Marta la piadosaMarta la piadosaTirso de MolinaJornada I
Jornada I
Salen doña MARTA, y después doña
LUCÍA, ambas de luto galán
MARTA:
El tardo buey atado a la coyunda
la noche espera y la cerviz levanta,
y el que tiene el cuchillo a la garganta
en alguna esperanza el vivir funda.
Espera la bonanza aunque se hunda
la nave que en el mar bate y quebranta;
sálo el inferno causa pena tanta
porque de él la esperanza no redunda.
Es común este bien a los mortales,
pues quien más ha alcanzado, mas espera
y a veces el que espera, al fin alcanza.
Mas a mí la esperanza de mis males
de tal modo me aflige y desespera
que no puedo esperar ni aun esperanza.
Sale doña LUCÍA, hablando para sí
LUCÍA:
Que no puedo esperar ni aun esperanza
me dice la Fortuna, aunque inconstante.
Lloro un hermano muerto, y un amante
de su vida homicida y mi confianza.
Esperar vida a un muerto, ¿quién lo alcanza?
Esperar que en la ausencia sea constante
Amor, es esperanza de ignorante;
que es huésped de la ausencia la mudanza.
Al homieida de mi hermano adoro.
¡Ved si se iguala a mi tormento alguno,
pues amo aborreciendo juntamente!
Dos muertos, aunque el uno vive, lloro;
que si la ausencia es muerte, todo es uno:
un muerto hermano y un amante ausente.
MARTA:
¿Quién da materia a tus quejas
--que tantas formas--sin ver
que sabe el temor poner
a las paredes orejas?
LUCÍA:
¿Y por quién las tuyas son,
que de escuchar tus fatigas,
a llorar las mías me obligas,
hermana, a tu imitación?
MARTA:
¿Fáltame causa? ¿Es en vano
la pena que me ha afligido?
¿No he de llorar, si he perolido
todo el bien con un hermano?
LUCÍA:
¿Pues salgo del cuarto grado
de ese parentesco yo?
¿O acaso no se murió
para mí, que te ha pesado
de que le llore mal muerto
cuando bien le quise vivo?
MARTA:
¡Qué diferente motivo
da llanto a tu desconcierto!
Todo, hermana, se me alcanza.
No dan tus ojos tributo
a muertos, ni son de luto
lágrimas con esperanza;
porque ellas mesmas publican,
por más que lo has encubierto,
que doblando por un muerto,
por otro vivo repican.
Ya sé por quién es el llanto.
LUCÍA:
Todos, sospecha el ladrón,
que son de su condición.
Ereslo tú; no me espanto
que imagines disparates,
que ha tanto pasan por ti.
MARTA:
¿Tan boba te parecí,
por más que encubrirte trates,
que jamás eché de ver
lo que a don Felipe quieres?
Siempre somos las mujeres
--si lo pretendes saber--
mucho más largas de vista
que los hombres. Penetramos
las almas cuando miramos
sin que el cuerpo lo resista.
A Eva crïó después
Dios que Adán, y aunque postrera,
fue en ver la fruta primera,
de tan costoso interes.
No pienses, doña Lucía,
que has de poder esconder
tu amor, porque soy mujer
y veo mucho.
LUCÍA:
Hermana mía,
¿tiénesme por hombre a mí
o miro con cataratas?
¡Que por lince te retratas,
y a mí por topo! Si a ti
te parece que penetras
los corazones, también
creo yo que mis ojos ven
las más escondidas letras.
No culpes, hermana, al muerto;
pues solamente es deudor
don Felipe, el matador,
de ese llanto.
MARTA:
¡Bien por cierto!
¿Luego quise yo jamás
a don Felipe?
LUCÍA:
¡Jesú!
¿Querer? ¡Bonita eres tú!
Hasle aborrecido más
que el tordo a las guindas. ¿Eso
no es claro? ¿Eres tu mujer
que a nadie había de querer?
¿Tú no eres de carne y hueso?
MARTA:
A lo menos fuera afrenta
que amara yo a quien de ti
es amado.
LUCÍA:
¿Cómo así?
MARTA:
Porque no es hombre de cuenta
en quien tú los ojos pones
y. cuando tenga valor,
sólo por tenerle amor
tú, le pierde.
LUCÍA:
Mil razones
te sobran.
MARTA:
Y en conclusión,
ya sabes lo que perdiera
si elección mi amor hiciera
de quien tú haces elección;
porque dijeran de mí,
teniéndote--aun quien te precia
y sirve--por fría y necia
que me parecía a ti.
LUCÍA:
Soy yo la misma frialdad
y eres tú el mismo calor.
Andan perdidos de amor
los hombres por tu beldad.
Eres un sol en el talle
y hasle parecido en todo
de tal suerte que del modo
que ninguno osa miralle
porque ciega el resplandor
que visten sus rayos rojos.
Nadie pone en ti los ojos
porque los ciegas de amor.
Y así, aunque abrasa y admira
tu hermosura de mil modos,
como al sol te alaban todos
pero ninguno te mira
porque ninguno hasta agora
hace de servirte caso.
Yo, que ni quemo ni abraso
ni soy sol, ni soy aurora,
de tu discreción me río;
pues con ser menos perfeta,
no tan hermosa y discreta,
por más que hielo y enfrío,
tengo muchos pretendientes
que, a pesar de tu beldad,
estiman más mi frialdad
que no tus rayos ardientes.
