Mirando atrás desde 2000 a 1887 Capítulo 21

El Dr. Leete había sugerido que deberíamos dedicar la mañana siguiente a una inspección de las escuelas y universidades de la ciudad, con un intento por su parte de explicar el sistema educativo del siglo veinte.

"Verá" dijo, mientras partíamos tras el desayuno, "muchas y muy importantes diferencias entre nuestros métodos de educación y los suyos, pero la principal diferencia es que hoy en día todas las personas tienen igualmente aquellas oportunidades de educación superior que en su época sólo disfrutaba una porción infinitesimal de la población. Nosotros creeríamos que no habíamos ganado nada de lo que mereciese la pena hablar, igualando la comodidad física de la humanidad, sin esta igualdad en la educación."

"El coste debe de haber sido muy grande," dije.

"Si costase la mitad de los ingresos de la nación, nadie lo escatimaría," replicó el Dr. Leete, "ni incluso si costase el total, nadie ahorraría la más mísera cantidad. Pero en verdad el gasto de educar diez mil jóvenes no es ni diez ni cinco veces lo que cuesta educar a mil. El principio que hace que todas las operaciones a gran escala sean más baratas que a pequeña escala se cumple también en lo que a educación se refiere."

"La educación universitaria era terriblemente cara en mi época," dije.

"Si no me he informado mal por medio de nuestros historiadores," respondió el Dr. Leete, "no era la educación universitaria sino el despilfarro y la extravagancia universitaria lo que tenía tan alto coste. El gasto real de sus universidades parece haber sido muy bajo, y habría sido mucho más bajo si su patronazgo hubiese sido mayor. La educación superior hoy en día es tan barata como la inferior, porque todos los grados de maestros, como todos los demás trabajadores, reciben el mismo soporte. Nosotros hemos añadido sencillamente al sistema común escolar de educación obligatoria, en boga en Massachussets hace cien años, media docena de grados superiores, llevando a la juventud hasta la edad de veintiún años y dándoles lo que ustedes solían llamar la educación de un caballero, en vez de dejarlos sueltos a los catorce o quince años sin más equipamiento mental que la lectura, la escritura y la tabla de multiplicar."

"Dejando a un lado el coste efectivo de estos años adicionales de educación," repliqué, "habríamos pensado que no podíamos permitirnos la pérdida de tiempo en cuanto a los objetivos industriales. Los muchachos de las clases pobres habitualmente empezaban a trabajar a los dieciséis años o más jóvenes, y conocían su oficio a los veinte."

"No creeríamos que ustedes obtuviesen ninguna ganancia incluso en producto material mediante ese plan," replicó el Dr. Leete. "La mayor eficiencia que la educación da a toda clase de trabajos, excepto a los más rudos, se construye en un corto período para el tiempo perdido en adquirirlo."

"También habríamos temido," dije, "que una educación superior, aunque adapta a las personas a las profesiones, las dispone contra el trabajo manual de todo tipo."

"Ese era el efecto de la educación superior en su época, he leído," replicó el doctor; "y no hay que asombrarse, porque el trabajo manual significa asociación con una clase de gente ruda, tosca, e ignorante. No existe tal clase ahora. Era inevitable que tal sentimiento existiese entonces, por la sencilla razón además de que todos los hombres que recibían una educación superior se entendía que estaban destinados para las profesiones o para la ociosidad de la riqueza, y una educación tal en alguien que ni fuese rico ni profesional era prueba de aspiraciones frustradas, una evidencia de fracaso, un signo de inferioridad en vez de superioridad. Hoy en día, desde luego, cuando la más alta educación se considera necesaria para que sencillamente un hombre pueda ser capaz de vivir, sin ninguna referencia a la clase de trabajo que pueda hacer, su posesión no tiene tal implicación."

"Después de todo," hice la observación, "ninguna cuantía de educación puede curar la estupidez natural o compensar las deficiencias mentales. A menos que la capacidad mental media de los seres humanos esté muy por encima del nivel que tenía en mi época, una educación superior debe de estar bastante fuera del alcance de un amplio segmento de la población. Éramos de la opinión que una mente requiere cierta cuantía de susceptibilidad a las influencias educativas para que merezca la pena cultivarla, justo como un suelo requiere cierta fertilidad natural si debe compensar su labranza."

