Marta Gruni: 02
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A poco de levantarse el telón rompe la obscuridad de la escena un rayo de luz que sale de una ventana superior que se ha abierto para dar paso a Marta. El amante la ayuda a trasponer la ventana. Se besan y él recoge la pequeña escalera, desaparece y cierra. Marta desciende a tientas. Mientras baja la escalera que da al patio, se ve la silueta cautelosa de Fidela que se dirige a su cuarto observándola. Nuevo rayo de luz mientras ésta abre y cierra su puerta, lo cual hace detener un instante a Marta. Repuesta, continúa el descenso y se encamina a la cocina. Luz débil en la cocina. Enciende fuego; va y viene cantando alegremente. De pronto una llamarada vivísima que poco a poco se amortigua. Se abre otra puerta, sale el Carrero, observa el cielo, bosteza ruidosamente, se despereza y se encamina a la cuadra. Al pasar junto a la cocina.
CARRERO.- ¡Buen día, vecina! ¡Se está alegre, eh! (Mutis. Se abren las otras puertas.)
VECINA 1ª.- (Sale rezongando.) ¡Uff! ¡Tardísimo!... (A voces.) ¡Pronto, haraganes!... (Aparecen dos chicos vendedores de diarios, amodorrados por el sueño.) ¿Todavía no se han despertado?... ¡Listo! (Los empuja.) ¡Y a ver, tú, si dejas a tu hermano que se juegue otra vez la plata!... ¡Verán qué paliza! (Los chicos se van encogidos refunfuñando.)
CARRERO.- (Dentro.) ¡Eeeeh!... ¡Vamooos!... ¡Bonita!... ¡Estás muy mañera!... ¡Mulata!
VECINA 1ª.- ¡Y tú, haragán!... ¿No piensas buscar trabajo, hoy tampoco?... ¡Ah!... ¡Claro está!... ¿Para qué lo necesita el señor marqués, si tiene una mujer y dos hijos que se desloman por él?... ¡Haragán! (Entra rezongando. Sale el Canastero con sus utensilios de trabajo y se dispone a comenzar la tarea. Saca agua del aljibe, llena la pileta y pone a remojar algunos manojos de mimbre.)
M. GRUNI.- (Dirigiéndose a su pieza.) ¡Buen día, maestro!
CANASTERO.- ¿Has tenido un buen sueño?
M. GRUNI.- ¿Yo? ¡Como un plomo he dormido toda la santa noche! ¡Como para soñar es esta vida que llevamos!
CANASTERO.- ¿Y por qué cantabas tan alegremente?
M. GRUNI.- Siempre canto.
CANASTERO.- ¡Así, no! Así se canta cuando se sueña. ¡Oh! Yo tengo mi experiencia y no es sin motivo que me llaman el filósofo. Mira, desde mi cuarto, antes de asomarme al patio, se cómo han pasado la noche todos los vecinos.
M. GRUNI.- ¿Por el oráculo?
CANASTERO.- Por el canto. Todos cantan, todos cantamos, como los pájaros, saludando el día. Es una necesidad. Pero con la diferencia de que sabemos más canciones que los pájaros y...
M. GRUNI.- ¡Ay! ¡Apuesto a que usted también ha soñado!
CANASTERO.- ¿Yo?... Sí, siempre sueño... Soy solo, no tengo familia, trabajo cuando quiero... sin preocupaciones... Bien; quería decirte que, sin salir del cuarto, sé cuando en el 2 no han comido, cuando el Carrero ha venido borracho, cuando la viuda de arriba ha cosido hasta media noche, cuando el albañil ha zurrado a su mujer, cuando la Petra ha reñido con el novio, cuando...
VECINA 2ª.- (Va al aljibe con un cubo a paso rápido cantando destemplada.) «Soy cubanita... soy...»
CANASTERO.- Ahí tienes un ejemplo. La canción de los palos. Ésta, anoche... ¡Verás, verás!... Diga usted, vecina, ¿estuvo usted anoche con dolor de muelas?
VECINA 2ª.- ¿Yo?... ¿Por qué lo cree?
CANASTERO.- Es que como sentí unos quejidos en su cuarto.
VECINA 2ª.- (Furiosa.) ¿Y a usted qué le importa lo que ocurre en casa ajena, viejo entrometido?...¡Ya me habían dicho que tenía la costumbre de escuchar en las puertas!... ¡Oh, el chismoso!... ¡Viejo verde!... (Da un coletazo y se va con el cubo murmurando. Así que desaparece se le oye cantar: «Soy cubanita...»).
