Memoria elevada a Don Carlos sobre los sucesos del 28 octubre de 1900

Copia de la Memoria elevada al Rey sobre los sucesos de 28 Oct[ubre] 1900 y de los trabajos de organización realizados en Cataluña desde el 13 Enero 1899 hasta la fecha de la intentona funesta
de José B. Moore

10-2-1901
El Conde de Casa Moore.

Señor:

En vista de la gravedad de los sucesos ocurridos el 28 Octubre, resultado de un acto de insubordinación y sedición de algunos jefes y oficiales, que contrariando las órdenes de V. M. intentaron arrastrar al partido a una lucha para la cual no estaba aún preparado, ni era la ocasión propicia: Tengo el honor de elevar al superior conocimiento de V. M. la relación siguiente de todo lo ocurrido desde el 13 de Enero 1899, en cuya fecha fui nombrado por V. M. Jefe de Estado Mayor General del Ejército Real de Cataluña y por delegación del Excmo. Sr. Capitán G[ene]ral, Don Rafael Tristany, encargado de la dirección superior de los trabajos de organización y preparación de todo en el Principado de Cataluña.

Aun cuando bastaría y sobraría el deber para el cumplimiento fiel de las instrucciones y órdenes de V. M., no es por demás que conste que existió siempre la más completa identidad en el modo de apreciar los hechos y el modo de obrar; excluyendo por lo tanto toda sospecha de que se cumplía con más o menos tibieza, como a veces pueda suceder cuando hay diferencia de pareceres entre el que manda y el que obedece.

Al emprender los trabajos de organización en la citada fecha, el deseo natural de V. M. era de que se obrara siempre tratando de procurar la armonía y la unión más cordial entre los diversos elementos y personas que anteriormente habían tenido el encargo y los que venían a encargarse, utilizando los servicios de todos.

Para apreciar debidamente las circunstancias, es necesario volver un poco y recordar lo anteriormente hecho.

En el mes de Agosto de 1898, Don Salvador Soliva recibió el encargo de una titulada Junta de Madrid de proceder a ciertos trabajos de organización y preparación en la provincia de Barcelona.

Según tuve entendido, dicha junta la componía[n] los Señores Mella, Casasola, Solana y Vallecerrato, Sanz y Maldonado y no sé si alguien otro mas, pero sí me consta [que] con quien [se] entendió Soliva fue con Solana y Mella.

En Setiembre del mismo año, en nombre de dicha junta, Solana me mandó decir que habían nombrado [a] Soliva Delegado de la provincia de Barcelona, que para [la] de Gerona estaba designado Don Juan Rovira, para Tarragona Don Antonio Oriol y para la de Lérida aún no se había designado a nadie, si bien más tarde el Barón de Albi presentó en algunos círculos a Don Antonio Freixa como tal. Al propio tiempo que se hacía[n] saber dichos nombramientos, me rogaba les apoyara en todo, que desde Madrid se les comunicaría directamente las instrucciones oportunas.

En principios de Noviembre, Don José España fue llamado a Narbona por orden del Marqués de Cerralbo, encontrándose allí a Sivatte, quien en nombre y por comisión de Cerralbo le encargó que organizara una junta en Barcelona con objeto de recaudar fondos, comprar armas y material de guerra y de que dichos trabajos se hicieran con la mayor actividad, pues todo debía estar preparado para dentro de seis semanas a más tardar.

Cumplió Don José España el encargo, reservándose para sí la recaudación de fondos y nombrando para las compras de material una junta compuesta de los Señores Muntadas (Don José), Albi, Buigas, Montagut, Morales y Muntadas (Don Luciano).

Desde el principio reinó en dicha junta mucha confusión por no estar definidas sus atribuciones, pero por fin optaron por asumirlas todas, principiándose a meterse en la organización, nombrando jefes de región y redactar reglamentos, etc., resultando, desde luego, un choque con Soliva, quien en virtud del nombramiento recibido de Madrid se consideró el legítimo encargado de la organización, dando origen a varios disgustos, concluyendo con un viaje de Soliva a Venecia para esponer a V. M. la situación.

Al encargarme, pues, en Enero de 1899 de la superior dirección de los trabajos, me encontré en una situación sumamente difícil por los desaciertos anteriores, con una honda división en el partido entre los elementos civiles, y falta de unión y cohesión en el de acción y una marcada hostilidad por parte de las personas nombradas anteriormente por el Marqués de Cerralbo, que no se mostraban dispuestos a acatar la autoridad nombrada por V. M.

Toda empresa para realizarla con éxito requiere un plan que ha de corresponder a las exigencias del caso.

Para la empresa encargada a mi dirección se necesitaba «Dinero» para la compra de material y los gastos inherentes a esta clase de trabajos y organización del personal para que éste estuviese en constante disposición para responder con prontitud y uniformidad en el momento dado.