MARTA:
Serán amantes felpados
de estos rubios moscateles;
que, para que no los hieles,
irán a verte aforrados
porque como cada día
truecan las cosas los cielos
y ya se venden los hielos,
estimaránte por fría.
Mas que ¿dices que también
don Felipe te adoraba
y con tu nieve templaba
su fuego? ¿Quísote bien?
LUCÍA:
Así le quisiera yo.
MARTA:
¿Que no le quieres?
LUCÍA:
Ni es justo
gastar el tiempo y el gusto
qon quien sabes que mató
a mi hermano. Antes deseo
que la justicia castigue
su crueldad, porque mitigue
la pena que nunca creo
ha de tener fin en mí.
MARTA:
¿Qué? ¿Te holgaras, por tu vida,
de ver muerto al homicida?
LUCÍA:
Digo mil veces que sí.
MARTA:
Rigores son excesivos.
LUCÍA:
Fuéronlo sus desconciertos.
MARTA:
Que perdone Dios los muertos
y dé salud a los vivos.
LUCÍA:
No lo merece su exceso.
Fingiendo
MARTA:
Pues si su muerte te da
gusto, has de saber que está
don Felipe, hermana, preso.
Alborotada
LUCÍA:
¿Donde?
MARTA:
En Sevilla le sigue
su culpa.
LUCÍA:
(¡Ay! ¡Fiero tormento!) (Aparte)
MARTA:
Y mi padre tan contento
de que su prisión mitigue
su pena y larga tristeza
que para que se anticipe
tu venganza, a don Felipe
hará cortar la cabeza
antes de un mes.
LUCÍA:
(¡Ay de mí) (Aparte)
tu venganza.
LUCÍA:
Que tan presto,
hermana, ¿ha de morir?
MARTA:
Sí.
¿Lloras?
LUCÍA:
¿Soy de bronce yo?
MARTA:
No, mas poco ha que afirmabas
que su muerte deseabas
porque a tu hermano mató.
LUCÍA:
Todo es doña Marta, así;
pero no has dado en lo cierto.
MARTA:
¿No deseas verle muerto?
LUCÍA:
Sí, hermana. Muerto. (Por mí. (Aparte)
La verdad voy a saber
de mi padre, y a llorar.)
Vase doña LUCÍA
MARTA:
¡Qué fácil es de engañar,
cuando es boba, una mujer!
Quise fingir su prisión
para saber su amor, cielos,
y al fin saqué a luz mis celos
envueltos en su afición.
Sale don GÓMEZ, leyendo una carta, sin reparar en su hija
GÓMEZ:
"Entre las muchas causas que me
obligaron a dejar las Indias y volver
a España, fue la principal el deseo de
veros y convertir nuestra antigua amistad
en parentesco. Dios [y] mis hazañas y
buena diligencia han querido que en diez
años de asistencia haya ganado cien mil
pesos y más que para que os sirváis con
ellos ofrezco en arras a mi señora doña
Marta, hija vuestra, si con perdón de
mis canas, trueco el nombre de vuestro
amigo por el de yerno. En Illescas estoy
que, como sabéis, es mi tierra; fiestas
y toros hay. Si ellas os obligan y yo lo
merezco, mi casa os aguarda, vacía de
hijos--que nunca los he tenirdo--y llena
e deseos que espero cumpliréis. El cielo
os guarde, etc. --El capitán Urbina."
Mil veces sea bien venido;
que estas nuevas solamente
poner límite han podido
al llanto y pena presente
por el hijo qne he perdido.
La misma edad que yo tiene
el capitán; mas, pues viene
con mas de cien mil ducados,
años que están tan dorados
reverenciarlos conviene.
Darále Marta la mano;
que no es viejo el interés
aunque el capitán es cano;
y menos enfermo es
el invierno que el verano.
Invierno viejo es mi yerno;
verano suele llamar
la juventud a amor tierno;
pero bien podrá pasar
con tanta ropa este invierno
mi hija; que de ella fío
que ha de hacer el gusto mío
y de el que escribe esta carta;
que es viejo, y compra esta "marta"
para remediar su frío.
MARTA:
Señor, ¿qué nuevo contento
ha puesto fin a tu llanto?
GÓMEZ:
(Encubrirle el casamiento (Aparte)
quiero.) Aunque es mi dolor tanto,
iguala a su sentimiento,
y aun sobrepuje, el placer
que de estas nuevas consigo.
Un hijo vine a perder
y hoy, hija, cobro un amigo
a quien luego he de ir a ver;
que aunque el daño considero
que de mi amado heredero
hace la falta, colijo
que puede igualarse a un hijo
un amigo verdadero.
Viene el capitán Urbina
conforme me escribe aquí,
tan galán, que de una mina
sacó el alma al Potosí,
y las telas a la China.
Con mas de cien mil ducados
pone en olvido cuidados.
En Illescas, Marta, está,
y que vaya a verle allá
me escribe. En tiempos pasados
fuimos los dos una vida
y un alma. Con sus tesoros
y su casa me convida.