CANASTERO.- ¿Has visto? Hoy por todo el día el cubanita de la playa hermosa. Luego llega su hombre, hacen las paces y mañana amanece en el patio de «Mambrú se fue a la guerra»; pasado, de «automóvil, mamá»... ¡hasta que una nueva paliza la vuelve a la playa hermosa!... (Se oyen los primeros compases de un aire popular piamontés.) ¡Otro!... ¿Oyes? Es el jardinero. Anoche tranca de vino barbera con los paisanos... Todavía se acuerda del último coro cantado copa en mano en la fonda de Garibaldi...
M. GRUNI.- (Que se ha quedado un instante pensativa.) ¿Y yo, maestro?
CANASTERO.- ¿Tú?... Tú has soñado, muchacha; tú tienes lindos sueños desde hace algunos días. Antes no cantabas así. Un día voz de tristeza, otro de fatiga, de cansancio, otro de rebelión, de despecho, de odio, de angustia... ¡qué sé yo!... ¡Dabas lástima, hija! Mira; te juro que hace un momento le comuniqué la noticia a mis canastos. Marta Gruni está alegre. Marta Gruni empieza a ser feliz. ¡Bravo, muchacha! ¡Te llegó el día!... Y creo que los animales se regocijaron conmigo. Bien ganado, hija... ¿Qué?... ¡Estás llorando!... ¿Me engañaba, entonces? ¡Te aseguro que es la primera vez que me equivoco!
M. GRUNI.- No, no se ha engañado usted. He tenido un hermoso sueño, un hermoso sueño.
CANASTERO.- ¡Bravo! ¿Has encontrado al fin tu lotecito de dicha? Consérvalo ahora. Eso anda muy escaso. Un tantito así es un tesoro. Consérvalo. No lo sueltes por nada, por nada, ni por otro mayor. Los brillantes muy grandes suelen ser falsos. Anda, criatura... ¡y que cantes siempre como hoy! (Recoge el mimbre que había puesto en el agua y se va a su cuarto; antes de entrar:) Y si precisas un consejero, acudí a mí.
M. GRUNI.- ¡Oh, gracias! (Se abre la ventana alta y se oye la canción del amante. Marta la escucha embelesada. Ha aumentado el movimiento de la casa. Las vecinas hacen fuego en los braseros junto a sus puertas. Algunos obreros se encaminan al trabajo. Se oyen lejanas pitadas de las fábricas. Fidela saca un brasero y se acerca en puntitas a Marta.)
FIDELA.- ¡Te gusta, eh!
M. GRUNI.- (Alterada.) ¿Qué decís, vos?
FIDELA.- ¡Oh, yo sé, yo sé!...
M. GRUNI.- ¿Qué sabés?... ¡Hablá, hablá en seguida!
FIDELA.- ¡No te alterés, muchacha!... Querría pedirte unas brasas para encender mi fuego.
M. GRUNI.- ¿Por qué me mirás con ese aire tan desfachatado?... ¡Decí! FIDELA.- Es el mío.
CANASTERO.- (Sale.) ¡Oí, criatura; ésa ha soñado también anoche!...
GRUNI.- (Poniéndose el saco.) ¡Ché... Marta!... Hoy no se toma desayuno, por lo visto.
M. GRUNI.- ¡Papá, estoy preparándolo!
GRUNI.- ¡Estás charlando! ¡Todas las mañanas sucede lo mismo! Cualquier día se le antoja a la señorita quedarse en cama para que los padres le sirvan el chocolate... ¡eso!... ¡para que los viejos le sirvan el chocolate! (Marta se va a la cocina murmurando.) ¡Eso es!... ¡Y encima rezonga! ¡Te estás poniendo muy delicada!... ¡Te estás poniendo!...
CANASTERO.- ¡Buen día, vecino!
GRUNI.- (Seco.) Buen día. ¡Muy delicada!... ¡Raza inútil!... ¡Porquería de gente!
CANASTERO.- ¡No se altere, señor! El día es tan largo... ¡No gaste tan temprano su mal humor!...
GRUNI.- ¿Le parece a usted? ¡Si tuviera una hija como ésa!...
CANASTERO.- ¡Si tuviera una hija como ésa, ya le habría servido yo el chocolate en la cama!
GRUNI.- ¡Oh, qué sabe usted! (Mutis.)
CANASTERO.- (A Marta que pasa en dirección a su cuarto.) Oí. ¡Mirá que es bruto tu padre!
