Melodías íntimas: 2

Melodías íntimas
Prólogo​
 de Manuel del Palacio
Mi lira
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

PRÓLOGO.

MANUEL DEL PALACIO.


Al fin, respondiendo á los reiterados deseos de sus admiradores y amigos, esto es, de los lectores todos de sus obras, y de cuantos han llegado á tratarle una sola vez, el ilustre y popular autor Manuel del Palacio se ha resuelto á coleccionar, si no todas, las principales de sus muchas y valiosas composiciones.

Escritor fecundísimo, cuyas solas poesías llenarian veinte volúmenes como el presente; notable, entre otras dotes no ménos relevantes, por la asombrosa claridad y precision, patrimonio de escogidos ingenios, con que concibe y expresa, así los sentimientos delicados y apacibles como los acerbos gritos de la indignacion ó las alegres carcajadas de la risa; soberano artífice de la forma, Berruguete de la palabra, cuyos secretos y tesoros posee en tal grado que pocos como él, y más que él ninguno, han podido aunar en feliz consorcio la propiedad y la correccion, la naturalidad y la elegancia, Manuel del Palacio ha conquistado legítimo y señalado puesto en la historia literaria de nuestros dias.

La suya es, en lo esencial, la misma de los poetas sus contemporáneos; la misma tambien de casi todos los grandes varones de nuestra patria en las letras y en las artes; la eterna historia del hombre rico en talento y pobre de recursos; historia en que siempre hay mucho que llorar y mucho que reir, y que cuando más, cuando ménos, siempre se parece y en ocasiones se confunde, ya con las hazañas del Ingenioso Hidalgo de la Mancha, ya con las aventuras del Lazarillo de Tórmes.

Hijo de un valiente militar leonés, y de una señora mallorquina. Palacio nació en Lérida la noche del 24 de Diciembre de 1832. Su padre D. Simon, natural de Rabanal del Camino, pequeña aldea próxima á Astorga, procedia de una acomodada si bien humilde familia de labradores. Siendo áun muy jóven huyó de su casa por resistirse á ser fraile, aunque se habia educado en un convento; sentó plaza de soldado; peleó en la guerra á los ingleses y tuvo la envidiable dicha de hallarse en la gloriosa jornada del Dos de Mayo, y de combatir, más tarde, á las órdenes del Empecinado en la memorable campaña de la Independencia.

Los deberes de su profesión le llevaron el año dicho de guarnicion á Lérida, y á esta circunstancia se debe que naciese allí nuestro poeta. Cuando esto ocurrió, la patrona de la casa, que tenía en el barrio fama de saludadora y adivina, exclamó dirigiéndose á la madre del recien nacido: — «Bien puede usted bendecir á Dios, porque su hijo tendrá un dón que le distinguirá de la generalidad, como todos los varones que nacen en Noche-Buena.» Al ménos por esta vez hay que convenir en que la pobre Egeria provinciana estuvo en lo cierto y que su profecía se ha cumplido plenamente.

Nadie creeria, si la fe de bautismo no lo acreditára, que Palacio es catalan, si por tal debe tenerse á quien, castellano por sus cualidades personales y literarias, é hijo de padres no catalanes, sólo tiene de Cataluña el nacer casualmente en ella y el haber pasado allí los catorce primeros dias de Su vida. Si en algún modo se asemeja nuestro autor á los naturales de otra comarca que la de Castilla, es ciertamente á los de la clásica Italia, en la cual residió algun tiempo en calidad de Secretario de la Legacion española; cuyos poetas antiguos y modernos conoce á maravilla, y ha imitado con fortuna más de una vez, y donde goza merecida fama, hasta el punto de haberse traducido ya algunas de sus obras y de ocuparse hoy mismo en hacer la version de las más selectas el distinguido literato verones Alessio Besi. De ser cierto que en la naturaleza de los hombres notables influye sobremanera la de sus madres, con decir que la de Palacio contaba entre sus apellidos alguno que llena largas páginas de la historia milanesa, habria que reconocer que tenía algo más de italiano que las circunstancias arriba dichas. Á este propósito recordamos, por haberlo presenciado, que haciendo notar un dia el eminente actor Ceresa que nuestro amigo tenía un tipo lombardo perfecto, respondió éste con viveza: Forse avró nelle vene qualche goccia di sangue lombarda, perche nella famiglia di mia madre ci sono Visconti.