Para la recaudación de los fondos era necesario la creación de una «Tesorería» y que ésta se organizara en tal forma que más adelante viniese a formar parte íntegra de la Adm[inistració]n Militar como «pagaduría del Ejército».

Para ejercer el cargo de «Tesorero» era necesario encontrar personas de arraigo y prestigio en el país para inspirar confianza y facilitar la recaudación y ofrecer responsabilidad para la custodia de los fondos: como también de que se siguiese un sistema uniforme en la recaudación.

Era necesario además evitar las funestas consequencias que la esperiencia de otras épocas había demostrado como resultado de la falta inevitable de armonía entre los encargados de recaudar fondos, siendo éstos del elemento civil y los jefes encargados de los mandos militares.

Si la Tesorería se hubiese instituido como una organización civil, con la tendencia siempre manifiesta de ese elemento de querer sustraerse de la Autoridad Militar, era de preveer una lucha entre las dos, que concluiría, como nuestra historia demuestra, con detrimento de la causa imposibilitando la Dirección Superior Militar.

El Artículo 18 Capítulo 2.° del Reglamento de Campaña, espresión moderna y síntesis del Tratado Séptimo Título tercero de las Reales Ordenanzas, prescribe como principio fundamental de la Milicia «La Unidad de mando», principio siempre reconocido en todos los ejércitos, que «lo ejerza el General en Jefe en toda su integridad y latitud, teniéndolo por consiguiente suprema y absoluta tanto para dirigir las operaciones de campaña, como para la Administración y Régimen de las tropas de todas las armas, y todos los institutos puestos a sus órdenes».

Y, en efecto, difícilmente con justicia puede exigirse la responsabilidad a un Jefe que no tuviese a su disposición todo cuanto se relacione con su ejército, y nadie puede negar que los recursos forman base elemental y esencial de todas las operaciones de la guerra, pues sin armamento, sin municiones, sin vestuario, sin alimentación, nada puede hacerse.

La abnegación del soldado será sublime, pero sin paga no come el soldado, y sin comer no se sostiene el estado físico, y [¿]cómo sin comer, sin municiones, sin vestuario hará frente al enemigo?

Que los elementos más esenciales de la guerra estén, pues, al capricho de personas que ninguna responsabilidad tienen en la dirección de la guerra, que los que tienen la custodia y distribución de los elementos más esenciales se consideren exemptos e independientes de la autoridad del General en Jefe es peligroso; es supeditar la más alta autoridad militar a personas (que por buenas que sean sus intenciones) ignoran las necesidades de la guerra. Además, es impropio de que el General en Jefe haya de someter sus planes y ponerlos en conocimiento de personas incompetentes y de cuya reserva no se pueda siempre fiar.

Se instituyó, pues, la Tesorería como organismo militar con un Reglamento correspondiente, dejándola en completa libertad en su régimen interior y contabilidad propia, sujetándola tan solo a la superior jurisdicción militar en lo referente a la adquisición y distribución de los suministros tanto en metálico para el pago de la tropa como en géneros y material de guerra.

Para corresponder a los sacrificios impuestos a las personas que admitían los onerosos cargos de Tesorero y Sub Tesorero, se les concedió la asimilación correspondiente a los Comisarios de guerra, ordenadores de pagos, de 1.ª clase y Comisarios de guerra de segunda clase respectivamente.

En cuanto a la organización del personal, después de tantos años era necesario una clasificación de empleos, y las numerosísimas bajas ocurridas en tan largo trascurso de tiempo hacía necesario la concesión de bastantes ascensos para cubrir las atenciones indispensables del Real Servicio.

Como medida interina se dividió el Principado en cuatro distritos y mandos militares, conservando la denominación de las provincias actuales y subdividiendo cada provincia en cuatro zonas, calculando que el número probable de voluntarios que se podía reunir en una zona viniese a ser igual, aun cuando para lograrlo la estensión de las zonas fuese muy desigual.

}A los distritos se nombró un jefe con denominación de Jefe int[erin]o de Brigada, y a cada zona otro jefe encargado como 1.° Jefe de Batallón para que inmediatamente de hecho el levantamiento procediese a organizar las fuerzas en un batallón de cuatro compañías.

En defecto de Coroneles y Tenientes Coroneles, se concedió el empleo de Coronel a los Comandantes más antiguos y de más ilustración en el número necesario para desempeñar los cargos.

En igual concepto para los Jefes de Zona como 1.° Jefes de Batallón se dio el ascenso a los Comandantes más modernos y Capitanes más antiguos al empleo de T[enien]tes Coroneles.

