Mi cuarto en el hotel
I
editarUna vez estuve tres meses en un Balneario. La mayor parte del tiempo lo pasaba en mi cuarto; éste era chico y yo me sabía de memoria hasta las más insignificantes manchas que había en la pared; cada cosa que había en mi cuarto me quedaba muy grabada en la memoria porque había estado mirando a cada una de ellas en momentos intensos o extraños del espíritu; en él leía libros interesantes, recibía cartas que me sorprendían y me emocionaban de maneras muy distintas; en él también pensaba cosas muy distintas, y a pesar de estar siempre en el mismo cuarto, sentía lo nuevo de cada día, como si el sol no diera en las mismas cosas dos veces igual, como si el aire fuera distinto y hasta como si yo no fuera la misma persona; todas las noches sentía curiosidad de saber cómo sería la mañana siguiente y todas las mañanas sentía deseos de que fuera de tarde o de noche; si alguna tarde fracasaba porque me vinieran a buscar para algo o viniera alguna visita de poco interés pensaba: “Paciencia, no importa, igual me queda la noche y además en la tarde de mañana nadie me molestará”, y soñaba en estar allí en la tarde como si hiciera mucho tiempo que no estuviera, y pensaba siempre descansar en mi cuarto, como si estuviera cansado por la tarea de mucho tiempo.
Después que pasó algún tiempo, al ir a entrar a mi cuarto y recordar que allí había leído libros interesantes, había recibido cartas que me gustaban mucho, y había pensado cosas que me parecía que me agrandaban el espíritu, las paredes y las cosas me daban la sensación de estar saturadas de aquellas cosas, como si fueran las maderas de un instrumento viejo en el que hubiera tocado muchos años. estaba por dormirme, la sombra de la semioscuridad hacía que me pareciera una mujer con un hijo suplicando algo; también me había ocurrido algo parecido una vez que las ropas desordenadas y puestas encima de una silla me parecieron la cabeza de un árabe que me miraba con un ojo un poco triangular, pero muy oscuro y misterioso. Siempre que miraba la ventana me acordaba de una vez que me había asomado a ella y miraba a la playa: había en la arena y un poco retirado del agua un bote; en el bote se habían sentado unas personas, y cuando las miré distraídamente, tuve una sensación extraña; en otro momento me hubiera parecido de pronto que estaban en el agua, o me hubiera reído de pensar que ellas eran inconscientes de que por la actitud que tenían, pareciera que estaban navegando a pesar de estar en seco; sin embargo la sensación que tuve yo por un instante, fue de que sencillamente navegaban por la arena.
III
editarUn día hizo una mañana que además de ser distinta de todas las mañanas lindas, fue la más radiante; si hubiera venido a visitarnos un habitante de otro planeta se la hubiéramos mostrado como ejemplo de una mañana en la tierra: parecía que si a los niños les mandaran hacer una composición “La mañana” tendrían que pensar en una como aquélla. Entonces tuve ganas de salir de mi cuarto y pasear: cuando pasé por un almacén vi un hombre que era asesino y que había estado preso hasta hacía poco tiempo, pero yo pensaba que en aquella mañana nadie podía hacer un crimen; me parecía que cuando el sol le daba en el entrecejo al asesino, le disolvía los pensamientos de la noche.
Esa misma mañana también fue como una escenografía previamente preparada para que actuaran en ella dos personajes más: eran dos mujeres. La primera parecía una india y estaba parada en la puerta de un rancho; primero me llamó la atención un gatito y una plantita que había al pie de una ventana; parecían hermanitos; el gatito estaba muy bien sentado y tan firme como el tarro de la plantita; los dos tenían una cinta azul: la plantita en el tallo y el gatito en el pescuezo; a veces el gatito se lavaba la cara y otras veces la plantita se movía con el viento.
La mujer que estaba en la puerta me pareció muy interesante: era como la representación estética de la raza de los indios; y así como yo había sentido el folklore en música y en poesía, sentí por primera vez lo que sería el folklore de la belleza física.