¿Cómo y cuándo comenzó á escribir nuestro poeta? Él lo ha dicho en el prólogo de uno de sus libros; á los ocho ó nueve años, en Soria, y para decir una desvergüenza á un vetusto poeta romántico que habia compuesto un drama detestable. Recuerda tambien, y nos lo ha dicho algunas veces, que su segunda obra fué un soneto á la muerte de Guardia, ocurrida en Madrid el 7 de Octubre de 1841, para el cual le sirvió de norma, pues ignoraba lo que era un soneto, otro que vió en un periódico dedicado á la muerte de Crawfurd, que por las señas debia ser un general inglés ó cosa parecida. ¡Un epigrama y un soneto! hé aquí las primeras composiciones del epigramista y sonetista por excelencia de nuestro tiempo.

Valladolid, donde estudió hasta tomar en 1843 el grado de Bachiller en Filosofía, límite de sus estudios universitarios; la Coruña, en la cual ensayó sus facultades periodísticas con otros mozuelos de su edad, y por último, Madrid, á donde vino en 1846, colaborando á poco en alguna revista, tales fueron los centros de su actividad intelectual en este primer período de su vida. No es de olvidar que ya hácia 1843 fué uno de los contertulios del café del Príncipe, presentado por su desde entonces hasta la muerte leal y cariñoso amigo Eulogio Florentino Sanz.

Pero el principal palenque de sus empresas literarias, donde formó su gusto y floreció cumplidamente su ingenio, fué Granada, á cuya ciudad pasó su padre de Tesorero en 1850. Los nombres que figuran en la dedicatoria de este libro dejan comprender qué especie de sociedad sería aquella Cuerda granadina, que nos trajo más tarde con Manuel Fernandez y Gonzalez, Castro y Serrano, Moreno Nieto, Fernandez Jimenez, Alarcon, Palacio, Rada, Salvador, Riaño y otros, gran parte de nuestros novelistas, poetas, oradores y arqueólogos. Si á éstos se agregan los nombres de Zacarías Acosta, Cañete, Fernandez-Guerra, Tamayo y Lafuente Alcántara, que tambien se formaron literariamente en la corte de los Reyes Católicos, y que fueron anteriores á la célebre Cuerda, bien puede asegurarse que Granada ha influido por alto modo, y como pocas ciudades en este siglo, en el progreso y la cultura de nuestra patria.

El dia que alguno de ellos se decida á escribir la crónica de la Cuerda, con sus sesiones musicales en la calle de Recogidas, sus fiestas y comilonas en la Alhambra, y sus bromas y sus ayunos luégo en Madrid en la calle del Mesón de Paredes, podrá formarse un juicio exacto de esta Odisea de la pobreza y del buen humor, de la amistad y del talento.

Ya en Madrid, Palacio se entregó al periodismo, entrando con Alarcon en la Redacción de El Látigo, y escribiendo después en La Discusión, El Pueblo y Gil Blas. En estos periódicos, tribunas de la democracia española, la obra de nuestro vate no fué la de Rivero, Castelar, Pi y Margall, Figueras y Martos, esto es, la campaña de las véras, sino la de Alarcon, Roberto Robert, Rivera y Blasco, ó lo que es lo mismo, la guerra de la burla, la emboscada del chiste, no ménos formidable y eficaz que aquella otra.

En esta empresa, y en todo el período que comienza con los sucesos de 1854 y termina en la revolución de Setiembre, Palacio alcanzó extraordinaria celebridad, ya con sus trabajos en prosa, como los episodios El Sargento Simon, y Un Drama en Sierra Morena, ó como los artículos de costumbres La Puerta del Sol y Eclipses sociales ya más bien con innumerables obras poéticas, sobre todo las de carácter político. Sus orientales de La Discusión, los partes telegráficos en verso, diariamente publicados en El Pueblo y y los romances, sonetos y epigramas del Gil Blas, eran el suceso del dia. La popularidad que estas composiciones le conquistaron es sólo comparable con la de Villergas en sus buenos tiempos.

