Mientras el hielo las cubre
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Mientras el hielo las cubre
Con sus hilos brillantes de plata,
Todas las plantas están ateridas,
Ateridas como mi alma.
Esos hielos para ellas
Son promesa de flores tempranas,
Son para mí silenciosos obreros
Que están tejiéndome la mortaja.
Pensaban que estaba ocioso
En sus prisiones estrechas,
Y nunca estarlo ha podido
Quien firme al pie de la brecha,
En guerra desesperada,
Contra sí mismo pelea.
Pensaban que estaba solo,
Y no lo estuvo jamás
El forjador de fantasmas
Que ve siempre en lo real
Lo falso, y en sus visiones
La imagen de la verdad.
Brillaban en la altura cual moribundas chispas
Las pálidas estrellas,
Y abajo..., muy abajo, en la callada selva,
Sentíanse en las hojas próximas a secarse,
Y en las marchitas hierbas,
Algo como estallidos de arterias que se rompen
Y huesos que se quiebran.
¡Qué cosas tan extrañas finge una mente enferma!
Tan honda era la noche,
La obscuridad tan densa,
Que ciega la pupila
Si se fijaba en ella,
Creía ver brillando entre la espesa sombra
Como en la inmensa altura las pálidas estrellas.
¡Qué cosas tan extrañas se ven en las tinieblas!
En su ilusión, creyóse por el vacío envuelto,
Y en él queriendo hundirse,
Y girar con los astros por el celeste piélago,
Fué a estrellarse en las rocas, que la noche ocultaba
Bajo su manto espeso.
Son los corazones de algunas criaturas
Como los caminos muy transitados,
Donde las pisadas de los que ahora llegan,
Borran las pisadas de los que pasaron:
No será posible que dejéis en ellos,
De vuestro cariño, recuerdo ni rastro.
Al oir las canciones
Que en otro tiempo oía,
Del fondo en donde duermen mis pasiones
El sueño de la nada,
Pienso que se alza irónica y sombría
La imagen ya enterrada
De mis blancas y hermosas ilusiones,
Para decirme:
— ¡Necia!, lo que es ido
¡No vuelve!; lo pasado se ha perdido
Como en la noche va a perderse el día,
Ni hay para la vejez resurrecciones...
¡Por Dios, no me cantéis esas canciones
Que en otro tiempo oía!
Vosotros que del cielo que forjasteis
Vivís como Narciso enamorados,
No lograréis cambiar de la criatura
En su esencia, la misma enternamente,
Los instintos innatos.
No borraréis jamás del alma humana
El orgullo de raza, el amor patrio,
La vanidad del propio valimiento,
Ni el orgullo del ser que se resiste
A perder de su ser un solo átomo.