Dice que hay fiestas y toros
mañana allí; y aunque impida
la muerte de don Antonio
ver fiestas, en testimonio
de su amistad esta vez
dispensará mi vejez
y su rico patrimonio
con vuestro luto y mi pena.
A buscar un coche voy;
que es fresca la tarde y buena
y habemos de partir hoy.
MARTA:
Señor, los pasos refrena
y vuelve a tener memoria
de que quitaron la vida
a mi hermano, y es notoria
la culpa del homicida.
GÓMEZ:
Con una requisitoria
en su seguimiento va
un aguacil que dará
lucida satisfación
a mi pena y su traicón.
MARTA:
(¡Cielo! En Illescas está; (Aparte)
que así me lo escribió ayer
y, si las fiestas aguarda,
qne mi padre intenta ver,
nuevo temor me acobarda
de que allí le han de prender.
Sale doña LUCÍA
LUCÍA:
Ya me han contado el suceso
que te ha alegrado, señor.
GÓMEZ:
¡Oh Lucía! ¿Cómo es eso!
LUCÍA:
Dícenme que el matador
tienes en Sevilla preso.
GÓMEZ:
¡Válgame el cielo! Pues ¿Quién
de esa nueva autor ha sido?
LUCÍA:
¿Eso preguntas? ¡Qué bien!
GÓMEZ:
¿Habrá el alguacil venido?
Nobles albricias le den.
La requisitoria ha hecho
la diligencia debida
en Sevilla. Satisfecho
estoy; dárá el homicida
justa venganza a mi pecho.
De todo a informarme voy
y porque partamos hoy
a Illescas, voy a aprestar
un coche en que caminar.
Vase don GÓMEZ
LUCÍA:
Confusa y dudosa estoy.
¿Qué camino es éste, hermana?
¿Qué alguacil es el que viene
y aquestas albricias gana?
Si mi padre preso tiene
a don Felipe, y es llana
su venganza, ¿cómo se hace
de nuevas? Mi confusión
de tantas quimeras nace.
MARTA:
Ha sabido la afición
con que a tu amor satisface
don Felipe, hermana mía,
mi padre; y por excusar
tu pena y melancolía,
no se atreve a declarar
la causa de su alegría.
Quiere ir a verle dar muerte
a Sevilla; y porque advierte,
--si sabes esto--la pena
que te ha de causar, ordena,
como ves, entretenerte
en Illescas cuyas fiestas
y toros suspenderán
el llanto que manifiestas.
LUCÍA:
Fiestas ¿cómo enjugarán,
Marta, lágrimas funestas?
Mas, pues sé ya sus engaños,
yo le diré que no intente
con su muerte nuevos daños
o su venganza inclemente
verá malograr mis años.
Si la ira no reporta,
será mi vida tan corta
como largo su rigor.
MARTA:
Por agora lo mejor
será callar; que te importa
llegue a Illescas donde está
un amigo que ha venido
de Indias y a verle va;
que por las dos persuadido
el enojo aplacará
de mi padre, y de esta suerte
remediaremos su muerte.
LUCÍA:
Buen remedio es ése.
MARTA:
Extraño.
(¡Qué bien a esta boba engaño!) (Aparte)
LUCÍA:
Callar quiero, que ya advierte
mi sospecha, hermana mía,
que los celos que tenía
de ti eran sin razón
pues que con tanta afición
me favoreces.
MARTA:
Lucía,
los celos son el tributo
que dan intenciones malas:
ruín el árbol como él fruto.
LUCÍA:
Vamos, y aprestemos galas,
las que permitiere el luto.
(¡Cielos! Excusad su muerte.) (Aparte)
Vase doña LUCÍA
MARTA:
Como no esté en él lugar,
dichosa será mi suerte.
¿Quién dijera que pesar,
Felipe, me diera el verte?
Vase doña MARTA. Salen, de camino, PASTRANA y don FELIPE
PASTRANA:
A pie, a caballo, a jumento,
a mula, a carro y a coche
he caminado esta noche
sólo por darte contento.
FELIPE:
¡Ay Pastrana! En mis deagracias
halla mi felicidad
cierta ayuda en tu amistad,
y pasatiempo en tus gracias.
Respetos de bien nacido
te han obligado a seguirme,
y a alegrarme y divertirme
tu humor siempre entretenido.
Si mis desdichas recelas,
sírvate en esta ocasión
el símbolo del halcón
con capirote y pigúelas;
que alivia mi desventura
el misterioso letrero
donde dice, "Alegre espero
tras las tinieblas luz pura."
Ansí yo, si desterrado
una muerte me hace andar,
luz cual él puedo esperar
después de tanto nublado.
PASTRANA:
Sí, mas ¿no fuera mejor,
ausentándonos mas lejos,
tomar los sabios consejos
que al prudente da el temor
y no hacer que tu amor sea
cual la ciega mariposa
que la llama peligrosa
ronda, enamora y pasea
hasta que a su luz sutil
muere, cuyo ejemplo igualas,
pues aguardas que las alas
nos corte algún alguacil?
FELIPE:
Considera tú un león
atado, cuando recuerda
caminar cuanto la cuerda
le permite en la prisión;
que no extendiéndose a más,
vuelve a otra parte y no puede.
Lo mismo, pues, me sucede.
Mal persuadirme podrás
que de aquí, amigo, me parta,
qunque vida y honra pierda
porque no me dan mas cuerda
memorias de doña Marta.