El nombre de Palacio corria de boca en boca, objeto del cariño de los liberales, como de amargas censuras y enconados odios por parte del doctrinarismo, á la sazón omnipotente. Y no sólo odios y censuras, sino persecuciones, encarcelamientos y, por último, la deportación á una de nuestras provincias americanas, Puerto-Rico, le acarrearon sucesivamente las sales y las hieles de su pluma.

Se necesita haber vivido entónces para formarse cabal idea de aquellas terribles luchas y poder hacer á todos la debida justicia, distinguiendo lo propio de las doctrinas de lo propio de los hombres, y en éstos el uso legítimo y el abuso de facultades, y de igual modo, la obra espontánea y libre del espíritu de la engendrada por las condiciones propias del combate. De todos modos, y sea cual fuere el juicio que en el órden político merezcan las obras de Palacio, ello es que en el artístico hay que reconocer que estas obras rivalizan dignamente con las restantes del autor, como partos que son del mismo ingenio, poeta siempre, y poeta de ley.

En este punto, hasta disentimos nosotros de la opinión que tiene de ellas nuestro amigo. Hojarasca es el nombre con que suele bautizarlas, y si no nos engañamos, éste es tambien el título que piensa poner al volúmen destinado á contenerlas en la presente colección. Nos parece desmesurado el juicio é inadecuado el título. Es dejarse llevar en demasía del desencanto que suelen producir las cosas vistas á distancia. Y sobre todo, que nunca está bien que un padre castigue duramente á todos sus hijos por las culpas sólo de algunos, y mucho ménos, padre tan amoroso con los de carne y hueso como él lo es.

¿Será que desde entónces acá ha modificado profundamente sus ideas políticas, hasta tratar hoy con severidad lo que ayer miraba con cariño? No lo creemos. Aunque el antiguo redactor del Gil Blas venga há tiempo militando en partidos medios, como la mayoría de sus compañeros de la Cuerda granadina, bien puede decirse que estas modificaciones son más de procedimiento y de conducta que de doctrinas fundamentales, y que Palacio sigue siendo en lo esencial el mismo de otros tiempos. Los cambios radicales, las conversiones absolutas, á lo ménos en el órden natural y profano, son punto ménos que imposibles, especialmente en hombres como nuestro amigo, que en sus cualidades artísticas y personales mantiene por completo la identidad más perfecta.

Si las mudanzas propias de los tiempos, que á todo y á todos alcanzan; si su alejamiento cada vez mayor de la política, y más que todo esto, si los desengaños de la experiencia han podido llevarle á desestimar algo de lo que apasionadamente amó, singularmente la bondad y eficacia de ciertos medios, en el fondo de su alma, en las comunicaciones de la amistad, en sus mismos escritos de hoy, se revela siempre, con mayor ó menor energía, el hombre que camina con su siglo, el poeta que ha hecho de la libertad su diosa, aquí donde tantos pretenden hacerla su manceba.

Asimismo cabe afirmar que Palacio es hoy quizás el que más vivamente conserva el espíritu de la antigua Cuerda: que su carácter, su trato y otras muchas circunstancias lo acreditan cumplidamente, y que si lo perdiese ú ocultára calculadamente, si prodigase ménos el inextinguible raudal de sus chistes, si en vez del buen humor y la llaneza, en ocasiones, de niño, que sin poderlo remediar manifiesta, se diese aires de persona grave y de hombre serio, se hablaría de él con mayor encomio, ya que la seriedad y el estiramiento tienen vinculados la admiracion y el aplauso.

