Metamorfosis o El Asno de Oro (Vega y Marco)/Libro VI
APULEYO
EL ASNO DE ORO (LAS METAMORFOSIS)
Traducción española de Jacinto de la Vega y Marco
Valencia-Madrid, s.a. (¿1909?)
LIBRO SEXTO
[1] »Entretanto, Psiquis corría afanosa díaiia y noche, en busca de su esposo, sin descansar nunca, y creciendo el deseo cada vez más en su corazón. Por irritado que le hallara, quería, si no enternecerle con las caricias de una esposa, por lo menos quitarle el enojo con las súplicas de una esclava.
»Viendo un templo a lo lejos, en la cumbre de una escarpada montaña:—¡Quién sabe, pensaba, si vive allí mi señor y dueño! Y se dirige súbitamente, con ardor, hacia donde le arrastran, con múltiples fatigas, la esperanza y el deseo. Cuando ha trepado valerosamente a tan prodigiosa altura, entra en el santuario. Encuentra espigas de trigo amontonadas, otras trenzadas en corona y algunas de cebada. También vio hoces y un aparejo completo para la siega: pero todo revuelto y en confusión, como ocurre cuando el cansancio vence a los segadores. Psiquis deshace cuidadosamente el montón; separa cada objeto y los pone en orden, convencida de que, lejos de despreciar el templo ni el ceremonial de ninguna divinidad, debe implorar, por el contrario, la benévola compasión de todas ellas.
[2] »Ceres, la fecunda, la ve ocupada en este trabajo, celosa y activa:—¡Ah, desgraciada Psiquis! exclama. Venus busca afanosamente tus huellas por todo el universo; su furor y el deseo de encontrarte son inexplicables. Quiere castigarte con el último suplicio, y para vengarse pone a contribución todo su poder. Y tú, entretanto, cuidas mis intereses antes que tu salvación. Entonces, Psiquis, se arrodilló a sus pies, barrió el suelo con sus cabellos, y lavando con abundantes lágrimas los pies de la diosa, imploró su protección, con las más fervientes súplicas.
»Por vuestra mano, que fecunda la tierra, por las alegres ceremonias de la siega, por los secretos misteriosos de las gavillas, por el carro arrastrado por dragones que os obedecen, por los surcos de la fértil Trinacria, por los demonios de Proserpina [---], por la tenebrosa escena de su lúgubre himeneo, por las antorchas, a cuya luz salisteis de los infiernos después de verla, por todas las restantes consagraciones que vela con misterioso silencio el santuario ático de Eleusis: tomad bajo vuestra protección la vida de la infortunada Psiquis, que os invoca rendidamente. Permitid que me oculte, aunque sea por breves días, en este montón de espigas; hasta que el tiempo haya calmado el cruel furor de aquella poderosa diosa, o que, por lo menos, un corto descanso haya reanimado mis abatidas fuerzas.
[3] »Ceres le respondió:—Tus lágrimas y tus súplicas me han emocionado. Bien quisiera yo socorrerte, pero Venus es de mi familia; fuertes lazos de amistad nos unen desde largo tiempo: es una excelente mujer y no puedo arriesgarme a disgustarla. Sal, pues, en seguida de mi templo, y conténtale con que no te retenga prisionera, como debía hacer. Viéndose rechazada contra su esperanza, alejóse Psiquis con el corazón doblemente desolado. Volvió hacia atrás, y a través de un poblado bosque, que se extendía al pie de un valle, descubrió un templo de elegante arquitectura. No queriendo despreciar ocasión ninguna de mejor suerte, acercose, indecisa, a las sagradas puertas, para implorar a la divinidad. Ve soberbias ofrendas y vestidos bordados en oro, suspendidos en las ramas de los árboles y en las puertas, testimoniando, con los detalles de la gracia obtenida, el nombre de la diosa a que han sido consagrados. Entonces, poniendo una rodilla en tierra y abrazando el altar, tibio aún, pronunció esta invocación, después de secar su llanto:
[4] »Esposa y hermana del gran Júpiter: así habitéis vuestro antiguo templo de esta Samos, que se glorifica con haberos visto nacer, haber sido vuestro primer llanto y haberos amamantado; ya frecuentando las felices viviendas de la altiva Cartago, que os adora en la figura de una doncella subida por un dragón a los cielos; sea presidiendo los célebres muros de Argos, cerca de la ribera del Juaco [Ínaco] que desde tiempo inmemorial os proclama esposa del señor de las tempestades y reina de las diosas: vos, a quien veneran en Oriente hajo el de Zigia [--] y en Occidente bajo el de Lucina: sed para mí, en mi extrema desdicha, Juno protectora: considerad el triste estado a que me han conducido todas las fatigas que he debido soportar: libradme del inminente peligro que me amenaza. Y si no llego al abuso, permitid que os suplique el auxilio que no negáis nunca a las mujeres encinta que están en peligro. »Así suplicaba cuando se le presentó Jnno en todo el imponente destello de su divinidad, hablándole así:—¡Con qué placer, por lo que más quiero, deseo conceder lo que me pides! Pero, ¿puedo contrariar la voluntad de Venus, mi nuera, que siempre he querido como una hija? ¿Es decente obrar así? En todo caso, me lo impide también la ley que prohíbe amparar, contra la voluntad de su dueño, al esclavo que ha escapado de la casa.
