Memorias de Lord Thomas Cochrane/Capítulo 13

Freire marcha sobre Valparaíso; Lo eligen Supremo Director; Pídeme por favor me vuelva a Chile; Mi respuesta; Subsiguiente carta al general Freire.

El 18 de Enero de 1823 arrié mi bandera, enarbolada en la goleta Moctezuma, único buque que me había dejado la suspicaz envidia de los ministros chilenos, y me di a la vela para Río de Janeiro en el bergantín Coronel Alien, a pesar de que el Rising Star, buque de vapor perteneciente a mi hermano, o más bien al Gobierno chileno, sobre el cual tenía derecho de retención por el dinero que había adelantado para completarlo y equiparlo, estaba en Valparaíso sin hacer nada. Si yo hubiera podido llevar este vapor al Brasil por no querer Chile rembolsar las sumas que mi hermano adelantara bajo la guardia del enviado Álvarez, que tenía aquél en Londres, el Gobierno brasileño se habría aprovechado gustoso de una ventaja a la cual el Ministerio chileno era indiferente; sin embargo, por los esfuerzos del almirante Simpson y las miras más esclarecidas del actual Gobierno, ahora comienza Chile a apreciar la ventaja de una Marina de vapor, la que al adquirir su independencia tan perversamente desechó con negarse a hacer honor a las comparativamente frívolas obligaciones pecuniarias de su ministro en Londres. La razón probable que indujo al Gobierno chileno a no reconocer estas obligaciones fue que como la guerra había a la sazón concluido por haber quedado aniquilado el poder naval español en el Pacífico con la ayuda de buques de vela solamente, no había necesidad de vapores de guerra; no pudiendo jamás comprender la apocada política de los ministros que han figurado en estas páginas, que el mantener una preponderancia marítima no es menos difícil que obtenerla. De aquí es que para libertarse de pagar la mezquina suma de 65.000 pesos debidos, y que aún se deben a mi hermano por sus adelantos para el buque, éste fue desechado; la consecuencia fue que después de mi partida la independencia de Chile volvió a estar en peligro, mientras que el Perú se salvó de ser reconquistado por los españoles con la sola intervención de Bolívar, el Libertador de Colombia.

Poco tiempo después de mi salida, habiendo formado un convenio los partidarios del general Freire y los enemigos del general O'Higgins, aquél marchó sobre Valparaíso, en donde el pueblo abrazó apasionadamente su causa; de manera que el supremo director, abandonado de su malévolo espíritu, San Martín, así como también de otros que habían causado su caída, se encontró prisionero en poder del mismo hombre que más había contribuido a su ruina, esto es, Zenteno, a cuyo cargo le pusieron bajo el pretexto de hacerle responsable de los gastos de aquellos que ahora le tenían en prisión.

El fin de esto fue una investigación de los actos de O'Higgins que duró cinco meses, teniendo por resultado el permitirle salir del país; mientras tanto, Freire fue elevado al supremo directorio, en medio de las discordias intestinas de Chile, y los desastres del Perú, en donde los españoles a las órdenes de Canterac, engreídos de la pusilanimidad del Protector en permitirles socorrer al Callao sin ser molestados, y ensoberbecidos con la decisiva victoria que obtuvieron contra una división de su ejército, como ya se ha dicho en un capítulo precedente, se habían aprovechado del tesoro cogido en el Callao para reorganizar sus fuerzas que a la sazón estaban amagando a Lima, y hubiesen, sin duda alguna, recobrado .el Perú, si Bolívar, previendo el resultado, no hubiese enviado una división de su ejército al mando del general Sucre, para socorrer la sitiada capital.

En medio de estas dificultades despachó el nuevo Gobierno chileno la siguiente carta a Río de Janeiro, con el objeto de inducirme a volver y reorganizar la Marina, cuyos oficiales y marineros, según supe, fueron despedidos poco después de mi partida, sin darles la más insignificante recompensa por sus extraordinarias privaciones y servicios en favor de la causa de la independencia.

Ministerio de Relaciones Exteriores
Santiago de Chile, Abril 11 de 1823.