M. GRUNI.- (Sonriendo.) ¡Así, así!... (Mutis.)
VECINA 1ª.- (Al Canastero.) ¿Ha visto usted? Empezó la función. ¡Y hoy va a ser terrible!... ¡Pobre muchacha! Entre el padre, la madre y el hermano no la dejan un instante de paz. ¡No sé cómo aguanta!...
CANASTERO.- ¡Todo se soporta en esta vida, señora, todo!
VECINA 1ª.- ¡Todo, no!
CANASTERO.- ¿No? ¿Y usted cómo aguanta a su marido?
VECINA 1ª.- (Brusca.) ¿Qué tiene de malo mí marido, vamos a ver? ¿Qué tiene de malo? ¡Siempre ha de salir usted con una pata de gallo!
CANASTERO.- ¡Lo ve usted, señora!...
VECINA 1ª.- ¡Si él lo oyera, le ajustaría las cuentas, hablador! (Mutis).
CANASTERO.- ¡Lo ve usted, señora, lo ve usted!... ¡Todos tenemos nuestra pajita en los ojos!...
FIDELA.- ¡Eso digo yo!
CANASTERO.- ¡Vos!... ¡Qué has de tener vos!... ¡Sos más ciega que tu padre!... ¡Infeliz!...
FIDELA.- Pues vea lo que son las creencias. ¡Veo cosas en esta casa que nadie ha visto!
CANASTERO.- ¡Andá, criatura viciosa!... ¡Vos ya no sos ni serás nada!... ¡Desperdicio!...
FIDELA.- ¡Ya me quisieras, zafado!... Si te golpeo una noche la puerta, abrís; ¿cuánto jugamos?... ¡Pero nadie se verá en este espejo!...
CANASTERO.- ¡Escoria!... ¡Inmundicia!... ¡Lazarillo! ¡Salí de aquí!
FIDELA.- ¡La figura!... ¡Viejo, viejo, viejo!...
STÉFANO.- (Saliendo.) ¡Eh! ¿Qué es eso?
FIDELA.- (Transición a sumisa.) ¡Ah! ¿Era usted? ¡Buen día!
STÉFANO.- ¿Y tu padre?
FIDELA.- Está acabando de vestirse.
STÉFANO.- ¡Se regalan, eh!... ¡Ya debían estar en la calle!
FIDELA.- ¡Es muy temprano!
STÉFANO.- ¿Cuánto hicieron ayer?
FIDELA.- ¿Ayer?... Poco. Era mal día. Como tres pesos. Papá los tiene.
STÉFANO.- ¡No puede ser!
FIDELA.- ¡Oh, por Dios que es cierto!
STÉFANO.- ¡Ustedes me están robando!... ¡Quieren hacerse ricos a mis costillas!
FIDELA.- ¿Por qué piensa eso? Usted sabe que yo no puedo mentirle. La gente ya no da como antes. Somos muy conocidos en todos los barrios, y apenas nos paramos en un zaguán, nos gritan de adentro: «¡Hay enfermos!» «¡No queremos música!»... «¡Venga el sábado!»... O nos ofrecen pan duro.
STÉFANO.- De cualquier modo siempre se hacen más de tres pesos.
FIDELA.- Le juro que no.
EL CIEGO.- (Dentro.) ¡Fidela! ¡Fidela!
FIDELA.- ¡Voy, papá! Hablo con el señor Stéfano... Mire: para que usted vea que no le miento, voy a decirle la verdad. Ayer hicimos cuatro pesos; pero papá necesitaba una camisa y gastó un peso.
STÉFANO.- ¡Bien lo sabía!
FIDELA.- Pero vea, yo pensaba dárselo a fin de mes de los que nos paga... No le diga nada, ¿quiere? ¡Puede darse cuenta de que yo lo traiciono y es mi padre, al fin y al cabo!
EL CIEGO.- (Sale.) ¡Buenos días, señor Stéfano! ¡Fidela!
FIDELA.- (En voz baja.) ¡Por Dios!... ¡No le diga nada!... ¡Usted sabe que soy suya, que me haría matar por usted, que no podría vivir sin usted!... Y tengo miedo de que si descubre...
EL CIEGO.- ¡Fidela! ¿Qué haces? ¿Qué hablan?
FIDELA.- ¡Nada, papá!... (En voz baja.) ¡Si llegara a sospechar alguna cosa, todo se acabaría!... ¡Sí! ¿Me lo promete, verdad? ¡Sería tan buena con usted!
EL CIEGO.- ¡Fidela!
STÉFANO.- Hablábamos de que está mermando mucho eso.
EL CIEGO.- ¡Eh!... Lo mismo pienso yo. La gente da poco, ahora. Sin embargo, todavía no podemos quejarnos.