"Ah," dijo el Dr. Leete, "me alegro de que haya usado esa ilustración, porque es justo la que yo habría escogido para explicar el moderno punto de vista sobre la educación. Dice usted que una tierra tan pobre que el producto no compense el trabajo de labrarlo no se cultiva. Sin embargo, en su época, como en la nuestra, se cultivó mucha tierra que nunca compensa su labranza mediante su producto. Me refiero a jardines, parques, céspedes, y, en general, a trozos de tierra ubicados de tal modo que, si se dejasen crecer malas hierbas y brezo, serían cosas que ofenden a la vista y causan inconvenientes a su alrededor. Por tanto están cultivados, y aunque su producto es pequeño, aun así no hay tierra que, en un amplio sentido, compense mejor su cultivo. Así ocurre con los hombres y mujeres con quienes nos relacionamos socialmente, cuyas voces están siempre en nuestros oídos, cuyo comportamiento afecta nuestro disfrute de innumerables maneras--quienes son, de hecho, tan condicionantes de nuestras vidas como el aire que respiramos, o cualquiera de los elementos físicos de los que dependemos. Si, de hecho, no pudiésemos permitirnos educar a todo el mundo, deberíamos escoger a los más bastos y torpes por naturaleza, en vez de a los brillantes, para recibir la educación que pudiésemos dar. Los refinados e intelectuales por naturaleza pueden prescindir mejor de ayudas a la cultura que aquellos menos afortunados en dotes naturales.

"Para tomar prestada una frase que a menudo se usaba en su época, no deberíamos considerar que la vida merece la pena vivirse si tuviésemos que vernos rodeados por una población de hombres y mujeres ignorantes, groseros, bastos, completamente incultos, como eran las condiciones en las que se veían los pocos que tenían educación en su época. ¿Un ser humano se siente satisfecho, meramente porque esté perfumado, si se mezcla con una muchedumbre maloliente? ¿Podría sentirse satisfecho más que de un modo muy limitado, incluso en un apartamento suntuoso, si las ventanas diesen a establos por los cuatro costados? Y aun así justo esa era la situación de aquellos considerados más afortunados en cuanto a cultura y refinamiento en su época. Sé que los pobres e ignorantes envidiaban a los ricos y cultos en aquel entonces; pero a nosotros, éstos, viviendo como lo hacían, rodeados de inmundicia y brutalidad, nos parecen poco más afortunados que aquellos. La persona culta de su época eran como alguien hundido hasta el cuello en una ciénaga nauseabunda aliviándose con un frasco de perfume. Ya ve usted, quizá, ahora, cómo contemplamos esta cuestión de la educación superior universal. No hay cosa tan importante para cada ser humano como tener por vecinos a personas inteligentes, sociables. No hay nada, por tanto, que la nación pueda hacer por él que mejore tanto su propia felicidad como educar a sus vecinos. Cuando fracasa en hacerlo, el valor de su propia educación para él se reduce a la mitad, y muchos de los gustos que ha cultivado se vuelven auténticas fuentes de sufrimiento.

"Educar a algunos hasta el más alto grado, y dejar a la masa completamente inculta, como hacían ustedes, creó una fisura entre ellos casi como la que hay entre diferentes especies, que no tienen medios de comunicarse. ¡Qué podría ser más inhumano que esta consecuencia del disfrute parcial de la educación! Su disfrute universal e igual deja, de hecho, las diferencias entre seres humanos reducidas a sus dotes naturales tan marcadas como en un estado de naturaleza, pero el nivel del más bajo se eleva enormemente. La brutalidad es eliminada. Todos tienen alguna noción de humanidades, valoran de algún modo las cosas de la mente, y tienen alguna admiración por la aún más elevada cultura que no han sido capaces de alcanzar. Se han convertido en capaces de recibir e impartir, en diversos grados, pero todos en alguna medida, los placeres e inspiraciones de una vida social refinada. La sociedad culta del siglo diecinueve-- ¿en qué consistía sino en aquí y allí unos pocos y microscópicos oasis en medio de un vasto desierto ininterrumpido? La proporción de individuos capaces de simpatizar intelectualmente o tener relaciones refinadas, sobre la masa de sus contemporáneos, era tan infinitesimal como para que apenas mereciese la pena mencionarla en una visión general de la humanidad. Una única generación del mundo actual representa un mayor volumen de vida intelectual que cualesquiera cinco siglos anteriores.