Conformándose, pues, con dicho plan y animado del constante deseo de conciliar todos los elementos, considerando que Don José España había sido el encargado anterior de recoger fondos y que tenía en su poder una cantidad respetable, a fin de no darle un desaire se decidió nombrarle «Tesorero General de Cataluña», cargo importante que le venía a asimilar a Oficial General del Ejército, lo que en principio aceptó, pero con la peculiar intención de considerarse a las exclusivas órdenes del Marqués de Cerralbo, e independiente de las del Excmo. Sr. Capitán General del Principado.

Con la misma mira de conciliación se nombró a Don José Muntadas Tesorero de la provincia de Barcelona, por haber sido el más activo de la Junta nombrada por Don José España, y por creer que así se evitaría[n] ciertas asperezas y rozamientos por ser amigo de España y de las juntas.

A Don Salvador Soliva porque no se creyese por su parte desairado y evitar los rozamientos que hubieran sobrevenido nombrando a otro, se le confirmó en el cargo que había recibido de la Junta de Madrid, nombrándole jefe int[erin]o de la Brigada de Barcelona.

En la provincia de Lérida se siguió igual procedimiento, nombrando a Don José Niubo, propietario y abogado, persona respectabilísima de generales simpatías.

Desde el principio de los trabajos se tropezó con continuas dificultades por el constante empeño de ciertas personas de negar la autoridad con que se intentaba realizar dichos trabajos, colocando en posición desairada a los que algo intentaban.

Por fin se fue logrando dominar los obstáculos, y si bien los trabajos seguían con mucha lentitud debida a la falta de recursos, sin embargo eran relativamente satisfactorios, cuando de resultas de una entrevista con Don José Muntadas se disgustó Don José Niubó, quedando muy retraído y paralizándose de nuevo los trabajos en la provincia de Lérida.

En el mes de Julio tuve una entrevista con Don José Niubó, de cuyas resultas volvióse a emprender de nuevo los trabajos con actividad y entusiasmo.

Más tarde, cuando todo marchaba bien, fue objeto de una denuncia [y] fue detenido, como también el armero Gaya que nos vendía las armas y algunos otros, y en su consequencia parado[s] de nuevo los trabajos.

En la provincia de Gerona tampoco existía la armonía que era de desear. Desde las últimas elecciones se había producido una honda división entre los nuestros, y era difícil encontrar una persona que aceptara el cargo que estuviese [a] bien con ambas fracciones.

Se logró por fin que Don Juan Puigbert aceptara el cargo de Tesorero. Abogado Y Propietario, persona muy apreciable, hizo la guerra como S[e]cr[etari]o del G[ene]ral Savalls, y más tarde fue propuesto por Intendente. Muy conocido en la provincia, se había mantenido alejado de los bandos en que estaban divididos los Carlistas, y desde luego si bien con alguna lentitud se principiaron los trabajos, y seguían sin estorbos de un modo muy satisfactorio.

Sumamente difícil era la situación de la provincia de Tarragona, debida al carácter peculiarmente esclusivista del presidente de la Junta Sr. Marqués de Tamarit, quien parece considera a la provincia como feudo suyo.

Con el deseo de evitar rozamientos y demostrarle toda clase de consideraciones, se le mandó antes de intentar nada en la provincia una persona con una carta en la que se ponía en su conocimiento lo dispuesto por V. M. y se consultaba sobre la elección de personas para los cargos.

En un principio, demostróse complacido de la atención, pero se negó con evasivas a emitir su opinión respecto a las personas más idóneas para ejercer los cargos de Tesorero y Jefe militar.

Visto que persistía en su negativa, y sabiendo la íntima amistad que existía entre él y el Vicepresidente de la Junta Don Juan Bernat, se decidió nombrar a éste para el cargo de Tesorero, y creyendo que también le sería persona grata el Coronel D. Ant[oni]o Oriol, pero este Señor rehusó en bastante mala forma, fundándose [en] que se le debía dirigir directamente desde El Real. En su consequencia, se nombró [a] D. Matías Ripoll, Comandante que fue del 3.º de Barcelona, persona de carácter conciliador y afable que durante la guerra se portó bien, pero que resultó una nulidad.

Después de vencer infinitos obstáculos creados por el Marqués de Tamarit, cuya conducta está comprobada por las cartas que obran en poder de V. M., se dio principio a los trabajos y prometieron dar satisfactorios resultados cuando vinieron los sucesos de 28 de Octubre a paralizarlo todo.

El resultado total de los trabajos realizados consiste en la adquisición de 3.450 fusiles Remington, comprados y colocados ya en sitios seguros, y 1.100 más comprometidos pero que aún afortunadamente no se habían entregado; 220.000 cartuchos Remington, 10.000 Gras y 100.000 cápsulas, de las cuales faltaban cargar unos 70.000, 100.000 cartuchos comprados en Valencia que aún no se habían mandado a Cataluña, 1.400 correages, 400 uniformes y 2.000 boinas. Además de las armas citadas se habían adquirido algunas más por personas afectas a la causa como individuos del Somatén, principalmente en las zonas de Manresa y Vich.