¿Cómo puede, pues, Palacio mirar tan severamente sus versos politícos? ¿Es, acaso, que entiende que la poesía política es género baladí y pasajero? Se engañaria por completo. La poesía política es tan legítima, tan importante y tan vividera, como la fundada en otros asuntos. Su grandeza, su perfección, su vida, dependerán, como en esta otra, de la grandeza de las ideas y sentimientos que la inspiren, de la perfección poética que en sí tengan las obras y de la duración que una y otra aseguren á éstas. Las de Quintana, por ejemplo, ya que, para vergüenza de España, se va poniendo en moda el criticarlas arbitrariamente, viven y vivirán eternamente, tanto por la extraordinaria hermosura de la forma, como por el santo amor á la libertad, que, felizmente, aunado al no ménos santo de la independencia nacional, ardia con fuego abrasador en el alma hercúlea del gran poeta, aunque hayan pasado ya, por fortuna, las tiranías que las motivaron. Ménos grande que estas composiciones, como nacidas en parte de impulsos ménos altos y generosos, los móviles de bandería, hay otras muchas de vates que no importa nombrar aquí, que no morirán del todo porque las libra de la muerte la belleza que atesoran. Y en menor escala, las poesías puramente de partido, áun las mismas invectivas personales, cuando no por su fondo, por la forma, serán dignas de recuerdo y estima en todo tiempo. Que Manuel del Palacio escoja de las suyas las que debe escoger, teniendo sólo en cuenta el mérito literario, que muchas tiene que añadir dignamente á las que carezcan de semejante color político, afortunadas rivales de éstas.

La verdad es que si por las razones dichas debe nuestro poeta escoger entre las políticas las que mejor cuadren con la índole de la colección que prepara, no sabemos cómo podrá habérselas con las restantes al tratar de elegir algunas, porque, por dicha suya, Palacio es de los muy contados poetas que, en rigor, no tienen poesía que merezca desecharse en absoluto, áun las relativamente inferiores, porque siempre hay en ellas algo que reclama la aprobación de la persona de buen gusto literario: en suma, pueden merecer distintos pareceres por lo que al contenido respecta; pero la verdadera obra de arte no consiente, no puede tener sino un solo juicio: el elogio.

Y al decir esto no distinguimos entre poesía séria y festiva, poemas ó composiciones breves, cuanto ha producido, á manos llenas, el autor de que tratamos. Pocos como él pueden decir que su vocación y su vida entera han sido una sola cosa, y una y otra se encierran en esta sola palabra: poeta. Porque, á la verdad, ¿qué hay en las cualidades como en la existencia de Palacio que no se contenga en esa voz? Aquí donde todo escritor abandona las letras por la política y sueña con ser ministro ó director general, ó cuando menos diputado, Manuel del Palacio, que, si por sus servicios políticos, con tanto derecho como muchos, y con mayor que algunos, hubiera podido ser todo eso, ni lo ha sido, ni lo ha deseado, contentándose modestamente con servir, y no por mucho tiempo, cargos subalternos como el en otro lugar indicado, ó el de oficial de Ministerio, término de su carrera administrativa. Y aun en el tiempo, relativamente corto, de esta carrera, miéntras desempeñaba sus destinos, su actividad poética fué siempre tanta ó más que antes y después, como quien sólo vive para las letras y únicamente en ellas encuentra el centro y la delicia de su alma. De este modo, acertamos á explicarnos cómo y por qué ha podido cumplir medio siglo de edad, progresando y no decayendo jamas ni su amor á la poesía, ni las extraordinarias aptitudes con que para el ejercicio de ella plugo á Dios dotarle.

Es nuestro amigo harto más conocida como poeta lírico que como épico. Sus leyendas y poemas, género que cultiva con preferencia en estos últimos años y con la misma fecundidad que los otros, abundan en rasgos descriptivos y pinturas de caracteres, á veces de primer órden, como lo prueban, entre otras que se encuentran en este caso, El Cristo de Vergara y La Calle de la Cabeza. Carecen, sólo en ocasiones, de color local y de época, tan capitales en la leyenda, y asimismo, suele pecar, aunque sobriamente, de lirismo; pero en cambio, las hechuras por decirlo así, no tienen nada que reprochar, sino que, por lo comun, superan en mucho á la incorrecta y desaliñada forma que suele tener este género, aun en manos de sus más famosos cultivadores.