PASTRANA:
Según eso, a buena cuenta
seremos en esta danza
don Quijote y Sancho Panza
parando de venta en venta.
¿No ves que estar en Illescas
agora no es buen discurso
que es la fiesta y el concurso
de damos y damas frescas
donde vendrá a darte enojo
algún mercaoer de vidas
cuyas varas son medidas
y en mirando dan mal de ojo?
Había ocasión agora
a medida del deseo;
pues toda la corte veo
que se parte a la Mamora
y con cualquier capitán
pudieras ir disfrazado;
que a un distraído soldado
no le conoce Galván.
FELIPE:
¿Piensas que no me da pena
no hallarme en ocasión
de gozar ésa?
PASTRANA:
Es razón,
que para un mancebo es buena.
FELIPE:
¡Valor natural de España!
¡Lealtad y obediencia grande!
Pues sin que el rey se lo mande,
la ocasión los desengaña
y los que llenos de olores,
de galas, fiestas y gustos,
no tratan sino de injustos
celos, prendas y favores
si la ocasión los convida,
salen tan bien enseñados
como si fueran soldados
de Flandes toda su vida.
PASTRANA:
El señor don Luis Fajardo
viva mil años, que es gloria
de España, y quede memoria
de capitán tan gallardo
y salga Jarife o Muza
con la morisca galgada
a probar lo que es su espada;
que él los dará en caperuza.
Sale LÓPEZ
LÓPEZ:
Así queda bien, que a todo
sabe acudir Juan Florín.
PASTRANA:
Un hombre viene. El rüín
teme pantanos sin lodo.
No es sospechoso. Yo llego.
Señor hidalgo, ¿es soldado
de la Mamora?
LÓPEZ:
Crïado
a lo menos de don Diego
de Silva.
PASTRANA:
¿Y a qué ha venido
a Illescas? Deseo saber...
LÓPEZ:
He venido aquí a traer
jaeces que le han pedido
dos hidalgos a mi dueño
y, aunque Juan Florín es hombre
que su cuidado y su nombre
florece--que no es pequeño--
he venido yo en su carro
por no hacer falta a la fiesta
que es mañana.
PASTRANA:
Y la respuesta
es de ese ingenio bizarro.
Pero ¿qué don Diego es ése;
que no le he visto jamás?
LÓPEZ:
(Aun no le importunan más (Aparte)
a un reo a que se confiese.)
Digo que son dos hermanos
nobles don Diego y don Juan,
el uno y otro galán
y entrambos buenos cristianos.
FELIPE:
¿Son casados?
LÓPEZ:
Pretendientes
de dos hermanas muy bellas
que en sustancia son doncellas.
Sabe Dios los accidentes.
Llámanse Marta y Lucía
con su "don" en cada una.
Adios, que es cosa importuna
preguntar tanto en un día.
PASTRANA:
Óigase.
LÓPEZ:
Voy a buscar
posada, que han de venir
las damas, y a prevenir
mucho que hay que aderezar.
FELIPE:
¿Pues vienen ellas con ellos?
LÓPEZ:
Ellas con su padre vienen,
y ellos también--que previenen
la Ocasión por los cabellos--
vienen delante, y desean
verse juntos dos a dos.
PASTRANA:
Adiós.
LÓPEZ:
Adiós.
Vase LÓPEZ
FELIPE:
¡Plegue A Dios
Que vengan y no las vean!
PASTRANA:
¿Hay celambre?
FELIPE:
No, bien sé
que entrambas a dos me miran
con cuidado y que suspiran
aunque a su hermano maté.
Por mí--y quisiera, por Dios--
que algún galá conquistase
a la una, y me dejase
con la mayor de las dos.
PASTRANA:
Otros vienen.
FELIPE:
¿Y quién son?
PASTRANA:
Dos viejos, un mozo, y más
damas, y gente atrás.
Vámonos; que es confusión.
FELIPE:
Mal irme de aquí podré,
y más viniendo mi dama.
PASTRANA:
Descansa pues en la cama
mientras viene.
FELIPE:
Así lo haré.
Vanse don FELIPE y PASTRANA. Salen don GÓMEZ,doña MARTA, doña LUCÍA, el capitán URBINA, y ALFÉREZ
GÓMEZ:
¡Señor capitán Urbina!
URBINA:
¡Famoso don Gómez mío!
Ya mi contento imagina
que en mi pecho falta el brío
para esta gloria divina.
No cabe en mí tanto bien;
repartidle en vuestro pecho
aunque el vuestro es mío también;
que ya quedo satisfecho
y rico de ver tal bien.
De Indias traigo ganados,
caro amigo, cien mil pesos,
que allá llaman ensayados,
y para tales sucesos
vendrán muy bien empleados.
Todos los rindo a los pies
vuestros y de vuestras prendas,
pues de ellas su dueño es.
GÓMEZ:
Habla, hija, no suspendas
su afición para después.
MARTA:
Por la parte que me alcanza
de esa merced, mi señor,
os pido, con la esperanza
que se debe a tal favor,
esas manos.
URBINA:
Alabanza
sois de España. Permitir
que vos me pidáis las manos
no es bien si os he de servir.