Los fondos en caja no puedo precisarlos por la prisión de los Tesoreros de Lérida y Tarragona, y [la] confusión producida por los sucesos de 28 de octubre, pero no podían ascender a cantidades de consideración, de 3 a 4.000 pesetas a lo sumo.

Cuando todo hacía esperar que dentro de un plazo no muy lejano podíamos contar con los elementos necesarios y estaríamos preparados para aprovechar la primera ocasión oportuna que se presentara, la conducta incalificable de algunos jefes y otras personas caracterizadas del partido, vino, sino a destruir del todo nuestra obra, pero sí a causar daños de grande importancia material e incalculables en el orden moral, descubriendo al enemigo y, por una serie de delaciones infames, comprometiendo a gran número de personas, siendo lo más notable que las delaciones iban dirigidas contra los que no habían querido secundar sus planes y entregando al enemigo y descubriendo los depósitos de armas.

En el mes de Enero tuve algunas noticias vagas [de] que D. Salvador Soliva había soltado algunas expresiones que demostraban poca subordinación.

Poco tiempo después tuve una entrevista con Don José Muntadas. Recayó la conversación sobre los rumores respecto a Soliva. Dijo que no les daba crédito, pero que él estaría a la vista, procuraría averiguar lo que hubiese de verdad y que me avisaría si algo observara. ¡Cómo cumplió, los hechos [lo] han demostrado!

En Mayo se acentuaron más las sospechas de que se intrigaba y de que Soliva pretendía una injerencia en el mando superior sobre las cuatro provincias, si bien de palabra y por escrito protestó enérgicamente contra semejante suposición y de haber tenido participación en la ida a Venecia de una Comisión al efecto.

Consta sin embargo que el médico Sans fue enviado a buscar por D. Joaquín Bolós, en cuya casa celebró una entrevista con este Señor y Soliva la noche antes de salir para Venecia. A la vuelta de Venecia, en el Casino de Olot, dijo que había ido a Venecia a presidir una comisión, que Soliva le había entregado el dinero para los gastos del viaje. Don Miguel Verdaguer fue testigo presencial y oyó las afirmaciones que hizo, que produjeron pésimo efecto, declarando que a la comisión les constaba de su visita que el Rey jamás daría la orden del levantamiento, que todo lo que se hacía no era más que un engaño consentido por el Rey para ir entreteniendo el partido.

Más tarde, en primeros de Julio, supe que las intrigas se acentuaban y que se había llamado a varios jefes y oficiales a reuniones en que se les decía que era inútil esperar la orden del Rey, y se tanteaba a ver si estaban dispuestos [a] iniciar un movimiento sin orden.

En un banquete que se celebró en Miramar, al que asistieron Soliva, Muntadas (D. José), Morales, Vidal, un tal Coma (no el médico), Muntadas (Luciano), Ramón Marsal y algún otro se discutió largamente la necesidad de hacer el movimiento pronto por la situación comprometida de los que trabajaban y de que se sabia por buen conducto (el Secretario de V. M.) que el Rey jamás daría la orden; por fin, Don José Muntadas dijo «Doy mi palabra de honor que si por todo el mes de Agosto el Rey no haya dado la Orden yo haré que el movimiento se haga sin orden y por encima del Rey».

Las noticias que iba recibiendo no dejaban duda que se conspiraba para llevar a cabo las intenciones manifestadas en dicho banquete, y más tarde se citaba del 5 al 15 de Septiembre para la intentona.

Soliva con mucha astucia continuó tentando los jefes de districto y de otras provincias para inducirlos a prometer su concurso y secundar el movimiento.

En vista de lo que ocurría, hice circular una orden a los Jefes de provincia y districto previniéndolos porque nadie se dejara engañar.

Las medidas tomadas dieron resultado y Soliva se vio obligado a renunciar de momento [a] hacer la intentona.

Las noticias que yo seguía recibiendo no dejaban ya duda que Soliva no obraba por su propia inspiración, sino a instancias de otras personas que por su elevada posición que ocupaban le aseguraban y le prometieron protección.

Supe que también había tenido entrevistas secretas en Madrid con Mella, Solana y algún otro, con Cavero en Zaragoza, y en Valencia con Jorcano, Traver y otros.

Se me avisó también que se había celebrado una reunión en la que se tomó el acuerdo de que fuese una Comisión a Venecia para pedir al Rey que diese la orden, y que en caso de que se negara decir a V M. que lo harían sin orden.

