Miscelánea histórica/Sir James Mackintosh
Sir James Mackintosh
Al dar noticias biográficas a lectores no impuestos en las costumbres y usos de los países a que semejantes noticias tienen referencia, el escritor se halla a cada paso obligado a dejar la sencilla narración de lo que propone, a fin de explicar los términos extraños que se ve precisado a usar. Ya, en el caso presente, el título mismo de este artículo necesita de explicación para los pueblos castellanos.
Las clases de Inglaterra son sólo dos: nobleza y pueblo. La primera sólo comprende a los Grandes, o Lores; la segunda a todos los demás ciudadanos. Entre éstos hay distinciones de cortesía o ceremonia, que se observan rigurosamente en cualquier caso de concurrencia pública; según las cuales, tales y tales personas toman precedencia. Pero todas estas distinciones desaparecen ante la ley, por la cual sólo se reconocen aquí Nobles, o Pares del Reino, y Comuneros.
Hay también, y aun existe al presente, la orden de Caballería, que en España se redujo a una especie de órdenes religiosas. Las de Inglaterra son cuatro: la de la Jarretera (Garter), la del Baño (Bath) y otras dos, una para Escocia y otra para Irlanda. Pero también hay Caballeros que no pertenecen a orden alguna. El rey confiere este honor al modo que se usaba en los siglos medios y a que Cervantes hace alusión en su inmortal obra. La persona que va a ser hecha Knight (así se llaman) se pone de rodillas ante el rey, quien le toca los hombros con una espada desnuda, y le manda levantarse usando la palabra Sir (Señor) ante su nombre y apellido. Éste es el origen del título que goza el sujeto que da ocasión a este artículo.
Sir James Mackintosh es Escocés, nacido el año de 1765, en Alldourie, en Invernesshire, de una familia antigua y distinguida. Su padre sirvió, como muchos otros caballeros escoceses, en la guerra de Alemania, que se llamó de los Treinta años. Fue hombre de talento y amables modales. El nombre de Mackintosh pertenece a una de las tribus o Clans en que Escocia estaba dividida, conservándose todos los descendientes de una misma familia, pobres y ricos, bajo el jefe hereditario de ella, a quienes todos miraban como a padre, respetándolo y obedeciéndolo, aunque fuese a costa de la propia vida. El Jefe de los Mackintoshes gozaba de mucho poder en la provincia escocesa de Inverness a finales del siglo XIII.
Sir James recibió su primera educación en la escuela pública de Fortrose, en Rosshire, también en Escocia, de donde pasó a la Universidad de Aberdeen, en el mismo reino. De allí fue a Edinburgo, donde estudió Medicina, y tomó el grado de doctor en esa facultad, aunque nunca se aplicó a ella con gusto, ni la ejerció como profesión. Brillaba en aquel tiempo en Escocia la constelación de ingenios que han extendido la fama de sus Universidades por la Europa entera. Daba impulso a la juventud estudiosa el célebre Adam Smith, creador de la Ciencia de Economía Política; vivía el elegantísimo historiador Robertson; daban lecciones los famosos físicos Blanck y Cullen, y el ingenioso Brown ponía en movimiento a los médicos de Europa, con su atractivo, aunque ideal sistema. Si estos poderosos ingenios daban, tal vez, demasiada actividad al atrevimiento mental de la juventud, y los ponían en peligro de llevar el espíritu de duda e innovación más allá de lo que conviene a la felicidad de los hombres; el amabilísimo y virtuoso Dugald Stewart (que, agoviado más de enfermedades que de años, vive aún retirado cerca de Edimburgo) templaba el demasiado fuego de los ánimos juveniles con sus lecciones de Filosofía Moral, y de la Mente Humana, e inspiraba el amor al orden, a la beneficencia y, sobre todo, al principio Eterno y Soberano de toda bondad: a la fuente Suprema de la Virtud.
El joven en Mackintosh, encantado con la belleza de la Filosofía que se propone por estudio al hombre, en todas sus relaciones morales y políticas, se dedicó desde entonces con esmero a estos ramos. En 1789 viajó por el continente de Europa, adquiriendo la instrucción práctica que no alcanzan a dar los libros. En 1791 publicó una respuesta a la obra famosa de Mr. Burke sobre la Revolución Francesa.
Esta respuesta atrajo la atención del célebre Fox, quien lo convidó con su amistad y trato, y aun el mismo Burke, con la generosidad que se conoce sólo en los países libres, donde todo el mundo está acostumbrado a discusión, y debate de opiniones; se hizo amigo de su joven antagonista. Con el candor que es propio de toda alma noble, Mackintosh siguió estudiando y observando los acontecimientos de la Revolución Francesa, hasta que, convencido de lo erróneo y peligroso de los principios abstractos que sus autores seguían, se desdijo de sus primeras opiniones, fundadas en más amor al bien que conocimiento de las flaquezas y males que se encierran en el corazón de los hombres. Mas aunque mudó de opinión acerca de las máximas de la Revolución Francesa, no por eso ha dejado jamás de ser el amigo más decidido de las mejoras políticas, cuando se proponen, y manejan con miramiento.
Persuadido de que la reforma repentina y violenta de las leyes fundamentales, y costumbres de todo un pueblo, no sólo es imposible, sino que en mera tentativa es capaz de ponerlo en peor estado que antes; desaprueba todo lo que es violentar la fuerza de la opinión establecida. Mas no por eso se ha olvidado jamás de que todo hombre de luces debe consagrar su vida a promover los intereses de la libertad legal, tanto política como religiosa; en la firme creencia de que existe en el hombre un principio de mejora que, bien dirigido, y no forzado, elevará a la sociedad humana a un grado de virtud y felicidad muy superior al que ahora goza. El principio fundamental de Sir James Mackintosh es que la libertad civil y religiosa es la fuente de la felicidad y virtud de la sociedad humana, y que, sin estas dos condiciones, o los Gobiernos peligran, o los súbditos se degradan y embrutecen.
En 1790, Sir James Mackintosh se aplicó a la práctica de las leyes y fue hecho abogado en 1795.
En 1799 publicó un Discurso sobre el Estudio del Derecho Natural y de Gentes, como introducción a un curso de lecciones sobre el mismo asunto, que dio en el Colegio le Legistas de Lincoln's Inn. El mérito de este discurso es tal que los dos grandes rivales Pitt y Fox lo colmaron de elogios.
En 1803 hizo una famosa defensa de Mr. Peltier, autor francés que escribía en Londres, a quien Bonaparte, durante la corta paz con Inglaterra, persiguió ante los tribunales, acusándolo de calumnia o libelo contra su persona. Peltier fue absuelto por el Jury.
En 1803, Sir James fue nombrado Recorder o juez de Bombay en la India Oriental. El clima le probó tan mal que tuvo que volverse gravemente enfermo a Inglaterra. Su salud ha sido débil desde entonces, impidiéndole el trabajar mucho en el Parlamento y retardando la composición de una Historia de Inglaterra que emprendió hace algunos años. Su primer elección al Parlamento fue en 1813, por el County de Nairn, en Escocia.
De los talentos extraordinarios y brillante elocuencia de Sir James Mackintosh, cualquier que lea los debates del Parlamento, tendrá abundantes pruebas. Los pueblos castellanos de América le deben particular admiración y afecto, por el interés que ha tomado en su emancipación y mejoras. Si la opinión del que esto escribe vale algo, debe añadir que, teniendo el honor de tratar a Sir James, no se acuerda de haber pasado jamás un cuarto de hora en su compañía, sin haber sacado de su conversación alguna idea luminosa que atesorar para su propio aprovechamiento.