MARTA:
(¡Cumplimientos cortesanos! (Aparte)
¡Qué bien que sabéis fingir!)
GÓMEZ:
Luego que supe de vos
que aquí estábades de asiento,
vine a veros con los dos
ángeles con que contento
vivo, agradecido a Dios.
Al capitín URBINA aparte
En Illescas donde estáis,
por fin de las fiestas todas
con que al fin nos festejáis
celebraréis vuestras bodas
con la que más deseáis.
No he dicho nada a quien es
obediente a mi deseo;
basta avisarla después.
ALFÉREZ:
(Con gusto las miro y veo. (Aparte)
Dichoso es el interés
del oro, pues de mi tío
estiman el casto amor
en más que el juvenil mío.
¡Ay dinero encantador!
¡Qué grande es tu señorío!)
Aparte a su hermana
MARTA:
¡Ay Lucía! Esténse allí
y hable el viejo con el viejo;
que no sé qué siento en mí.
Dame en tu amor un consejo.
LUCÍA:
Quisiérale para mí;
que adoro en mi ausente preso.
MARTA:
(¡Ojalá que ausente esté!) (Aparte)
LUCÍA:
Si le da muerte este exceso,
Marta, en mí ejecutaré
la sentencia del proceso.
URBINA:
No es razón que desecanséis;
que venía al tiempo crudo
de las fiestas. Si queréis
verlas, vamos.
ALFÉREZ:
(¡Ay, desnudo
Amor! Vencido me habéis.
Si es ésta doña Lucía,
a su luz soy mariposa.
A doña MARTA
URBINA:
¿No venís, señora mía!
MARTA:
Sí, porque toros son cosa
que dan gusto cada día.
LUCÍA:
(¡Ay mi idolatrado ausente!) (Aparte)
MARTA:
(¡Que en mí el amar y el temer, (Aparte)
de Felipe, me atormente
tanto, que te desee ver
y no tenerte presente!)
Vanse todos. Salen don FELIPE y PASTRANA
PASTRANA:
Menos que en una ventana
o en un tablado, no esperes
verme en el coso.
FELIPE:
Pastrana,
ése es sitio de mujeres
o de hombres de agua y lana.
Aguardemos una suerte
aquí y cobrarás por fuerte
nombre y blasones eternos.
PASTRANA:
No, hermano, que suerte en cuernos
tiene la punta en la muerte.
FELIPE:
Deja aquesa impertinencia;
que a no tener experiencia
de tu humor y valentía,
dijera que es cobardía
ésa.
PASTRANA:
Yo te doy licencia
que como quieras la nombres
como no estémos aquí.
FELIPE:
Tú, que te comes los hombres,
¿temes una bestia?
PASTRANA:
Sí,
por más que de eso te asombres,
reñir con dos o con tres
hombres muchas veces es
honra y no temeridad
porque con facilidad,
por valiente o por cortés,
se libra y más cuando alcanza
la experiencia de las tretas
con que nos dejó Carranza,
líneas oblicuas y retas,
dando ciencia a la venganza.
Puede un hombre si acosado,
riñendo, de otro se ve,
decir, "Yo he experimentado
que vive en vuestra mercé
todo el valer abreviado.
Por servirle y aplacalle,
ni rondaré aquesta calle,
ni hablaré a Doña Mencía;
y si de la amistad mía
gusta, vendré a acompañalle
desde hoy." Y si es caballero,
oblígale el buen habla;
si es capeador, el dinero;
si es valentón, el quedar
por más valiente y más fiero.
En fin, siempre hay esperanza,
por más enojo y venganza
que al más colerico obligue
si es hombre que se mitigue
con dineros o crïanza.
¡Pero un toro! Cuando deja
la capa que despedaza,
y a las espadas aqueja
al dueño, dándole caza,
llega tú, y dile a la oreja,
"Señor toro, la nobleza
ilustra la fortaleza;
corte la cólera un poco;
que es propio del necio y loco
el dar siempre de cabeza."
Y verás como repara
si tu amistad le prometes
y luego vuelves la cara
abriéndote dos ojetes
por detrás de a media vara.
FELIPE:
Cobardía es muy discreta.
PASTRANA:
No admito yo, aunque me brindas
con tu inclinación inquieta,
cólera, que en vez de guindas,
se aplaca con guindaleta.
Mirando dentro don FELIPE
FELIPE:
Escucha, que a aquel balcón
sale hermosa bizarría.
PASTRANA:
¡Fanfarrona ostentación!
FELIPE:
¡Pastrana! Doña Lucía
y mi doña Marta son.
¡Oh, sol con madejas de oro
que de la noche el silencio
rompes y enjugas mi lloro.
desde aquí te reverencio
y como el indio, te adoro!
Desde aquí el alma te escribe
de esta ausencia los enojos
en que muere cuando vive.
Estafetas son los ojos.
La carta, Marta, recibe
y responde el dulce sí
que ml firme amor te ruega.
Amigo Pastrana, di
lo mucho que la amo. Llega.
PASTRANA:
¿Desde dónde?
FELIPE:
Desde aquí.
PASTRANA:
¿Estás borracho?
FELIPE:
Haz la salva
que merece su hermosura,
pues sale en su oriente el alba.
Di mi amor y fe segara.
PASTRANA:
¡Qué buena fe si se salva!