[5] Esta nueva contrariedad aniquila a Psíquis. No encontrando a su alado esposo, y sin esperanza de lograrlo, se entrga a estas meditaciones:—¿Qué alivio puedo obtener en mi desdicha, cuando las mismas diosas, a pesar de su buena voluntad, no pueden interesarse en mi salvación? Rodeada por tantos peligros, ¿adónde dirigiré mis pasos? ¿Bajo qué techo ni en qué tinieblas puedo ocultarme para escapar a la sagaz mirada de la poderosa Venus? Es preciso, Psiquis, que te armes de indomable valor. Ten fuerzas bástantes para renunciar a un resto de engañadora esperanza. Entrégate voluntariamente a tu soberana: tu sumisión, aunque tardía, abatirá su cólera y su crueldad, ¿Sabes tú, si aquel que buscas, hace tiempo está acaso en el palacio de su madre? Decidiose, pues, al azar de una capitulación incierta, o mejor, al de una segura pérdida: y meditó cómo debía empezar sus futuros ruegos.
[6] »Venus, renunciando a los medios de investigación terrenales, quiso subir al Olimpo. Ordena equipar el carro que Vulcano, el maravilloso orfebre que había fabricado con todo el cuidado y todo el talento de que es capaz y que le había presentado como regalo de boda, antes de efectuar su himeneo. Es una hermosa labor en que la lima, al adelgazar el metal, le ha sacado mayor brillo, y a la que esta misma falta de oro realza su valor. Numerosas palomas descansan alrededor del departamento de la diosa; cuatro de ellas avanzan alegremente, deslumbrantes de blancura y, torciendo sus irisados cuellos, pasan la cabeza por un brillante aro de refulgente pedrería. Al aposentarse la diosa, emprenden contentas su vuelo. El carro de la diosa es seguido por numerosos pájaros, que retozan y juegan, en confuso murmullo. Otros pájaros de dulce canto anuncian la llegada de la diosa con suaves y tiernos acordes. Se separan las nubes y el cielo abre las puertas a su hija. El sublime empíreo recibe con entusiasmo a la diosa, y el armonioso cortejo de la poderosa Venus no teme el encuentro de las águilas, ni de los rapaces buitres.
[7] »Inmediatamente se dirige al palacio de Júpiter y en tono soberbio reclama los servirios de Mercurio, el de voz sonora, que necesita para sus proyectos. El negro entrecejo de Júpiter indica que consiente en ello. Triunfante, desciende Venus del cielo, acompañada de Mercurio; la bella solicitante le dirige estas palabras:—Hermano mío; bien sabes que tu hermana Venus nada hizo jamás sin la presencia de Mercurio; por otra parte, no ignoras que hace tiempo ando buscando, sin éxito, la esclava que se oculta de mí. No me queda, pues, otro recurso que pregonar públicamente, por tu boca, que será recompensado quien la descubra. Te suplico que satisfagas cuanto antes mis deseos y que indiques claramente la seña que permite reconocerla, a fin de que si más tarde acusamos a alguien por haberla ocultado, no pueda justificar su acción, pretextando ignorancia.—Y diciendo esto, le presentó un papel, con el nombre de Psiquis y otras indicaciones. Y hecho esto, volviose a su morada.
[8] »Mercurio no tardó en obedecer. Recorre todos los pueblos, el mundo entero, y anuncia en estos términos el deseo de la diosa:—Una esclava llamada Psiquis, hija de un rey y perteneciente a Venus, ha escapado. Se suplica al que la detenga o pueda indicar su escondite, que lo prevenga a Mercurio, encargado de la presente publicación, detrás de las pirámides murcianas [--]. Recibirá, en premio de sus informes, siete dulces besos de la propia Venus y uno especial, más delicioso que los anteriores, dado con la lengua sobre los labios. Cuando Mercurio publicó este anuncio, el deseo de tan preciada recompensa excitó a todos los mortales con extraordinaria solicitud. Esta circunstancia destruyó la última indecisión de Psiquis.
»Acercábase ya a las puertas de la soberana, cuando vio adelantarse a una de las esclavas de Venus, llamada la Costumbre, que empezó a desgañitarse, gritando:—Por fin te has enterado, detestable esclava, de que tienes dueña. Fiel a tus escandalosos desórdenes, ¿aparentarás ignorar cuántas fatigas hemos sufrido persiguiéndote? Has venido a caer, afortunadamente, en mis manos; en las garras del Infierno; serás castigada como merece tu indigna rebelión.
[9] Y la cogió bruscamente por los cabellos y la arrastró, sin que la infeliz opusiera resistencia. »Introducida y llevada a presencia de Venus, estalló la diosa en larga y sonora risa: tal era su terrible cólera. Y meneando la cabeza y rascándose la oreja derecha:—Finalinente, dijo, te has dignado venir a saludar a tu suegra. ¿Tal vez has venido a ver a tu marido, peligrosamente enfermo de la herida que le causaste? Pero sosiégate: voy a recibirte como merece una tal nuera. ¿Dónde están, dijo, la Inquietud y la Tristeza, mis dos esclavas?—Entraron éstas y sometieron a Psiquis a sus torturas. Por orden de la diosa, flagelaron cruelmente a Psiquis, hasta anonadarla, con los más repugnantes maleficios, y la presentaron de nuevo a los ojos de la diosa. »Venus echose a reír de nuevo:—¡He aquí el vientre cuya plenitud debe encantarme y decidirme a la indulgencia¡ ¡De aquí debe salir el glorioso fruto que me procurará la dicha de ser abuela! ¡Felicidad suprema, en efecto, oírse llamar abuela en la edad más florida y saber que el hijo de una miserable esclava es nieto de Venus! Pero, ¿qué estoy diciendo? Estoy loca. No será mi nieto. El matrimonio es nulo: ha sido consumado en pleno bosque, sin testigos, sin consentimiento de los padres. No debe ser considerado legítimo, y el niño, por lo tanto, es un bastardo. Eso suponiendo que le dejemos tiempo de llegar al mundo.