STÉFANO.- Usted no. ¡Claro está!... ¡Setenta pesos al mes y el cuatro por ciento!...
EL CIEGO.- ¡Siempre usted saca más!...
STÉFANO.- ¡Naturalmente! ¿O quieren ustedes que pierda?...
EL CIEGO.- No tanto; pero...
FIDELA.- Papá, el señor Stéfano tiene razón. Él puso el capital y...
EL CIEGO.- ¡Qué sabés vos, hija mía!
STÉFANO.- Parece que usted no está muy conforme con nuestro trato. En tal caso, ya lo sabe... puede usted trabajar por su cuenta...
FIDELA.- (Angustiada.) ¡No, no, no, señor Stéfano!... No haga eso...
EL CIEGO.- ¿Qué hacés, Fidela? ¿Qué decís?
STÉFANO.- Una ingratitud más no ha de hacerme nada.
EL CIEGO.- Está bien. Si usted lo quiere, así se hará. ¡Cuento todavía con los ojos de mi Fidela!
STÉFANO.- Pudo haber pensado antes lo mismo... ¡Y basta de hablar!... Si no quiere seguir, hoy mismo desaloja el cuarto.
EL CIEGO.- ¡Así se hará, señor, así se hará! ¡Fidela!
FIDELA.- ¡Señor Stéfano!... ¡Señor Stéfano!... ¡No haga eso!... ¡No se enoje!... ¡Acuérdese de mí!...
EL CIEGO.- ¡Fidela, no supliques!... ¡Ven!...
FIDELA.- ¡Señor Stéfano!... ¡Señor Stéfano!... ¡Señor Stéfano!...
EL CIEGO.- ¡Ven, hija mía!... ¡No hay por qué afligirse!... (La arrastra hacia adentro.)
SRA. GRUNI.- (Sale con una silla baja y teje medias.) ¡Oh, Stéfano! ¿Qué te pasa?
STÉFANO.- ¡Nada, señora! ¡Las cuestiones de siempre con estos ingratos! ¡Usted sabe cuánto los he protegido!
GRUNI.- (Apareciendo.) ¡Yo te lo decía!... ¡Yo te lo he dicho siempre!... ¡No hay que preocuparse de los demás! ¡Que cada uno se arregle como pueda!
CANASTERO.- (Que ha estado entrando y saliendo con útiles para su trabajo.) ¡Adiós, benemérito!... Decime una cosa. ¿Es cierto que piensan nombrarte director del asilo de mendigos?
STÉFANO.- Sería una suerte para vos, ¿verdad? (A los Gruni.) ¿Y Marcos? ¿Fue a bordo anoche?...
SRA. GRUNI.- No ha venido a dormir. ¡Debe estar trabajando el pobre hijo!
STÉFANO.- Ese es un gran muchacho.
GRUNI.- Pero tiene gracia. Como no quiere entrar en la sociedad, los estibadores lo boicotean. ¡Ché, Marta!... ¿Qué haces ahí?... ¡Cuando no está todo el día en el patio, está todo el día adentro!... Aquí está Stéfano. Serví una taza de café.
STÉFANO.- No, yo no quiero; gracias...
GRUNI.- ¡Oh, que lo traiga!... ¡La sociedad! ¡La sociedad de estibadores! Amigo, ya no se puede vivir en este mundo. En mi tiempo no había sociedad, y bien que nos ganábamos la vida con estas espaldas y con estos brazos.
SRA. GRUNI.- Eso es cierto. Antes se trabajaba catorce y quince horas y a veces más y todos vivíamos muy contentos. Ahora estamos muy delicados. Queremos las ocho horas y menos. ¡Oh! ¡Pero mi Marcos no es de esos, no!
STÉFANO.- ¡Véalo, ahí llega!
MARCOS.- (Con los humos de una borrachera se dirige al Carrero, que no se ve.) ¡Eh! ¿Sacaste la patente del carro? ¡Mira que andan los revisadores! (Vecina 2ª desciende en busca de agua cantando «soy cubanita». Marcos la detiene y le habla. Ella le contesta con una bofetada. Marcos lanza una carcajada brutal.)
CANASTERO.- ¡Vean ustedes cómo le aplauden el chiste!
SRA. GRUNI.- ¡Qué muchacho alegre!... ¡Siempre tiene cuestiones con las vecinas!
VECINA 2ª.- (Esquivando el manotón de Marcos.) ¡Atrévase!... ¡Atrévase otra vez!