FELIPE:
¿No le dirás algo?
PASTRANA:
Aparta.
Marta, que perlas ensarta
si se las compra el platero,
Marta, martillo, o mortero,
pues le ves, cócale, Marta.
Suena música dentro
¿Qué es aquesto?
FELIPE:
La señal
de soltar toro.
PASTRANA:
Pues suelto
las piernas.
FELIPE:
¿Vaste?
PASTRANA:
¡Y qué tal!
FELIPE:
Mal por tu opinión has vuelto.
PASTRANA:
Peor vuelve un animal
cuando alcanza en la carrera.
FELIPE:
Segura está esta barrera.
Rejón hay y también lanza.
Espera.
PASTRANA:
Mala esperanza
tiene el que en la muerte espera.
FELIPE:
¿Quién es éste del rejón?
PASTRANA:
No le conozco.
FELIPE:
¡Buen talle!
PASTRANA:
Y el toro ¿es barro?
FELIPE:
Un león
parece.
PASTRANA:
¡Mas que ha de dalle
si le alcanza, topetón!
Voces dentro
VOCES:
¡Huchohó!
PASTRANA:
¡Brava grita!
¡Que guste España de ver
una fiesta tan maldita!
Voces dentro
VOCES:
¡Válgate Dios!
PASTRANA:
El correr
vidas guarda y capas quita.
FELIPE:
¡Ea, el del rejón se pone
a punto.
PASTRANA:
Aunque más blasone,
temo, sólo de mirallo,
que ha de morir a caballo.
FELIPE:
¡Buen aire!
PASTRANA:
Dios le perdone
si le arrima medio cuerno
porque el que muere, es notorio,
aquí, por su mal gobierno,
que sin ver el purgatorio
se va derecho al infierno.
Suenan dentro cascabeles, como que corren caballos
FELIPE:
Ya los dos están en frente,
toro y caballo, y la gente
se suspende por mirallo.
Voces dentro
VOCES:
¡Bravo golpe!
FELIPE:
Del caballo
cayó.
Voces dentro
VOCES:
¡Jesús! ¡Hombre, tente!
PASTRANA:
¡Que le mata!
FELIPE:
Aquí me llama
una venturosa suerte.
PASTRANA:
¿Suertes haces en Jarama?
Morirás.
FELIPE:
¿Qué mejor muerte
que a los ojos de mi dama?
Vase con la capa revuelta al brazo y la espada desnuda
PASTRANA:
¿Vióse más desatinada
temeridad? Con la espada
desnuda la capa embraza
y dando ojos a la plaza
la bestia acomete airada.
¡Grande esfuerzo y gentileza!
El toro cierra con él.
Voces dentro
VOCES:
¡Golpe extraño!
PASTRANA:
¡Gran destreza!
Digno es de español laurel.
Cercenóle la cabeza
y la bestia en el arena
caída, de ella levanta
al caballero, que ordena
darle por ayuda tanta
los brazos que ya encadena
en su cuello.
Salen don FELIPE y el ALFÉREZ, a quien sale limpiando la capa
ALFÉREZ:
Otras mil veces
amigo, me vuelve a dar
los brazos.
FELIPE:
¡Que en tal lugar
y a tal ocasión pareces
después de tan larga ausencia,
Alférez, que he merecido
gozar tu noble presencia!
ALFÉREZ:
El mar del Sur ha podido
dar riendas a la paciencia
como a la esperanza engaños
para que al fin de diez años
fuese, don Felipe amigo,
deudor yo propio y testigo
hoy de tus hechos extraños.
FELIPE:
¿Qué tanto habrá, Alférez mío,
qué estás aquí?
ALFÉREZ:
Aun no ha un mes.
FELIPE:
¿Vive el capitán, tu tío?
ALFÉREZ:
La sangre del interés
anima su cuerpo frío.
Trae más de cien mil ducados
y tan mozos los cuidados
que, aunque a su vejez ofende
como s su salud, pretende
casarse.
FELIPE:
¡Bien empleados
dineros y años si son
del matrimonio despojos!
ALFÉREZ:
Amigo, de aquel balcón
me llaman, donde unos ojos
me han robado el corazón.
Subid conmigo, que allí
la vida agradecerán
que me habéis dado.
FELIPE:
(¡Ay de mí!) (Aparte)
ALFÉREZ:
Las dos hermanas que están
en él ¿conocéislas?
FELIPE:
Sí.
ALFÉREZ:
Pues la mayor ha de ser
hiedra de aquel tronco viejo;
que ha merecido tener
su lado, y con ser su espejo
de acero, en él se ha de ver;
y yo soy de la menor
menor crïado, y mayor
en amarla.
FELIPE:
(Yo soy muerto.) (Aparte)
¡Ay, Alférez! ¿Eso es cierto?
ALFÉREZ:
Tan cierto como mi amor.
Esta noche se desposa
con mi tío doña Marta.
¡Ved qué lirio con qué rosa!
FELIPE:
(Antes un rayo le parta (Aparte)
y dé muerte rigurosa.)
ALFÉREZ:
Subid conmigo al balcón
si saberlo deseas
todo.
FELIPE:
(¡Ay, fiera confusión!) (Aparte)
Antes, quiero que encubráis
mi nombre.