[10] »Y dicho esto, lanzose sobre ella. Le desgarra las vestiduras, le arranca los cabellos y le golpea la cabeza con furiosa violencia. Manda en seguida traer trigo, cebada, avena, garbanzos, lentejas y habas. Todo lo mezcla y confunde, hasta formar una sola masa. Y dirigiéndose a Psiquis:—Cuando no se es más que una esclava y fea, por añadidura, le dijo, creo que el único modo de procurarse algún amante, es desplegar todo el celo posible en su servicio. Pues bien, quiero probar yo misma si aprovechas para el caso. Separa de ese montón las semillas que he mezclado; pon cada una aparte, y antes de esta noche examinaré tu labor.—Y señalándole la enorme masa de granos, salió para asistir a unas bodas.
»Psiquis no intenta, tan sólo, poner sus manos en el confuso y laberíntico montón: consternada por la crueldad de tal prueba, guarda silencio. Entonces la hormiga, este pequeño insecto que habita el campo, apreciando tan gran dificultad se apiada de las desdichas de la esposa de un dios y se indigna con semejante crueldad de una suegra. Corre activamente de una parte a otra;
convoca y reúne a todas sus vecinas: «Amigas mías, hijas activas de la fecunda tierra, les dijo, invoco vuestra compasión. Venid solícitas y laboriosas a prestar auxilio a una rara belleza, esposa del Amor. Inmediatamente, a numerosas bandadas, semejantes a las olas del mar, se precipitan unas tras otras. Con sin igual ardor separan, grano a grano, todo el montón, y después de hacer tantos montones distintos como especies de semillas hay, escapan rápidamente.
[11] Al llegar la noche regresó Venus del festín de bodas ahíta de libaciones, esparciendo fuerte olor de bálsamo y ceñido el cuerpo con radiantes rosas. Al ver la diligencia empleada en este maravilloso trabajo:—No has sido tú, ¡pícara!, exclamó: no han sido tus manos las que han hecho esta labor; es la Perfidia que te ha ayudado para desgracia tuya y suya. Y echándole un pedazo de pan duro se fue a la cama. »En esto Cupido, cautivo y encerrado en una habitación en el fondo del palacio, era severamente vigilado. En parte, para que su petulancia y sus locuras no enconasen la herida, y en parte para que no viese a su adorada. Así separados, bajo un mismo techo, pasaron ambos una noche cruel.
Apenas la Aurora montó en su carro, Venus llamó a Psiquis y le dijo:—¿Ves este bosque? Sigue en toda su longitud la ribera de un río que tiene su fuente no lejos de aquí. Hermosas ovejas, cuyo vellón resplandece como el oro, pacen en él sin vigilancia de pastor alguno. Inmediatamente arréglate como creas del caso para traerme un copo de lana de su hermoso vellón. Tal es mi voluntad.
[12] »Partió Psiquis presurosa, pero no para cumplir esta orden, sino para precipitarse contra las rocas del río y hallar así descanso a sus sufrimientos. Pero desde el fondo del río, una verde caña, órgano de melodiosa armonía, dejó dulcemente vibrar, por inspiración divina, estas tiernas palabras de favorable augurio:—Psiquis, a quien han perseguido tantas desdichas, no profanes la santidad de mis ondas con tu muerte, y, además, no te acerques a las formidables ovejas que en estas riberas se apacientan. Cuando el ardiente sol les ha comunicado su calor, las domina una brutal fiereza, y con sus agudos cuernos, su robusta frente, y a veces con sus venenosas mordeduras, causan la más espantosa, muerte a los hombres. Pero por la tarde, debilitado ya el ardor de los rayos solares, y calmado el furor de estos animales por las frescas emanaciones del río, podrás, bajo este alto plano que se alimenta conmigo de las aguas del mismo río, ocultarte sin temor de ser vista. Y cuando las ovejas, apaciguando su ardor, buscarán reposo entre el follaje de los vecinos árboles, encontrarás dorada lana adherida a todas las ramas.
[13] »Así, enseñó la caña a la infeliz Psiquis, sencilla y piadosamente, el medio de asegurar su salvación. »Con estas instrucciones, que merecían gratitud, librose de caer en la desesperación. Observolas atentamente y obtuvo con facilidad los copos de oro, guardolos en el seno y los llevo a Venus. »El éxito de esta segunda prueba no secundó los deseos de Psiquis, y no le valió una lisonjera aceptación. Venus frunció las cejas, y, sonriendo amargamente, dijo:—Esto es ya un abuso; aquí se descubre la mano de un pérfido consejero. Mas ahora voy a examinar, decididamente, si tienes verdadera fuerza de voluntad y una prudencia digna de elogio; ¿ves aquella escarpada roca, que desde lo alto domina toda la montaña? Allí brota, en negros torbellinos, una tenebrosa fuente, que, después de recorrer el vecino valle, se arroja a la laguna Estigia para alimentar las roncas aguas del Cocito. Pues bien, trepa hasta ella, acércate al nacimiento del manantial y llena con su helada agua esta botellita que me devolverás en seguida. »Y con estas palabras le dio un frasco de bruñido cristal, amenazándola con terribles castigos.