IV
editarCuando volví de mi paseo estaba cansado y sudoroso; tuve mucha alegría cuando vi el cuarto de baño muy limpio y con baldosas muy blancas que llegaban casi hasta el techo. Cuando estaba en mi cuarto y descansaba, entró en la escena de la mañana el último personaje: era la mucama. Nunca había hablado conmigo porque me creía loco, pero al ver que había salido a pasear se animó a hablarme; sentía la necesidad de contarme su vida; era alemana, había enviudado joven y tenía dos hijitos; en todo el año cursaba sus estudios en un instituto de obstetricia y en los meses de vacaciones se empleaba de mucama; parecía que el secreto de su vida era difícil de descubrir porque era exterior y claro: su secreto estaba en su actividad continua, en el deseo que tenía de tener comodidades para ella y sus hijitos, en lo que se llamaba poseer una cosa que fuera de ella, de su propiedad, aunque fuera nada más que un par de zapatos de goma; educaba a sus hijos de una manera que parecía simultáneamente profunda y superficial: era la mujer del poema práctico.
Yo me sentía en su espíritu tan alegre y tan bien, como si ella fuera un cuarto de baño limpio y con baldosas blancas casi hasta el techo.
V
editarUna noche me desperté y mi cuarto estaba completamente oscuro; pensaba en lo que estaba soñando hasta el momento de despertarme y también se me ocurrió pensar cómo estaba yo y mi cama en el cuarto; a pesar de conocerlo tanto no me podía orientar; tenía que hacer un gran esfuerzo para deducir que si yo estaba acostado sobre el lado izquierdo, a la derecha tenía que haber tal cosa, y a la izquierda tal otra, y en la imaginación colocaba la cama en todas partes; después que saqué una mano de la cama, toqué la pared y me orienté, me parecía mentira esta desorientación. Como no tenía sueño me senté en la cama; y pensaba cosas inútiles: suponía cómo hubiera sido de interesante que hubiera conocido a una mujer de una manera distinta a como la conocí, y era como si hiciera una novela; la arreglaba en el momento que la hacía; cuando me parecía muy espontánea o muy real, la modificaba y cuando más real y más posible era, más emoción sentía.
Cuando llegó la mañana me llamó mucho la atención una caja de color lila que había encima de la mesa; la noche anterior la había traído la mucama y había puesto entre ella todas las cosas del mate; pero como me acosté y me dormí enseguida no le di la importancia que tenía: aquel color violentísimo cambiaba completamente el carácter de casi todas las cosas; al principio me fue antipático pero después me gustó mucho; el color de la caja hacía sobresalir y le daba mucha importancia a una salida de baño que estaba colgada en la percha y que era de un color muy parecido; ahora la salida de baño no chocaba tanto y no se despegaba tanto de las demás cosas de la habitación como antes: el color de la caja le hacía tomar un valor muy especial; si ahora yo leyera los mismos libros, recibiera las mismas cartas y pensara las mismas cosas, tal vez tuvieran una expresión distinta.
VI
editarAl estar yo sentado en la cama, la puerta de mi cuarto venía a quedar casi enfrente mío; a la derecha de la puerta estaba la percha y en ella colgada la salida de baño; como yo había perdido la llave de la puerta, la cerraba poniendo una manga de la salida de baño en el marco, y así apretándola contra el marco quedaba asegurada. De pronto se abrió la puerta y al caer la manga de la salida de baño, ésta pareció una persona que bajara el brazo; enseguida de esta sorpresa apareció otra: entró la mucama deshecha en llanto; me dijo que la habían despedido del hotel y que le iría muy mal; yo apenas atinaba a lamentar lo ocurrido; ella después que lloró un rato salió y al momento volvió trayéndome un cepillo que detrás tenía un espejito: me lo dejaba de recuerdo; después me dio un beso en la frente y se fue. La pobre mujer me estimaba mucho; una vez me dijo que en la pieza de otro pasajero había visto un libro mío, que lo había leído y que aunque no entendía nada suponía que debía ser bueno. En total, a mí me parecía que aquella mujer hubiera preferido siempre que en mi cuarto estuviera siempre yo, y que si hubiera venido otro le hubiera tratado con cierta hostilidad.
Yo tuve mucha pena y toda esa realidad de cosas de afuera me puso de mal humor; las paredes no me parecían saturadas de los libros que había leído ni de las cartas que había recibido, ni de las cosas que había pensado. Pero a la tarde me pareció que si yo me hubiera ido y después hubiera vuelto a pasar por allí, y viera las mismas paredes y el mismo cuarto con las cosas de manera distinta y otra persona, me hubiera dado tristeza.
En total yo tenía la sensación que las paredes, igual que la mucama, aunque no entendieran cómo era yo, hubieran preferido que siempre estuviera yo y hubieran mirado con cierta hostilidad a otro pasajero.