Excmo. Señor:
Habiendo los representantes del pueblo chileno, reunidos legalmente, nombrado director supremo del Estado a S. E. el mariscal don Ramón Freire, este suceso ha terminado feliz y provechosamente los movimientos interiores que agitaron al país. Al entrar el nuevo Gobierno al desempeño de sus delicadas funciones ha notado la falta que hace V. E. en un Estado cuya preponderancia marítima y actitud imponente sobre el enemigo eran debidas al valor y a la pericia de y. E., y a la extraordinaria opinión de su nombre, señal de confianza para los chilenos y de terror y desaliento para los enemigos.
La pérdida del ejército aliado en Moquegua, donde ha sido batido por el general Canterac, ha causado tal trastorno en el curso de la presente guerra, que tal vez la capital del Perú deba sucumbir al enemigo por la superioridad que ha adquirido. En tales circunstancias, Chile necesita dar un nuevo impulso a sus fuerzas marítimas, y especialmente anunciándose con seguridad estar próxima a zarpar de Cádiz una expedición compuesta de dos navíos de guerra; noticia harto verosímil, pues que el envío de una Escuadra a restaurar los contrastes del Perú era el objeto de los más empeñosos esfuerzos de los españoles, que a este objeto habían remitido auxilios de dinero a la Península.
V. E., a su partida, prometió no abandonar la causa de la independencia, y Chile, que ha mirado siempre en V. E. uno de sus más ilustres protectores, no debe quedar defraudado de aquella promesa en el momento del peligro, así como tampoco V. E. dejar incompleta su grande obra. Con estas consideraciones, es que el director supremo me ordena rogar a V. E. en nombre de la nación, y en el suyo propio, tenga a. bien volver a este Estado, al menos por el tiempo crítico de sus peligros. S. E. confía en el generoso amor a la humanidad que V. E. abriga en su corazón, y no duda que, restituido V. E. a nuestro territorio tan prontamente como lo exigen las circunstancias, acredite así que no perdona fatigas ni sacrificios cuando se trata de sostener la bella causa en que V. E. quiso comprometerse desde el principio.
Dígnese V. E., entretanto, aceptar los sentimientos de mi más atenta consideración,
Mariano de Egaña.
Excelentísimo Señor vicealmirante de la Escuadra chilena, muy honorable lord Cochrane.

Es casi inútil decir que mis obligaciones para con el Brasil, y el hecho de haberme llegado el ofrecimiento de reasumir el mando de la Marina chilena cuando me encontraba bloqueando a la Escuadra portuguesa en Bahía, hacían imposible acceder a lo que se me pedía. El que un Estado, cuyos ministros me habían obligado a abandonarlo, con la mayor injusticia, viniese tan pronto a rogarme, del modo más encarecido, me volviese a él y lo libertase de los desastres que lo estaban amenazando, no es tanto una prueba del peligro en que estaba el Gobierno como de la entera satisfacción que le causaba mi comportamiento como almirante y de lo que deseaba volviese a prestarle mi apoyo.

En respuesta a esta súplica dirigí al ministro la siguiente carta:

Excmo. Señor:
Tengo el honor de haber recibido poco hace su carta del 11 de Abril participándome la elevación del mariscal de campo D. Ramón Freire a la alta dignidad de director del Estado de Chile, por aclamación del pueblo, elección en la que cordialmente me complazco, pues ha colocado en el poder a un patriota y amigo. Mis sentimientos hacia S. E. han sido por largo tiempo muy conocidos del último supremo director y de sus ministros, y pluguiese al cielo que para la expedición del Perú se hubiesen aprovechado de los hábiles y desinteresados servicios del general Freire, en cuyo caso las cosas de la América del Sur habrían tenido ahora un muy diferente aspecto; pero la facción de Buenos Aires, animada de ambiciosas y sórdidas miras, se entrometió, e hizo malograr aquellos planes, que bajo la dirección del general Freire hubiesen pronto y felizmente terminado la guerra.
Al separarme de Chile no podía mirar al pasado sin sentimiento y al porvenir sin desconfianza, pues sabía por experiencia qué designios y objetos dirigían los Consejos del Estado. Créame usted: sólo la íntima convicción de que era en aquellas circunstancias imposible prestar al buen pueblo de Chile ningún otro servicio, o vivir con tranquilidad bajo semejante sistema, pudo inducirme a alejarme de un país que yo vanamente creía me ofrecería aquel sosegado asilo que, después de todas las aflicciones que había sufrido, consideraba necesario a mi reposo. Mis inclinaciones eran también indudablemente en favor de mi permanencia en Chile, por congeniar mis hábitos con las maneras y costumbres del pueblo, exceptuando solamente aquellos pocos que, por su intimidad con la corte, estaban corrompidos, o cuyos entendimientos y costumbres se hallaban envilecidos por aquella especie de educación colonial española que inculca la duplicidad como la principal prenda de todo hombre de Estado en sus relaciones, tanto con los individuos como con el público.
