Nota: Poema número 62 de Las flores del mal (edición de 1861).

Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata,
Lejos del negro océano de la inmunda ciudad,
Hacia otro océano donde el resplandor estalla,
Azul, claro, profundo, como la virginidad?
Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata?

¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!
¿Qué demonio ha dotado a la mar, ronca cantante
Que acompaña el inmenso órgano de los vientos gruñidores,
De esta función sublime de canción de cuna?
¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!

¡Llévame, vagón! ¡Llévame, fragata!
¡Lejos! ¡lejos! ¡aquí el lodo formado está por nuestras lágrimas!
—¿Es verdad que, a veces, el triste corazón de Ágata
Dice: "Lejos de los remordimientos, de los crímenes, de los dolores,
Llévame, vagón; llévame, fragata"?

¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!
Donde bajo un claro azur todo no es más que amor y alegría,
Donde lo que se ama es digno de ser amado,
¡Dónde, en la voluptuosidad pura el corazón se ahoga!
¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!

Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,
Las carreras, las canciones, los besos, los ramilletes,
Los violines vibrando detrás de las colinas,
Con los jarros de vino, de noche, entre las frondas,
—Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,

El inocente paraíso, lleno de placeres furtivos,
¿Está más lejos que la India y que la China?
¿Podemos recordarlo con gritos lastimeros
Y animar aún con una voz argentina,
El inocente paraíso lleno de placeres furtivos?