[13] »Psiquis, con el mejor celo, llegó con paso rápido a la cumbre de la montaña deseando encontrar allí el término de su deplorable existencia. Pero apenas llegó a la proximidad de la roca señalada, descubre la inmensidad de su tarea y los obstáculos dispuestos a darle muerte. En efecto, la roca se elevaba a inconcebible altura y era imposible subirla por lo escarpado y resbaladizo. En esta pendiente brotaban las terribles aguas que, apenas salidas de la agujereada roca, resbalaban a lo largo de la falda de la montaña y trazándose un estrecho desfiladero, en donde se encajonaban, caían escapando a la vista, al próximo valle. Por ambos lados, entre las rendijas de las rocas salían furiosos dragones, de alargado cuello y ojos desmesuradamente abiertos, que sin un instante de reposo, mantenían astuta vigilancia. Y además, estas aguas, que tenían voz, advertían también del peligro. «¡Retírate! ¿Qué haces? ¡Prudencia! ¿?Dónde vas? ¡Cuidado! ¡Huye! ¡Vas a morir!...» Así decían lúgubremente. Ante la imposibilidad de la empresa, quedó Psiquis alelada. Su cuerpo estaba allí, pero no sus sentidos. Y agobiada por un peligro a que no podía escapar, no le quedaba ni el último consuelo de las lágrimas.
[15] Los sufrimientos de esta inocente alma no escaparon a la clarividencia de los favorables dioses. De pronto, un ave real de Júpiter, la sagaz águila, desplegó sus alas y fue a colocarse a su lado. Recordó que en otro tiempo, obedeciendo a su amo y dirigida por el Amor, arrebató a un joven frigio destinado a copero del dios. Y quiso aprovechar la oportunidad para honrar a Cupido, prestando su auxilio a su apurada esposa. Abandonando el alto empíreo, revolotea ante los ojos de la muchacha:—Inocente como sois y extraña a tales pruebas, ¿creéis posible obtener una sola gota de esta fuente tan terrible como sagrada? ¿Tenéis confianza en acercaros siquiera? ¿No habéis oído decir que los mismos dioses, incluso Júpiter, temen las ondas del Estigio [--], y que los juramentos que los mortales hacéis por los dioses, los dioses los hacen por la majestad del Estigio? Dadme el frasco. Apodérase de él y pronto lo llena. En efecto; balanceando sus majestuosas alas que extiende a derecha e izquierda como grandes ramas pasa por entre los dragones de afilados dientes y de vibrátil dardo. Y cuando las temibles aguas le amenazan para que se retire sin profanarlas, les engaña hábilmente, diciendo que viene por voluntad de Venus y que en esta ocasión es ministro de su voluntad. Así le facilitaron la empresa.
[16] Psiquis tomó satisfecha el frasco lleno y lo llevo a Venus. Pero tampoco esta vez pudo desarmar la cólera de la implacable diosa. Pues ésta, amenazándola con más penosas y difíciles pruebas, así la apostrofa con infernal sonrisa:—Veo que eres una hechicera profundamente versada en la ciencia de los maleficios, puesto que tan rápidamente has cumplido mis órdenes. Pero mira, palomita, lo que debes hacer ahora. Toma esta caja y dirígete con ella a los infiernos, a los sombríos penates del mismo Orco. Presenta luego la caja a Proserpina y dile: Venus suplica que le enviéis un poco de vuestra hermosura, aunque sólo sea la necesaria para un día; porque ella ha gastado toda la suya cuidando a su hijo enfermo. Y vuelve en seguida sin tardanza porque necesito perfumarme para, asistir a una función teatral en la morada de los dioses.
[17] »Entonces sintió Psiquis que su existencia tocaba a su último término. Y sin hacerse ilusión ninguna comprendió hasta la evidencia, que la mandaban a la muerte. ¿Cómo dudarlo si con sus propios pies debía encaminarse al Tártaro, a la mansión de los manes? Sin vacilar dirígese a la primera alta torre que distingue, para precipitarse desde ella, porque, se decía a sí misma, es el camino más corto y más agradable para bajar al infierno. Pero la Torre profirió estas palabras:—¿Por qué, niña, buscas la muerte en este precipicio? ¿Por qué sucumbes sin reflexión ante esta última y peligrosa experiencia? Si tu alma se separa del cuerpo, descenderás verdaderamente a las profundidades del Tártaro, pero no saldrás ya de allí por ningún medio. Óyeme:
[18] Lacedemonia, noble ciudad de Acaya, no está lejos de aquí; el Tenaro [--] pasa por ella entre sueltos senderos. Búscalo: es un respiradero de los imperios de Plutón y sus franqueables puertas indican un camino que nadie recorre. Una vez pasado su umbral llegarás en línea recta al palacio de Orco si no abandonas el camino. Pero, ante todo, no emprendas tu peregrinación a través de las tinieblas con las manos vacías. Debes llevarte dos tortas de harina de cebada amasada con miel, y un par de monedas en la boca. Además, cuando hayas recorrido buena parte del camino que conduce a los muertos, encontrarás un asno cojo, cargado de leña, guiado por un conductor cojo también. Este te pedirá que recojas algunas ramas que le han caído de la carga; sin responderle una sola palabra continúa tu camino. Inmediatamente llegarás al río de los muertos. Allá está dispuesto Caronte, que exige adelantado el precio del pasaje y sólo con esta condición transporta a los viajeros de una a otra orilla en su remendada barca. »¡Es preciso que, aun en el seno de la muerte, viva la avaricia! ¡Que el mismo Plutón, poderosa divinidad, no haga nada sin dinero! Es preciso que el pobre deba procurarse el precio del pasaje, y si por desgracia no lleva la moneda, no puede morir apaciblemente.» Darás una moneda a este repugnante viejo a título de peaje; pero haciendo de modo que con su mano la tome directamente de tus labios. Hay más todavía; al surcar las encrespadas olas, un viejo, que nada muerto en la corriente, levantará a ti sus manos putrefactas, rogándote que le subas a la barca. Pero no sientas compasión por él; está prohibido.