ALFÉREZ:
¿Por qué razón?
FELIPE:
Porque el andar encubierto
me importa, hasta que me parta.
ALFÉREZ:
Pues ¿qué ha sucedido?
FELIPE:
He muerto
de la hermosa doña Marta
un hermano y sé por cierto
que me buscan con cuidado.
ALFÉREZ:
¿Dónde os partís?
FELIPE:
A Sevilla.
ALFÉREZ:
Si mi hacienda, y el sagrado
que ofrece en aquesta villa,
la imagen que el ser le ha dado,
os importa, entre los dos
cumplimientos lisonjeros
seránlo sólo por vos.
¿Habéis menester dineros?
FELIPE:
No, andad, que os llaman.
ALFÉREZ:
Adiós.
Vase el ALFÉREZ
PASTRANA:
Pues, matatoros, locura
ha sido aquesta extremada.
FELIPE:
Si sientes mi desventura,
mátame. Saca esa espada.
PASTRANA:
¿Matar yo? ¿Soy calentura?
¿Hay ya casquera? ¿Qué pasa?
FELIPE:
Que doña Marta se casa.
PASTRANA:
Que se case en hora buena.
¡Bobazo! ¿Eso te da pena?
FELIPE:
Cuando la envidia me abrasa
de los celos y me quejo
como ves, ¿me hablas ansí?
¡Bien contigo me aconsejo!
PASTRANA:
¿Cuándo es la boda?
FELIPE:
¡Ay de mi!
¡Esta noche y con un viejo!
PASTRANA:
Tu venganza satisfizo
quien tan mala elección hizo.
Habrá barba betunada
tos, catarro, orina, hijada
y mucho diente postizo.
Bien tu venganza acomodas.
FELIPE:
Mas así mi mal refrescas.
PASTRANA:
Será, con quien hace bodas,
como las casas de Illescas
que de viejas se caen todas.
Anda acá, amigo, a Sevilla
que una ausencia suele dar
a Amor, que es niño, papilla.
FELIPE:
Aquesta noche he de estar...
PASTRANA:
¿A ver tu sentencia?
FELIPE:
A oílla.
PASTRANA:
¿Y si te prendan?
FELIPE:
Jamás
me vio el avariento padre
de doña Marta.
PASTANA:
Y tendrás
en viéndola mal de madre
y luego alborotarás
la casa, y donde los oros
triunfan, como eres valiente,
habrá cristianos y moros.
FELIPE:
¿Tienes temor?
PASTRANA:
No a la gente
sino a los truenos y toros.
FELIPE:
Pues ven, que la fiesta toda
tengo de abrasar, por Dios.
PASTRANA:
Si un alguacil no lo enloda
haciéndonos a los dos
las vacas de aquesta boda.
Vanse don FELIPE y PASTRANA.
Salen don GÓMEZ, hablando con doña MARTA,
doña LUCÍA, URBINA, y el ALFÉREZ
GÓMEZ:
Querida hija, vuestra edad me obliga
a daros rico y merecido esposo
de cuyo largo amor el curso siga
lo que pide su intento generoso.
Excusado es que os pinte, Marta, y diga
los méritos del dueño valeroso
porque las prendas del señor Urbina
muestran todo el valor que se imagina.
MARTA:
(¿Sus prendas dijo? Luego, prenda suya, (Aparte)
es el sobrino.)
ALFÉREZ:
(Pienso que me mira, (Aparte)
porque en sus ojos y en su lengua arguya
que por mi edad y mi valor suspira.
¡Dichosa mi afición si fuera tuya,
Lucía hermosa!)
LUCÍA:
(Temo que es mentira, (Aparte)
y sueño lo que veo y no lo creo.
Cásese Marta y cumpla mi deseo.)
GÓMEZ:
Viene el señor Urbina por extremo
rico de Indias, hija, y sólo tiene
el sobrino que ves.
MARTA:
(Mirarle temo, (Aparte)
porque a su nuevo amor no me condene.)
ALFÉREZ:
(Ella me mira, y yo me abraso y quemo (Aparte)
por mi Lucía, cuando no conviene
que elija a doña Marta el gusto mío,
siempre obediente al de mi viejo tío.)
Salen don JUAN y don DIEGO a una puerta de la sala, en traje de noche. Hablan aparte
JUAN:
No me ha costado poca diligencia
saber, don Diego, al punto que be venido
de estas dos damas la primera ausencia
que tan dañosa a mi esperanza ha sido.
DIEGO:
Casarlas quiere el padre con violencia.
JUAN:
No es en eso prudente, aunque atrevido
que en este tiempo no parece justo
casar las hijas contra el propio gusto.
Mas ¿cásase también doña Lucía?
DIEGO:
Yo sospecho que sí.
JUAN:
Mucho me pesa;
que si la una es vuestra, la otra mía
--quiero decir, en la amorosa empresa.
GÓMEZ:
Así que, Marta cara, estima el día
en que tan gran ventura se interesa
que el señor capitán y prendas suyas
quiere ser dueño amado de las tuyas.
Salen don FELIPE y PASTRANA, en hábito de noche a otra puerta de la sala y hablan aparte
FELIPE:
Esto ha de ser.
PASTRANA:
Es mucho atrevimiento.
