona ni a las de la Carrera de San Jerónimo de Madrid. Llégase a asustar uno al ver tanta riqueza en los escaparates de las joyerías, deslumbrantes de pedrería; las joyas yacen colocadas en primorosos estuches ó arregladas con coquetona y provocativa gracia; pero, de todas maneras, el valor de lo expuesto es cuantiosísimo: en otras tiendas llévanse los ojos los articles de París, los chirimbolos japoneses o los productos de la industria alemana o austriaca. Las tiendas de confecciones, lo mismo respecto a trajes que sombreros, lencería, etc., ofrecen igual sello de opulencia, teniendo que convenir el más escéptico en que Montevideo es una ciudad en que hay mucho, muchísimo dinero.

Y es indudable que se vende en grande, pues es costumbre muy arraigada aquí la de los regalos, que suponen, desgraciadamente, la debida correspondencia; de manera que es el cuento de nunca acabar.

Las librerías exponen en primer término novelas francesas, originales o traducidas. Indudablemente, han adquirido aquí derecho de ciudadanía, como en nuestro bienaventurado país, los romanciers más populares, no digo los mejores. Pero no todo son novelas: abundan también las traducciones de obras científicas o históricas. Justo es decir que la literatura española contemporánea tiene aquí muchos aficionados, aunque no sé si se puede decir lo mismo respecto de nuestros clásicos.

La prensa está dignamente representada por una docena de diarios que se da principal importancia a la política local, los negocios y la estadística. En punto a literatura, suele echarse mano de traducciones francesas o de algún artículo español; pero, en cambio, la sección de noticias es abundantísima, y no menos la de anuncios. No faltan tampoco revistas taurinas, escritas con suficiente gracejo.

Las calles se ven animadísimas, abundando las señoras bien vestidas, o, a lo menos, vestidas a la derniére por las mejores modistas de París. Las uruguayas, con poquísimas excepciones, son preciosas; pero además de las orientales de origen hay no pocas mulatas y negras (bianche vestite) que no son de desdeñar. Abundan los ojos habladores, los dientes de marfil, las sonrisas picarescas, a cuyas perfecciones rinden tributo los sietemesinos que, formando doble fila en la calle de Sarandi, en la del 18 de Julio o en la plaza de la Constitución, presencian el desfile de las bellezas de la capital. Eso en cuanto a las beldades pedestres, pues las de orden superior, cargadas de joyas y brillantes, no son menos vistosas cuando cruzan indolentemente reclinadas en sus carretelas tiradas por magníficos troncos europeos o aparecen en sus palcos de Solís o el Politeama.

Esos dos teatros son muy chouettes, como diría un parisiense, costando cuatro pesos la butaca. Solís, capaz para 2,000 personas, es un coliseo lindísimo, muy elegante y de bien proporcionadas lineas por fuera, y muy cómodo por dentro, aunque el decorado no sea muy lujoso. A estilo de los teatros americanos, tiene una cazuela destinada únicamente a las señoras. En el Politeama, menos bonito, suelen trabajar las compañías de verso, españolas o extranjeras.

Hay además los teatros de San Felipe y Cibils, menos aristocráticos, y en los cuales suelen actuar compañías de zarzuela. Las compañías, asi de ópera como de declamación o de zarzuela, son siempre transitorias, abriendo abonos por corto número de funciones; pues, a lo que se ve, no podrían arraigarse aquí compañías de temporada.

En invierno, las noches se pasan bastante aburridamente, pues non est ad omnibus adhire Solisum... aut Politeamam. Así es que la gente se divierte a su manera paseando por las mejores calles, admirando los escaparates y retirándose cada mochuelo a su olivo al dar las diez.