No encontraron quien se prestara a formar parte de semejante comisión, y en otra reunión se determinó que ya que no se encontraba quien quería formar parte de la comisión, fuese uno solo comisionado para sondear a V. M. [y] lograr si fuese posible su consentimiento a lo menos a que se hiciese el movimiento sin orden, para que en caso de que fracasara podría V. M. desautorizarlo.

Que dichas noticias eran exactas si bien confidenciales y sin pruebas no me cabía duda, pues a los pocos días pasó en dirección a Venecia D. Enrique Ramos Izquierdo para ver a V. M. y llevó a cabo con astucia su misión.

A la vuelta dijo que si bien V. M. se había negado a dar la orden, sin embargo que vería con agrado hubiese quien lo iniciara, y que de ninguna manera podía considerarse como traidor a nadie que tomara parte en el movimiento.

Desde entonces los trabajos de los conjurados se llevaron a cabo con actividad y cierto descaro, pero evitando todo trato con los que creían opuestos a sus planes. Y no tan solo así, sino quejándose de que los rumores que corrían de sus trabajos eran calumnias de los otros, llegando al extremo de decir que yo lo hacía para comprometer a Soliva y deshacerme de él, y hasta en una carta que me escribió de lo que él llamaba «trabajos de amigos míos para desacreditarle», y [en] otra rechazando la suposición, dijo que daba su palabra de honor que nadie en la provincia «de Barcelona se levantaría o secundaría un levantamiento sin orden del Rey».

Viendo que los Jefes de Provincia y de Zonas se negaban a secundarle, resolvió prescindir de ellos, asociándose y formando una camarilla de los más exaltados e insubordinados, a los que se habían escluído espresamente de nuestra organización y que se prestaron por despecho.

El día 22 de Octubre me escribió Soliva que habían llegado tres amigos de Valencia y Aragón, y me pidió cita para el día 28 en Perpignan para venir a darme cuenta y tratar asunto de interés.

Supe que, efectivamente, los llegados de Valencia eran Ramos Izquierdo, Jorcano y Traver, y que Franco había llegado de Zaragoza; que celebraban continuas conferencias [y] que Soliva esperaba carta de Madrid.

En vista de lo que ocurría, con fecha 13 de Octubre circulé una nueva orden a todas las Jefaturas conminando con la destitución de empleo y cargo a cualquier[a] que se levantara sin orden mía.

El 24, viendo que no se podía dudar que efectivamente se intentaría realizar un acto de rebelión de gravísimas consequencias para el partido, mandé buscar al Brigadier Don Manuel Puigvert y a Don Juan Puigbert, para determinar las disposiciones convenientes para impedir el movimiento y dominar la rebelión.

El 25 por la tarde supe por un propio venido espresamente de Barcelona del objeto que la tarde anterior Soliva había dado la orden a los suyos para verificar el levantamiento el día 28.

El 26 llegaron el Brigadier Puigvert y D. Juan Puigbert y el primero se encargó de marcharse a Barcelona [y] verse con Soliva para mandarle de la manera más terminante que se desistiese de su proyecto, creyéndose Puigvert que tenía bastante ascendiente moral sobre Soliva para lograrlo y hacerle obedecer.

Cumplió efectivamente el Brigadier Puigvert, pero Soliva se negó en absoluto a obedecerle, escusándose que aún cuando él diese la contra orden había Grandía y otros que seguirían adelante.

Los días 27 y 28 se trabajó activamente para evitar [que] se llevara a efecto la intentona en medio de una grande confusión, pues mientras los unos trataban de que no se obed[ec]iese[n] las instigaciones de los amigos de Soliva afirmando [que] no había orden del Rey, los interesados en hacer el movimiento sostenían lo contrario, «de que la orden era cierta, que venía el General Cavero, que no debía hacerse caso de Moore, pues hacía días estaba destituido».

Lo que ocurrió la noche del 28 es público; a pesar de todos los avisos, un tal Torrens, al frente de unos 20 exaltados, intentó sorprender el Cuartel de la Guardia Civil en Badalona. Don José Bisbal reunió en Igualada unos 37 mal aconsejados e intentó hacer lo mismo en Igualada sin resultado, retirándose y presentándose la gente el día siguiente entregando las armas.

Don José Grandía, para mejor hacerse seguir, obtuvo escrita de Soliva y con ésta logró engañar a D. José Casal para que le prestara su apoyo, y con ésto logró reunir la gente; que reunió la gente que reunió, pues lo cual difícilmente hubiese conseguido hacerlo. Después de cuatro días, viendo que nadie les secundaba, Casal se negó a seguir, la partida se disolvió, internándose Grandía en Francia.

