Meditación (Balart)

Sus mejores versos
Meditación

de Federico Balart


Sabio, en verdad, muy sabio es nuestro siglo:
ni trasgo, ni quimera, ni vestigio,
ni tartárea visión
ofuscan su serena fantasía,
cuyo fondo penetra, clara y fría,
la luz de la razón.
Los altos vuelos de la mente humana,
las risueñas promesas de mañana,
las victorias de ayer,
todo concurre a enaltecer su imperio,
y el címbalo, y el arpa, y el salterio
celebran su poder.
Para la ciencia humana no hay ya enigma:
en todo imprime su profundo estigma
viril la Humanidad;
y en sus manos, que tierra y mar trastornan,
las audaces hipótesis se tornan
en viva realidad.
Mas ¡ay! el hombre, en su constante anhelo,
la mirada jamás dirige al Cielo,
de otra verdad en pos;
y al mirar a esa turba tornadiza
que ni reza ni llora, me horroriza
la soledad de Dios.
Sobre este campo de tenaz pelea,
ni un incensario para honrarle humea,
ni un altar queda en pie;
y a la puerta del Cielo solitaria
ya no llega el clanior de la plegaria
ni el himno de la fe.
Sobre el antiguo dogma derruido,
como cárabo insomne teje el nido
la pálida Ansiedad;
y, extinguida la lámpara que clara
brillaba, en torno de la inútil ara
reina la oscuridad.
«¿Hay Dios?»-pregunta el hombre a la alta esfera;
«¡Sí!»-contesta la noble Fe sincera;
la Impiedad grita:-«¡No!»
y la Duda, que escarba los escombros,
levantando las cejas y los hombros,
responde: -«¡Qué sé yo!»
Ya ni un hijo de Abel el mundo encierra:
la raza de Caín puebla la tierra.
Con insensato afán
cunde y cunde -¡diabólica demencia!-
la lucha del que vive en la opulencia
y el que muere sin pan.
El rico sigue su triunfal camino
sin sondar los secretos que el destino
cela en lo por venir;
y, mientras dura la presente vida,
fija en ella la mente, sólo cuida
de gozar y reír.
Y el pobre, de ambición y envidia ciego,
en vez de alzar a Dios humilde ruego,
dice en su corazón: -
«¿A qué invocar en mi cruel dolencia
a un ser que ni socorre mi indigencia
ni calma mi aflicción?»
¡Horrenda insensatez! -Aunque el tesoro
de la bondad divina en lluvia de oro
quieras mandarnos, di,
¿a quién, oh Dios clemente y soberano,
tu limosna darás, si ya no hay mano
que se alargue hacia Ti?
La suya el hombre contra el hombre mueve
con franca saña o con rencor aleve
que hiere por detrás;
y, si en su empeño insano al cielo apremia,
tal vez se oye en su labio la blasfemia;
la plegaria jamás.
¿Se oirá, por fin? -¡Se oirá! Tarde o temprano,
siempre la senda del dolor humano
para en Getsemaní.
¡Allí, Señor, en duelo el alma inundas;
y al cabo las pupilas moribundas
se elevan hacia Ti!