Mil novecientos treinta y nueve: Capítulo D
<< Autor: Rubén Hernández Herrera
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Capítulo D
Pasaron los meses, la situación se fue normalizando paulatinamente con la llegada de los nacionalistas, que impusieron a un capitán al mando de la plaza. Doña Alicia había decidido partir al sur con su familia, el gran descontento fue darse cuenta de que su hija Caro no la acompañaba, ella se quedaría en la masía, para vender una finca que le había dejado Fernando en el centro de Barcelona. Doña Alicia hizo uso de todo su poder de convencimiento y hasta de chantaje para llevarse a Caro, pero no fue posible, tuvo que partir acompañada solamente por Lucha. Había tenido noticias de que su hijo Patxi había escapado y se había ido a esconder a Madrid, ahora que Franco había llegado al poder, su hijo estaría en peligro aún mayor. Ya habían matado a Fernando, su amigo y cuñado. Solo era cuestión de tiempo, tenía la esperanza de que hubiera huído a México, decían que había muchas posibilidades, pero no había noticias. Dejó los papeles de sus propiedades firmadas al notario para que las pusiera a la venta, los documentos llenaban dos cajas medianas de cartón, con agradecimiento hacia el notario, quien les adelantó una buena suma a cuenta de la venta de sus propiedades. El notario Bassols había resultado muy favorecido con las ventas ficticias que le había hecho mosén Tenas, para evitar que les confiscaran sus propiedades, buena cantidad de casas y terrenos que nadie sabía que eran propiedad de la iglesia quedaron en manos del notario, quien no se apresuró a devolver ninguna, sobre todo porque no había quien se las reclamara, el fraile con el que hizo la operación había muerto desde los primeros días en que entraron los rojos. La situación económica distaba mucho de ser buena, las carencias eran muchas, el hambre era generalizada, los hurtos eran cosa de cada día, los campos de las zonas afectadas todavía no producían más que unas pocas patatas, los caminos estaban destrozados; Alemania, que había ayudado a Franco, estaba en guerra con media Europa. El gobierno de Estados Unidos veía con recelo al generalísimo: había que rascarse con sus propias uñas.
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