Don José Miró (a) Pepus, a pesar de las reiteradas advertencias en contra, insistió en salir, lo que efectuó el 30 de Octubre, logrando engañar a 22 estudiantes, quedando a los pocos días copada su partida [y] salvándose sólo él y otro individuo, quedando los demás prisioneros.

Por las declaraciones que se han podido obtener hasta la fecha, se confirma lo que antes se sabía, pero como varios de los que más luz puedan dar sobre los sucesos, y con sus declaraciones comprobar las afirmaciones anteriores, se hallen presos y otros sin saber su paradero, no podrá establecerse legalmente [la] culpabilidad de algunos, sin determinar el grado de culpabilidad y responsabilidad de los que directa e indirectamente intervinieron en el asunto.

De las declaraciones que se han podido tomar y relación de uno que tomó parte en las reuniones (D. Miguel Junyent), resulta que Soliva fue a Madrid y allí vió y conferenció con «Mella», «Solana» y otros; estuvo en Zaragoza donde conferenció con Cavero, quien según dijo a la vuelta a Barcelona, quedó conforme y le dijo [que] cuando tuviera todo dispuesto le avisara.

También cuando estuvo en Valencia, parece que a Reyero le gustó el plan que propuso Soliva, y le dió una carta para Peris, mandando a éste se pusiese incondicionalmente a las órdenes de Soliva, y constituyéndole Jefe de los Valencianos residentes en Barcelona. Más tarde se convenció Reyero de que se trataba de un acto de rebeldía, pues él se encontró con la insubordinación de «Jorcano» y otros jefes suyos; escribió otra carta a Peris prohibiéndole continuar a las órdenes de Soliva y de que no le secundara, pero de esta carta no hizo caso, continuando con Soliva.

De lo que pasó con las conferencias que tuvo con Solana, Soliva dijo que aquél le había prometido secundarle en Castilla y que trabajaría para que en el Norte hiciesen lo mismo. Es cierto que Solana no fue al Norte y parece que quedó algo disgustado porque allí no se mostraron muy dispuestos a secundarle. También parece cierto que Soliva contaba con un tal «Bart[oli]llo» en Navarra; le conoció en Venecia y entró en correspondencia con él.

Como [queda] relatado anteriormente, después de varias reuniones y conferencias, por fin Ramos Izquierdo hizo el viaje a Venecia, encontrando a V. M. en Poertsdach. Entre otras cosas dijo a la vuelta en una reunión «Que el Rey le había dicho que con las humillaciones por [las] que había pasado España, estaríamos de otra manera si hubiese habido como en otros tiempos un hombre como Castells», palabras que demostraban claramente a su entender, como de Soliva y los que le escuchaban, que realmente el Rey vería con gusto y deseaba hubiese quien iniciase el movimiento para luego mandar secundarlo.

En vista de las declaraciones de Ramos Izquierdo, Soliva de acuerdo con los demás decidieron seguir adelante y activar los trabajos para el alzamiento.

Más tarde, cuando Soliva creía tenerlo dispuesto, en contestación a sus cartas llegaron a Barcelona Ramos Izquierdo, Traver de Valencia y Franco, mandado por Cavero para enterarse y darle cuenta del estado de los preparativos, y en vista de la relación que Franco le hizo, Cavero contestó que bien, que él pasaría a Perpignan, desde donde entraría en España para ponerse al frente del alzamiento tan pronto se hubiese iniciado.

Mella y Solana contestaron a Soliva que antes de hacer el alzamiento fuese él (Soliva) a conferenciar con ellos en Zaragoza el día 4 de Noviembre. Dicha contestación fue hecha en una carta escrita por Solana a Jacques con una anotación en lápiz letra de Mella. Cuando la carta fue entregada a Soliva, éste contestó que era imposible retirar la orden que ya había dado, ademas que Grandía le había amenazado que él solo se levantaría si no lo verificaban los demás comprometidos.

El día 27 según unos y 28 según otros llegaron de París el Doctor Coma y Peris. Este último dijo en la estación del Ferro Carril delante de Vidal que el Marqués de Cerralbo le había sufragado los gastos del viaje para que tomara parte en la intentona.

Peris sirvió en [el] 2.° B[atalló]n de Barcelona con el empleo de Capitán. Era natural de Manlleu, tuvo que refugiarse en Francia por haber cometido un asesinato en su pueblo después de la Guerra. Soliva le mandó a buscar creyendo que arrastraría al llano de Vich, ya que el jefe de la zona Don José Font y el propietario Don José Orra se habían negado a seguirle.