Pertenece á la poesía lírica el mayor número de las obras de nuestro autor, y dentro de ella á los géneros satírico y elegíaco, principalmente. La nombradía de Palacio, como satírico, es tal, que no es posible pensar en este género sin pensar en él. De tal suerte lo representa, que á pesar de que sus composiciones sérias valen tanto ó más que las festivas, Palacio pasa y pasará mucho tiempo, para la generalidad, solamente como poeta satírico. Á ello ha contribuido sobremanera la celebridad que alcanzaron sus versos políticos.

Y es que, unos más, otros menos, solemos juzgar á los autores por las primeras obras que los hicieron célebres, y ya pueden escribir luego otras mejores en aquel mismo ó en diverso género, que siempre serán aquéllas y no éstas, no ya las principales, sino las únicas, y su índole la característica del autor en el trascurso entero de su vida. Y es tambien que las obras festivas tienen el privilegio de apoderarse más fácilmente de nosotros que las otras y de subyugarnos á su placer, hecho innegable, cuya causa hay que buscar, no sólo en los dominios del espíritu, sino en el campo de la Fisiología, que nos enseña, con verdadero lujo de pruebas, que el impulso de la risa es irrefutable y verdaderamente irresistible, como obra principal que es de las leyes físicas de nuestra naturaleza.

Importa mucho tenerlo en cuenta, porque así nos podremos explicar muchas cosas hasta ahora inexplicables ó torcidamente declaradas, tales como la muy extendida de creer siempre que el poeta satírico, sólo por serlo, carece de nobles y generosos sentimientos, y ha de estar, por voluntad propia, siempre dispuesto á sacrificarlo todo á un chiste, religión, patria, familia, etc. Lo particular del caso está en la sorpresa que luego se experimenta, al conocer de cerca á estos monstruos y encontrarnos con que, generalmente, suelen ser muy buenas personas, y no pocas veces, verdaderos niños grandes, incapaces de hacer daño á un mosquito, por satíricas que sean sus composiciones. Por nuestra parte podemos asegurar terminantemente que hemos encontrado excelentes amigos en esta clase de monstruos, y, al reves, muy pocos hombres de corazon y sí muchos ingratos y egoistas en el sagrado Olimpo de los poetas serios y formales.

Dejando aparte las condiciones morales de unos y otros, independientes de las artísticas; separando la vista de los defectos personales que todos, ya de una clase, ya de otra, tienen y han de tener necesariamente como hombres que son, digamos aquí que si el impulso de la risa tiene mucho de fatal y fisiológico en los lectores ú oyentes de la obra satírica, forzosamente ha de tenerlo en los autores de estas mismas obras, que al escribirlas no han hecho más que oir la avasalladora voz del sentimiento herido por el espectáculo de lo risible, esto es, de las imperfecciones humanas; sentimiento que supone la existencia y preexistencia en el alma del poeta del sentimiento contrario, es decir, de lo admirable y perfecto, pues sólo teniendo éste puede brotar aquél, como negación y contraste del mismo.

Así se explica tambien que muchas veces haya que buscar en las lágrimas la fuente de la sonrisa, y que nuestro poeta dijera, con harta razón, dirigiéndose al gran satírico español, á Quevedo, en el soneto que le consagra:

De las amargas olas de tu llanto
Brotaron las espumas de tu risa,
Y hoy no distingue el ánima indecisa
Lo que es en tí gemido y lo que es canto.

El mismo pensamiento asalta la mente muchas veces al recorrer las páginas del Hidalgo Manchego, y otro tanto podria decirse, por consiguiente, del portentoso autor de dichas páginas.

