Miscelánea histórica/Hospital de locos de S. Lucas

Miscelánea histórica
de José María Blanco White
Hospital de locos de S. Lucas

Hospital de locos de S. Lucas

Para significar la opulencia de Tiro y Sidón se decía en la antigüedad que sus comerciantes eran príncipes. De los de Londres pudiera decirse otro tanto, pero aún no daría esto una idea bastante cabal de la grandeza de esta metrópoli, porque no deja de haber algunas otras ciudades en Europa y demás partes del mundo donde con la misma exactitud de proporción respecto de las demás clases ofrece la del comercio este distintivo debido a la riqueza. Otra circunstancia exclusiva a la ciudad de Londres, comparada con cualquiera de las más famosas del Orbe, es la que en realidad la pone en el primer grado, y ésta se explica bien diciendo análogamente: que sus hospitales son palacios. En la dilatada extensión de su recinto se encuentra repartidos gran número de edificios destinados al alivio de todo daño y penalidad, física, moral e intelectual a que vive expuesta la naturaleza humana.

Dolencias, desgracias y accidentes de toda especie, la infancia desamparada, la juventud desvalida, la vejez decrépita, la enfermedad moral, la enajenación mental, todos los males encuentran alivio, reparo, acogida, instrucción, auxilios, fomento y apoyo según sus respectivas condiciones, en una multitud de espléndidos asilos, erigidos para las obras más benéficas de misericordia y humanidad, por los reyes, por los particulares y por las asociaciones de caridad, que pueden llamarse populares por esencia. El pueblo británico que a ninguno otro cede en el sentimiento piadoso que mueve a socorrer al necesitado, aventaja a todos los demás en la oportuna y juiciosa aplicación de los actos caritativos, cuya indiscreta distribución es en algunos origen de grandes daños sociales. El ejercicio de la beneficencia no es aquí aislado, sino dirigido a un resultado general y de consiguiente más eficaz, por el impulso del orden que ha establecido la costumbre guiada por la conveniencia. Los esfuerzos y sacrificios particulares reunidos en un centro de cada barrio, distrito o parroquia, o destinados especialmente a este u otro objeto sin multiplicar atenciones, dejan cabida para que de todas se cuide y para que cada una de ellas esté servida con igual esmero y esplendidez en lo accesorio que en lo principal.

Entre todos los males que puede padecer la flaqueza humana el que más mortifica nuestro amor propio, el que más afecta nuestra sensibilidad es aquel fatal estado en que se halla el entendimiento cuando ha dejado de alumbrarle la antorcha de la razón. La triste suerte del paciente que sufre el mayor de todos los males sin conocerlo, al paso que mueve más a compasión, da un carácter elevado a los actos de humanidad que le socorren, porque en ellos no hay atractivo para la vanidad ni para el interés que tantas veces se satisfacen con que se les hagan algunas demostraciones de gratitud; toda la recompensa que podemos esperar de hacer bien a un demente está dentro de nosotros mismos en la secreta aprobación de nuestros corazones. Este noble ramo de beneficencia es precisamente uno de los más atendidos en Londres, cuyos habitantes dan con ello pruebas de que se les puede aplicar sin lisonja lo que acabamos de insinuar.

El Hospital de Locos de S. Lucas es entre los muchos monumentos públicos de caridad uno de los más dignos de admiración y elogio. Por los años de 1731, existiendo ya el hospital de Bethlem con el mismo destino se reconoció su insuficiencia para llenar todas las necesidades de tan piadoso objeto, y se resolvió la erección del de S. Lucas en la parroquia de este nombre. La caridad pública fue tan asidua en favorecer la empresa, que ya para el año de 1786 no sólo estaba concluido el edificio bajo el pie que representa la lámina, sino que se proporcionaron medios de asegurar 300 plazas con asistencia completa, siendo las 135 para hombres y las 165 restantes para mujeres. El costo del edificio y de su habilitación ascendió a 55.000 libras esterlinas. El gasto anual del establecimiento puede regularse un año con otro entre 8 ó 9 mil libras esterlinas. Se provee a este gasto con la renta de un capital de 133.240 libras esterlinas impuesto en fondos públicos, con las cantidades que por cada paciente se paga una vez al entrar, con lo que además se satisface por la manutención de los incurables, y con las donaciones y mandas piadosas. En el transcurso de poco más de medio siglo el número de pacientes admitidos subió a 10.605 y el de curados a 4.485: resultando consolador, que da la más alta idea del inagotable fondo de caridad de esta metrópoli, y de la pericia y heroica solicitud de las personas encargadas de dirigir el establecimiento y de cuidar a los desgraciados admitidos en él.