Hablo ahora con más especialidad de las personas que acaban de salir del poder, exceptuando, sin embargo, al ex supremo director, que creo ha sido víctima de los artificios de aquéllas; y le aseguro a usted que nada me causaría tanto placer, por el bien de los ingenuos chilenos, como ver que con el cambio de ministros se cambia también el sistema, y que los yerros de sus predecesores, y su consiguiente suerte, sean una eficaz precaución contra un modo de obrar tan ruinoso.
Señáleme usted una obligación que se haya honrosamente llenado, una empresa militar cuyo declarado objeto no haya sido alterado, o una solemne promesa que no se haya quebrantado; pero mis opiniones acerca de esta falta de palabras, en diferentes ocasiones durante la lucha, cuando cada cosa estaba presente a mi espíritu, se hallan consignadas en mi correspondencia con el ministro de Marina, y muy particularmente en mis cartas privadas a su excelencia el ex supremo director, a quien infructuosamente previne de todo lo que ha ocurrido. La carta que también dirigí a San Martín, en respuesta a sus acusaciones, de lo que transmití oficialmente copia al predecesor de usted, contiene un breve compendio de los yerros y locuras cometidos en el Perú; como mis cartas públicas y estos documentos se encuentran, sin duda, en poder de usted, me abstendré de cansar su atención con la repetición de hechos que ya conoce.
Mire usted mis representaciones acerca de las necesidades de la Marina, y vea cuánto se han aliviado. Note usted mi memorial en que proponía establecer un semillero de marineros con estimular el comercio de las costas, y compare usted esos principios con los del código Rodríguez, que aniquiló a ambos. Verá usted en éste, como en todos los otros casos, que cuanto recomendé para promover el bien de la Marina se ha despreciado o resistido con medidas directamente opuestas. Examine usted las órdenes que se me dieron, y vea si tenía yo más libertad de acción que un monitor de escuela en la ejecución de sus tareas. Compulse usted los archivos del ministerio de Marina y hallará que, mientras que la Escuadra se veía casi perecer de hambre, se estaban embarcando provisiones en Valparaíso, aparentemente para la Marina, pero que iban consignadas a D. Luis de la Cruz, y se disponía de ellas de un modo que redundaba en eterno baldón e ignominia. Tal vez encontrará también la copia de una orden, cuyo original obra en mi poder (sin estar firmada por el supremo director), permitiendo a un buque cargado de grano entrar en el puerto bloqueado del Callao cuando estaba en los mayores apuros, el que entró durante mi ausencia y se vendió por una suma enorme; en tanto que no podían encontrarse fondos para enviar siquiera 500 hombres a Una jornada de ocho días distante de Chile para apoderarse del Alto Perú, en momentos en que la mayor parte del país estaba realmente en nuestro poder, y cuando las voluntades del pueblo, las que después se enajenó San Martín con su baja conducta, eran unánimes en nuestro favor.