"Todavía hay otro punto que debería mencionar para explicar los fundamentos sobre los cuales nada menos que la universalidad de la mejor educación podría ahora ser tolerada," continuó el Dr. Leete, "y se trata del interés de la generación siguiente en tener unos padres educados. Para exponer el asunto en pocas palabras, hay tres fundamentos principales sobre los cuales descansa el sistema educativo: primero, el derecho de cada ser humano a la más completa educación que la nación pueda darle por cuenta propia de ésta, como necesaria para el propio disfrute de aquel; segundo, el derecho de sus propios conciudadanos a que lo eduquen, como necesario para el disfrute que ellos tendrán a causa de la sociabilidad de él; tercero, el derecho de los no nacidos a que se les garanticen unos padres inteligentes y refinados."

No describiré en detalle lo que vi en las escuelas ese día. Habiendo tenido escaso interés en asuntos de educación en mi vida anterior, pocas comparaciones de interés podría ofrecer. Junto al hecho de la universalidad tanto de la educación superior como de la inferior, quedé muy impactado por la importancia dada a la cultura física, y al hecho de que la pericia en logros atléticos y juegos, además de en erudición, tuviese un lugar en la evaluación de los jóvenes.

"La facultad de la educación," explicó el Dr. Leete, "se contempla al mismo nivel de responsabilidad para los cuerpos como para las mentes de quienes la reciben. El más alto desarrollo físico y mental de cada uno es el doble objeto de un curriculum que va desde la edad de seis años hasta los veintiuno."

La magnífica salud de los jóvenes en las escuelas me impresionó contundentemente. Mis observaciones previas, no sólo de las notables dotes personales de la familia de mi anfitrión, sino de la gente que había visto en mis paseos por el exterior, ya me habían sugerido la idea de que debía de haber algo como una mejora general del estándar físico de la humanidad desde mi época, y ahora, según comparaba estos fornidos jóvenes muchachos, y frescas, vigorosas doncellas, con los jóvenes que había visto en las escuelas del siglo diecinueve, me sentí animado a dar a conocer lo que pensaba al Dr. Leete. Él escuchó con gran interés lo que dije.

"Su testimonio sobre este punto," declaró, "es de un valor incalculable. Nosotros creemos que ha habido una mejora tal como la que dice usted, pero desde luego para nosotros era una mera teoría. Dada la circunstancia de su posición única, sólo usted en el mundo de hoy puede hablar con autoridad sobre este punto. Su opinión, cuando la explique públicamente, le aseguro que causará una profunda sensación. Por lo demás, habría sido extraño, ciertamente, si la humanidad no hubiese mostrado una mejora. En su época, los ricos corrompían una clase con la ociosidad de la mente y el cuerpo, mientras que la pobreza minaba la vitalidad de las masas por trabajo en exceso, mala comida, y hogares pestilentes. El trabajo requerido de niños, y las cargas impuestas a las mujeres, debilitaban las auténticas fuentes de la vida. En vez de estas maléficas circunstancias, ahora todos disfrutan de las más favorables condiciones de vida física; los jóvenes son cuidadosamente alimentados y se cuida de ellos con esmero; el trabajo que es requerido de todos está limitado al período del mayor vigor corporal, y nunca es excesivo; el desvelo para uno mismo y la familia de uno, la ansiedad en cuanto al medio de vida, el esfuerzo de una incesante batalla por la vida-- todas estas influencias, que una vez hicieron tanto para destrozar las mentes y los cuerpos de los hombres y mujeres, ya no se conocen. Ciertamente, una mejora de la especie debería seguir a tal cambio. En ciertos aspectos específicos conocemos, de hecho, que la mejora ha tenido lugar. La locura, por ejemplo, que en el siglo diecinueve era tan terrible producto habitual de su loco modo de vida, casi ha desaparecido, con su alternativa, el suicidio."