MARCOS.- (Acercándose al grupo.) ¡Buen día! ¿Están levantados ya? ¡Hola, Stéfano!... ¿Por qué no fuiste anoche?... ¡Te esperamos hasta las diez!... (Al Canastero.) ¿Qué tal, filósofo? ¿Cuándo arreglamos el mundo?... ¡Hay que apurarse, hay que apurarse!... ¡Mirá que a mí ya me van quedando pocas ganas de trabajar! ¿Qué estamos haciendo hoy?
CANASTERO.- ¿Yo?... Canastos.
MARCOS. -(Se vuelve con desprecio.) ¡Bah! ¡Trabajo de mujeres!
CANASTERO.- Y no hacer nada, ¿de quién es trabajo?
MARCOS.- ¿Y usted, viejo, a qué horas vino anoche?
GRUNI.- ¡Oh, temprano!
MARCOS.- Ya me contaron que había estado con el contramaestre del paquete inglés...
GRUNI.- Es cierto, hijo. Somos antiguos amigos.
MARCOS.- Era bueno el whisky, ¿eh? De los que no pagan derechos de Aduana...
GRUNI.- Sí, tomamos una copa juntos.
MARCOS. - ¿Una no más?... ¡Hum!... Se le conoce en la cara. Anoche ha sido una de aquellas de no te muevas...
CANASTERO.- Al contrario. ¡De moverse mucho!
GRUNI.- ¿No fuiste a bordo?
MARCOS.- (Violento.) ¿Y qué quiere que haga si no me admiten en la pandilla?... ¿He de embarcarme a la fuerza?
GRUNI.- ¡Eh!... ¡Yo no digo nada!...
MARCOS.- ¡Oh!... ¡pero ya me las pagarán!... En cuanto haya una huelga, verán cómo trabajo. ¡Y que me griten carnero, que me griten carnero! ¡Les parto las tripas a puñaladas!...
SRA. GRUNI.- ¡Eso no, hijo! ¡Puñaladas no!... ¡Tené cuidado!
MARCOS.- En tiempo de huelga no hay peligro. ¡Lo ponen en libertad a uno! (Da una manotada a la labor de la vieja.) ¡Déjese de tejer medias ahora!... ¡Estamos conversando!...
SRA. GRUNI.- (Recogiendo el ovillo que ha rodado.) ¡Muchacho loco! ¡Muchacho loco!
STÉFANO.- ¿Por qué no te acostás a dormir un poco?
MARCOS.- ¿Me crees tan mal, hermano?... ¡Un poco alegre, nada más!... Y tengo motivos, ¿sabés?... Hay... (A los padres.) ¿Ustedes no me dicen nada?... ¡Hay que aprontar el bolsillo, viejo!
GRUNI.- Estábamos seguros de que no lo olvidarías.
MARCOS.- (A voces.) ¡Ché, Marta! ¡Marta!... ¿Se ha ido ya?... ¡Marta!... Avísales a Luisa, a Petra y a la hermana que esta noche damos unas vueltas festejando mi santo... ¡Farra corrida!
GRUNI.- ¿Para qué bailar?... Se hace una buena comida y...
M. GRUNI.- ¿Qué decís, vos?... ¡Buen día, Stéfano!
MARCOS.- ¡Buen día, Marcos!
M. GRUNI.- ¡Oh, sonso!... ¿Qué decías?
MARCOS.- Que bailamos hoy. Si no te gusta no tenés más que avisarlo. ¡Suspendido por mal tiempo!
M. GRUNI.- Para vos, ¿cuándo no son Pascuas?
MARCOS.- ¡Eso es!... ¡Enojate, enojate!... ¡Estás conmigo como para ponerme malos gestos!... ¡Muy bien estás conmigo!... ¡Si se tratara de un baile de sociedad, ya estarías haciéndote los rulos!...
M. GRUNI.- ¡Como me llevan a tantos!
MARCOS.- ¡Eso quisieras!... ¡Para hacer como la otra... como esa arrastrada de tu hermana!...
M. GRUNI.- ¡Dejala en paz... nada te hace la pobre!
MARCOS.- ¿Nada me hace?... ¿Nada me hace?... ¡Vergüenza! ¡Vergüenza!... ¡Nada me hace!...
SRA. GRUNI.- ¡No hay que acordarse! ¡Pensemos que ha muerto!
MARCOS.- ¡Eso debió suceder!... ¡Debía estar muerta a palos!... ¡Así no tendría uno que pasar las que pasa!... ¡Que sepan que uno es el hermano, que lo miren con lástima, que se lo digan a uno en su propia cara!... ¡Vergüenza!... (La toma de un brazo.) ¡Pero vos... vos tené mucho cuidado! ¿Oís? ¡Mucho cuidado!... Otra vez no sucede así... ¡te lo juro!... ¡Cuidado con los monigotes!...