[19] Una vez llegados a la orilla opuesta, y después de andar poco rato, encontrarás a unas viejas hilanderas que te rogarán que les ayudes a tejer un poco de tela. Es preciso que no te aventures a hacerlo. Estas y otras celadas te prepara la malévola Venus, para que tus manos dejen caer siquiera una de las tortas. Y no creas que la posesión de estas golosinas deba serte indiferente. Con una de las dos que pierdas, ya no podrás ver jamás la luz del día. En efecto, encontrarás un enorme perro, de gigantesca y triple cabeza, monstruo inmenso y formidable, que con sus roncos ladridos aturde sin peligro a los muertos, a los que no pueden hacer daño. Centinela avisado, guarda la silenciosa morada de Plutón, apartado en el umbral de las galerías de Proserpina. Dominarás su cólera echándole una de las tortas, y así continuarás fácilmente tu camino. Dirígete a Proserpina, que te recibirá dulce y benévola, hasta el punto de invitarte a que te instales cómodamente y pruebes una excelente comida. Pero tú siéntate en el suelo, y para todo regalo, pide un poco de pan negro. Entonces da cuenta de tu mensaje, y tomando lo que ofrezca, emprende tu regreso. Después de pagar al avaro barquero la moneda que te reservabas y franqueado el río, sigue tu primer camino, y pronto verás nuevamente el cielo con sus coros de estrellas. Pero hay un consejo, cuya observación te he de recomendar muy especialmente: y es que te guardes de abrir la caja que llevas, este tesoro de belleza divina, oculta cuidadosamente.
[20] Esto profetizó la previsora Torre. »Sin dilación, se dirigió Psiquis al Tenaro. Cuidó de llevar consigo las dos monedas y las dos tortas; y descendió rápidamente por el infernal sendero. Cruzose sin abrir boca con el arriero cojo y pagó su peaje al barquero. No presta oídos al muerto que sobrenada; desprecia las insidiosas súplicas de las hilanderas; adormece el furor del terrible perro con una torta, y penetra, finalmente, en el palacio de Proserpina. En su hospitalaria recepción, ofrécele la diosa un delicado asiento, una excelente mesa; todo lo rehúsa, y sentándose en el suelo, a sus pies, se contenta con pan duro, y transmite la embajada de Venus. Proserpina le entrega de nuevo la caja, misteriosamente llena y bien cerrada. Con la golosina de la segunda torta, cierra la boca del terrible can, paga al barquero la segunda moneda y sale apresurada de los infiernos. Contempla de nuevo con admiración la blanca luz celeste, y a pesar de su afán en terminar su misión, una temeraria curiosidad se apodera de su espíritu. »¡Cómo!, decía; heme aquí en posesión de la belleza de las diosas, y seré tan necia que no tomaré un poquitín para mí. Tal vez este sea un medio de dar contento al encanto que yo adoro.
[21] Y, diciendo esto, abrió la caja. Ninguna belleza contenía; pero apenas levantó la tapa, desprendióse un vapor letárgico, verdadero sueño de la Estigia, que se apoderó de ella; derramose por sus miembros una nube espesa y soñolienta, y cayó tendida en tierra en mitad del camino. Inmóvil, en el suelo, no era más que un cadáver dormido. Pero el Amor, cicatrizada ya su herida, iba recobrando las perdidas fuerzas, y no pudiendo soportar la larga ausencia de Psiquis, escapóse de la habitación, donde le tenían cautivo, por la estrecha ventana. Remontó el vuelo con sus alas robustecidas por el largo descanso, en dirección a su amante. Apresurose a librarla de esta soporífera influencia, y encerró de nuevo al Sueño en la caja donde anteriormente residía, y rozando a Psiquis con una de sus flechas, sin hacerle daño alguno, la despertó.—¡Mira, pues, infeliz criatura, le dijo, cómo una nueva curiosidad había causado otra vez tu perdición! Pero no tardes; ejecuta con diligencia la misión que te ha encomendado mi madre, Yo velaré sobre lo demás. Y dicho esto, el alado amante de Psiquis, emprende su vuelo, mientras ella presenta a Venus el obsequio de Proserpina.