El día 2 de Noviembre se me presentó en Banyuls el Doctor Coma, y en presencia de Don Onofre Serra y de Don Agustín Rovira dijo «Que él había llegado a Barcelona el día 28 Octubre en el tren express de las ocho de la mañana y al saber por un amigo lo que intentaba Soliva cogió un coche y fue en busca suya para persuadirle que renunciase a la intentona, que le encontró en la estación de Mercancías de Villanueva en compañía del jefe de la misma D. Alberto Vidal, estuvieron conferenciando cuando Soliva se levantó y dijo que tenía una cita [y] que volvería dentro de media hora. Mientras que le esperaban vinieron a notificarles que la policía había detenido a Soliva y que él entonces cogió a Vidal y en el carruage que le esperaba le llevó al tiro de palomas de Miramar, y luego viendo cómo iban las cosas cogió el tren y se volvió a Francia».

Sin embargo, [aun]que esta relación me la hizo espontáneamente y con toda apariencia de sinceridad, no está corrob[or]ada por otros informes y las declaraciones de otros. El dijo que llegó el 28 por la mañana y hay quien afirma que la noche del 27 estuvo en el Café de Ambos Mundos en compañía de Soliva, Marsal, Morales, Franco y Traver cuando se trató detenidamente los detalles de lo que se pretendía hacer el día siguiente.

Dijo que el mismo día 28 había vuelto a salir de Barcelona de regreso a Francia, mientras se afirma que Coma, Peris y Roma se presentaron el día 29 en «Casa Bertrana» del Esquirol (Vich), pidiendo para el dueño de la finca Don José Orra (según declaración de Roma) para persuadirle que secundase el alzamiento.

Don Alberto Vidal, en la confesión y declaración que ha prestado, declaró que Coma debía salir con él para ponerse al frente de las fuerzas por la parte de Moncada, y D. Ramón Marsal ha corroborado esta declaración.

La conducta de Don Salvador Morales también deja mucho que desear. Creo que justamente se le puede considerar como instigador, cómplice y encubridor de los delitos de rebeldía y sedición militar. Estaba continuamente en compañía de Soliva, sabía todo lo que se hacía y, según afirman varios de los comprometidos, era uno de los que más empujaban a Soliva a cometer el delito.

Escribí varías cartas a Morales sobre lo que se proponían hacer, remitiéndole un aviso mío para que lo publicara en el «Correo Catalán». En una carta que me escribió, no se negó rotundamente a publicarlo, pero se escusó, asegurándome que yo estaba muy mal informado, que él estaba en posición de saber mejor que yo y que él respondía de que no había el menor peligro de que nadie intentara nada. Mentió y mentió a sabiendas. El 27 estuvo en la reunión en el Café de Ambos Mundos donde se trató detalladamente todo lo que se proyectaba, y si no hubiese sido cómplice el 28 podía haber publicado mi aviso.

Muchos critican, y critican con razón, que el órgano oficial del partido no dió la voz de alerta. Otras veces, cuando no había motivo para ello, publicaba «alertas y amenazas». Cuando se debía publicarlo y de orden de la primera Autoridad de Cataluña no lo hizo. A varios que le han preguntado por qué no se publicó la carta o aviso mío, contestaba el unos «Que Soliva le amenazó que delataría todo si lo hiciese, a otros que Soliva le había amenazado con fusilarle si lo publicaba». Más tarde ha variado la versión. Dice «Que él había escrito al Rey notificándole todo lo que se intentaba hacer, y como no se le contestó y no recibió nada de Venecia creía que el Rey vería con complacencia que el movimiento se iniciase».

En cuanto a la conducta de D. José Muntadas, es sospechoso y más que sospechoso, y altamente reprehensible. Dimitió el cargo de Tesorero en 17 de Agosto en mala forma, pero a pesar de esto estuvo diariamente en compañía de Soliva, a quien entregó seis mil pesetas para iniciar el movimiento. Ha dicho después que las dió de su propio bolsillo. Lo dudo.

Relatar detalladamente todas las declaraciones, todo lo que se ha dicho sería muy largo, viene todo a corroborar lo anteriormente dicho.

En su día, instruyendo el sumario en debida forma, obligando a declarar bajo juramento con careos y demás procedimientos judiciales, es como se aclarará el grado de culpabilidad de cada uno y de algunos cuyos nombres no figuran en esta relación.

Fáltame tan solo contestar a algunas críticas que se han hecho. [¿]Por qué se nombro [a] Muntadas? [¿]Por qué se confirmó [a] Soliva en el cargo que había recibido de esta titulada Junta de Madrid[?]

Los motivos por que se nombró a Muntadas y se confirmó a Soliva están ampliamente tratados en la primera parte de esta memoria.