Aunque no en gran número, existen en Montevideo muy notables monumentos públicos, debiendo añadirse a los que ya he citado el Palacio Municipal, admirable edificio neogótico, que hace honor al que lo proyectó. Es todo él de piedra artificial blanca, imitando a mármol, y produce inmejorable efecto. Góticos asimismo, o Renacimiento, son algunos de los principales Bancos. El Hotel Victoria, contiguo a la bahía, es un magnifico edificio bien dibujado y proporcionado, constando de tres pisos y sotabanco, estilo Luis XV. El Palacio de Correos y Telégrafos, construido ad hoc, se distingue por su comodidad y elegancia. El Hospital de la Caridad es inmenso, aunque sin ninguna pretensión arquitectónica. Este hospital se sostiene, y enriquece, con el producto de una lotería cuyos billetes divididos en quintos se vocean en Montevideo inintermitentemente, quiero decir de la mañana a la noche, y de la noche a la mañana, constituyendo usa verdadera pesadilla. La Bolsa es también un palacio digno de una gran capital.

El Cementerio Central constituye una de las great attractions de la capital uruguaya, pasando por ser el mas lujoso de toda la América del Sur. La verdad es que, si bien de menores dimensiones, se parece mucho al Cementerio Antiguo de Barcelona, sólo que hay mucha más vegetación.

Otra cosa en que Montevideo se parece a Barcelona es en tener un San Gervasio o Puchet, esto es, el Paso del Molino, distante tres cuartos de hora de la ciudad siguiendo por la bien cuidada carretera que bordea la bahía. El barrio está formado por hermosas quintas rodeadas de jardines, en las que veranean los príncipes del comercio uruguayo. Y lo mismo que se ve en San Gervasio, Sarriá, Vallcarca, etc., nótase en Paso del Molino, esto es, la fraternal compañía en que alternan el estilo pompeyano con el gótico, el renacimiento con el morisco, el alemán con el chino.

A cosa de un cuarto de legua de este barrio de millonarios hay el hermoso parque del Prado, atravesado por un río orillado de álamos y sauces. Sirve de avenida al Prado, desde Paso del Molino, un paseo de cuatro hileras de eucaliptos. El parque, en el que la vegetación adquiere un desenvolvimiento esplendidísimo, está adornado de fuentes rústicas, grutas, estatuas, surtidores, estanques y cuanto puede contribuir a amenizar un lugar destinado al público esparcimiento. Por desgracia, el Prado suele estar casi constantemente desierto, a causa de la distancia que le separa de la capital. Montevideo alcanza la plenitud de su animación en verano, cuando llega la época de los baños: entonces acuden a la capital uruguaya bañistas de todo el país, y no pocos de la misma República Argentina.

La gente se baña en las playas de Pocitos y Ramírez, a las que se va en tranvía, y en las cuales hay instaladas infinidad de casetas, además de algunos restaurants y cafés. Entonces es cuando se celebran las carreras de caballos de Maronas, frecuentadas por un público cuya elegancia y buenas maneras dejarla asombrado al que no supiese ya cuán fina y culta es la buena sociedad de Montevideo, absolutamente nada inferior a los más aristocráticos mondes de la Vieja Europa. Es un deber de justicia reconocer que, a pesar de ser Montevideo un centro eminentemente comercial, donde se presta, ante todo, culto al negocio, las clases ricas han sabido conservar la antigua distinción española, sin caer en las groserías del yankismo.

Esta elegancia de maneras, juntamente con la belleza de las uruguayas, hace de Montevideo una de las más agradables ciudades que pueda visitar un europeo, que ve, a orillas del Plata, reproducida la finura exquisita de las margenes del Sena o del Manzanares.

Por lo que yo he podido colegir, a pesar de haberse emancipado de España los uruguayos, han conservado muchas cosas de nuestro país, entre otras el apego a la vida de familia: quiero decir que no son muy aficionados a rester chez soi para recibir, o a dar bailes o banquetes. Cada uno en su casa, y Dios en la de todos. De vez en cuando el Club Urugnayo da un gran baile: pero cada más. Fuera de las cortas temporadas en que hay ópera o da algunas representaciones alguna compañía dramática francesa, italiana o española; fuera de las carreras de Maronas y fuera de alguna fiesta excepcional dada por algún ricacho, la gente acaudalada se ve y se trata poco; la clase media se deja ver en estío en el paseo de la plaza de la Constitución, y la clase proletaria hace vida retirada. Hay, pues, pocas relaciones sociales, y las manifestaciones de la elegancia colectiva tienen pocas ocasiones de manifestarse anualmente. Es la vida española provincial.

Nota: se han modernizado algunos acentos.