[22] Durante este tiempo, Cupido, en un exceso amoroso, y temiendo, por el enfadado aspecto de su madre, ser entregado en manos de la Sobriedad, recurrió a sus características armas. Con rápido vuelo remontose a la celeste bóveda, dirige sus ruegos al gran Júpiter y pleitea su causa directamente. Júpiter toma entre sus manos las delicadas mejillas de Cupido, y acercándolas a su boca para besarlas, le dice: Bien sabes, mi señor hijo, que nunca has respetado las prerrogativas que me conceden los demás dioses sin excepción; tú hieres con repetidos golpes este corazón donde se elaboran las leyes de los elementos y las revoluciones de los astros: sin cesar lo deshonras con intrigas amorosas entre los mortales, faltando así a las leyes, a la ley Julia en particular, y a la moral pública. »Me comprometes con escandalosos adulterios, que lastiman mi reputación y mi honor. Me impones metamorfosis tan innobles como indignas de mi augusta persona; haces de mi una serpiente, un pájaro, fuego, una fiera, un toro... No obstante, me acuerdo de que soy un bonachón, que has crecido en mis brazos y te concederé todo lo que me pides; pero a condición de que sepas guardarte de tus rivales y que si hay actualmente sobre la tierra alguna maravillosa beldad, recompensarás por ella mi indulgencia actual.
[23] Y dicho esto ordenó a Mercurio para que convoque inmediatamente todos los dioses a una sesión, declarando que el Inmortal que deje de concurrir sin causa justificada, pagará diez mil escudos de multa. Gracias a este temor, llenose todo el celeste, anfiteatro, y sentado en su alto trono, Júpiter les habló así:—Dioses conscriptos, cuyos nombres figuran en los registros de las musas, bien sabéis, sin que os quepa duda alguna, que este doncel ha sido criado con mis propios cuidados. En sus primeras mocedades tuvo movimientos e impulsos de rebelión, por cuyo motivo creí necesario poner freno a sus iniciativas. De algún tiempo acá da que hablar diariamente a todo el mundo y se hace famoso por sus adulterios y desórdenes de todo género. Quiero que no tenga ocasión para repetirlo y para contener este libertinaje de la juventud quiero encadenarle en las leyes del himeneo. Se ha enamorado de una muchacha y ha marchitado su inocencia. Sea, pues, para él; que la conserve; que se case con Psiquis y goce eternamente de su afecto.—Y dirigiendo su mirada a Venus:—Y tú, hija mía, le dice, no te entristezcas. Nada temas para la alta alcurnia de tu casa; no se trata de una alianza temporal, el matrimonio no será desequilibrado ni ilegitimo; tú figurarás en su celebración, jurídicamente; corre de mi cuenta.
[24] Al punto manda a Mercurio que vaya en busca de Psiquis y la suba a los cielos. Presentándole una copa de ambrosía, le dice estas palabras:—Bebe, Psiquis, y seas inmortal. Jamás Cupido romperá los lazos que a ti le unen; desde este instante os enlazo con el nudo del matrimonio. »Súbitamente presentose un magnífico festín de bodas. En el lecho de honor estaba Cupido con Psiquis en sus brazos; luego Júpiter con Juno, y así los demás dioses, según su categoría. Pronto corrió el néctar, que es el vino de los dioses. A Júpiter presentábale la copa el joven pastor, su copero; Baco servía a los demás Inmortales. Vulcano preparaba la comida en sus hornos; las Horas tendían una alfombra de rosas y otras flores; las Gracias derramaban bálsamos y las Musas hacían oír sus armoniosas voces. Apolo preludió en la cítara; Venus, a sus cadenciosos acordes, ejecutó preciosas danzas, después de distribuir la orquesta de este modo: las Musas cantaban en coro, un Sátiro tocaba la flauta y un discípulo de Pan tocaba el caramillo. De este modo y con tal ceremonia pasó Psiquis, jurídicamente, a la potestad de Cupido, y, a los nueve meses, tuvieron una niña, que se llama la Voluptuosidad.»
[25] He aquí lo que contaba la asquerosa vieja, medio ebria, a nuestra joven prisionera. Y yo, que no estaba lejos de allí, me desesperaba atrozmente, por no tener tablas enceradas ni estilete con que copiar tan hermosa fábula.
En este momento llegáron los ladrones, cargados de botín, después de haber sostenido yo no sé qué rudo combate. Dejaron en casa a los heridos, para curarles, y algunos de los más intrépidos partieron nuevamente, para traer el resto de su captura, oculto, según decían, en una cueva. Despachan a escape la comida y nos llevan a mi caballo y a mí en busca de estos objetos. No ahorraron los palos, y después de la mas pesada carrera a través de montañosos y escarpados caminos y vericuetos llegamos, por la tarde, a una caverna, de donde sacaron mil objetos distintos. Nos cargaron a más y mejor y, sin dejarnos resollar un momento, emprendimos la vuelta al galope. Era tal su impaciencia y su apresuramiento, que dejando caer sobre mis costillas una granizada de palos, me empujaron hacia una roca, desde la cual me despeñé. Ellos continuaron martirizándome, y a pesar del tremendo dolor que sentía en la pierna derecha y en el casco de la pata izquierda, me obligaron a levantarme penosamente.