Además, si no se hubiese nombrado a Soliva, con su carácter violento y las muchas simpatías y relaciones que había adquirido entre la gente de acción, hubiese creado continuos estorbos y hubiese inutilizado a cualquier otro que se hubiese nombrado en su puesto, y se puede decir: ¿Quién había para nombrar? Era necesario que tuviese más prestigio y más simpatías que Soliva. Todos los elementos civiles eran contrarios a mi jefatura, como consta a V. M., y hicieron cuanto podían para oponér[se]me con toda clase de obstáculos, si a esto hubiese añadido la oposición de Soliva y sus amigos, podía yo desde un principio haber renunciado a intentar nada.

A los que critican por qué no se relevó a Soliva cuando se sospechó sus intenciones; contesto.

Durante el primer año trabajó con celo y actividad sin dar motivo alguno de queja. Era lijero y poco comedido en el modo de hablar de las personas, pero estas faltas ¡qué pocos Carlistas hay que no las tienen!

Que la Comisión que se presentó a V. M. presidida por el Dr. Sans pidiendo se confiriese poderes más amplios a Soliva, tampoco podía considerarse una falta de lealtad a la causa. Cualquiera que fueran las razones secretas que los guiaron, aparentemente no demostraron otra cosa que buen deseo. Tan sólo pedían que se diese facultades más amplias a un hombre que estaba demostrando más actividad y más acomotividad que los jefes de otras provincias.

Si bien se decía que mi jefatura no le era grata, que evidenciaba una enemistad personal, lo negaba él y protestaba que eran calumnias de personas que querían indisponerle conmigo.

Aún cuando fuese verdad, la enemistad personal no era motivo de relevo. Si tan solo se han de dar cargos a los que profesan amistad personal particular al Jefe superior sería sentar el funesto principio de las camarillas que tanto daño causan y nos han causado siempre. Debe prescindirse de los afectos particulares. El afecto y la lealtad tan solo debe[n] apreciarse al Rey y a la Causa, jamas al Jefe superior.

Relevarle, pues, hubiese dado lugar a que no solamente sus amigos sino otros muchos hubiesen dicho que la medida era dictada por motivos personales, que se quitaba el hombre más activo y que más trabajaba por la causa por temor que llegara a obscurecerme, y porque me hacía sombra; que era una injusticia y el resultado hubiese sido enaltecerlo más y darle más prestigio en la opinión de los elementos de acción, y probablemente hubiese precipitado los sucesos. Entonces [me] hubieran dado la culpa por haberlo provocado con un acto de injusticia.

Cuando más tarde había motivos para hacerlo, tan solo hubo la convicción moral de que estaba conjurado con otros jefes y en relaciones con personas de las más caracterizadas; relevándole tan sólo se hubiese precipitado la intentona. Faltaban por otra parte pruebas, pues muchos creían que todo no eran más que habladurías de cafetín resultado de la impaciencia general, y es muy discutible si las consequencias no hubieren sido peores.

Los demás que tomaron parte se escusan diciendo que obraba[n] en obediencia, de buena fe por ser Jefe superior suyo. Es un absurdo, pues todos sabían perfectamente lo que hacían y hasta ellos le empujaban.

¿Era Soliva jefe superior de Cavero y de Ramos Izquierdo? puede alegarse que éstos le obedecían. Si verdaderamente fue Soliva el iniciador y el instigador, [¿]cómo es que Solana y Mella y otros tenían con él estas conferencias y estos secretos[?], [¿]ignoraban ellos por ventura que Soliva no era el Jefe superior de Cataluña[?] ¿Cómo es que estos señores no denunciaron a lo menos a V. M. las proposiciones de Soliva?

Soliva carecía del valor moral y de las dotes para ser instigador; si no hubiese contado con un apoyo y una protección en personas de la más alta significación dentro del partido no lo hubiese hecho.

Dígase que la ambición loca y la ilusión le hicieron fácil y dócil instrumento de otros que tuvieron la astucia de ocultar sus verdaderas intenciones, y que Soliva también creía que él podría sobreponerse a ellos una vez hecho el alzamiento. Dígase esto y no será tan equivocado el juicio.

No entro en consideraciones de otro índole: quiénes fueron y qué impulsó a los instigadores ocultos. El tiempo aclarará los hechos y descubrirá las personas que con una propaganda sorda y astuta iban preparando el terreno, esparciendo por todas partes rumores falsos, alimentando la impaciencia, sembrando la desconfianza y, o mucho me engaño [o] no se darán por satisfechos con el mal hecho. Pero continúan y continuarán trabajando insiduamente para sembrar el desaliento, pretendiendo destruir la confianza y el afecto de nuestras masas hasta a la persona de V. M. con tal de conseguir el fin que proponen, no respetando a nada ni a nadie con tal de destruir todo aquél que creen [se] les opone.

Dios gu[ard]e dilatados años la preciosa vida de V. M. para bien de la causa que es la de la Patria.

Lourdes 10 de Febrero 1901


Señor
A. L. R. P. de V. M.

El Conde de Casa Moore

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