La inquietud de ánimo que yo he sufrido mientras estuve al servicio de Chile nunca volveré a soportarla por ninguna consideración. El organizar nuevas tripulaciones; el navegar en buques destituidos de velamen, cordaje, provisiones y pertrechos; el fondearlos en el puerto sin anclas ni cables, excepto con aquellos que yo podía procurarme por medios fortuitos eran dificultades demasiado fatigosas; pero vivir entre oficiales y hombres descontentos y amotinados por atraso de paga y otras privaciones; verse obligado a incurrir en la responsabilidad de confiscar, a la fuerza, fondos del Perú para pagarles, a fin de evitar a Chile peores consecuencias, y entonces hallarse uno expuesto a recibir reproches de una parte por semejante confiscación, y de otra a ser sospechado de no haber empleado debidamente aquellas sumas, aunque los libros de pago y los recibos de cada artículo importante hayan sido entregados al contador general, son todas circunstancias tan desagradables y repugnantes que, hasta que yo no tenga datos seguros de que los actuales ministros están dispuestos a obrar de un modo diferente, no me será posible consentir en renovar mis servicios donde, bajo semejantes circunstancias, serían del todo infructuosas a los verdaderos intereses del pueblo. La intriga y maquinaciones de partido pueden volver a ponerme en la misma condición en que me encontré antes de mi partida de Valparaíso, es decir, un cero a la izquierda y una carga pública, puesto que los buques de guerra pueden volver a colocarse en manos de un gobernador Zenteno, con la mira de exponerme al odio popular como una persona que recibe buena paga del Estado, y en recompensa de lo cual, sin buques que mandar, ningún servicio adecuado puede prestar. Que tal era la intención de los anteriores ministros al retirarme los buques que estaban a mis órdenes, bajo el falso pretexto de componerlos, no hay la menor duda; pues en tanto que se me privaba de toda recompensa honorífica, no quisieron aceptar la rebaja que les ofrecí de 4.000 pesos de mi paga anual, tratándome al propio tiempo con toda clase de desdén y actos los más indignos.
Semejante modo de obrar, lo sé, es muy ajeno de las intenciones de la excelente persona que ahora preside a los negocios de Chile, como creo también en toda conciencia que no estaban menos distantes del ánimo y corazón del anterior supremo director, quien, hallándose colocado en esa elevada posición, estaba desgraciadamente expuesto a los errores que dimanan de prestar oído a las sugestiones de los interesados que rodean siempre al poderoso, sacando provecho de ocultar la verdad y propagar el engaño.
Es un hecho harto conocido de todos mis amigos que yo había determinado dejar a Chile antes de recibir ninguna proposición del Gobierno del Brasil. Hasta ahora he sido tratado por este Gobierno con la mayor confianza y sinceridad, y las facultades de que me he revestido son en un todo lo contrario de aquéllas mezquinas y coartadas instrucciones con que me tenían encadenado en Chile el Senado, lOS ministros y San Martín, a cuyas órdenes me habían colocado. El Gobierno del Brasil, teniendo por mira la conclusión de la guerra, dio órdenes a este efecto, sin ninguna de aquellas miserables restricciones que son de naturaleza a retardar su objeto, cuando finalmente no la frustran. La consecuencia es que la guerra en el Brasil está ya dichosamente terminada, aunque hemos tenido que combatir contra fuerzas muy superiores, esto es, la evacuación de Bahía, la huida de la escuadra portuguesa, la captura de una gran parte de sus transportes y tropas, y la rendición de Maranhão: todo en menos meses que años ha empleado el Gobierno de Chile, sin que aun haya conseguido su objeto, y hasta sin otro resultado que el de alejar la consumación de la independencia del Perú y su propia paz y estabilidad.
Debo ahora llamar la atención, no obstante haber dirigido ya una carta sobre el asunto al ministro de Hacienda, respecto al haber violado el Gobierno chileno el contrato hecho entre el señor Álvarez, su representante en Inglaterra, y mi hermano, el honorable Guillermo Erskine Cochrane, para completar, equipar y conducir a Chile el vapor Rising Star, lo que ha acarreado a mi hermano gastos de gran cuantía. Ignoro si los perjuicios que le acarrea la perfidia de los últimos ministros van a ser remediados por la buena fe de sus suceso res; pero si así no fuese, con el debido respeto, le hago presente a nombre de mi hermano, que reclamo el pago de las sumas que se le están debiendo por el contrato susodicho.
Con igual respeto le recuerdo que es de su incumbencia examinar las cuentas del señor Price, y hacerle devolver el bono de 40.000 pesos que había acordado el Gobierno a buena cuenta del Rising Star, cuyo bono el Sr. Price obtuvo antes de tiempo como adelanto, hace cerca de tres años, bien que no fuese pagadero sino hasta la llegada del buque. Esa cantidad que hace parte de la remuneración debida a mi hermano por cuenta de dicho buque, el Sr. Price, o la casa de que es socio, se niega a entregarla, bajo el pretexto de que es necesario se retenga como garantía propia, en el caso de que el Gobierno chileno pida su reintegro. Este es un modo muy extraordinario de justificar la retención de la propiedad ajena, y espero, señor, que inmediatamente tomará usted las medidas necesarias para que se pague sin más demora esa cantidad, como cualesquiera otras que se adeuden a mi hermano por cuenta del Rising Star, cuyos pormenores puede usted obtener del señor Bernard. Con ese objeto, y a fin de evitar el riesgo y los muchos gastos que acarrea el envío de dinero a tan gran distancia, permítame usted le sugiera que el mejor modo de hacer el pago es dar orden a sus agentes en Londres para que lo verifiquen allí.