[26] Uno de ellos empezó a chillar: «¿Hasta cuándo hemos de mantener sin provecho este mal rucio, lleno de alifafes y que, por añadidura, ahora empieza a cojear?» Otro decía: «Con seguridad que desde que tuvimos la mala pata de llevarlo a casa, no hemos hemos hecho una sola captura lucrativa. Por el contrario, nuestros mas valientes compañeros han sido muertos o heridos.» Un tercero anadió; «Lo que yo os aseguro es que cuando haya llevado a casa, con toda la mala gana que en ello emplea, este bagaje, no tardaré un minuto en precipitarlo de lo alto de la montana al valle: será excelente provisión para los buitres.» Mientras estos bondadosos bandidos discutían el género de muerte que me aplicarían, llegamos a casa, porque el miedo había cambiado mis cascos en alas. Nos quitan con presteza la carga y sin preocuparse de nuestra subsistencia ni de mi defunción, se apoderan de los de sus compañeros heridos y empiezan sus continuos viajes, para traerlo todo ellos solos. Tanto les aburría, decían, mi lentitud. Entretanto no era floja la inquietud con que veía yo el final que me habían prometido; y dije para mis adentros: «Lucio, ¿por qué te estás ahí parado? ¿Qué esperas todavía? Los bandidos han decretado ya tu muerte, y una muerte horrible por más señas. Todo está dispuesto. La ejecución no pide grandes esfuerzos. ¿Ves aquí cerca, en esta ladera, aquellas rocas puntiagudas y salientes? Antes de que caigas ya estarán escampando tus miembros; porque la magia, tu gloriosa magia, sólo te ha dado la forma y las miserias del asno, pero no su recio cuero; tu piel es delgada como la de una sanguijuela. ¿Por qué no tomas, pues una enérgica decisión y no procuras salvarte mientras hay tiempo todavía? Tienes excelente ocasión para huir mientras están ausentes los bandidos. ¿Temes la vigilancia de un vejestorio más muerto que vivo cuando de una sola coz, aun con la pata coja, la mandas al otro mundo? ¿Pero hacia dónde huyes? ¿Quién te dará hospitalidad?» He aquí mis reflexiones, necias y dignas de un asno como yo. ¿Qué viajero que encuentre una caballería no la tomará consigo?
[27] Y de un vigoroso tirón rompo la cuerda que me ataba y empiezo a devorar terreno. No pudo escapar, sin embargo, a los ojos de lince de la picara vieja. En cuanto me vio suelto, revistiéndose de un valor impropio de su edad y su sexo, cogió la cuerda y quiso recuperarme para atarme de nuevo, pero viniendo a mi memoria el fatal proyecto de los bandidos, fui insensible a toda piedad y arrimándole una esplendida coz la tendí patas arriba. Tendida en el santo suelo no quería soltar la cuerda, de modo que la arrastré buen trecho. Al mismo tiempo chillaba y se lamentaba desaforadamente implorando el auxilio de un brazo vigoroso. Pero con sus vanas deprecaciones alborotaba inútilmente pues no había nadie en la casa para ayudarla, únicamente la joven prisionera. Atraída esta por sus gritos sale de la cueva y ve (curiosísimo espectáculo, no hay duda) una vieja Dirce arrastrada, no por un toro sino por un asno. Desplegando varonil coraje, tomó una atrevida decisión; le quita la cuerda de las manos; con cariñosas palabras detiene mi impetuosa carrera, salta ágilmente sobre mis lomos y me azuza nuevamente a proseguir la huida.
[28] Yo, por mi parte, que sólo pensaba en escapar y ardía en deseos de salvar a la muchacha, animado por los porrazos con que a menudo me obsequiaba, galopaba a escape como un caballo y procuraba corresponder con: relinchos a sus dulces palabras. De vez en cuando, con pretexto de rascarme los ijares, volvía el cuello para besar los encantadores pies de la joven beldad. Entonces ella suspiraba profundamente y dirigiéndose al cielo con expresivo ademán: «Dios mío, decía, asistidme en medio de tantos peligros. Fortuna, cruel Fortuna, cesa de perseguirme con tus furores; bastante he sufrido ya expiando mis miserias y mis torturas. Y tú, autor de mi libertad y de mi salvación, si me conduces felizmente a mi familia: si me devuelves mi padre, mi madre, mi hermoso y gallardo novio, ¡qué obsequios no te prodigaré! ¡Cuántos homenajes te ofreceré! ¡Cómo cuidaré de tu salud! Peinaré cuidadosamente tus crines y las adornare con mis virginales manos. Los pelos que te caen sobre la frente, yo los partiré graciosamente en dos tufos. Las cerdas de tu cola, que ahora están ásperas, enredadas y sucias, las limpiaré con gran celo para que sean limpias y relucientes. Brillarán alrededor de tu garganta numerosos collares de oro. Será tal tu esplendor que parecerá que hayan caído sobre ti todas las estrellas del firmamento. Y en medio del alegre pueblo te paseare en triunfo: ofreciéndote mi mano, sobre un tablero de seda, almendras y otras golosinas que engordarán a mi salvador.
