Mastai Ferreti y el Quita Calzones - 1824
Empezaba el año 24 cuando arribó a este puerto, el 1° de enero, el bergantín francés Heloisa, a cuyo bordo venía el canónigo Mastai Ferreti acompañando al Arzobispo Muzzi, Nuncio de su Santidad, en misión apostólica cerca del Gobierno de Chile.
Una tempestad deshecha había rechazado la nave conductora, de las costas de Maldonado, consiguiendo a duras penas ganar el puerto de Montevideo, de donde siguió viaje a Buenos Aires. De allí partió la misión por tierra para Chile, no sin percances, en cuya travesía las vichucas de San Luis diéronle, según la tradición, un mal rato a Mastai Ferreti, en el rancho en que se alojó, obligándolo a pasar la noche al raso, tendido sobre un cañizo, soportando la lluvia.
Hasta octubre de ese año, permaneció la misión en Chile, regresando por agua al Río de la Plata, para volver a Europa.
Al expirar el año, llegó la nave al puerto de Montevideo, desembarcando Monseñor Muzzi y sus acompañantes, de los que hacía parte el conde Mastai Ferreti. Gran novedad para las devotas y cumplida recepción de los viajeros por el Barón de la Laguna y el cura Vicario Larrañaga, que hospeda al Arzobispo en su casa, y don Manuel Jiménez en la suya al canónigo Ferreti.
No estaba en los libros de la de San Felipe y Santiago que hospedaba en su seno al futuro Papa Pío Nono, en el canónigo Ferreti, como no lo estuvo al contar de tránsito en él a don Baldomero Espartero, después de Ayacucho, que sería más tarde el duque de la Victoria en España, y la primer figura en el célebre convenio de Vergara.
Muy luego el Arzobispo Muzzi administró el sacramento de la confirmación en la Matriz, acompañado del canónigo Ferreti. Durante su estadía el Arzobispo celebraba misa en el Altar Mayor, y el canónigo en el del Rosario. Ya podrá figurarse el lector con qué gusto no asistirían las devotas a oír misa de aquellas dignidades.
Un día, no sabemos si siguiendo las aguas de los miembros cesantes del Consulado, que lo habían celebrado con una comilona en el Miguelete, en que fueron piernas muy alegremente Carreras, La Mar, Vilardebó, Pérez, Parías, Camuso, Cortinas, Susviela, Martínez y Souza Viana, ocurrióles a otros de buen humor, convidar a los viajeros a una fiesta campestre en la quinta de Juanicó, que aceptaron los distinguidos huéspedes con sumo agrado.
Todo se había preparado allí para obsequiarlos espléndidamente, y en el día convenido, invitados e invitantes se ponen en camino para la quinta. Pero, ¿quién había de decirles a los viajeros que un pícaro arroyuelo llamado Quita Calzones, les jugaría una trastada? Pues así, como suena. Al pasarlo, se empantana el birlocho en que iba Mastai Ferreti, costando un triunfo sacarlo del atolladero.
Era una nueva aventura por que pasaba por estas tierras Mastai Ferreti, que no olvidaba la de las vinchucas, ni la de la maniobra de marinería en el Cabo de San Antonio, en que había tomado parte bajo un temporal, por el número uno. Sin inmutarse el buen canónigo, sonreíase del percance, preguntando cómo llamaban a aquel arroyo. Quita Calzones, señor, le dicen. Pues hombre, responde muy jovial, lo que son los nuestros no nos los ha quitado, y tomó nota del nombre para su cartera de viaje.
Con retardo llegaron a la quinta, donde el percance ocurrido en Quita Calzones fue el tema obligado de la conversación y de la broma, no faltando alguno que dijera: "Vaya, sin ese incidente, no habría conocido prácticamente el canónigo, las chanzas del Quita Calzones".
Varias personas de distinción y parte del clero habían sido invitadas para la fiesta; y para amenizarla fueron convidados también algunos artistas líricos, entre ellos el célebre Vacanni.
Mesa espléndida. Banquete en regla. El Nuncio tomó asiento a la cabecera, y el canónigo Mastai Ferreti fue colocado entre una prima donna italiana y una bailarina francesa, que juntamente con un tenor milanés, hacían parte de los convidados.
"La cantatriz y la bailarina (esto va por cuenta y riesgo del Padre Sallusti, cronista de la fiesta, según el general Mitre) unían a su brío y vivacidad natural, una belleza afectada, con traje elegante y un fantástico tocado dispuesto con caprichosa maestría.
"A los postres se cantaron las más bellas composiciones de Rossini, terminando con el di tanti palpiti, di tanti pene, ejecutado por la prima donna y el tenor, que fueron muy aplaudidos, incluso por un fraile español que hacía de bajo.
"Los viajeros creyeron ver en esta fiesta una escena premeditada para comprometer su carácter sacerdotal; pero hombre social y de carácter ameno, el canónigo Mastai Ferreti, no lo tomó a mal".
Al regreso a la ciudad, antes que se cerrasen los portones, decíanle en tono de broma al canónigo, los que tenían confianza con él, "cuidado con el Quita Calzones; con la segunda edición de esta mañana".
No hay cuidado, contestaba Mastai, el cochero ya es baqueano, como dicen por estas tierras, y no caeremos en la trampa; pero por sí o por no, vayan otros adelante.
Y los vehículos se pusieron en marcha para la ciudad, llegando salvos de otro Quita Calzones, pero con el cuento del pasaje del canónigo Ferreti, que fue el platillo por muchos días, saliendo a relucir cada vez que se hablaba de paseo por aquellos contornos.
El canónigo Mastai Ferreti, a las vueltas en Quita Calzones, sería cosa de verse. ¡Y lo que son las cosas de este mundo! Pues era el predestinado para ocupar 20 años después la Silla de San Pedro en Roma, con el nombre de Pío Nono, viniendo a ser el primero y único de los Papas que antes de ascender al Pontificado, pisó este suelo, admiró su espléndida naturaleza, y aspiró las auras embalsamadas del Miguelete, recordando siempre el percance de Quita Calzones.