Soy mucho menos solícito con respecto a lo que se me debe, pero después de haber rogado repetidas veces al contador general, Correa de Saa, durante los últimos seis meses de mi permanencia en Chile investigase y fallase definitivamente mis cuentas, sin que procediese a ello de un modo efectivo, me ha sorprendido recibir una comunicación suya pidiéndome nombre un agente que explique ciertos asuntos que yo había considerado explícitamente explicados en los documentos entregados. Todos estos retardos y obstáculos no puedo considerarlos más que como meros pretextos para evitar el pago del saldo que se me adeuda por mis servicios y por los desembolsos de dinero que me pertenecía, tanto cuanto que pude en toda justicia, en vez de aplicarlo a mantener la Escuadra en Chile, haberlo invertido en liquidar la cuenta que se me debe y haber dejado, a la manera del Gobierno, que el servicio se ingeniase para salir por sí mismo del paso. Además, permítame usted le recuerde, señor, que ni un solo real de este dinero ha salido del bolsillo de ningún chileno, sino que el todo lo he cogido o procurado de manantiales que jamás se habían antes utilizado para cubrir las atenciones de una escuadra abandonada.
Ruego pues, a usted, como ministro de Marina, provea en justicia acerca de mis reclamaciones, y si algo de falso o fraudulento hallase usted en mis cuentas y alegaciones, publíquese en la Gaceta y acuérdeseme el privilegio de la respuesta.
Espero me dispensará usted de haber entrado en estos detalles, y me hará la justicia de creer que ninguno de ellos deja de tener relación con el objeto de su carta. Si no desease molestarle lo menos posible pudiera señalar otras muchas razones que me hacen desear ver muestras de cambio de conducta ministerial en la administración de los negocios de Chile antes de volver a exponerme a dificultades de naturaleza tan penosa y de ocupar de nuevo una posición que he encontrado fatigosa, ingrata y sin provecho.
Cuando los puertos no habilitados se abran al comercio nacional; cuando hayan desaparecido esos obstáculos que hacen ahora el transporte por mar más costoso que la conducción por tierra; cuando el comercio de la costa, ese semillero de marineros indígenas, se estimule en vez de ser prohibido, entonces será tiempo de pensar en restablecer la marina, pues por lo tocante a marineros extranjeros, es tal la aversión que profesan a un servicio en donde se les ha tratado con tanto desdén y engaño, que estoy seguro que los buques de Chile no volverán nunca a ser eficazmente servidos por hombres de aquella clase. No había, por cierto, un individuo, entre los marineros extranjeros a mis órdenes durante el último período de mis servicios en Chile, cuya fidelidad no se hubiese alterado hasta hacer imposible fiarse de ellos en un caso de peligro o apuro. ¿Podían los últimos ministros esperar que los nativos mismos les sirviesen sin sueldo ni manutención? Pero S. E. el actual director puede resolver esta cuestión en un caso semejante respecto del Ejército.
Bueno será que los marineros extranjeros tengan bastante paciencia para no vengarse, con actos hostiles al Estado, de la decepción y violación de promesas por parte de San Martín, y de la condición mísera a que se han visto reducidos, especialmente durante los seis últimos meses de mi permanencia en Valparaíso, por iguales fraudes por parte de Rodríguez, quien, como ministro de Hacienda, creo ha sido impulsado por la esperanza de que obligaría a los hombres a abandonar el país sin ser remunerados de sus servicios, cuando se le figuró, y a otros individuos tan obtusos como él, que ya aquéllos no prestaban utilidad alguna.