La estrecha relación que existe entre la risa y el llanto, nos dice cómo Palacio, siendo como es un gran satírico, puede ser y sea no ménos grande en el género elegíaco. Á la verdad, el carácter que distingue el fondo de sus poesías sérias, si no todas, la mayor y mejor parte, no es otro que el tinte, ya de tristeza, ya de indignacion, siempre sentencioso, y en ocasiones de infinita amargura, que en ellas se contiene. Los arrebatos del entusiasmo, los arranques de la desesperación, rara vez agitan el alma de nuestro poeta; otras son las fuentes de sus cantos: los afectos dulces y serenos, la libertad perdida, el recuerdo de horas mejores, la esperanza desvanecida, y sobre todo, el escepticismo sombrío que nos deja lo que pasa y muere cuando las alas de la esperanza no levantan los corazones: hé aquí, en suma, el universo poético de nuestro autor. Hable por todas la poesía Á mi hija María, retrato moral del autor, modelo acabado del género que examinamos y, á no dudarlo, una de las composiciones más brillantes de la moderna musa española.

Áun cuando en épocas anteriores se habia dado ya á conocer en este género de poesías, puede decirse que cuando lo ha cultivado con preferencia ha sido después de la Revolucion de Setiembre, que abre un nuevo período en la vida del autor. Sus nuevas ocupaciones, su viaje á Italia, los cambios de vida y costumbres, y áun más que todo esto, los desengaños políticos y sociales, la obra propia de la edad, los vuelos naturales de su alma, hicieron que su admirable facultad de percibir las imperfecciones de las cosas, ante el espectáculo de esas mismas imperfecciones, se sintiera más tocada del llanto que de la risa. La memoria de lo pasado, los desencantos de lo presente, la sombra de lo porvenir, convirtieron en amargos pero maduros frutos las risueñas esperanzas de la juventud, las lozanas flores de la alegría.

Lo breve, lo sencillo, lo proporcionado y rítmico, lo claramente perceptible y claramente explicable, cualidades son éstas que determinan, digámoslo así, la índole de las obras poéticas de Palacio, de cualquier género que éstas sean. De aquí la precisión del fondo, la sobriedad del estilo, la concisión del lenguaje, la brevedad misma de la forma artística y de las combinaciones métricas que nuestro autor emplea generalmente en sus composiciones. De aquí que sean muy contadas las extensas. No hay que buscar en ellas, en la acepcion común se entiende, odas, elegías, epístolas, silvas, canciones y otras tales, sino coplas, sonetos, letrillas y otras análogas. Si el mérito de la poesía dependiera de las dimensiones, medrada estaria la gloria de nuestro poeta. Por fortuna, ni la magnitud de la obra poética ni la de los lienzos de la pintura se mide con metro, sino con la inteligencia. Y con esta medida pueden resultar abominables poemas enteros, y verdaderas joyas un cantar, una décima, un soneto. Poco sería cuanto se dijera de los de Manuel del Palacio, comparables con los mejores de nuestro antiguo y moderno Parnaso.

Quizás no haya autor alguno español ó italiano que pueda presentar coleccion tan variada y completa como la del gran sonetista que admiramos. Querer separar como mejores algunos solamente, sería punto ménos que imposible. Por nuestra parte renunciamos á la empresa. Y otro tanto decimos de las restantes poesías del autor cuya personalidad literaria hemos intentado bosquejar sumariamente. Toda persona de buen gusto literario, propiedad tan rara, al decir de una escritora insigne, como el buen tono en sociedad, no acabará nunca de alabar como merecen las obras de nuestro poeta, sobre todo mirando la magnificencia de los engarces y filigrana, la maravillosa manera con que todo lo ve y lo expresa, lo mismo las cosas más elevadas que las más triviales.

¡Qué prodigio de naturalidad! Y ¡qué portento de elegancia! En este órden son las poesías de nuestro autor claros arroyos corriendo por cauces de flores. No hay inviernos que los enturbien ni estíos que los sequen. El agua corre y corre siempre limpia y serena, así al salir del manantial como al llegar al rio; ni troncho de rama, ni piedra desprendida, ni siquiera el ala del pájaro al pasar sobre sus cristales la agitan ni empañan. Siempre tersa, siempre tranquila sigue su curso, reflejando en su trasparencia las arenas de oro del fondo y el limpio azul de las alturas.