La dirección está confiada a un presidente, cuatro vicepresidentes, un tesorero, sujetos a una junta general de fundadores y patronos, que adquieren el derecho de serlo en razón de cantidades determinadas con que han favorecido al hospital. La asistencia curativa y la material de la casa y de las personas se desempeña por un médico, un cirujano y un boticario que deben vivir en la misma casa, un secretario y un coadjutor, un custodio o loquero y una ama o loquera, que tienen a sus órdenes siete criados y asistentes para los hombres, incluso el barbero y el portero, y diez para las mujeres, inclusas en las diez la cocina, lavandera y demás mozas de servicio. Es tal el aseo, el orden y la limpieza que brillan en todas las piezas y cuadras, que este hospital se cita por modelo entre todos los demás de Londres, y no es aventajado por ninguna casa particular de las más ricas y preciada de tenerlo todo en su punto.

Los estatutos de la fundación excluyen de este hospital a todo el que no sea demente y pobre de solemnidad, al que hace más de un año que es demente, al que ha salido sin curarse de cualquier otro hospital de locos, al que padece epilepsia o ataques convulsivos, al que es reputado idiota, al que está dañando de mal venéreo, a las mujeres preñadas, al que por lo quebrantado de su salud o complexión no está en el caso de poder medicinarse o sujetarse al régimen curativo de la demencia, o que necesita un enfermero por separado; finalmente, a los niños menores de doce años y a los viejos de más de setenta. Está prohibido a todo dependiente y empleado del establecimiento el recibir propina ni gratificación so pena de ser despedido. Las peticiones de admisión deben estar apoyadas en certificados y documentos fehacientes; el secretario toma razón de ellas para que los pacientes sean admitidos en orden y tiempo, sin acepciones ni parcialidad. Cada paciente paga al entrar 3 libras esterlinas; pero a los pobres de la parroquia y a los que son socorridos por alguna corporación o comunidad, se les exigen seis. Para recibir un paciente es necesario que dos vecinos abonados de Londres se obliguen por escrito, bajo la pena convencional de 100 libras esterlinas, a sacar al paciente del hospital dentro de siete días, contados desde el en que a este efecto fueren intimados por la junta o su secretario. Los dementes nunca son expuestos a las visitas del público. La junta general de patronos tiene facultades de admitir por turno hasta el número de cien dementes declarados incurables, con tal que cada uno de ellos pague siete chelines semanalmente por la manutención y asistencia.

El edificio tiene 493 pies ingleses de largo. Su fábrica es de piedra y ladrillo; sencilla y descargada de adornos, según conviene al objeto.

Los dos frentes del norte y del mediodía son del todo iguales. El centro y los extremos, que salen un poco hacia fuera, tienen también más altura que los cuerpos intermedios. El del centro remata en una cimera triangular con una inscripción del nombre del hospital; los laterales están coronados de una balaustrada que cubre el tejado. Todo el casco del edificio está dividido en tres altos y tiene además el piso bajo y un ético en el centro y en los dos extremos. En el piso bajo del centro está la entrada y además una sala y aposentos para algunos dependientes de la casa. En la parte superior está la sala de juntos y las habitaciones de los loqueros y sus asistentes. Por ambos lados de cada alto se extiende una espaciosa galería, cuya parte al levante la ocupan los hombres y la del poniente las mujeres. En la parte meridional de las galerías se hallan colocados los aposentillos de los locos, y la parte del norte está cortada con anchas y elevadas ventanas, aseguradas por dentro con rejas de hierro. En cada galería hay dos distintas salas: una muy espaciosa con mesas, bancos y un buen calefactorio cerrado con barras de hierro para evitar accidentes, en la cual se juntan a comer y conversar los pacientes cuyo estado de demencia puede permitirlo; la otra más reducida, también con su calefactorio, para los que son menos tratables. Cada loco tiene su dormitorio separado. Para los más rematados y descompuestos hay una galería en la parte oriental del piso bajo, perfectamente exenta de humedad, porque el suelo descansa sobre estribos de ladrillo. En la parte occidental del mismo piso están la cocina, el lavadero y demás piezas del servicio casero. Detrás del hospital hay dos jardines separados por una arca intermedia; el uno para los hombres y el otro para las mujeres, que bajan a ellos a explayarse y hacer ejercicio.