M. GRUNI.- ¡Ay!... ¡Me lastimas!...
MARCOS. - ¡Duele, eh!... ¡Más va a doler entonces!
SRA. GRUNI.- ¡Dejala, hijo!... ¡Ella no se porta mal!
MARCOS.- ¡Yo sé por qué hago esto!... ¡Yo sé!... ¡No hay que confiar nunca en estas mosquitas muertas!
M. GRUNI.- ¿Qué tenés que reprocharme?... ¡Hablá!
MARCOS.- ¡Bah!... ¡Retírate!... ¡Dejame en paz!... No quiero hablar hoy. ¡Yo sé, yo sé lo que hago!...¡Yo te voy a dar monigotes!... (Se sienta fatigado.)
M. GRUNI.- ¡Estás misterioso! ¡Hablá!
MARCOS.- ¡Que me dejes!... ¡Te repito que no quiero hablar hoy! ¡No me provoques!...
M. GRUNI.- ¡La eterna historia!... ¡Hasta cuándo, Dios mío! (Pausa larga.)
STÉFANO.- Acostate un rato, Marcos. Yo te despertaré temprano.
MARCOS.- (Irguiéndose violento.) ¡No me da la gana! ¡Dejame vos también!... ¡No estoy borracho!... ¡Hablo lo que hablo, porque yo sé lo que hablo! ¿Has oído bien?
SRA. GRUNI.- ¡Marcos, Marcos, hijo mío! ¡Acostate, no te preocupés!...
MARCOS.- (La aparta.) ¡Salga!... (A Marta que va a irse, la sujeta.) ¿Dónde vas vos?
M. GRUNI.- ¡Dejame, Marcos!
MARCOS.- ¿Querías que hablara?... ¡Tenías tanto empeño!... Bien. ¡Ahora vas a decir aquí delante de todos quién es ese monigote con quien conversás por la calle!...
M. GRUNI.- ¡Mentís!
GRUNI.- ¡Ché, Marta!... ¡Qué es eso!...
MARCOS.- Tiene monigotes como la otra. Decí... ¿es verdad o no es verdad?... ¡Responde! (La zamarrea.)
M. GRUNI.- ¡Dejame, bruto!... ¡Por Dios!...
STÉFANO.- (Interponiéndose.) Soltala, Marcos. ¡No es para tanto!
MARCOS.- ¡Soltala, soltala!... ¿Y vos para qué te quejás, entonces?
STÉFANO.- ¡Hombre, yo nunca le di importancia al asunto!... Tal vez me equivoque...
M. GRUNI.- ¡Oh, qué intriga es ésta!...
GRUNI.- ¿Te ha pasado algo, Stéfano, con esta muchacha?
STÉFANO.- No tiene importancia.
GRUNI.- ¡Decí la verdad, hombre! Sería muy capaz de portarse mal contigo.
MARCOS.- La verdad está dicha. La señorita le juega sucio con un monigote. Esa es la verdad. Me lo dijo ayer... ¡Desvergonzada!
GRUNI.- ¡Muchacha!... ¡Vos querés que te maten a palos!
M. GRUNI. - ¡Eso será lo mejor! (A Stéfano.) ¡Con que todo había sido una intriga tuya!... ¡Ah, infamia!... ¡Bien, bien! Pueden seguir castigándome, pues van a tener motivos. Yo no quiero tener más relaciones con ese hombre.
MARCOS.- ¡Bravo! ¡Viva la patria!
SRA. GRUNI.- ¿Te has enloquecido?... ¡Marta! ¿Qué decís?
GRUNI.- ¡Ché, Marta! ¿Querés que te rompan el alma?
M. GRUNI.- ¡No lo quiero ni lo he querido nunca!... Lo acepté porque estaba cansada de sufrir; para que me dejaran en paz; para que no me mortificaran más! ¡Lo acepté tal vez con la esperanza de que me sacara algún día de este infierno de vida para llevarme a un infierno mejor! ¡Y he soportado meses y meses fingiendo cosas que no sentía, disimulando la repugnancia cada día mayor que me causaba ese hombre, y más que todo, la sumisión y el interés de ustedes por ese hombre! ¡Péguenme, rómpanme la cara! ¡Estoy acostumbrada ya a los golpes!... Pero no harán que escuche una palabra más de ese infame! ¡Mátenme también! ¡Matame, vos que sos capaz de todo! ¡Es preferible la muerte a tanta penuria como me hacen padecer ustedes! (Ahogándose.) ¡Mis padres! ¡Mis padres, mi propia familia tratándome peor que el Carrero a las mulas! ¡Él al menos las acaricia!