La expedición chilena a intermedios y los ruines medios con que se habían propuesto obtener a Chiloé sin mi intervención no despertaron a la sazón en mi ánimo más que sentimientos de conmiseración y desprecio, mezclados de dolor al ver que los sacrificios de tan buen pueblo habían de ser inútiles por la imbecilidad de los que lo gobernaban. Predije saldrían mal esas dos miserables tentativas. Espero mejores cosas del hombre que hoy se halla en el poder, y me causará suma satisfacción el notar es usted afortunado en establecer justas leyes, una constitución libre y un cuerpo representativo que dirija los negocios civiles. En conclusión, que usted salga bien en todo lo que emprenda en beneficio del bien público, y cuando vea que usted ha entrado en el recto sendero, no le faltará mi más celosa cooperación, en caso que la necesitare.
No puedo concluir sin expresar mi alto reconocimiento por el honor que 5. E. el actual director me hace al desear que continúe en el mando de la Marina. Le devuelvo las más cordiales gracias y a usted también por la manera fina con que me ha comunicado sus obsequiosos deseos.
Cochrane.
A S. E. el Sr. D. Mariano de Egaña, ministro de Negocios Extranjeros, etc.

Citaré aún otra carta que subsiguientemente dirigí al supremo director, el general Freire, cuya administración me inspiró un sincero interés, sabiendo que era un verdadero hombre de bien y que sólo tenía por norte el bien de su país; pero a causa de su tosca instrucción, adquirida en los campos de batalla, no tenía habilidad administrativa para luchar con las intrigas que le rodeaban.

Río de Janeiro, 14 de Diciembre de 1823.
Mi respetable y estimado amigo:
Me causaría suma satisfacción saber que todo cuanto usted meditaba para el adelanto y prosperidad de su país se ha realizado a medida de sus deseos y esfuerzos; pero como aquí vivimos a una tan gran distancia y las comunicaciones por el correo son tan escasas, nada sabemos de cierto respecto a sus progresos. No me atrevo a ofrecerle mis congratulaciones, sabiendo bien que la reunión del congreso pudiera presentar dificultades que tal vez sean insuperables, temiendo al propio tiempo se haya usted visto expuesto a mil quebrantos con motivo de la diversidad de opiniones que profesan sus miembros por falta de experiencia y de aquella instrucción general en materia de gobierno, tan necesaria a las deliberaciones de una asamblea legislativa.
Aquí hemos tenido nuestras Cortes; pero su reunión no ha producido nada de ventajoso al Estado. Había entre sus miembros tal discordancia de opiniones y era tan violento el carácter de aquellos que veían sus indigestas nociones combatidas, que el emperador, hallando impracticable obrar, determinó disolverlas, lo que verificó el 12 del mes pasado, habiendo decretado se formasen nuevas Cortes, pero dudo mucho que las poblaciones de las diversas provincias puedan encontrar hombres competentes para esa tarea. Aquí todo está tranquilo, y no dudo que así se mantendrá en las inmediaciones de la capital; pero tengo mis temores respecto a las disposiciones de las provincias del Norte. Sentiré mucho suceda algo que perturbe la tranquilidad, ahora que todo el país está enteramente libre e independiente del poder europeo.
Por lo que a mí toca, la amistad que usted siempre me ha profesado y manifestado me hace creer le será grato saber que todo ha salido aquí tan cumplidamente como yo esperaba, habiéndose terminado enteramente la guerra extranjera en el corto espacio de seis meses, durante cuyo período han caído en nuestro poder cerca de setenta embarcaciones, incluso varios buques de guerra, entre los que hay una hermosa fragata nueva de las más vastas dimensiones.
Aquí hemos progresado de la manera dichosa que tan apasionadamente me prometía en el Perú, lo que se hubiese verificado si la expedición que se intentaba enviar tres años hace a los puertos intermedios, mandada por usted, no se hubiese impedido por las intrigas de San Martín, que estaba celoso se hiciese algo en lo que él no tuviese una parte personal, aunque carecía de valor y talento para aprovecharse de las circunstancias cuando se le dio el mando de la expedición del Perú.
He oído decir que se ha publicado en el Perú mi respuesta a las acusaciones de San Martín; pero como es principalmente una defensa personal, no puede interesar mucho al público, al que tengo grande inclinación de dirigir una carta tocante a las causas del mal éxito que tuvieron sus empresas militares y del origen y progresión de aquellas intrigas que condujeron al mal gobierno de los negocios públicos, y frustraron las esperanzas y miras del benemérito pueblo de Chile, que por tanto tiempo se sometió con paciente sumisión a gobernantes que mandaron sin ley y a menudo sin justicia.