FELIPE:
Digo, Pastrana, que aunque muera al punto,
tengo de estar presente al casamiento,
pues ya me tiene su temor difunto.
URBINA:
Declarad, mi señora, el sentimiento
de vuestro parecer, pues todo junto,
mi esperanza, mi bien y mi desvelo
en vuestro dulce "sí" le cifra el cielo.
MARTA:
Aunque el señor Alférez es un hombre
de tantas partes, tal valor y fama
que, como me decís, ganó renombre
con los indios y al fin me estima y ama,
y aunque el señor su tío con el nombre
le ilustra, y a su herencia al fin le llama,
y con tanto valor el suyo obliga,
digo...
GÓMEZ:
¿Qué?
MARTA:
Que no sé lo que me diga.
URBINA:
¿Qué tiene que ver ser mi sobrino
honrado y noble para ser el dueño
de vuestro dulce amor si de él es dino
mi crédito y valor, aunque pequeño?
Yo soy el que casarme determino.
MARTA:
¿Vos, mi señor?
URBINA:
Yo pues.
MARTA:
Parece sueño
ea esperanza que entre verdes años
viene llena de amor como de engaños.
PASTRANA:
¿Que a una muchacha casenn con un viejo?
¡Maldiga Dios vejez tan seca y verde!
DIEGO:
No ha seguido su padre buen consejo.
JUAN:
Ella de pena la paciencia pierde.
MARTA:
Pues aunque yo pudiera, no me quejo
de este rigor.
FELIPE:
(Cuando de mí se acuerde, Aparte
no dará el "sí.")
MARTA:
(Cuando a Felipe adoro Aparte
de mi amor vencedor como del toro,
¡En vez mi padre de su abril, me ofrece
este caduco enero! ¡Buen empleo!)
URBINA:
Proseguid, mi señora, si merece
un "sí" tan esperado mi deseo.
MARTA:
Vuestra hacienda y valor mucho merece...
Don FELIPE, embozado, llégase rápidamente a doña MARTA
(Mas ¡ay de mí! que a don Felipe veo.) (Aparte)
Don FELIPE habla aparte a doña MARTA
FELIPE:
Ah cruel, en buen riesgo mi amor pones.
Retírase adonde estaba
PASTRANA:
(Si es potro el casamiento, nones, nones.) (Aparte)
URBINA:
¿Qué decís, mi señora?
MARTA:
Sea testigo
el que quisiere serlo y escucharme.
El capitán Urbina es noble...y... digo
que, con ser él quien es, no he de casarme.
GÓMEZ:
¿Qué dices?
MARTA:
No mi gusto en esto sigo
sino el del cielo solo, que obligarme
puede a que no me case en esta empresa,
si es digno de guardarle una promesa.
A PASTRANA
FELIPE:
¡Ella me ha visto ya!
MARTA:
(Yo soy perdida; (Aparte)
mas conservando el alma la esperanza
que tengo en don Felipe, no me pida
mi padre y su interés hacer mudanza.)
GÓMEZ:
¿Quién te ha podido hacer tan atrevida?
Tu darás a mi cólera venganza
o el "sí" debido al capitán, que es justo.
ALFÉREZ:
¡Señor!
GÓMEZ:
¡O morirá o hará mi gusto!
MARTA:
Espera, padre y señor,
y escúchame como juez
de mis palabras y voces
la verdad, si es justa ley.
Soy mujer de mi palabra;
que la guardo, aunque mujer.
Heredera de tu sangre
y de tu hacienda también.
Nací en Madrid, y sin madre
desde niña me crié;
pero con inclinación
virtüosa como ves.
Hasta agora no he mostrado
la obligacion de mi fe
que la edad no me obligaba
ni tu amor o tu interés.
Ágora mis confesores
me mandan, señor, que dé
razón de mi pensamiento.
Oye, y responde después.
Aparte don FELIPE y PASTRANA
FELIPE:
¿Qué novedades son éstas?
PASTRANA:
Enredos deben de ser,
Si no es que se vistió el alma
esta mañana al revés.
MARTA:
Yo, señores, me casara,
porque me estaba muy bien,
con el señor capitán
por su mucha hacienda y ser;
que las mujeres discretas
no habemos de pretender
sino dinero, que amores
no valen nada sin él;
mas pluguiera a Dios pudiera
que a no faltarme el poder,
me casara dos mil veces
si no bastara una vez.
Pero los años pasados,
que agora se cumplen seis,
por librarme de un peligro
que no declaro el que fue,
[hice voto de doncella]
y pienso que lo he de ser
hasta que en la virgen tierra
me entierren a la vejez.
GÓMEZ:
Hija, en negocios tan graves
y que tocan a tu fe,
yo no puedo resolverme
sin que tome parecer.
Démos a Madrid la vuelta;
que hay teólogos en él
que mi conciencia aseguren.
MARTA:
Permítamelo Dios, amén.
JUAN:
(¡Admirado voy!) Aparte
Don FELIPE habla aparte a doña MARTA que se halla inmediata a él
FELIPE:
¿Qué es esto?
Bajo a don FELIPE
MARTA:
Yo te le diré después.
A don JUAN
DIEGO:
Venid, don Juan, que en Madrid
averiguaré lo que es.
PASTRANA:
(Todos vamos más confusos Aparte
que la torre de Babel.)