SRA. GRUNI.- (Agarrándose la cabeza.) ¡Santo Dios! ¡Como la otra! ¡Como la otra!
M. GRUNI.- ¡Oh, la otra!... ¡Hacen bien en recordar a esa pobrecita!... ¡La otra se fue como me voy a ir yo cuando no pueda más!...
GRUNI.- (Imponente.) ¡Marta!
M. GRUNI.- ¡Ustedes la echaron a la mala vida... como me están echando a mí!
MARCOS.- ¿Has terminado?
M. GRUNI.- (Sin oírlo.) ¡Hablan de la otra!... ¡Hablan de la otra!...
MARCOS.- ¿Has terminado?
M. GRUNI.- ¡La pobrecita... ¡No tienen derecho ninguno!...
MARCOS.- (Le da un puñetazo feroz.) ¡Ahora podés irte!... (Marta da un grito y cae. Tumulto, música, etc.)
VECINA 1ª.- (A Marcos.) ¡Qué vergüenza! ¡Castigar a una mujer!... ¡Qué vergüenza!
CANASTERO.- (Acercándose.) ¡Qué bruto!
MARCOS.- ¡A una mujer y a todos los hombres que se presenten! (Empuja a la vecina 1ª.) ¡Salga de aquí!
VECINA 1ª.- ¡Ah, canalla!... ¡Juan!... ¡Juan!...
MARCOS.- (Amaga un golpe al Canastero, que se retira.) ¡Llame a su marido!
JUAN.- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
VECINA 1ª.- ¡Quiere castigarme ese infame! ¡Me ha empujado!
JUAN.- ¡Vos!... ¡Vos!... ¡Atrevete!... ¡Tocala!... (Aparecen varios vecinos y vecinas. Marcos, furioso, la emprende con todos. Gritos, etc. Los Gruni y Stéfano tratan de calmar a Marcos. Luego Stéfano se lo lleva y va calmando el tumulto y retirándose los vecinos, Marta en el suelo llorando amargamente.)
GRUNI.- (Yéndose; al pasar junto a Marta.) ¡Por tu culpa! ¡Por tu culpa, mala hija!...
SRA. GRUNI.- ¡Virgen santa!... ¡Casi han matado a mi hijo!... ¡Esta descarada!... (Vase murmurando.)
CANASTERO.- ¡Pobrecita!... ¡Estuvo heroica! ¡Miren que atreverse con semejantes brutos!... ¡No llores más hija! ¡Tranquilízate!... ¡No carece de inconvenientes el tener lindos sueños!... Pero no te desalientes. ¡Piensa en lo que cantabas hace un rato y sigue cantando así!... Lo demás poco importa. Se cura con paños de agua fría o de árnica. Calmate y confiá en mí que te quiero bien. Decime: ¿Es cierto lo del monigote?
M. GRUNI.- Yo...
CANASTERO.- No tenés por qué mentirme. Además ya te he probado que soy adivino. Hablá con franqueza.
M. GRUNI.- Sí, señor; es cierto. ¡Pero, señor, cómo han podido saber! ¡Cómo!... ¡Cómo!...
CANASTERO.- Te habrán visto.
M. GRUNI.- ¡No, no es posible!
CANASTERO.- Todo es posible. (Pausa.) Decime: ¿La chica Fidela sabía algo?
M. GRUNI. - ¡No, nada!
CANASTERO.- ¿No te has servido de ella?...
M. GRUNI.- ¡Jamás!
CANASTERO.- Vos sabés que Stéfano y ella... ¿Me comprendes?... La tiene dominada.
M. GRUNI.- ¡Oh, qué idea!... Puede haberme espiado. Ella se mostraba muy misteriosa y muy insolente. ¡Sí, sí! ¡Ella ha sido!... ¡La infame!... (Aparece Fidela con el ciego. Él con guitarra y ella con violín.)
CANASTERO.- ¡Ahí la tenés!
M. GRUNI.- (Después que han pasado.) ¡Fidela!
FIDELA. -(Se acerca, cínica.) ¿Qué querés?... ¡Siga caminando, papá!
M. GRUNI.- (La zamarrea.) ¿Qué le has contado a Stéfano?
FIDELA.- ¿Yo?... ¿De qué?... Soltame.