En la carta que le dirigí con fecha 21 de junio último mencionaba con alguna extensión las razones que tuve para dejar a Chile; pero como aquélla pudo muy bien haberse extraviado, creo será bueno repita aquí, lo que hago con la mayor ingenuidad, que me habría causado sumo placer haber estado en libertad de poder secundar sus esfuerzos; pero habiendo, mucho antes de recibir sus comunicaciones, determinado salir del país, por lo mal que se había tratado, consideré que era mejor, bajo todos conceptos, atenerme a esta resolución y no mezclarme en los asuntos interiores, siendo mi deber, como extranjero, dejar a todos los partidos a su arbitrio y en el libre ejercicio de sus derechos civiles. Por adherirme a esta resolución, sacrifiqué la inclinación que tenía de haber obrado con usted en echar abajo los ministros, y sufrieron hasta mis personales intereses, abandonando casi todo lo que individualmente había esperado obtener; pero había determinado hacer esto antes que tolerar por más tiempo las bajas intrigas de aquellos hombres y su fraudulenta convención, cuyas injusticias se hicieron mucho más públicas desde que recibieron las placas y condecoraciones que les había conferido San Martín, con promesa de haciendas y otras liberalidades. Por cierto que la recepción que hasta el mismo supremo director, influido por estas personas, hizo a San Martín, después de su deserción de Chile y de su pusilanimidad, ambición y tiranía en el Perú contrastó bastante con la conducta observada hacia mí, para convencerme que el Gobierno no deseaba por más tiempo mi presencia en Chile, y que no podía yo, bajo las circunstancias actuales, ser de utilidad al pueblo.
Tengo entendido que O'Higgins se ha marchado al Perú. Personalmente le deseo bien, y espero que la lección que ha recibido le servirá de instrucción y le pondrá en estado de saber distinguir en lo futuro los amigos sinceros de los enemigos insidiosos. Me temo, sin embargo, que el asilo que fue a buscar al Perú no satisfará sus deseos, a causa de que no podrá olvidarse allí su pasiva condescendencia a las crueldades que cometió San Martín con los españoles, y el pueblo peruano no ignora que los sufrimientos que ha padecido pudieran haberse alejado con alguna firmeza de parte de O'Higgins.
No tengo motivos para creer que la antigua intriga entre Pueyrredón y San Martín se ha vuelto a renovar por este último, y que la fragata francesa que últimamente salió de aquí para Buenos Aires lleve encargo sobre este asunto. Si estas trigas se extienden o no desde Mendoza a las cordilleras, no tengo medio de asegurarlo; pero sé que el Encargado de Negocios franceses en ésta ha estado haciendo esfuerzos por bajo de cuerda para inducir a este Gobierno a que entregue las fortificaciones de Montevideo al Estado de Buenos Aires, lo que sólo puede ser con la mira de extender la influencia francesa en aquellos parajes.
Me temo haber abusado ya demasiado del tiempo de V. E.; de otro modo me hubiese tomado la libertad de hacer algunas sugestiones que me parecen deben ser de utilidad, aunque tal vez las tiene usted ya anticipadas. La principal de ellas es el beneficio que podría redundar en tener aquí un agente acreditado y de reconocer recíproca y formalmente la independencia de los respectivos Estados. Deberían hacerse tratados de comercio y, si es posible, de alianza y mutua protección, para rechazar cualquiera hostil tentativa contra la independencia de la América del Sur. Este país tiene una Escuadra de una fuerza considerable, para cuyo aumento se han mandado construir seis nuevas fragatas y ocho galeras de vapor en la América del Norte, Inglaterra y en los puertos septentrionales del Imperio.
Me causará satisfacción el que continúe usted favoreciéndome con el honor de su correspondencia amistosa, rogándole me considere su muy respetuoso y afecto amigo.
Cochrane y Marenhão.
A S. E. D. Ramón Freire, supremo director de Chile.
P. D. No había pensado molestarle con nada de un carácter privado, habiendo escrito extensamente al contador general acerca de la reclamación de mi hermano tocante al vapor Rising Star, y mis propias reclamaciones por las cantidades que desembolsé en la manutención de la Escuadra chilena mientras íbamos en persecución de la "Prueba" y "Venganza"; pero, reflexionando, creo será bueno le ruegue se sirva mandar se haga justicia.