[29] Y no terminará con delicados manjares y mil recreos tu beatífica existencia, porque además te cubriré de gloria y dignidades: eternizaré el recuerdo de mi pasada aventura y de la protección del cielo con un testimonio para siempre duradero; en el vestíbulo de mi palacio colocaré un cuadro donde se represente nuestra fuga de este momento. La pintura, la tradición, la pluma de los sabios, todo perpetuará a través de los siglos la inocente historia de «La Joven Princesa huyendo de su cautiverio sobre un asno.» A mi lado figurarás entre los milagros. Por la autenticidad de tu aventura creeremos que Frixo atravesó los mares montando un cordero, que Arión surcó las olas sobre un delfín; que Europa las atravesó sobre un toro. Mas, ¿qué digo? Si verdaderamente el omnipotente Júpiter mugió bajo figura de buey, tal vez en mi asno se oculta un misterio, un rostro humano o una divina faz.» Mientras esto decía la muchacha, mezclado con frecuentes suspiros, llegamos a una encrucijada. Una vez en ella tiraba de la cuerda con todas sus fuerzas para hacerme ir a la derecha, que era el camino de ir a casa de sus padres. Pero como yo sabía que los ladrones habían ido por allá para recoger el resto del botín, opuse tenaz resistencia y decía yo para mis adentros, puesto que no me era posible hacerme oír: «¿Qué estás haciendo, infeliz criatura? ¿Por qué me guías a los abismos del Tártaro? ¿Dónde pretendes que te lleven mis piernas? Es que no sólo vas a buscar tu muerte, sino la mía también.» Mientras forcejábamos en sentido opuesto, como si discutiéramos una demarcación de limites, un problema de propiedad limítrofe o un trazado de carretera, nos salieron, cara a cara, los bandidos cargados con su botín. Nos habían conocido ya desde lejos a la luz de la luna y nos saludaron con burlona sonrisa.
[30] Uno de la cuadrilla nos apostrofó: «¿Dónde vais con tanta prisa y de noche? ¿No os dan miedo, a esta hora, los espectros y los fantasmas? ¿Es que tal vez, virtuosa amiga, ibas escondidamente a visitar a tus padres? Ya procuraré que no vayas sola, y aun te enseñare un camino muy corto para juntarte con tu familia.» Acompañando las palabras con los hechos, tomó el cabestro y me hizo dar media vuelta, de cara a casa. En esta maniobra me gané un garrotazo. Observando entonces que, quieras o no quieras, me llevaban al patíbulo, intenté simular que me dolía una pata y comienzo a cojear balanceando la cabeza. «¡Hola!, dijo el que me había hecho dar la vuelta, ¿ya empiezas a temblar y andar cojo? ¿Y tus carcomidas patas pueden huir, pero no pueden andar? Pues no tardarás mucho en ganar en velocidad al propio Pegaso.[--]» Mientras así bromeábamos con mi simpático camarada (intercalando en el discurso uno que otro palo) llegamos a la entrada de su vivienda, y lo primero que vimos fue nuestra vieja, que se había ahorcado en lo alto de un ciprés. Desatáronla, y sin quitarle el nudo que la había estrangulado, la echaron al fondo del barranco. Luego, después de atar a la pobre muchacha, se abalanzaron, como lobos hambrientos, sobre la comida que les dejó preparada la vieja con póstumo celo.
[31] Mientras devoran con ávida voracidad, empiezan a deliberar acerca de nuestro castigo. Como no podía menos de ocurrir en tan turbulento conciliábulo, las opiniones fueron muy distintas. Pedía uno que la muchacha fuese tostada viva; otro que debía ser despedazada por las fieras; el tercero que la clavasen en cruz, el cuarto que la mutilasen en medio de grandes tormentos; pero todos convenían en que debía morir. Entonces un bandido, después de haber hablado los demás, pronunció gravemente estas palabras:
«No conviene a los principios que nuestra sociedad profesa, ni a la dulzura de carácter de cada uno de nosotros en particular, ni a mi personal moderación, que yo autorice una crueldad que es excesiva y va mas allá que la gravedad del delito. No penséis en las fieras, ni en las aves de rapiña, ni en el fuego, ni en los tormentos; ni os precipitéis tampoco a condenarla a las tinieblas de una temprana muerte. Si atendéis mis consejos, daréis la vida a esta muchacha, pero la vida que merece. No habéis olvidado, sin duda, lo que anteriormente decidimos respecto a este asno, penco gandul y que gasta por cuatro; el mismo que hace un momento fingía una falsa enfermedad, y que ha sido cómplice y agente en la fuga de la niña. Propongo que mañana sea degollado, que le vaciemos completamente las entrañas, encerrar en su pellejo la muchacha, completamente desnuda, coser de nuevo el pellejo de modo que sólo asome la cabeza, quedando aprisionado el restante cuerpo entre los flancos del animal, y que se coloque, finalmente, en lo alto de una roca batida por los ardientes rayos del sol, nuestro asno relleno.
[32] De este modo sufrirán los dos el castigo que justamente merecen: el asno alcanzará una muerte que bien ganada tiene, la muchacha aguantará los mordiscos de las fieras, cuando los gusanos consuman sus miembros; los tormentos del fuego cuando el sol, con sus rigorosos ardores, inflamará la piel del animal, y finalmente el suplicio de las aves, cuando los buitres rasgarán sus entrañas. Imaginad, además, los tormentos suplementarios de que disfrutará. Viva todavía vivirá en el pellejo de un asno muerto, sofocando su olfato el más fétido olor, se irá aniquilando con el martirio del hambre, y ni aun podrá disponer de sus manos para darse la muerte.» Cuando hubo terminado, todos, sin necesidad, de votación, estuvieron conformes con esta proposición, con unánime asentimiento. Y yo, que todo lo había oído con mis larcas orejas, ¡que otra cosa podía hacer, sino llorar por mi desdichado cuerpo, mañana cadáver!