M. GRUNI.- ¡Respondé primero! ¿Has sido vos, verdad?
FIDELA.- (Desasiéndose.) Bueno... Si he dicho algo, he dicho la verdad.
M. GRUNI.- ¿Qué verdad has dicho malvada?
FIDELA.- ¡Lo que sé, lo que he visto!
M. GRUNI.- ¡Explícate!
FIDELA.- Bueno, para que lo sepas... A mí nadie me quita lo mío. Por eso hablé... para que se acabara todo, ¿me comprendés?
M. GRUNI.- ¡Ah, infame!...
FIDELA.- No te asustes. Todo, todo no le conté... ¡Dije que hablaban, nada más! ¡De lo otro qué me importa!.. Ahora estoy tranquila... No diré otra palabra más... (Confidencial.) Anoche... anoche estuvistes toda la noche!
M. GRUNI.- (Le tapa la boca.) ¡Cállate, callate!...
FIDELA.- No, ahora no tengo miedo... no diré nada... Adiós. (De lejos.) ¡Tenés suerte! ¡Es muy rico!... Tendrás mucho de esto! (Dinero.) ¡Mucho! (Mutis.)
M. GRUNI.- ¡Dios mío! ¡Qué hacer! ¡Qué hacer!... Estoy descubierta... ¡Usted que ha sido tan bueno conmigo, auxílieme, deme un consejo!...
CANASTERO.- ¿De modo que todo es verdad?
M. GRUNI.- Sí; sí, señor. Es cierto todo lo que ha contado esa perdida. En usted puedo tener confianza porque no me quiere mal. Eso era mi sueño amable. Por él cantaba, hace un rato así, y cantaba ayer, cantaré mañana, cantaré toda la vida así. Es bueno, es afectuoso. Me he entregado toda a él y quisiera tener mil cuerpos y mil almas para dárselas en pago de una caricia suya. Si usted supiera qué amoroso y tierno es conmigo, si lo oyera conversar, si lo viera mimarme y acariciarme!... ¡Oh, es todo para mí! ¡Es mi padre, mi madre, mi familia entera; la caricia que nunca había sentido, de un hogar, la sonrisa de toda mi juventud! ¡Por eso lo amo... porque es bueno, porque es tierno!... ¡Locamente le amo... desesperadamente!
CANASTERO.- ¡No insistas, muchacha, no insistas! ¡Te creo!
M. GRUNI.- ¡Oh! ¡Usted se sonríe!... ¡Usted se burla!...
CANASTERO.- ¡Qué he de burlarme, pobre criatura!... ¡Sonrío de alegría y admiración! Pero... apéate y volvamos a la realidad. ¿Se puede saber quién es ese portentoso mortal?
M. GRUNI.- ¡Ah! ¿No sabía? Es... (Mira a la ventana alta.)
CANASTERO.- ¡Canastos! Debí maliciarlo... ¡El cantor de la ventanita! ¡Mira, es la primera vez que me falla mi filosofía musical!
M. GRUNI.- ¿Lo conoce usted?
CANASTERO.- ¡Grave asunto, grave asunto!... (Pausa.) Decime: ¿Vos has pensado las cosas? ¿Te has dado cuenta de la distancia que media entre este patio y aquella ventana alta?
M. GRUNI.- ¡He subido y nada me importa!
CANASTERO.- (Pausa.) Bueno.
M. GRUNI.- ¿Qué piensa usted? ¿Qué me aconseja?
CANASTERO.- ¿Y vos... qué pensás?
M. GRUNI.- (Pudorosa.) Yo... Él quiere sacarme de aquí.
Canastero.- ¿Y vos?
M. GRUNI.- ¡Yo... yo... usted ha visto la vida que llevo aquí... ¡Cómo me tratan!
CANASTERO.- ¡Bueno, bueno, bueno! No hables más. ¡Andate cuanto antes!
GRUNI.- (De la puerta.) ¡Ché, Marta! ¿No pensás ir hoy a la fábrica?
M. GRUNI.- ¡Ya me voy, señor!
GRUNI.- ¡Era tiempo, caramba!
M. GRUNI.- ¡Adiós, vecino! (Le estrecha las manos.) Si no vuelvo... si no vuelvo, gracias!...
CANASTERO.- ¿Tan pronto, muchacha?
M. GRUNI.- Sí. Esta tarde a la salida de la fábrica. ¡Adiós... gracias!
CANASTERO.- (Volviéndose para ocultar su emoción.) ¡Pobrecita! (Se oye la canción del amante. Marta se detiene a escucharla un instante y se va.)
Mutación